sábado, 3 de noviembre de 2012

LA CARRETERA ROJA: Prólogo.


La no ficción a la que siempre está aferrado el de San Andrés de Los Tacones no da pie a otras posibles interpretaciones: el texto tiene una voz propia tan contundente que es innecesario. Por la causa que he mencionado más arriba, no es de recibo tratar de aclarar al lector lo que podrá encontrarse a continuación. Tampoco lo es hablar sobre la persona de David González. Pese a lo que él pueda pensar, el compromiso vital, esa convicción sobre su forma de entender la poesía y lo que conlleva hasta el final marca, o ha marcado, a muchos de los que se iniciaron hace unos años o quieren iniciarse a día de hoy. Sí puedo afirmar con rotundidad que el autor tiene una voz propia, inconfundible, y que el fruto de esa siembra lo ha ido recogiendo, poco a poco, y con el paso de los años, aquí y allá. Repito: aunque él se empeñe en dejarnos claro que todo lo que le rodea no es más que mero humo, muestra de ello es la cita que escoge de Paul Bowles para su poema El príncipe de los tejados (“Durante cuarenta años he estado vendiendo agua a la orilla de un río”). No se engañen. Su figura es demasiado alargada como para que, en general, sea obviada. Aún así, trataré de que este prólogo se ciña al David que yo conozco.

Creo recordar que fue hace cinco o, tal vez, seis años, cuando escuché a David en directo. Un buen amigo, Antonio Díez, me invitó a acudir con él a una lectura que se producía ese día, por la noche, en un local del barrio de Lavapiés. Me llevó para oír, sí, oír, abrir la mente y prestar atención. Parece que fue ayer: en aquella cita nombres como Ana Pérez Cañamares, Gsús Bonilla, José Naveiras, Deborah Vuküsic o el propio David dejaron de ser anónimos para mí. Nunca había acudido a algo similar; él leyó en último lugar. Sus armas eras sus poemas y sus manos cargadas de anillos. Todo funcionaba solo, sin mayor explicación. Me gustó.

A posteriori lecturas como “Loser”, “En tierras de Goliat”, “Sembrando hogueras” o “El demonio te coma las orejas”, por poner algunos de los distintos títulos, sustituyeron a Blas de Otero, Ángel González o Mario Benedetti. No por mejor o peor, sencillamente por interés: David fue la punta del iceberg, el extremo del ovillo de muchos más libros y escritores que fui desmigajando: Karmelo Iribarren, Mohamed Chukri, Paul Bowles, toda la Generación Beat y un largo etcétera. Lecturas, quizá, ahora muy lejanas en mis intereses actuales, pero no puedo evitar la verdad, y no es otra que su impronta en mis inicios como ávido lector y escritor. Pero no hablemos de mí. Quiero seguir centrado en David González y la trayectoria que he ido siguiendo hasta convertirnos, por qué no decirlo, en buenos colegas.

Indagué en su antiguo blog, el espacio que le tiene reservado wikipedia, recitales que impartía por toda la geografía peninsular, noticias en torno a aquella persona tan atractiva, intelectualmente hablando. Todos sabemos, yo lo he sufrido en mis propias carnes, que el mundo editorial y más el poético, está a día de hoy paradísimo. Y hablo con conocimiento de causa tanto como, digamos, escritor y ex editor. Que editoriales como Baile del Sol o Bartleby se interesasen por la obra de David es algo que denota la relevancia que tiene y tenía, independientemente, repito, si estás o no conforme con su compromiso poético; otras editoriales, y no diré nombres porque no es el prólogo de un amigo el sitio más idóneo, sencillamente cierran la puerta a todo aquello que pueda no entrar en sus catálogos al no cumplir la “norma”. ¿Quién impone la norma? Esta temática se merecería un ensayo aparte.

Pasado un tiempo, aquel amigo que me inició y David, junto a Jim Jump tradujeron una serie de poemas sobre brigadistas en la guerra civil española. Otra vez el compromiso y la defensa del débil como algo imborrable en su mente. Ese libro titulado “Hablando de Leyendas (poemas para España)”, editado en Baile del Sol, resulta escalofriante. Dar voz a los que no la tuvieron.

La faceta de traductor y de poeta traducido es algo importante en un escritor: te sirve como vara de medir. David González y sus poemas han sido traducidos a varios idiomas. ¿Quieren más? Sigamos.
El vínculo entre ambos se fue estrechando hasta el punto de poder conocernos en persona y tratarnos de igual a igual. Porque eso es lo que le gusta a él: “No miro a nadie por encima del hombro / y eso que mido 1 metro con 85 centímetros”.

Fue en Illescas (Toledo), en una lectura que compartimos con otras personas y en la que David y Kutxi Romero eran cabeza de cartel. Volví a toparme con su realidad, la realidad que él tiene, que puede ser o no similar a la nuestra. Lo deja muy claro con la acertada cita para el poema Sobre ruedas de Alexander Trocchi: “…y siempre soy consciente de que estoy comprometido con la realidad, no con la literatura”.
Poemas contundentes, finales enfatizados gracias a la fragmentación del verso, bofetadas en el rostro sin adornos. Pondré algunos fragmentos que pueden encontrar en la siguiente lectura a modo de ejemplo:

“Sólo yo camino por el centro de la calle /sin paraguas / mojándome”

“no te pegan porque hayas hecho nada malo, / te pegan porque no puedes devolver los golpes / ni tienes a nadie / que los devuelva por ti”

y así muchos más. Más fotogramas de instantes en los que pretende, creo yo, que el que pone los ojos participe, pero sin interrogar, sin juzgar, no quiere juicios de valor:

“si el Señor / es mi pastor, / entonces, / ¿quién es mi perro?”.

Hay dos temas que de una manera u otra terminan rondando los poemarios, que no libros de poemas, que ha ido construyendo durante años: son, primero, la figura paternal y el conflicto con la misma en poemas como La hora del Cinturón, La Ley del Cuadrilátero o La otra vuelta del hijo pródigo; segundo, la cárcel que tanto marcó su vida y del que un poemario da fe: “El demonio te coma las orejas”. En este caso que nos ocupa lo retoma con poemas como: Jaque, Despedida y Cierre o La Única Respuesta Posible.

Su diabetes insulinodependiente, la soledad escogida, estar de vuelta de todo y tener el firme propósito de mantenerse vivo es algo que tampoco oculta, ¿para qué? El poemario está lleno de referencias a todo ello.
Hace poco, y con motivo de una lectura a la que fui invitado en Gijón, volvimos a coincidir. Leímos, charlamos y sobre todo fumamos en el interior de un garito (ahora que ya no se puede) casi toda una noche. En el transcurso de la conversación me lo dejó muy claro: 

“Sigue escribiendo pero no dejes de trabajar. Eso es lo que realmente te dará de comer y no la literatura”.

Desde aquí, David, te digo que seguí y sigo ese consejo. Que sé porqué me lo dijiste pese a que tú abandonases todo por la escritura. Que te creo y creo en tu convicción. La realidad otra vez, sin enmascarar, como en sus poemas. Una buena recomendación gratis que en ningún momento, amigos, debe ser rechazada.


Ángel Muñoz Rodríguez

Noviembre de 2012

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