sábado, 30 de noviembre de 2013

DEPARTAMENTO EN QUITO por Silvia Rodríguez.


DEPARTAMENTO EN QUITO

Ana Isabella habita monovivienda
cerca de Los Cerros
y del hotel de la Sheraton

edificio en buena zona
con zaguán blindado
y barrotes en cada ventana

tiene televisión de plasma
una placa vitro e internet
así nada le importa
ver el mundo exterior a rayas.


EL MANDATARIO

Gustavo riega de ají
su empanada de morocho
en la fonda quiteña

el hombre de mundo nos dice
"Manhatan es un infierno
Quito es un infierno
el tráfico y el smoke
son un infierno
cuando pasas 3 semanas en Galápagos
no quieres regresar jamás
ingresar en una ciudad es un infierno"


EL PASEO

El centro histórico es la vieja España
un bello suburbio colonial
que ladra grita y hace música

se cruzan ambulantes e indígenas
marineros que venden helados
o niñas con vasos de gelatina de fresa

siempre vuelve uno al mismo sitio
porque como alguien pronunció
"Pensamiento libre plaza grande"


Silvia Rodríguez, de Departamento en Quito (Ediciones La Palma, 2013).

http://www.edicioneslapalma.com/

jueves, 28 de noviembre de 2013

IRURZUN TOUR 2013




Dentro de unos día me voy de gira. Por Madrid. Con ajoarriero en la mochila. Y con mi libro, 'La tristeza de las tiendas de pelucas', para celebrar la segunda edición y ser finalista del Setenil. En las lecturas y presentaciones contaremos, entre otros, con el príncipe Felipe de Borbón. Seguiremos informando

Patxi Irurzun

miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL DESCRÉDITO: Hoy en León.




El libro sobre Céline ‘El descrédito’ se presenta hoy

Diario de León, 28/11/2013.

Los escritores leoneses Vicente Muñoz y Julio César Álvarez presentan hoy a las 20.00 horas en El Gran Café un proyecto conjunto, El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline (Lupercalia, 2013). Se trata de una antología con casi una treintena de autores, entre los que figuran Enrique Vila-Matas o Miguel Sánchez-Ostiz, sobre la figura de Céline, unos de los autores malditos por excelencia, y un magnífico punto de partida para dar cabida a relatos y ensayos que abordan su influencia. Céline, autor de Viaje al fin de la noche, fue sin duda uno de los más grandes y polémicos autores del pasado siglo.

Lugar: el Gran Café (Cervantes, 9)

Hora: 20.00.


ESTÁS EN CARNE VIVA por Ricardo Moreno Mira.



Estás
en carne viva.
Un tipo gordo
frente a ti - no para de hablar
Una mujer sirve una ración de calamares fritos
con mayonesa
y aceitunas
La radio chisporrotea: cañas vasos vino
gritos...

bocadillos...

Tienes el vientre flojo

Estás
Ahí
En
medio

En
un puro espectar

Atónito

Incapaz de no relacionar
nada con nada
(todo con todo)
Inerme
Extático

tienes
miedo de moverte
no sea que (todo) el universo
se desestabilice
y
fluya
(entero)
ahora
hacia ti
como si
fueses un
(puto) agujero negro
Aplastando Comprimiendo
Prensando
toda existencia
en
un
único

solo

diminuto

punto

ciego
sin salida


Ricardo Moreno Mira, de Carrefour es el Anticristo (Lupercalia, 2011)

martes, 26 de noviembre de 2013

CUCHILLOS QUE CUCHILLEAN POR LAS ESQUINAS por Javier JacktheCorb.


Cuchillos
Que matan,
Cuchillos que acarician.
Cuchillos que rompen la cartulina
Para formar
El filo de la luna.
Cuchillos
Que dan forma
A una estrategia estructural
Y duermen en el frío mármol del metal aparente.

Javier JacktheCorb


GENTE SIMPÁTICA por Esteban Gutiérrez Gómez.



Gente simpática
(a modo de introducción)

El 17 de noviembre de 2010 se presenta en Madrid un libro singular: Simpatía por el relato (cuentos escritos por rockeros). Se trata de una edición única, que aúna literatura y música. Durante más de dos años los escritores Patxi Irurzun y Esteban Gutiérrez recopilan cuentos escritos por músicos, cantantes y compositores de bandas de rock españolas. El libro recoge narraciones breves de Kutxi Romero, cantante de Marea, de Carlos Pina, cantante de Panzer, de El Drogas, líder de Barricada, de Julián Hernández, de Siniestro Total y así hasta conformar una increíble antología de 32 autores. Simpatía por el relato es una edición única porque, además, es un libro solidario y los derechos obtenidos por autores y antólogos han sido cedidos y destinados a un comedor social de Pamplona y a una asociación de apoyo al pueblo saharaui de Fuenlabrada. Para asegurar el éxito del libro y del fin social al que quieren destinar los posibles beneficios del mismo, se origina una gira de presentaciones y conciertos por toda España, generándose una corriente positiva, de buen rollo, de generosidad allí dónde el libro es presentado. Una corriente positiva que se califica con una palabra, un nombre que lo dice todo: “simpatía”.

Gente simpática es el diario de ruta de esas presentaciones y conciertos. En él se narran las anécdotas de las mismas, se describe la actividad tras los telones de los músico-cuentistas en los conciertos, se narran las peripecias que ocurrieron durante los dos años que el libro estuvo gestándose, cómo llegaron a él los participantes, las barreras que se hubieron de sortear, la solidaridad generada entre todos los rockeros que hacía que las bandas se ocupasen de llevarlo a su ciudad, de conseguir gratis una sala de conciertos para tocar allí (Madrid, Fuenlabrada, León, Oviedo, Gijón, Santiago de Compostela, Zaragoza, Barcelona, Valencia…), de ofrecerse para tocar de modo gratuito, de amplificar la existencia del libro y, a su vez, del Comedor Social París 365 de Pamplona y de la Asociación Río de Oro, de su campaña de acogida por familias de Fuenlabrada de niños saharauis en el verano. 

Pero, además, Gente simpática, contiene varios niveles narrativos más. Por un lado nos muestra el panorama literario español, sobre todo de escritores alternativos, underground, asociales, que no comulgan con las corrientes comerciales del momento. Estos escritores han apoyado el proyecto desde el inicio y acogieron el proyecto en las librerías y salas de sus ciudades. Salen a la luz muchos de los nombres de la literatura actual que serán recordados en el futuro por su compromiso social y su creencia en el cambio del sistema: Vicente Muñoz, Xen Rabanal, José Ángel Barrueco, David González... Estos son los escritores de los que se hablará, y no de los grandes vendedores de humo, de los proyectos gestados en multinacionales y sustentados por miles de euros en publicidad. 

Asimismo, el diario de ruta que es Gente simpática, precisamente por ese inconformismo latente en la gira que genera la corriente “simpática”, hace que el autor, Esteban Gutiérrez Gómez, recupere de su memoria a aquel chaval que era él a los 18 años, aquel joven llamado Bacø, que pinchaba música en los garitos de rock, que participaba en un programa musical de radio de cierto éxito y que pensaba, ya entonces, que era posible cambiar el mundo. 

Simpatía por el relato no era más que un proyecto descabellado que dos escritores hacen fermentar en su cabeza una noche de cervezas y se convierte, a fuerza de empuje y solidaridad, en una realidad que aúna tanta gente y tantas emociones que genera una corriente de apoyo difícil de conseguir, aún con todo el dinero del mundo, por aquellas multinacionales de la letra impresa. La salida de la segunda edición del libro es una muestra de su éxito.

Eso es lo que el diario pretende hacer ver: que nada es imposible.


Y que de vez en cuando
se cumplen
los sueños.


Esteban Gutiérrez Gómez, del  blog Bacovicious.


lunes, 25 de noviembre de 2013

SE RUEGA SILENCIO by Pepe Pereza.



El Culebras lleva semanas desaparecido. Así que he tenido que buscarme un nuevo suministrador: El Tronco. Un tipo peligroso que tiene fama de írsele la olla. Lo bueno es que gasta buen material y te da el peso justo.
Llamo al portero automático de su casa.

- ¿Sí?
- Tronco, soy yo.
- ¿Y quién cojones es yo?

Me identifico y abre la puerta. Dentro del portal oigo que algo baja galopando por las escaleras. Es un Rottweiler enorme que viene directo a por mí. Cuando quiero darme cuenta ya lo tengo encima. Me arrincona contra la pared levantando las patas delanteras y poniéndomelas en los hombros. De esta forma su cabeza queda a la altura de la mía. Me enseña los dientes. Son enormes y puntiagudos. Gruñe y deja caer espumarajos de su boca. Estoy al borde del pánico y temo que de un momento a otro me destroce el cuello de un bocado. Por detrás aparece El Tronco.

- Quédate quieto y no te hará nada.

Estoy totalmente paralizado. No podría ni pestañear.

- Judas, ven aquí.

La bestia acata la orden y va a reunirse con su amo.

- Lo tengo por si viene la pasma. Este cabrón los huele a distancia.

Estoy demasiado acojonado para articular palabra. Finalmente negociamos. Salgo con una piedra de hachís gomoso y con una bolsita con setas alucinógenas que ha tenido el detalle de regalarme para compensar el susto que me he llevado. Antes de volver a casa quiero dar un paseo. Llego al parque de El Carmen. Elijo un banco apartado y me siento en él. Discretamente me lío un porro. Al rato se acerca un anciano con aspecto de vagabundo. Toma asiento a mi lado. Luego saca un cortaúñas y procede a hacer uso de él. Tiene manos de cirujano. Limpias y cuidadas. No pegan para nada con su aspecto desaliñado.

- Eso que fumas huele de maravilla.

Le paso el canuto. Fuma una calada y la saborea como si estuviera catando vino caro.

- Muy buena calidad, sí señor. ¿Puedo acabármelo?
- Todo tuyo.

Le da una larga chupada y mantiene el humo dentro sin expulsarlo.

- Me gusta esta ciudad. La habitáis buena gente.
- ¿De dónde eres?
- De todo el mundo. Ya sabes, el que no tiene donde quedarse va y viene como una peonza.

Su voz suena cercana y amiga. Tiene algo en su tono que da prestancia a todo lo que dice. Me habla de sus viajes. Salta de una ciudad a otra, de un país al siguiente. No se para a dar demasiados detalles, tan solo subraya aquellos sitios donde encontró gente de calidad. En un momento dado se queda callado. Sus ojos se entristecen y unas arrugas se cruzan en su frente. Me habla de una mujer. Me dice que le dio todo lo que tenía pero que no fue suficiente. Vuelve a quedarse en silencio. Mirando a la nada. Noto que se ha ido lejos, en busca de esa mujer. Termina el porro y se despide. Se aleja encorvado y con paso tranquilo. Andados unos metros se detiene para dibujar con el pie un círculo en la grava del camino. Después sigue por el sendero hasta que sale del parque. Al rato, unos gorriones se posan cerca del círculo. Picotean el suelo y dan saltitos de aquí para allá. Uno de ellos se acerca al círculo. Cuando está dentro cae muerto. Se levanta una brisa que trae el olor rancio de las aguas del estanque. Alzo la vista a un grupo de niños que corren detrás de una pelota. Sus gritos forman parte del parque, tanto o más que los árboles que hay en él, el propio estanque o los jardines que lo visten.


Pepe Pereza, del blog Asperezas.


sábado, 23 de noviembre de 2013

DEBO SER MUY BUENA PRESA (cuando tengo tantas escopetas apuntándome).



Debo ser muy buena presa (cuando tengo tantas escopetas apuntándome) se basa en la vida de El Cabrero, un cantaor de flamenco singular, un tipo fuera de lo común; encarcelado, perseguido, vilipendiado, pero también admirado y querido, cuyo aspecto recordaba a las películas de Sergio Leone, al spaghetti western y La muerte tenía un precio. Inquebrantable, indomable, un hombre que se hizo a sí mismo en medio de la niebla de la transición democrática, en la que la libertad de expresión aún era solo una utopía. Eduardo Izquierdo (Barcelona, 1975) es periodista y redactor de revistas como Ruta 66, Mondosonoro o Efe Eme, exdirector del portal de rock Sonicwavemagazine y director del programa de radio Sentido Común y Prefiero Una Jukebox.


FÁBULAS DISIDENTES por Alberto Hontoria Maceín.




Antípodas

Luce muy bien la alimentación bajo la máscara del derecho básico, aunque algunos el sendero que conduce al derecho lo tengan torcido.

Los hay que degustan manjares o seleccionan el plato más suculento del menú. Otros mastican la enajenación de un apetito que nunca se calma. La nutrición muestra dos caras que se oponen diametralmente.

Ryan aceleraba su metabolismo para descomponer y asimilar el excedente de comida. Emmanuel fraccionaba cada digestión en cinco o seis digestiones para engañar al estómago.

A Ryan se le marcaban los michelines con una camiseta puesta. A Emmanuel se le marcaban las costillas.

Emmanuel quería no fallecer de inanición. Ryan quería revalidar su título de ganador.

Emmanuel vivía en Haití; Ryan, en el estado de Florida. Y aunque la distancia entre Puerto Príncipe y Miami no fuera mayor de mil doscientos kilómetros, Emmanuel había de conformarse con un cuenco de arroz a la semana, mientras que a Ryan le cronometraban para determinar cuántos minutos tardaba en engullir ochenta perritos calientes.


Simulacro

A los simulacros de sofoco los llamamos simulacros de incendio.

A los simulacros de socorro los denominamos simulacros de ataque.

A los simulacros de libertad los conocemos por el apelativo de simulacros de juicio.

Estas ficciones preventivas se equivocan por completo.

No se preparan hogueras, sino mangueras.

No se organiza la violencia, sino el cuidado.

No se prueba la suerte ni de las sentencias ni de las condenas, sino de la esperanza.

¿Acaso al simulacro de la vida lo llamamos simulacro de muerte?


Marketing

El accidente ocurrió en un centro comercial. Una niña de nueve años se encaramó al pasamanos de una escalera mecánica y se precipitó a la planta baja desde el tercer piso del recinto.

Dos coches de una conocida marca se encontraban estacionados en la planta baja debido a un acto promocional. La niña, que no pudo elegir dónde estamparse, cayó entre los dos anuncios rodantes. La instantánea del cadáver tapado con una sábana blanca entre los dos vehículos comenzó a circular en los medios. Los responsables de la marca de automóviles montaron en cólera y exigieron a la gerencia del centro que retirase las imágenes. El cuerpo sin vida de la niña entre sus coches les daba mala publicidad.


Palabras

Cunde la opinión de que las palabras son secundarias respecto a los actos, que la frecuente gratuidad con que se pronuncian hace que no garanticen nada. Son un adorno, un aderezo, una comparsa. Se desconfía de su honor y su poder, y se duda de su eficacia.

Sin embargo, el lenguaje no es el hermano pobre de los hechos. El lenguaje fabrica realidad y tiene el don de cambiar el estatuto de las cosas.

La palabra que emite un juez, culpable o inocente, determina el destino de un ser humano. Las palabras de un párroco, «Os declaro marido y mujer», cambian el estado civil de una pareja de novios. De palabras está hecha la orden de disparo que un mando militar dirige a su ejército, y que se lleva vidas por delante.

Se oye decir que las palabras se las lleva el viento. Pues bien, a veces, las palabras soplan y el viento va allá donde las palabras lo manden.


Recreo 

Se puede mantener vivo un recuerdo de muchas formas. Para recordar el dolor, ¿es preciso llevar el morbo de viaje? 

Auschwitz, antiguo campo de concentración, es hoy día un campo de excursiones. Cámara en ristre, los curiosos sacian su ansia de espanto: a la vuelta a casa, podrán enseñar a sus amigos imágenes que atestigüen que estuvieron en el infierno de visita. 

En Dallas, lugar en el que fue asesinado el presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, un autobús recorre –al módico precio de veinte dólares, y bajo el nombre JFK trolley tour– la ruta que siguió la fatídica mañana del 22 de noviembre de 1963 la comitiva presidencial. 

Algo semejante ocurrió en Nueva Orleáns, donde se organizaron giras para mostrar a los viajeros el estado en el que había quedado la ciudad tras el huracán Katrina. 

En la actualidad, varios países están barajando la posibilidad de perpetrar un magnicidio, provocar un ciclón o iniciar otro holocausto porque el turismo mundial está ávido de nuevos parques de atracciones. 


Dime de qué presumes y te diré de qué careces 

Es ministra de Agricultura alguien que nunca ha plantado una semilla. 

Es ministro de Trabajo alguien que en su vida ha dado palo al agua. 

Es ministro de Hacienda alguien que defrauda. 

Es ministra de Servicios Sociales alguien que los privatiza. 

Es ministro de Cultura alguien que jamás ha leído un libro.


