Mientras se descongelan las gulas, el champán se enfría y un cuñado dice Zaragoza con un polvorón en la boca, el escritor Willy Uribe lleva ya tres semanas en huelga de hambre. Ha dejado de comer para reclamar un indulto para David Reboredo, un extoxicómano gallego que ha ingresado en prisión después de haberse rehabilitado y al que se le acusa de haber vendido dos papelinas en el año 2006. La protesta de Uribe no es una cuestión personal (y a la vez lo es, en un su sentido más radical). El escritor vasco no conoce al extoxicómano gallego, pero a la vez podía haber sido él (los dos pertenecen a una generación en la que miles de jóvenes cayeron como moscas por culpa de la heroína, un pequeño y silencioso holocausto que nunca se ha investigado, ni ha habido interés en investigar). Uribe tomó la decisión de solidarizarse con Reboredo por eso, pero sobre todo por un agravio comparativo, al saber que cuatro mossos d’ escuadra eran indultados y reindultados después de haber sido condenados por un caso de torturas (otro pozal de mierda, el de la tortura, que tampoco conviene remover). La huelga de hambre de Willy Uribe va por ello mucho más allá del caso Reboredo. Es una huelga de hambre que denuncia situaciones que se repiten y perpetúan en un país en el que ante la justicia todos no somos iguales, ni siquiera aunque lo diga un rey (en realidad un rey, sancionado además por un sanguinario dictador, no es la persona más adecuada para hablar de igualdad). Ante un juez o ante un ministro de justicia no cuenta lo mismo ser pobre –una especie de pecado original e imborrable- u honrado, que rico o asalariado con un hueso (un uniforme, un cargo político…) al servicio del mal, o sea del capital. Una desigualdad sobre la que en realidad se basan todos los pilares sobre los que se sostiene un sistema de castas al que algunos llaman con desfachatez democracia (“Nosotros, los demócratas”, es de hecho una de sus frases favoritas). La huelga de hambre de Willy Uribe es por tanto una protesta en favor de Reboredo, pero también de cualquiera de todos nosotros (porque cualquiera de nosotros, en realidad, podríamos también ser Reboredo, cualquiera de nosotros podríamos perder, estamos perdiendo el trabajo, la casa, la igualdad de oportunidades para estudiar o acceder a los servicios sanitarios y quizás por ello la esperanza, o los nervios, lo cual también nos convierte en sospechosos y potenciales “delincuentes”); y es sobre todo, esta huelga de hambre -y esa es la cuestión personal- una protesta en favor del propio Willy Uribe, una cuestión de dignidad personal y profesional (Uribe, con modestia, ha dicho que su huelga de hambre no es la de un escritor, sino la de una persona normal, pero no es cierto, en realidad un escritor es alguien que sabe contar mejor que el resto lo que está pasando y para un escritor hoy en día mirar a su alrededor y contar es algo que está poco menos que obligado a hacer); una protesta que contagia además esa dignidad y transmite la esperanza de saber que no todo está perdido cuando hay personas que están dispuestas a sacrificar su propia salud, su propia vida, por otras personas, y por una sociedad civil, por una auténtica democracia en la que la igualdad y la justicia no sean solo un polvorón que se deshace en la boca y cae hecho migajas sobre la mesa entre risas.
Patxi Irurzun
Mi admiración y apoyo.
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