Vago por las laderas del infortunio despistado en mi ruina, con la nuca derretida en soledades, con un pez espada muerto que atraviesa mis pulmones a cada paso que doy.
Vivo en la teclas negras del piano del mundo, con manos sin dedos me arrastro por melodías de notas inarmónicas y disonantes, en lágrimas de alcohol que se evaporan antes de llegar a mi sed, sin mirar atrás en el rastro del camino las pisadas de sangre hundidas en tu nieve, porque aún sigo buscando algo en ti; busco la trufa negra escarbando con mi hocico en tu tierra hasta llegar a tus raíces, donde se ramifican y se bifurcan en ese lugar tan incierto como la línea que separa el Cielo y el Infierno.
Floto en lo más gelatinoso de la pulpa de una luna cálida y ácida, en los oleajes del whisky en los bares, en las luces que la ciudad enciende y expande en borroso en haces informes de irisaciones de luz imantada por el metal de la noche, buscando un epitafio que alumbre la sepultura de mis lamentos.
Decaigo en el óxido de la madrugada, cuando los ojos buscan cerrarse ante el alcohol que ruge en las venas camino del hospicio de la nostalgia.
He tomado 18 whiskys y creo que es un buen récord, dijo Dylan Thomas como última frase antes de morir.
Y, entonces, pienso que ya no hay más que decir.
[Extraído del poemario El Silencio del Hombre Rana]
José G.Cordonié, del blog La Hermética Furibunda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario