pequeñita, pelo castaño,
ojos bonitos y muy pintados.
Es casi la hora de comer
y el centro comercial
está vacío. Ella está
de dependienta en esta tienda
de ropa. Y nos atiende.
Tiene los ojos humedecidos,
la nariz roja y bosteza.
Le pregunto si tiene sueño
y ella me dice que tiene frío.
Le sugiero que se ponga
algo más sobre la camisa
del uniforme;
ella me dice
que no le dejan
y esboza una sonrisa.
Si tuviera alma,
se me partiría.
Pienso en el propietario
de la franquicia jugando
al golf.
Me cago en sus muertos.
Miguel Cabrera Pérez
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