domingo, 4 de marzo de 2012

Las influencias literarias de The Joy Division, por Jon Savage

En marzo de 1980, Joy Division lanzó su tercer single, con canciones como Atmosphere y Dead Souls. Se hizo una edición limitada de 1.578 discos en un sello independiente francés, Sordide Sentimental; una grabación poco común. Llevaba una advertencia de una sola palabra – Gesamtkunstwerke – y de verdad se trató de una obra de arte total, con gráfica, música, fotografías y texto, un mundo en sí misma.



La tapa del desplegable es una pintura del artista neoclásico Jean-Francois Jamoul, en la que se ve un ermitaño de túnica contemplando desde la cima de las montañas los valles oscurecidos por las nubes. Adentro hay un collage de una figura solitaria que desciende a las profundidades de la tierra, una foto de Anton Corbijn que muestra al grupo bajo una luz fluorescente en la estación Lancaster Gate. Y además está el texto.
En el ensayo titulado Licht und Blindheit (Luz y ceguera), Jean-Pierre Turmel se coloca lo más lejos posible del cliché del crítico de rock. Citando entre otros a Pascal, Heinrich von Kleist y Georges Bataille, profundizó en su intento por explicar el efecto que Joy Division le produjo: “En el corazón de los sufrimientos cotidianos y del castigo, en la rueda misma de la mediocridad cercenadora, se encuentran las llaves y las puertas del mundo interior”.
El single fue recibido con éxtasis por los seguidores del grupo. No sólo porque eran las dos mejores canciones que jamás habían grabado, sino porque era un reconocimiento al fanatismo, casi religioso, que rodeaba al grupo. Ian Curtis estaba encantado con el package , pero sobre todo, sabía mejor que nadie que las palabras y los libros son el umbral para otras dimensiones.
No se trata de legitimar las letras de Curtis como obra literaria, sino de dejar en claro que en los años 60 y los 70, la cultura pop actuaba como centro de intercambio para la información que estaba literalmente oculta como la esotérica, o era degradada, impopular y estaba por debajo del radar de la literatura. Y existía toda una subcultura y un mercado que sostenían estos intentos de clandestinidad.
Joy Division continúa inspirando nuevas generaciones de oyentes, pero sin duda fueron el producto de un tiempo y un lugar. Ian Curtis era un ávido lector que se convirtió en escritor fecundo. En el noroeste de Inglaterra, a mediados de los años setenta, encontró los materiales que necesitaba para escapar, pero sólo para descubrir, como era evidente en muchas de sus lecturas, que escapar era imposible.

Como los Doors y The Fall, Joy Division tomó su nombre de un libro. No se inspiraron en Huxley o en Camus, sino en una pieza relacionada con el Holocausto. The House of Dolls de Ka-Tzetnik (su verdadero nombre es Yehiel Feiner) cuenta de zonas en los campos de concentración en las que se forzaba a las mujeres a la esclavitud sexual: no era la División de trabajo forzado (Labour Division) sino la División del placer (Joy Division). En 1978, cuando el grupo adopta el nombre, la novela había vendido millones de copias en edición rústica.
Desde principios hasta mediados de la década del setenta, fue la época dorada de las publicaciones en rústica, fueran buenas o malas. Aparte de Penguin, con su fuerte línea de ciencia-ficción, que incluía autores como Philip K. Dick, Olaf Stapledon y J. G. Ballard, estaba Picador, Pan, Mayflower y Paladin, este último con una amplia lista que incluía a Jeff Nuttall y Timothy Leary. Con sólo 50 peniques, cuando un disco LP costaba 3,25 libras, estos libros estaban al alcance de los jóvenes.
Estaban las tiendas manejadas por David Britton y Mike Butterworth: House on the Borderland, Orbit y Bookchain, en Manchester. Como recuerda Butterworth, las tres eran “modelos de dos librerías de la época en Londres, Dark They Were y Golden Eyed en Soho, que vendían historietas, ciencia-ficción, material relativo a drogas, afiches, y una cadena que se llamaba Popular Books”.
Con su amigo Steven Morris, Ian Curtis visitaba con frecuencia House on the Borderland. Butterworth los recuerda como “jóvenes disparatados, alienados, atraídos por almas con mentalidad semejante. Querían algo poco convencional y fuera de la vía tradicional, y la tienda ofrecía eso. Probablemente la veían como un faro de luz en la sombría Manchester de principios de los 70. Ian compraba tomos de segunda mano de New Worlds, la gran revista literaria de los años sesenta editada por Michael Moorcock, que promocionaba a Burroughs y a Ballard. Mi amistad con Ian comenzó hacia 1979: hablábamos sólo de Burroughs.”