Alberto Hontoria Maceín, de El sentido disidente de la fábula (Sequitur, 2013).


http://www.lavozambulante.blogspot.com


EL SENTIDO DISIDENTE DE LA FÁBULA




Los cuentos de este libro se presentan bajo la forma y la fórmula de la fábula disidente. Si la fábula es una composición breve que incluye una pequeña moraleja, la fábula disidente se caracteriza por encerrar un mensaje que trata de rebelarse contra las injusticias disfrazadas de adversidades inevitables, las excusas y explicaciones interesadas de los discursos oficiales, los placebos y anestesias que borran la memoria y el dolor de los que más sufren. Su propósito no es otro que promover el compromiso social y político a través de una búsqueda incansable de la belleza. En definitiva, la presente colección de textos pretende invitar a la reflexión, rescatar algunas de las miserias humanas que solemos dejar en manos del olvido y sembrar –siempre que sea preciso– la semilla de la discordia. La fábula disidente es a la vez método y fin, camino y meta, el molde y el barro con el que están fabricados los relatos de estas páginas: un artefacto literario de disensión y lucha cuya misión pasa por rehuir las doctrinas comunes, rechazar el conformismo y la mansedumbre, y, sobre todo, exigir la dignidad y la libertad de las personas.



Blog del autor: 

martes, 19 de noviembre de 2013

EL DESCRÉDITO: Presentación en León.



El descrédito se presenta en León


Vicente Muños Álvarez y Julio César Álvarez presentan el próximo jueves, 28 de noviembre, a las 20 h. en El Gran Café (C/ Cervantes, 9), un proyecto conjunto, El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline (Lupercalia, 2013). Una antología con casi una treintena de autores (entre los que figuran Enrique Vila-Matas o Miguel Sánchez-Ostiz) sobre la figura de Céline, unos de los autores malditos por excelencia, y un magnífico punto de partida para dar cabida a relatos y ensayos que abordan su influencia y envenenado legado.

Louis-Ferdinand Céline (1894-1961), autor de Viaje al fin de la noche o Muerte a crédito, fue sin duda uno de los más grandes y polémicos escritores del pasado siglo, una auténtica fuente de inspiración permanente para la prosa contemporánea. Sus panfletos antisemitas y su colaboración con el régimen pronazi de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial le condujeron a la infamia y el descrédito, suscitando desde entonces las más controvertidas y apasionadas polémicas. Polémicas que aún hoy continúan vivamente. 

La presentación contará con la presencia de los antólogos y con varias de las firmas que dan forma a esta singular obra conjunta. Una combinación de perspectivas y estilos que ayudará a comprender y aproximarse, en la medida de lo posible, a la compleja figura de Céline. Más de cincuenta años después de su muerte, la prosa española contemporánea más actual (con autores leoneses como Alfonso Xen Rabanal, Carlos Salcedo o Bruno Marcos, y destacadas voces nacionales como José Ángel Barrueco, Mario Crespo, Gsús Bonilla, Isabel García Mellado, Miguel Baquero o Patxi Irurzun, entre otras muchas) intentan desentrañar su enigma, la combinación de una excelente calidad literaria y una incómoda monstruosidad moral. 




miércoles, 13 de noviembre de 2013

UN CAPÍTULO DE '¡OH, JANIS, MI DULCE Y SUCIA JANIS!' (PATXI IRURZUN)


