miércoles, 20 de febrero de 2013

ANIMALES PERDIDOS en PUNTO DE LIBRO


Animales perdidos 
Vicente Muñoz Álvarez Baile del sol 

En el número anterior de nuestra revista reseñábamos Canciones de la gran deriva, un poemario de Vicente Muñoz Álvarez publicado inicialmente en 1999, y reeditado en versión ampliada el pasado año. Dos meses después, tenemos la suerte de contar con una nueva obra del mismo autor, con la que de nuevo nos ha atrapado por el realismo y la clarividencia que destilan sus poemas. Unos poemas que, libres de las restricciones de la métrica encorsetada y hasta de las reglas de puntuación, nos llevan más por caminos rítmicos y melódicos que por versos y estrofas cuadriculadas. 

En Animales Perdidos acompañamos al autor en un viaje por tres estados de ánimo, por tres maneras de estar, de vivir la vida. El hilo argumental -elemento no exclusivo de la narrativa, como demuestra este poemario- se basa en las relaciones de pareja, pero el mensaje trasciende del hecho concreto para alcanzar toda la existencia. Así, el fracaso sentimental, la ruptura, la soledad, pero también la esperanza, la recuperación y el reencuentro con el amor, ya olvidado como elemento fundamental de nuestra vida, nos dibujan un fresco que nos deja ver las diferentes caras de la existencia, y los variados estados de ánimo con que nos enfrentamos a ella. 

La primera parte, Infierno, se abre con el poema que da título a la obra completa. En él tenemos algo así como el prólogo y resumen de lo que será el resto del libro: la ruptura de la pareja, el abandono, la soledad, tiñen la vida de un color gris. Nos sentimos como mascotas abandonadas. Pero ya en este primer poema se nos apunta que, al final, habremos de salir de ese estado triste y solitario, y que habremos de hacerlo, necesariamente, solos. En esta primera parte, la más extensa, abundan los poemas en los que descubrimos la soledad como aquello que nos hace más daño, más incluso que la propia pérdida de la persona amada, o de la carencia del propio sentimiento del amor. En alguno, como Terminal sur, vemos que encontrar la soledad de otras personas, e incluso compartirla, paradójicamente no hace que la nuestra sea menor. En otros, como Oxidación, recordamos la necesidad de resistir y avanzar con nuestra soledad a cuestas. No faltan poemas que surgen del contexto social y económico actual. Las inquietudes sociales del autor, tan presentes en otras obras suyas, vuelven a aparecer aquí, aunque sea más esporádicamente, y casi exclusivamente en esta primera parte del poemario. Calderilla, Barrio o Tierra sin pan nos hablan de esa realidad social dura, hostil, que tal vez se nos haga más visible y nos llegue más, precisamente cuando sufrimos la soledad y no estamos anestesiados por las endorfinas que libera un cerebro enamorado. Y, como elemento de resistencia, a veces como auténtico salvavidas, aparece la literatura. En Estigma, Corrección o Dominio, el autor nos habla del oficio de escritor, y en Poemas o Ultramarine hace un reconocimiento explícito a la poesía como compañera inseparable, especialmente en momentos de soledad. 

Purgatorio, la segunda parte, está compuesta por poemas muy breves, casi telegráficos. Estos han perdido hasta el título, y se nos presentan como una sucesión de ideas, a veces confusas, desordenadas. Confusión y desorden que responden a esa etapa intermedia entre el Infierno del que hemos salido, y el Cielo -que sin duda nos espera a la vuelta de unas páginas-. En estos poemas el dolor de va haciendo más pequeño, más lejano. Se va olvidando la causa de nuestro sufrimiento, se atisba la posibilidad de avanzar hacia la felicidad. Pero es un tiempo lleno de confusión, de dudas sobre dónde estamos y hacia dónde vamos. En esa situación el autor solo ve un posible camino: avanzar, continuar siempre adelante, con el miedo y las dudas como compañeros de viaje, pero caminando a pesar de ellos. Y aquí aparece un nuevo tipo de soledad, no la de la primera parte impuesta dolorosamente, sino ahora buscada como alejamiento temporal de la masa, del rebaño, como vía para reencontrar la esperanza. La soledad como medicina para curar la soledad. Leemos, en uno de los poemas más simples y bellos de todo el libro, cómo esa medicina, en el caso del poeta, son los sueños. Unos sueños que para los poetas siempre son en blanco y negro. Blanco y negro; la tinta de un poema sobre un papel. 

Finalmente, en Cielo, se recupera la ilusión, se reencuentran y reinauguran sentimientos y pasiones. Esta última parte es una celebración del amor, no tanto como pasión arrebatadora, sino como estado ideal de vida en compañía. Si en los momentos tristes el salvavidas era la literatura y, más concretamente, la poesía, ahora lo es el mismo amor, como leemos en Kilómetro 13. Y así, mientras leemos los últimos poemas, llegamos a la sencilla conclusión de que lo único que necesitamos es encontrar, al levantarnos cada mañana, dos cepillos de dientes en el baño en lugar de uno. Y aprendemos que amar es, en fin, encontrar la paz, como se nos recuerda en Pura vida o en Todo va bien. O que amar, como dice el título de otro de los poemas, es estar Al fin tranquilo.


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