Curtis era autodidacta, abandonó la escuela a los 17 años, y siguió el ejemplo de la cultura pop de la época. En 1974 la Rolling Stone le hizo una entrevista a David Bowie con William Burroughs. La charla en sí no significó nada, pero dejó sentada la conexión, especialmente cuando Bowie se mostró en el documental de TV de Alan Yentob Cracked Actor, y Burroughs proyectó una gran sombra en todo el punk y post punk británico.
A mediados de los años 70, había una sensación de que ya habían arrojado la bomba, reforzada por el estado vacante y marginado en que se encontraban las ciudades del interior de Inglaterra. Con su brutalidad casual y humor negro, la prosa acelerada de Burroughs, lo que su biógrafo Ted Morgan llamó “estilo nuclear”, combinaba con este humor apocalíptico.
Joy Division muy rara vez daba una entrevista. En enero de 1980, sin embargo, le dieron una audiencia al joven escritor y cantante Alan Hempsall. Esta sería la única vez que Curtis habló de sus lecturas. Mencionó Naked Lunch y The Wild Boys como dos de sus libros favoritos. Curtis comenzó escribir en serio durante 1977 cuando él y su esposa Deborah se mudaron a Barton Street en Macclesfield, al sur de Manchester. En sus memorias Touching from a Distance, Deborah Curtis recuerda que “la mayoría de las noches Ian se encerraba a escribir en el cuarto azul, interrumpiendo solamente para beber una taza de café entre las volutas de humo de un Marlboro. No me importaba la situación: lo encarábamos como un proyecto, algo que debía hacerse”.
Sus primeros intentos muestran al escritor luchando por establecer un estilo. Una de las primeras grabaciones más impactantes de Joy Division, No Love Lost, tiene una parte recitada con un párrafo completo de The House of Dolls . Canciones como Novelty, Leaders of Men y Warsaw eran regurgitaciones apenas digeridas de sus fuentes: grumosas páginas de frustración, fracaso e ira con un trasfondo militarista y totalitario. Como una estocada de Burroughs, las letras cambian de una dirección concreta a la descripción de una situación, con frecuencia horrorosa o perturbadora: “todos los asesinos agrupados en cuatro filas”, sellado con una confesión en primera persona de culpabilidad o indefensión: “Hice todo lo que quise / dejé que te usaran para sus propios fines”.
En los ensayos de Joy Division, Curtis actuaba como director, detectando fraseos y trabajando con Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris para convertirlos en canciones. Cuando terminaban con la música, escarbaba en la bolsa plástica donde guardaba sus notas y comenzaba a ponerle letra a la música. Como lo recuerda Sumner en el documental de Joy Division, “sólo sacaba algunas palabras y comenzaba a cantarlas, era bastante rápido”. Entre 1978 y 1980 no dejó de escribir letras, tenía para más de tres álbumes. Curtis no buscó narrativas convencionales, pero creó una situación en la cual la emoción surgía como respuesta al narrador. Mientras la letra pasaba de lo universal a lo personal, el “yo” se encontraba con frecuencia atrapado, como en una tragedia griega, por fuerzas que no podía controlar. “Vivimos bajo tus reglas, eso es lo que nos mostraron” (Candidate).
Como muchos jóvenes, los sentimientos de Curtis oscilaban entre la omnipotencia y la protesta, esto se reflejaba en sus letras. La sensación de luchar en vano, tal vez, contra un sistema laberíntico es un tema recurrente en Kafka, Gogol y Burroughs, entre otros. Es fácil seguir una línea temática entre los agentes de control en El Castillo de Kafka y las teorías del control en Burroughs, o en el fatalismo de los rusos del siglo XIX a la ciencia-ficción de posguerra.

La exquisita tecnobarbarie de Ballard ofrece una variante. La ciencia-ficción muestra una alternativa y Curtis empleó este lenguaje en el primer álbum de Joy Division, Unknown Pleasures. Canciones como Interzone ubican a una juventud desesperada y olvidada, como los Wild Boys, en paisajes desiertos de Manchester. Al mismo tiempo, había una preocupación por las imágenes religiosas y el martirio, combinados con una actitud nietzscheana.
Las letras eran sólo una parte del paquete. Joy Division era una obra de arte total, hasta la carátula del disco, el vestuario y los afiches. En vivo eran brutales y demasiado intensos: como cantante, Curtis se ubicaba completamente en el momento con un personaje que, intencionalmente o no, se acercaba a la visión de un profeta: “He viajado a lo largo y a lo ancho de muchos tiempos diferentes” (Wilderness).
No es difícil darse cuenta cómo Curtis se identificó con el funcionario público, el héroe de Memorias del subsuelo de Dostoievski con su desdén nihilista por el “hormiguero humano”: Nacimos muertos. El problema con la música rock es la idea de autenticidad, requiere que el cantante actúe, caracterice las letras y el estado de ánimo. En la medida que Joy Division despegaba, él quedó atrapado en sus propias letras. Curtis escribe para Atrocity Exhibition: “para divertirse miran como se retuerce su cuerpo/ Detrás de sus ojos dice ‘todavía existo’”. Aunque se refiere a la novela de Ballard, el clima de la canción es más parecido a El Lobo Estepario de Hermann Hesse. En 1980, cuando Alan Hempsall le preguntó al respecto, Curtis dijo que había escrito la canción mucho antes de leer el libro. “Sólo vi el título y me pareció que encajaba con las ideas de la letra”.
Está claro que Curtis utilizaba sus libros para generar un estado de ánimo. Al mismo tiempo su esposa pensaba que “todo eso culminaba en una obsesión enfermiza, con sufrimiento físico y mental”. Hace poco escribió: “Pienso que la lectura de esos libros realmente alimentó su tristeza”.
Entre 1979 y 1980, el humor de Curtis se hace más negro. Dead Souls era una porción del horror de H. P. Lovecraft, viejo y frío, que ponía los pelos de punta. Canciones de la época del álbum Closer muestran cómo lo que escribe se vuelve directamente una angustiada confesión. Nadie vio las señales obvias. Tony Wilson, a quien entrevistaron en el documental, dijo que creyó que se trataba “sólo de arte”. Las últimas letras de Curtis In a Lonely Place (en un lugar solitario), son el eco de la descripción que Jean-Pierre Turmels hace de la obra de Bernini, el Extasis de Santa Teresa: “el mármol, mortalmente pálido, sorprende al cuerpo en un momento específico, entre carne y cristal, justo antes que desaparezca lo tangible y el alma eche a volar”. El gran logro de las letras de Curtis fue captar la realidad subyacente de una sociedad convulsionada y mostrarla tanto en el ámbito universal como personal. Las emociones son la esencia de la música pop y así como Joy Division se ubica perfectamente entre la brillante luz y la oscura desesperación, también las letras de Curtis oscilan entre la desesperanza y la posibilidad, casi la necesidad, de contacto humano.
Casi 30 años después de su muerte, Joy Division ingresó su música en el mercado masivo de las telenovelas, o bandas sonoras para programas de deportes de la BBC. Me alegra que las canciones reciban su mérito, pero también vale la pena recordar que la banda y su letrista fueron productos de una época muy particular de la historia de la cultura, cuando existía una urgente demanda de literatura para intelectuales y cuando inteligencia no era una mala palabra.

Publicado en la revista Ñ, 20/12/2008. Originalmente publicado en The Guardian.

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