miércoles, 29 de enero de 2014

GENTE SIMPÁTICA. EL PRÓLOGO



Todavía sigo tocando la guitarra eléctrica con una raqueta de tenis. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez, de pequeño? Nuestra propia respiración cavernosa, ahuecada, como la de Darth Vader en Stars War, imitaba a una multitud rugiendo en un estadio mientras frente al espejo emulábamos a Angus Young dando saltitos. Sí, ¿quién, de pequeño, no ha soñado con ser estrella del rocanrol? Para los más destalentados la rosa de ese sueño se marchitó enseguida, pero la espina se quedó dentro, y algunos intentamos sacarla con habilidades más al alcance de nuestras manos: la literatura, por ejemplo. Escribir de algún modo es resignarse a crecer, a que el mundo te pase por encima. Es estar armado con una raqueta de tenis que puede ser una guitarra eléctrica, un fusil, una red para cazar monstruos… o para espantarlos, para enviar con ella bien lejos a los perros rabiosos que nos muerden el corazón por dentro o a los que acechan emboscados fuera –la rutina, la uniformidad, el conformismo …-. La literatura, como el rocanrol, nos permite seguir soñando. Escribir, ya sean canciones o cuentos, es un ejercicio de libertad, y creo que eso es lo que nos hermana y lo que nos ha permitido a mí y a Esteban sintonizar y compartir proyectos con algunos de los que fueron en la adolescencia nuestros héroes del rock o de quienes siguen siéndolo hoy en día.

Este libro es el diario de carretera de la gira de presentación de uno de esos proyectos: la antología “Simpatía por el relato”, una colección de relatos escritos por rockeros que junto con Esteban Gutierrez ‘Baco’ coordiné y que como hemos dicho en alguna ocasión (yo más que él, porque Esteban ya formó parte, tiempo atrás, del gran circo del rocanrol) fue la excusa para que nosotros consiguiéramos colarnos en los backstages con nuestras raquetas de tenis en las manos. “Simpatía por el relato” nos ha dado muchas satisfacciones y, a nuestra edad, todavía ha hecho florecer algún otro sueño (“Cambiemos el mundo con simpatía”, fue el lema que Esteban acuñó para el “Simpathy tour”). Una de esas alegrías fue la gira de presentación de “Simpatía por el relato” y esos días on the road son los que cuenta el autor en este libro. Pero no solo eso, ni quizás lo más importante. Esteban, además de dejar constancia en estas páginas de una serie de verdades incontestables, como que los rockeros no cenan o que para dos escritores cuarentones el rocanrol resulta demasiado cansado, recorre otro camino mucho más largo que el que nos lleva a las ciudades donde la antología se presentó (Madrid, Oviedo, Santiago, León, Zaragoza…) y se remonta casi treinta años atrás hasta encontrarse consigo mismo, con Baco, el joven que fue y que quería comerse el mundo, sin tiempo que perder, robándole horas al sueño para estudiar, trabajar en Correos y, a la vez, hacer pioneros programas de radio sobre rock o convertirse en un intuitivo y apasionado mánager de grupos como Panzer.

No hay en España escritos muchos diarios de carretera, de giras de grupos, ni desde un punto de vista literario ni incluso periodístico, géneros que en otras literaturas como la anglosajona sí han tenido tradición, pero desde luego todavía hay muchos menos libros musicales en nuestras letras como este, en el que el autor, Esteban, Baco, no solo mira alrededor sino también dentro de sí mismo, y se busca, se pone en pie, pelea con los fantasmas de su pasado, recoge los escombros de sueños rotos y los vuelve a levantar con el cemento de la ilusión y la camaradería que ve amasar a su alrededor a los grupos y personas que nos acompañaron durante el “Simpathy tour”. El libro es un homenaje a todos ellos.


Es, también, un libro que a mí me habría gustado escribir e incluso tuve la tentación de hacerlo (por eso mismo, para agradecer toda esa solidaridad y ese entusiasmo contagioso y vivificante) pero no sería justo, no me correspondía teniendo por compañero a un rockero por los cuatro costados ( a mí, por lo general y en todos los sentidos, solo se me ve de perfil), a un magnífico cronista, a alguien que, además, sabe perfectamente de lo que habla, pues ha estado dentro, ha tomado cañas con Gary Moore, con Los Suaves, con Kiss o con los Burning. Me conformo con la extraña sensación de verme, como en un vuelo astral, aparecer en sus páginas convertido en personaje literario. Y desde luego con la piedra preciosa que ha ocupado en mi corazón el lugar de la espina que el “Sympathy tour” sacó: la amistad - a estas alturas de la vida, cuando a veces ya no quedan fuerzas ni ganas para hacer amigos- que he forjado con Esteban durante todos estos días de carretera, bolos, entrevistas, de ilusiones y proyectos compartidos. Esteban, como yo, todavía sigue tocando la guitarra eléctrica con una raqueta de tenis. Todavía seguimos, los dos, soñando. Y creyendo que podemos ayudar a los demás a soñar. Por todo eso, os invito a leer estas páginas. A cambiar el mundo con simpatía. Y si no, si no se puede o no nos dejan, siempre podremos cantar, como hacíamos de pequeños, aquello de: “Hemos perdido, pero nos hemos divertido”. Que no es lo de menos.


Patxi Irurzun


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