Y AHORA TAMBIÉN EN DIGITAL 

La Bella y la Bestia echan un casquete en el basurero 

La atormentada historia de amor de la guitarrista superputa y el fan que recorría medio mundo persiguiéndola con una polla de goma en la visera fue consoladora —nunca mejor dicho—. Comparándome con Cornelius, y a pesar de que a él le faltaran dos hervores, lo mío con Janis me parecía una tontería, de modo que me relajé un poco durante varios meses, seguí con mis películas y bajé el pistón en mis salidas nocturnas con François Elisalde, que sustituimos por largos paseos por los suburbios de Manila los días de descanso semanal en el Petit Bayonne.
Elisalde, quien resultó ser una caja llena no sé si de sorpresas o de bombas, echaba a andar, o se subía a la buena de Dios en los jeepneys, los coloridos taxis colectivos, y dejaba que estos o nuestros pies nos llevaran a barriadas chabolistas, a campamentos de latón de quita y pon sobre una vía de tren, a montañas de basura en los grandes vertederos a cielo abierto, a muelles abandonados en los que se veía, sumergidos en un agua negra alquitranada, a adolescentes rebuscando no se sabía muy bien qué entre ratas y peces despanzurrados, bolsas de plástico a la deriva, botellas vacías y sin mensajes de ningún náufrago, porque para náufragos ya estaban ellos…
Al principio a mí me daba repelús toda aquella inmundicia, e incluso aquellos que vivían, literalmente, sobre ella, no entendía cómo podían resignarse a eso, pero después me fui acostumbrando: a Elisalde le gustaba charlar con los scavengers o recicladores de basura de Payatas o Tondo, con los niños mendigos de Intramuros, con los pescadores de Navotas… y, escuchando a todos ellos, yo comprendí que en realidad los pobres no podían elegir, no se trataba de resignación, sino de supervivencia, y esta no siempre consistía, exclusivamente, en ganarse las alubias de modos más bien penosos, sino también en descojonarse un poco todos los días, beber un vaso de ron, cantar una canción en el karaoke, volver achispado a casa, acostarse y tocarle un poco el culo a tu mujer, cerrar, en definitiva, los ojos y que al día siguiente volviera a brillar el sol…
Aunque para ser sincero, también creo que me acostumbré a todo aquello un poco a la fuerza, pues muchos días Elisalde desaparecía repentinamente y yo le esperaba compadreando con los pescadores, los pedigüeños o los scavengers, invitándoles a sanmigueles y ron Bustamante en los billares o cantando temas de Bon Jovi y de Scorpions en los karaokes.
Había billares y karaokes, por cierto, en cada esquina de la ciudad, incluso en los baruchos de los vertederos, construidos con chatarra y cartones sobre un suelo de basura compactada por las excavadoras, como aquel de Payatas, donde una vez, esperando a Elisalde, bebí hasta caer redondo.
Payatas era el mayor basurero de Manila, en el que cada día quinientos camiones vaciaban sus vientres llenos de una hez que alimentaba a miles de personas que vivían allá mismo, en casitas levantadas sobre diferentes montañas de porquería humeante de más de veinticinco metros de altura.
La primera vez que vi aquel lugar quise salir corriendo, regresar a nuestro condominio —cuyo edificio, al igual que el de los ministerios, la bolsa, los grandes centros comerciales, se distinguían desde Payatas en un horizonte de smog contaminado, cosa que curiosamente no sucedía al revés: desde los rascacielos no se veían, o no se querían ver, las barriadas de chabolas, las ciudades-basura…—, quise, sí, volver cagando leches al búnker para poner en el video alguna de mis películas, en la que yo apareciera bebiendo una botella de champán directamente escanciado desde los pechos de una puta con collar de diamantes y bragas de encaje de Christian Dior. ¿Qué se me había perdido a mí en aquel lugar tan horrible?, ¿qué necesidad tenía de soportar aquella peste, a aquella gente desdentada y llena de heridas infectadas que me miraban como si fuera un puto marciano?, me preguntaba, y aunque siempre me juraba que nunca más lo haría, cada semana acompañaba a Elisalde en su descenso a los infiernos, no sabía muy bien por qué, quizás porque donde yo me sentía realmente un marciano era tirándome todos los días a aquellas tías tan buenas o mirando los cheques con mi nombre y todos esos ceros. No acababa de creérmelo, necesitaba romper la burbuja, salir de ella para mirarla desde fuera, y la mejor manera de hacerlo era pisar tierra firme, o mejor todavía, pisar detritus, basura, mierda pura…
Vamos, que yo no era precisamente la madre Teresa de Calcuta, no visitaba lugares como el basurero porque me importara o sintiera solidaridad por la gente que vivía allá, al contrario, lo hacía por puro egoísmo, para darme cuenta de lo de puta madre que vivía. En cuanto a Elisalde, no sabía cuáles eran sus motivaciones, pero no tardaría en descubrirlas.
Primero fue, de una forma premonitoria, el día que bebí hasta perder el control en Payatas. Elisalde, una vez más, desapareció, me dejó colgado con cuatro borrachines en un karaoke (por si todavía no ha quedado claro, en Payatas un karaoke era una chabola con paredes de hojalata y el suelo de tierra, en mitad de la cual había plantado un televisor con dos cables, uno para el micrófono y otro del que colgaba un libro de hojas sobadas con una lista de quinientas o mil canciones, cuyas letras iban apareciendo en subtítulos en la pantalla, sobre un fondo de fotos de tías jamonas en bikini; el resto del atrezzo lo componía una nevera con algunas latas y botellas de licor y una señora con un delantal con bolsillos en los que iba metiendo las monedas que le daban los artistas, tres o cuatro franksinatras de barrio pedo perdidos); pero, a lo que íbamos, aquel día Elisalde se había largado —la última vez que lo vi estaba pegando la hebra con un tío algo barullas que decía pertenecer al sindicato de scavengers—, así que yo pensé «Ya volverá», y me pedí un ron, e invité a otro a la parroquia, incluido un tipo al que había estado evitando, pues se había empeñado en que cantara Bésame mucho (la única canción en español del repertorio) y que era, sin duda, uno de los dos tipos más feos que había visto en mi vida, una especie de hombre elefante, con los huesos del cráneo desmesurados, granos supurantes y una boca de dientes negros que parecía la rejilla de una alcantarilla, desde la que subía un olor hediondo, incluso para un lugar como el basurero, un pelma insufrible, al menos durante los tres o cuatro primeros vasos de ron, luego recuerdo que me repetí muchas veces aquello de «Ya volverá», con sus correspondientes lingotazos, y que finalmente accedí a cantar la dichosa canción, «como si fuera esta noche la úuultima vez», y de reojo veía cómo a la puerta de la chabola se iba apiñando un grupo de curiosos, primero algunos niños, después sus padres, al final resultó que había allá casi cien personas, todas descojonadas de la risa, «El guiri está borracho, el guiri está borracho», supongo que se avisaban unos a otros, y tenían razón, yo estaba como una cuba, de repente salía del karaoke y rebuscaba entre el basural, encontraba un maniquí desmembrado, volvía con él bailando al karaoke, y con todos los niños de Payatas siguiéndome los pasos, como si fuera un flautista de Hamelín, solo que yo en vez de una flauta soplaba ya directamente de la botella de ron, «que tengo miedo a perderte, perdeeeerte otra vez», y abrazaba al maniquí, lo arrojaba fuera del bar, volvía a salir a remover entre los desperdicios en busca de otro tito, un sombrero de paja, un juguete roto…
Así estuve, haciendo el ganso, un buen rato, hasta que anocheció, después ya no tengo muy claro qué pasó, creo que varios hombres a mi alrededor se peleaban por pagarme una copa, y yo trataba de complacerlos a todos, no lo sé, lo único que recuerdo nítidamente es el sabor a tierra y sangre en la boca, el relente de la madrugada en mi cara, yo despertando de la borrachera, tirado con la cara contra el suelo, en mitad de la chabola, en la que ya únicamente quedaba la mujer del delantal, dormida en su silla, y las moscas zumbando sobre la pantalla del televisor, las catódicas y las de verdad, gordas, verdes, a cientos…
Me dolía la cabeza y tenía sed y ganas de mear, así que me levanté y salí del karaoke. Me alejé unos pasos y saqué el pajarito, y cuando empecé a orinar descubrí a mis pies un brazo, sobresaliendo entre cartones, botellas de plástico… Después se oyó un trueno a lo lejos, y un rayo iluminó el basurero. Comprobé entonces que hacía solo unas horas había estado bailando con el cadáver al que ahora regaba con una lluvia dorada, el cadáver de plástico de aquel maniquí descuajeringado que yo había desenterrado. Después hubo otro relámpago, y entonces fue cuando los vi también a ellos dos, el hombre elefante, alejándose de la chabola, acompañado de una chavalita de unos quince años, que rodeaba su cintura y le reía sus gracias de borracho con una carcajada como un cascabel.
Sentí una repentina curiosidad, me resultaba difícil creer que un ecce homo como aquel fuera capaz de despertar atracción, ni siquiera un morbo insano, en cualquier otro ser humano, mucho menos en una chica guapa como resultó ser aquella —lo comprobé en el siguiente relámpago, que pareció caer justo en medio de la bella y la bestia, la chica tenía un pelo largo y brillante, que mecía suavemente un viento en pijama, recién levantado, y en su boca llevaba una veta de luna; todo eso y el culo que gastaba, claro, redondito, duro, aquellas nalgas que se tensaban y destensaban trepando por las diferentes terrazas de basura de la montaña…—.
Les seguí a hurtadillas y no tardé en darme cuenta de que, pensara lo que pensara, aquellos dos iban a echar un casquete, les delataban las bromas que intercambiaban, el movimiento de sus cuerpos, como un baile de apareamiento…
La pareja, por fin, se detuvo en una de las lomas, casi en lo alto de la smokey mountain, una especie de mirador con una vista de lo más romántica: la montaña de basura humeante a sus pies, las bolsas de plástico agujereadas ondeando como banderas de ejércitos vencidos, las torrenteras tintineantes de jugos lixiviados y aguas negras… Y de repente se miraron a los ojos, durante unos segundos, como si se hubieran visto por primera vez (no, la primera vez nadie se atrevía a mirar a aquel monstruo a los ojos, ella ya debía de conocerle, quizás era una fan incondicional de Sara Montiel), «Bésame, bésame mucho», pareció cantarle él después al oído, y ella efectivamente le besó, le besó mucho y con lengua, y justo en ese momento sobre sus cabezas se oyó rugir al cielo, como si estuvieran contraviniendo alguna ley de la naturaleza.

