Lunes 4 de agosto de 2008
"Era un día como los demás: lento, feroz y hambriento de víctimas humanas", he leído hoy, en un libro de Albert Cossery. Me gusta ese autor. Me gusta un escritor que sabe escribir frases que resuenan como disparos y en las que la pólvora deja en el aire un olor que recuerda hacia qué lugar apunta, a quiénes defiende, quién debe inquietarse y quién colocarse en su bando. Hace unas semanas, sin embargo, ni siquiera sabía que Albert Cossery existía, en realidad ya no existe, lo conocí precisamente al leer su necrológica en un periódico. "El príncipe de la pereza", lo llamaban. Y contaban que había vivido 50 años en la habitación de un modesto hotel de París, sin apenas salir de él, y que en sus libros retrataba a los mendigos, los locos, las prostitutas, de su Egipto natal.
Yo me pregunté cómo era posible que descubriera a un autor como él, del que me interesaba su universo -y ahora que lo leo, también cómo escribe- tan tarde, y casi de casualidad, mientras puedo repetir, sin haber hecho ningún esfuerzo por aprenderlos, los nombres de los jugadores reservas de Osasuna.
He leído esa frase de Cossery en su libro de cuentos "Los hombres olvidados de Dios", en el hospital, mientras esperaba a que a mi hermano le hicieran unas placas de la tibia y le atendieran después en la consulta. Tengo que leer de ese modo, casi a hurtadillas, aprovechando los huecos, los tiempos muertos que me dejan los días de torbellino. A veces me parece que hay una fuerza invisible y misteriosa que intenta apropiarse de nuestro tiempo libre, rellenarlo con una sustancia gris y viscosa, que evite que pensemos en otras cosas distintas a "qué tengo que comprar, qué echan hoy en la tele, a quién ha fichado Osasuna".
En el hospital mi hermano y yo hemos estado casi dos horas esperando, la primera de ellas de pie. Nadie le ha cedido el sitio porque estamos en traumatología, y las personas que están sentadas también tenían piernas y brazos escayoladas.
Hace unos días, en San Fermín, esa era la mejor sanidad del mundo, podía atender a todos los heridos del encierro sin ninguna dificultad, trasladarlos en un tiempo récord desde la Plaza hasta este hospital, dar partes de heridos a todos los medios de comunicación en los que todo estaba bajo control. Si hoy Albert Cossery hubiera estado en la sala de espera podría haber recogido todo ese aire infernal que se respiraba -hacía calor y la gente estaba malhumorada- convertirlo lentamente primero en palabras, moldearlas con la precisión de un soplador de vidrio y después lanzarlas al aire, dejando en el aire una estela brillante, justo antes de que esos objetos hermosos se estrellaran, haciéndose añicos contra la cabeza de alguien, algún consejero de salud, la alcaldesa, no sé muy bien quién, la responsabilidad en estos casos también es una sustancia gris y viscosa, indefinida.
Finalmente han atendido a mi hermano. Dicen que le harán una bota ortopédica para que pueda caminar y que tiene dos opciones. Si la solicita en una ortopedia le cobrarán 150 o 200 euros; si no quiere pagar tienen que ingresarle para que sea el hospital quien la solicite y los gastos corran a cargo de la seguridad social. A Kafka creo que también le habría gustado estar en la sala de espera de ese hospital.
De regreso a casa, hemos visto desde el coche, a un hombre tirado en una acera, en una calle lejos del centro, por la que apenas transitaban peatones. Parecía borracho, pero también podría estar muerto, y el sol caía sobre su cabeza con rayos afilados como una guillotina, mientras los coches y los peatones pasaban junto a él, sin detenerse.
Nosotros tampoco lo hemos hecho, pero hemos llamado al 112. Durante los últimos días las noticias han hablado de varios bebés olvidados en coches y ancianos muertos por golpes de calor. Y el termómetro del coche marcaba 35 grados. Tal vez aquel era uno de esos hombres olvidados de dios de los que habla Albert Cossery, y dios no iba a mover un solo dedo por él, dios nunca se arrepiente de sus errores, ni asume sus responsabilidades, dios es también la sustancia gris y viscosa, indefinida, el vacío... Dios nunca reza por nosotros, no tiene a quién hacerlo. Pero nosotros podemos todavía ayudarnos, debemos hacerlo, porque, como escribe Cossery: "Nadie puede decir qué tipo de horrores están a punto de nacer ni precisar los nuevos desastres que amenazan la vida de los hombres".
De'Dios nunca reza' (Patxi Irurzun). Alberdania 2011
A Dios no le hace falta rezar.... Para qué? Eso nos lo deja a nosotros para que agonocemos en vida nos ayudemos mientras podamos...
ResponderEliminarEn mi blog hay un artículo -I lov Rocky Balboa, a finales 2021- que narra mis peripecias en urgencias -la lesionada era yo-.
Muy Bueno, cruel y desgarrador como la vida misma.
Ann@ Genoves