domingo, 4 de septiembre de 2011

SEQUEIROS, UN VAMPIRO BUENO por Hernán Migoya.


Autor de cómics culto, ilustrador de EL MUNDO, alcohólico crónico...

La leyenda del dibujante revive con la visita del escritor barcelonés


En el principio fueron Frank Miller y Mickey Rourke.

Ése supuso el nexo casual que forjó la amistad entre Sequeiros y un servidor, allá por 1993: nuestra admiración hacia estos dos mitos, en una época en que la crítica de sus respectivas disciplinas artísticas los maltrataba con encono. Santiago Sequeiros ya era el chico 'hot' del cómic independiente. Su debut historietístico, 'Ambigú', resultó un pequeño cataclismo en el mundo editorial, debido a su poderío gráfico esencialmente, pero también a la fuerza narrativa de sus páginas, poco habitual en el 'libertinaje' formal del panorama indie. Luego siguió 'Nostromo Quebranto' y 'To Apeirón'. Luego, el silencio.

A Sequeiros lo admira toda la profesión del noveno arte, aunque prácticamente no siga en activo desde hace década y media. Le han copiado artistas de su generación y de generaciones anteriores y posteriores. A inicios de los 90, todo el mundo quería alternar con Sequeiros en la muy clasista escena barcelonesa. De hecho, nadie entendía que fuéramos amigos: él encarnaba el artista 'cool' de personalidad torturada; yo, el guionista pueblerino del que todos se burlaban por lo bajo y lo alto. Y, sin embargo, fuimos inseparables.

Ahora, los mismos artistas que le reían la gracia y las borracheras, los que se mostraban encantados de acogerle en sus casas, pasan de él olímpicamente: ya todos tienen mujer e hijos. Así de poco bohemia es la bohemia de los cómics...

Historia de una borrachera de dos décadas


"Amor de la calle, que buscando vas cariño, con tu boquita pintada... con tu corazón herido...". Aunque esta canción de Los Panchos, 'Amor de la calle' (yo prefiero con mucho la versión de Vicente Fernández) se centra en la vida de una prostituta, pienso en Santi cada vez que la tarareo: la "boquita pintada" y el "corazón herido" son dos de sus fetiches visuales, una constante en casi toda la obra gráfica de Santiago Sequeiros.

Ahora, en el tren de cercanías que me lleva de Madrid a Aranjuez, rememoro la letra de la canción. Sequeiros lleva años retirado en esta ciudad de la que no conozco ni su 'Concierto', metido en un piso de mala muerte y combinando la intoxicación etílica en bares con su correspondiente desintoxicación en centros de rehabilitación. Ahora vuelve a estar sobrio por tercera vez... ¿o era ebrio? Ese vaivén espiritoso ya es una forma de vida.

Santi bebe desde que nos conocemos. Bebía como cosaco cuando nos reuníamos a ver cualquier infumable peli directa a DVD del bueno de Mickey Rourke, locos por comprobar en qué escena se ponía sus gafas de sol, como siempre exigía por contrato. De hecho, Santi era el vivo retrato de Mickey: la misma cara de niño herido y seductor, sólo que más recio y sin afición por el boxeo. ¡Es lo único que le hubiera faltado a Santi, meterse a boxeador!

Sus anécdotas durante los años que vivió en Barcelona servirían para llenar un libro de terror: ha despertado varias veces en plena calle tras ser víctima de robos en estado inconsciente (¡también en pleno pasillo del metro de Passeig de Gràcia!), incluso se ha descubierto sin pantalones sentado a la marquesina de un bus. Y hasta ha conferenciado junto a José Luis Sampedro y José Saramago estando borracho perdido (en la presentación del libro que ilustró para Sampedro, 'Los mongoles en Bagdad').

Cuando, a mediados de los 90, la adicción al alcohol de Santi empezó a ser alarmante, le prohibí instalarse nunca en mi casa: él comenzaba a perder amigos porque se metía en sus casas y no se iba jamás (las mujeres de sus amigos le tenían pavor). Sólo una vez hice una excepción a esa regla: cuando le escribí una historieta de cuatro páginas para la revista 'El Víbora', él me pidió dibujarla en mi piso. Su 'modus operandi': se pasaba el día en el bar y volvía por la noche, cuando yo ya me había acostado, a dibujar el cómic en la salita. Esos días no pude pegar ojo, porque le pilló cariño al tema 'El aventurero' de Antonio Aguilar y se pasaba cada velada reproduciéndola en el 'compact disc'. Imaginad noches enteras oyendo su voz ronca cantando con efusión: "Me gustan las altas y las chaparritas, las flacas, las gordas y las chiquititas, solteras y viudas y divorciaditas...". Y luego riendo solo... Fue el único punto crítico de nuestra amistad. Más tarde se fue a la capital y entró como ilustrador regular de EL MUNDO, aportando, entre otros, el complemento gráfico de la columna semanal de Arcadi Espada, 'El correo catalán'.