Yo reconozco que sentí también una mezcla de rechazo y mala hostia de un calibre semejante al de aquel trueno, y dirigida casi exclusivamente a aquel cabezón de hombre, en todas sus acepciones, era un sentimiento injustificado, animal, de nuevo el macho alfa marcando el territorio, incapaz de consentir que otro ejemplar de la manada, además deforme y con halitosis, tumbara a una de las hembras en edad de reproducción, pero de repente sucedió algo que me hizo cambiar completamente de idea, el hombre, aquella mala bestia, se quitó su camiseta, quedó desnudo, mostrando un torso lleno de bubones y quistes de grasa, y extendió aquella prenda, sucia y desgarrada, salpicada de sangre y pus, sobre el lecho de basura, lo convirtió repentinamente en un tálamo nupcial, sobre el que ella se tumbó como si lo hiciera sobre una manta de armiño, y abrió sus piernas, pude ver sus muslos de alabastro a la luz de la luna y los relámpagos, y al ecce homo hundiendo su rostro desfigurado entre ellos, abriendo la alcantarilla de su boca y liberando a través de ella un animal extraño, hermoso, una especie de pequeña serpiente, con la piel alicatada de piedras preciosas, que se introdujo en la vagina de la chica y masticó su clítoris como si fuera un chicle Bang Bang, lo estiró, lo infló, lo reventó, y con cada explosión de placer yo veía el cuerpo de la chica arquearse, sus pechos como pequeños planetas, y en el centro sus pezones que parecían principitos negros, y, sobre todo, aquella sonrisa esculpida en su rostro, que era la expresión de la pura felicidad, Punset no tenía ni puta idea, la felicidad no es solo una sala de espera, en ella hay también una puerta y de vez en cuando la puerta se abre, vale, te despachan en un par de minutos, a veces en solo unos segundos, pero la receta que te dan allá dentro es suficiente para ir tirando unos días, unos meses, «Tú también has hecho feliz a esta gente, antes, en el karaoke», me decía después Elisalde, que había regresado, por fin, y no había venido solo, a sus espaldas había ahora un ejército de scavengers, alzando sus ganchos, sus pinchos, para remover basura, y estaban también todos los borrachos de todos lo karaokes de Payatas, y de toda Manila, con sus corazones desgarrados y macerados en alcohol de garrafón entre los dedos, convertidos en granadas de mano, y los niños que habían muerto en el basurero esa mañana por culpa de una diarrea, enarbolando sus pañales, como si fueran ondas, hasta el hombre elefante y su chica se sumaron a las columnas, él todavía con su enorme falo tieso, disparando balas de semen que volvían bellas a todas las muchachas a las que alcanzaban, yo también recibí un tiro en mitad de la frente, y también dejé de sentirme culpable por haber pensado unos segundos antes que el hombre elefante era un monstruo sin derecho a ser amado, ahora recordaba quién era el otro tipo, uno de los dos más feos que había visto en mi vida, era yo mismo, yo y mi ruindad, mi egoísmo, pero el hombre elefante me redimía con sus proyectiles de esperma, yo también podía formar parte de aquella horda de desheredados, que avanzaba hacia el corazón de Metro Manila e iba tomando los rascacielos, los centros comerciales, las iglesias y los polideportivos, y a nuestro paso se iban sumando más combatientes, vi a Janis, mi negrita —ella de nuevo, no era tan sencillo olvidarla—, la vi subida en un neumático, que era en realidad una prolongación de sus propias nalgas, sobre las que también cabalgaban Pancho Villa y Ramoncín comiéndose una paraguaya y meando en las caras de quienes se asomaban a las ventanas de los rascacielos, vi en una de esas ventanas a mi madre increpándonos y tirando todas mis cosas a la calle, mi ropa, mis discos, mis películas, y a Ronald Reagan vestido de vaquero, abrazado a la muñeca hinchable con el rostro de Margaret Thatcher, extrayendo de la goma de su tanga billetes de dólar y arrojándolos a nuestros soldados, pero ellos no se dejaban comprar, quemaban, incendiaban, saqueaban, «A ver, los jarraitus de la calle Jarauta, aquí eso de presoak kalera no viene a cuento», trataba de mantener el orden en nuestra filas nuestro general François Elisalde, y todos juntos avanzábamos, llegábamos hasta el mismísimo palacio presidencial, donde cantábamos al unísono el himno, «Bésame, beeeeésame mucho», y los generales, los presidentes, los tertulianos de la COPE, al oírnos, se defenestraban locos de amor desde el balcón, dejaban libres sus tronos para que la escoria de la tierra y un grupo de refugiados políticos de Plutón nos tumbáramos sobre ellos a hacernos pajas y dormir, por fin, la mona de aquella borrachera purificadora de sangre y basura, de fuego y lefa.

