domingo, 6 de octubre de 2013

VISIONES DE JOANNA


No conozco personalmente a Jorge Heras. Apenas sé nada de él: que firma a menudo con el pseudónimo de Baptiste Bleu (evocando a Louis Aragon y su Aniceto o el panorama. Novela); que tiene un estilo muy personal, híbrido de diversas tendencias y estéticas, pero intenso y reconocible; que le han editado en la red un poemario titulado Apología de la Muñeca de Bellmer (Groenlandia, 2010); y que gestiona un blog llamado Je est un autre, donde sube regularmente sus textos. Eso es todo cuanto sé de él a día de hoy y, sin embargo, he aceptado su invitación a escribir este prólogo, porque sinceramente creo que la ocasión lo merece: 15 Imágenes de Joanna en Varsovia (como todo lo que he leído hasta ahora suyo) es un poemario inclasificable y atípico, fascinante y magnético y, de algún modo, no tengo reparo en decirlo, tocado por el talento y la gracia.

En cualquier caso, lo cierto es que hay poéticas sobre las que es fácil escribir y otras sobre las que no, y la de Jorge Heras, no me cabe duda, pertenece a estas últimas. Sus poemas son densos y ambiguos, a menudo delirantes, caóticos e imprevisibles, llenos de imágenes y de matices y susceptibles de ser leídos e interpretados de diversas maneras. Aunque lejos del hermetismo y la frialdad de la poesía pura, del distanciamiento y la abstracción que la caracteriza, hay algo tremendamente cercano y cálido en ellos, nostálgico y coloquial, y eso, a mi juicio, es lo que los hace especiales.

En primer lugar, la banda sonora que los acompaña: Bob Dylan (y su Visions of Johanna, que parece inspirar el título del libro), Leonard Cohen y Nacho Vegas, a los que el autor cita expresamente al comienzo y cuya presencia y acordes flotan cadenciosamente a lo largo de todo el poemario, confiriéndole un aire pop que contrasta con la profundidad de los poemas.

También la temática de fondo que abordan, el amor visceral y arrebatado, tan universal como la propia poesía, aunque desarrollado aquí con una voz muy poco convencional, como comprobará el lector nada más leer los primeros versos del libro.

Y finalmente la efervescencia casi lisérgica con la que están escritos, un discurso psicodélico, exuberante y febril, que destila optimismo y vitalidad por los cuatro costados, pura celebración del presente.

Todo ello sin menoscabo del ritmo y la musicalidad, importantísimos en este poemario, que son la piedra angular sobre la que se sustentan sus versos, más allá (mucho más) del significado que aparentemente transmiten, sumiéndonos en una especie de trance hipnótico y revelador.

El libro, estructurado en quince capítulos (imágenes), rememora un viaje iniciático del autor y su compañera, Joanna, a Varsovia. Tomando como punto de partida algunas fotografías del mismo, Jorge Heras despliega todo un arsenal de recuerdos y citas, de emociones e imágenes que giran como sombras chinescas frente a los ojos del lector, precipitándole a una especie de realidad aparte (que diría el maestro Castaneda) o universo paralelo, caleidoscópico y distorsionado, como reflejado en un espejo hecho añicos.

Universo o realidad, la de este libro, que al menos a mí me recuerda mucho a la de un (buen) viaje de LSD, intuitiva, caótica, imprevisible y deliciosamente marciana. 

Cada lector, en cualquier caso (y esto es lo que engrandece a la poesía), extraerá de este poemario un mensaje distinto, ya que hay en él muchos niveles y capas temáticas superpuestas, pero lo que está claro es que a nadie le dejarán indiferente las asociaciones poéticas y el lenguaje utilizado, gaseoso y enfebrecido, sorprendente y alucinado, como llegado de otro planeta, y el ritmo hipnótico con el que están engarzados los versos.

Las citas de Leopoldo María Panero (omnipresente en todo el poemario), las imágenes vaporosas de Varsovia, los fantasmas de los nazis, los hoteles, la nieve y el frío, el eco de los surrealistas, la nicotina, las canciones de Dylan y, muy en especial, la presencia tutelar de Joanna, sobre la que gira todo el discurso del libro (y sus muchas digresiones), son el contrapunto musical que armoniza esta peculiar sinfonía que Jorge Heras ha compuesto para nuestro personal disfrute.

Aunque, vuelvo a decirlo, 15 Imágenes de Joanna en Varsovia es un poemario para ser leído, más que declamado o analizado, porque su encanto reside en la sonoridad y luz interior de los versos, en las asociaciones mentales que evocan sus palabras y en esa peculiar mixtura de cultura pop(ular) y vanguardia, de música y filosofía (no en vano se cita a Hegel y Schlegel, entre otros), que resulta de lo más refrescante e innovadora.

Personalmente tengo la sensación, cuando lo releo, de estar escuchando un LP de 15 canciones con un hilo conductor común, Joanna, que me tocan fibras ocultas al fondo del corazón y me transportan a luminosas realidades paralelas.

Ahora les toca escucharlo a ustedes.

Sintonícenlo en sus aparatos y disfruten la experiencia.


Vicente Muñoz Álvarez, prólogo para 15 Imágenes de Joanna en Varsovia, de Jorge Heras (Ediciones la Baragaña, 2013).



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