Nuestro contacto nunca se debilitó. Cierto que jamás le he pagado la estadía en un centro de rehabilitación, como hizo Sean Penn con Robert Downey Jr. Qué puedo alegar: yo ya me acostumbré a mi amigo borracho. Quizá, por algún retorcido sentido de la mezquindad, incluso disfruto viéndolo así: mi complejo de inferioridad hace que me aleje de los amigos cuando les van muy bien las cosas... Por eso Sequeiros es casi el último amigo de casta que me queda.

Pero hace tres años, cuando le visité en sus últimos días como residente en Madrid, ocurrió algo terrible. Nos hallábamos en su caótico estudio y empezó a enseñarme en la pantalla de su ordenador algunas de sus últimas maravillosas ilustraciones para EL MUNDO. Yo me acerqué para apreciarlas mejor y oí un chasquido: mi pie había pisado unos papeles y debajo había un espejo, que yo no vi a tiempo. "Creo que lo he roto...", le dije, asustado. "No, ya estaba roto", comentó él sin otorgarle mayor importancia, pendiente sólo de que disfrutara sus dibujos. Me ofrecí a recoger los añicos, pero se negó en redondo: "Ya puse esos diarios encima…". Los diarios estaban amarillos. Luego me contó que esos diarios llevaban semanas allí, tapando el cristal roto.

Ahí es cuando empecé a preocuparme de verdad.

Día de vino y cuadros

Santi viene a recogerme a la estación de Aranjuez. Tiene los dientes destrozados de tanto beber y hoy le toca estar flaco. A veces, está gordo y, a veces, flaco, según le hinche o no el alcohol. Nos abrazamos, le pregunto por Sofía. Un tío con pinta desharrapada lo saluda por la calle y se ilusiona porque Santi le devuelve el saludo ("Éste estuvo en el centro de desintoxicación conmigo"). Luego vamos a sacar dinero a un cajero de La Caixa: "El otro día esperaba para entrar, y un tipo al salir me dio un euro. ¡Se pensó que era un mendigo!". Nos reímos con ganas. Como las parejas estables, el secreto de nuestra amistad reside en que nunca hemos dejado de reírnos. Comprendemos y respetamos la belleza de nuestra tragicomedia personal.

Vamos a comer a un sitio donde me puede invitar. El Restaurante José Carrillo le encargó a Santi la confección de ocho cuadros y le ha pagado parte en dinero y parte en viandas. Antes de sentarnos, vamos a ver la sala decorada con las pinturas: son impresionantes, especialmente las más elaboradas. Santi es de los pocos pintores en los que el lenguaje del cómic no queda mal: su combinación de negros y rojos y sus estampas figurativas siempre apelan a un reguero vivo entre el corazón y las tripas.

La temática de los cuadros no es lo que se dice festiva: el desamor y los estados fúnebres del alma son alimento perenne de su inspiración, especialmente desde que es huérfano. No sé si me gustaría comer allí dentro, frente a alguna de sus telas. Puede resultar una experiencia traumatizante, seguro. Pero sí pagaría por sentarme un par de horas a mirarlas. Si quieren ir, la calle es Capitán Angosto Castrillón, 21. Merece la pena. Y se come muy bien.

Nosotros lo hacemos sentados a la terraza en pleno paseo, por el sol reconfortante. Santi vuelve a hablar de sí mismo. Sigue obsesionado con llevar a cabo su eterno proyecto de cómic, 'Romeo muerto' (un guiño a 'Romeo is bleeding', el gran filme de Peter Medak, otro de nuestros fetiches compartidos). ¡Lleva 15 años arrastrando el cadáver de este Romeo que ni acaba de morir de veras ni le deja vivir en paz!

A la caída de la tarde me acompaña a la estación para viajar de vuelta a Madrid, donde tomaré un autobús hasta Barcelona. Nos volveremos a ver, con seguridad, dentro de unos meses. Mientras, espero que su salud mejore y que renuncie por un tiempo a su desayuno diario de tres vodkas con limón.

Sé que su obra nos sobrevivirá a todos... ¡pero yo quiero que también sobreviva mi amigo!


Hernán Migoya, EL MUNDO.es


http://www.elmundo.es/elmundo/2011/08/29/cultura/1314606730.html

Ilustración by Santiago Sequeiros

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