martes, 12 de noviembre de 2013

DISOCIADOS EN BABELIA


Cubierta de Disociados



PALABRAS CRUDAS. Manuel Rico


En las zonas menos visibles del panorama literario crecen propuestas poéticas al margen, heterodoxas, en cierto modo "antisistema". Siempre ha ocurrido así: no hay más que recordar, de otras épocas, los nombres de Gabino Alejandro Carriedo, Justo Alejo, Miguel Labordeta o Aníbal Núñez, entre otros, para constatar que en cada momento histórico-poético y de manera más o menos discreta, asoman formas diversas de insumisión. La pequeña editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, que hace tres años publicóContrapoesía (Antilogía de poetas revesados), integrando a cuatro autores cuyas obras oscilaban entre lo maldito y la vanguardia -Pedro Casariego Córdoba, Eduardo Scala, Gonzalo Escarpa y Antonio Martínez- y en las que prevalecía lo radical íntimo, publica ahora Disociados, antología sustentada también en la heterodoxia. En este caso se trata de una propuesta radical-realista, o de una heterodoxia en la que lo íntimo aparece siempre tatuado por la historia presente y las sevicias colectivas. Si la primera ponía el énfasis en la radicalidad del yo y en la experimentación y en el juego verbal y versal, Disociados lo hace en la radicalidad del nosotros y en la dicción directa, realista, descarnada a veces, en la que el yo aparece agrietado, insatisfecho, roto. También son cuatro los poetas que la integran y uno de ellos, Ángel Álvarez Caballero, El Ángel (Madrid, 1961-1994), también, como Casariego Córdoba, fallecido prematuramente y en circunstancias trágicas. Los otros tres son Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959), Roger Wolfe (Westerham, 1962) y David González (Gijón, 1964).
Disociados ofrece amplias muestras de la obra de estos poetas. En ella se advierten algunos rasgos comunes: crítica hacia la realidad heredada de la transición, conciencia de vivir sus secuelas menos confortables, reflejo de una experiencia agrietada. Ahí están los ecos de la movida y las consecuencias amargas que tuvo para muchos la droga en las últimas décadas del siglo, el mundo de los bares a la noche de las ciudades, el desempleo, la marginación, la falta de horizontes de los más jóvenes, la poesía como refugio frente a la intemperie o como denuncia de esa intemperie, el microcosmos de Lavapiés y la aventura de Malasaña (es el telón de fondo de los poemas de El Ángel), la cotidianidad marcada por la precariedad y por la visión corrosiva del mundo, la seducción que ofrecen los submundos cotidianos. En la breve introducción de Gsús Bonilla y José Ángel Barrueco (que no en vano la firman A medio camino entre Vallekas, Lavapiés y Malasaña) se destaca que la obra de todos ellos se caracteriza por "un incómodo decir, donde la palabra se enfrenta al poema de una manera dura, cruda y sin liturgias, sin falsedades o trucos". Eso sí, añado, cargada de ternura, de complicidad, de una tensa, seca a veces, emoción. De El Ángel se ofrecen textos de su inencontrable Los planos de la demolición y el poema, inédito, escrito pocos días antes de su muerte, titulado Del miedo. De Iribarren, una afinada selección de sus quince libros publicados y tres poemas inéditos; De Wolfe, una amplia selección de inéditos (un aliciente más para el lector) y una muy depurada selección de su obra publicada, y de David González, una rigurosa muestra de su extensa obra y un par de poemas inéditos. De todos ellos, como pequeños anexos, los antólogos recogen numerosos poemas breves, entre el haiku y el aforismo, que añaden originalidad al libro. La lectura de Disociados supone, para quien la aborde, un recorrido perturbador, inquietante. Ahí está el trasfondo oscuro, casi premonitorio de la poesía de El Ángel ("En el vertedero de mi alma anidan los halcones en invierno, / ven a verlos caer en picado"); la respiración cotidiana, próxima, entrañable y algo desesperanzada, de Iribarren ("Los viejos amigos ya no somos / amigos, pero vamos camino / de ser viejos. Algo es algo"); el refugio de la escritura frente a la hostilidad del mundo del medio de Wolfe ("Es bueno ser poeta. Pero la poesía / es una espera permanente; una sucesión / de tiempos muertos que de vez en cuando alumbra / la llama más o menos viva de una vela"); y, en fin, la radiografía cruda, sin concesiones, de la autobiografía de González ("My generation // se pone gafas de sol: / espejos: negros: / así nadie nota / que no ha derramado / una triste lágrima // my generation"). En la esquina turbia de la realidad, como una extraña aparición, esta antología tiene algo de lámpara necesaria para este siglo XXI casi inverosímil.


Manuel Rico. Palabras crudas. El País, Babelia 1.146. 9 de noviembre de 2013.

sábado, 9 de noviembre de 2013

PARADOJAS DE LA BELLEZA. Ángel Petisme

petisme.jpg

¿Cuántos kilos de marfil se necesitan
para construir el teclado de un piano?,
¿cuántas toneladas de elefantes hay que abatir
para escuchar en los salones
una polonesa de Chopin?
¿Cuántos bosques más deben talarse
a cambio del placer de Shakespeare o Quevedo?

¿Cuántas montañas se deben arañar
para que el metal y la piedra se sueñen
entre las manos de Brancusi o Giacometti?
¿Cuántos esclavos de guerra se deben emplear
para que los tiranos levanten sus cruces,
construyan sus pirámides...?

¿Cuánta naturaleza hay que ultrajar
para que las top-models nos fascinen
con sus potingues, sus sombras, sus pestañas postizas,
por la divina comedia de las revistas y las pasarelas?

¿Cuánta ignorancia más se debe financiar,
cuánta depredación se debe tolerar,
cuánta vida se debe exterminar
para que lo vacuo, el lujo, la fanfarria
nos entretengan y nos envilezcan?

La muerte se exhibe con distante belleza,
retorcida cosmética, seductores demonios,
pero huelen tanto a descomposición
todas sus industrias y sus estrategias,
que a veces quisiera dejar de esculpir,
pintar, escribir, cantar, contemplar,
para no ser Cómplice, ni un segundo más,
de la Casquería.

(De "Constelaciones al abrir la nevera", Ediciones Hiperión,1996)

jueves, 7 de noviembre de 2013

LITERADURA.NET


Literatura Urbana. Undergound. Realista. Vanguardia... y mucho más


¿Quiénes somos?


Literadura es una nueva editorial de literatura urbana y más cuyo objetivo es promocionar nuevos escritores y no tan nuevos, que cuenten historias, reales o inventadas, que vayan más allá de insignificantes pijadas comerciales. No hay reglas, ni edades, ni sexo. Literadura edita textos de ficción y no ficción alternativos, agresivos, urbanos y rurales, mientras sean dignos de llevar la insignia de la cucaracha en la portada.

Literadura comienza su andadura con el I Concurso de Literatura Urbana Underground y Realista. El concurso finalizó y se publican algunos de los autores más interesantes.

Son todos escritores malditos, textos molidos por la apisonadora de las editoriales comerciales e independientes, autores y autoras que escriben sus textos a la luz de un flexo oxidado, en un ordenador viciado de virus. Hombres y mujeres escondidos en barracones, escritores ahogados en tinta y gasolina y arrojados a unas calles inmundas. Defenestrados por pretender escribir.

Literadura es una editorial cuya ambición es reunir autores y lectores de vanguardia, urbanos, rurales, realistas, subterráneos, underground, y contraculturales.

Literadura apuesta por un futuro para los que no lo tienen. No edita libros en papel. Edita libros digitales en formato EPUB y PDF. Los precios de los libros son precios populares, adaptados a los niveles de la grandiosa pobreza que poco a poco se irá alcanzando.

Escritores enfrentados a los intelectuales de siempre, que siguen narrando memeces desde unos estudios de caoba a punto de ser triturados por las nuevas cucarachas de la Literadura.


WWW.LITERADURA.NET

sábado, 2 de noviembre de 2013

LO QUE NO APARECE EN EL CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN DE MI PADRE. Ignazio Aiestaran

3325

“Lo que no aparece en el certificado de defunción de mi padre”

El certificado de defunción
dice que mi padre murió
de un ataque de aneurisma,
pero esa no es toda la verdad.

Lo que mató a mi padre
no fue un aneurisma,
sino trabajar
todos los días
diez
doce
catorce horas.

Lo que mató a mi padre
fue sacar adelante una familia
en tiempos del franquismo,
trabajar toda una vida
y
alrededor de los 60 años
terminar en el paro
porque la empresa de los patrones había quebrado
(por supuesto,
los chalets de los patrones,
sus acciones
y
sus vacaciones no quebraron).

Mi padre no me dijo nunca
nada
en ningún lugar
sobre esto,
pero su insomnio era visible.

Todo esto lo vi
en su cara,
cuando le llegó el último ataque
en el hospital.

Por eso,
siguiendo la voluntad de mi padre,
mi madre y yo
no dimos permiso
para hacer la autopsia,
porque
todas las autopsias del mundo
no nos darían
la verdadera causa de su muerte.

Y me preguntaréis:
¿por qué has escrito
un poema tan torpe?

No lo sé a ciencia cierta,
pero
aun siendo la poesía lo mejor del mundo,
daría la mejor poesía del mundo,
sin ninguna duda,
a cambio de un abrazo de mi padre.

“Nire aitaren heriotza-ziurtagirian agertzen es dena”.

Aneurisma batek jota
hil dela dio
heriotza-ziurtagiriak,
baina hori ez da egia osoa.

Nire aita hil zuena
ez zen aneurisma,
egunero
hamar
hamabi
hamalau orduz
lan egitea baizik.

Nire aita hil zuena
frankismoaren garaian
familia aurrera eramatea izan zen,
bizialdi osoan lan egitea
eta
60 urte inguruan
langabezian bukatzea
ugazaben enpresak krak egin zuelako
(jakina,
ugazaben txaletek,
akzioek
eta
oporrek ez zuten krak egin).

Aitak ez zidan inoiz
inon
ezer esan
horri buruz,
baina bere insomnia agerikoa zen.

Hau dena ikusi nuen
bere aurpegian,
ospitalean
azken erasoa heldu zitzaionean.

Horrexegatik,
aitaren borondateari jarraituz,
nire amak eta biok
ez genien baimenik eman
autopsia egiteko,
zeren
munduko autopsia guztiek
ez bailigukete
benetako heriotza-zioa emango.

Eta zera galdetuko didazue:
zergatik idatzi duzu
hain poema trakets hau?

Ez dakit ziur,
baina
poesia munduko hoberena izanda ere,
munduko poesia hoberena emango nuke,
ezbairik gabe,
nire aitaren besarkada baten truke.

De Munstro abertzalea. Ignazio Aiestaran (Elkar, 2003)

Extraído del blog de Miguel Sánchez-Ostiz Vivir de buena gana