“En mi país la poesía ladra
suda orina tiene sucias las axilas.
La poesía frecuenta los burdeles
escribe cantos silba danza mientras se mira
ociosamente en la toilette…”
Enrique Verástegui
Vagabundo, borracho, rebelde, anti sistema. Sus estigmas literarios, como los que llevaba en su rostro, esculpido por un acné purulento sufrido en su juventud, eran y son muchos. Pero él, fundamentado en su espontaneidad trasnochadora, solo siguió el camino que le era más natural: la senda del perdedor. Y ganó. Aquellos que escriben las contracarátulas de sus libros aman referirse a él como el “último escritor maldito de la literatura norteamericana”. Un cliché que Bukowski, si aún estuviera aquí, coronaría con un par de trompadas a sus autores. A Hank, como prefería ser llamado, se le han impuesto etiquetas que él odiaría y que odia, sin duda, esté donde esté brindando hoy. Al también llamado “Santo Patrón de los escritores que beben y de los bebedores que escriben”, se le asocia a los beats, se le compara con Hemingway, Henry Miller o Louis Ferdinand Celine, o se le desprecia por soez e iconoclasta; se le acusa de machista, anarquista, prepotente, borracho, adicto apostador en las carreras, vago y peleador callejero sin ley ni medida. ¿Verdad o mito? ¿Escritor honesto o producto de la mass media? ¿Alcohólico sincero o clown borrachoso de sí mismo? ¿Literatura pura o distracción superflua?
La única manera de saberlo con certeza era preguntándoselo a él mismo, regresar al 9 de marzo de 1994, aunque sea unas horas antes de que muera; o ir a los 10 años precedentes y acompañarlo a dar un paseo en su Volkswagen, mientras disfruta su reciente fama en Los Angeles; volver con él a leer poesía en universidades alemanas en los años 80, enfrentado a mujeres que marchaban acusándolo de machismo; sentarme con él, desde el mediodía y hasta cerrar, en las peores cantinas; frecuentar a sus putas y respetar a sus mujeres; defenderlo en una pelea a trompada y cuchillo, o vagar con él en la Norteamérica de posguerra, como quien censa y almacena las emociones vivas de su nación; sentarme a beber en silencio mientras le daba duro y duro y duro a la máquina (la de escribir, no la de follar) combatiendo aquello que lacónicamente llamó el horror del horror del horror.
Por eso era difícil conseguir esta cita con él. Llamarlo y convocarlo para una entrevista de esas que tanto siempre detestó fue casi imposible. Llegar a él a través de John Martin, su editor por más de 40 años a través de Black Sparrow Press, también se hizo complicado. Por eso, la oferta cantinera de la ciudad de Lima era mi última oportunidad de lograr el encuentro. Y, al menos en la borrachera interminable de esta noche que me peina el cerebro desde dentro y desde ayer y desde cuatro botellas antes, parece que Hank ha aceptado. Por teléfono me aconsejó “beber, escribir y follar”, lo cual creo que significó un sí.
Sin embargo, esta misma ciudad de hoteles miserables, de calles infames, meretrices generosas y hombres destruidos, una ciudad que no es la Los Angeles que vio Hank, sino mi Lima, nunca tan mía, que es al mismo tiempo todas las ciudades del mundo, y todos sus sórdidos rincones, me hizo llegar al encuentro media hora después de lo pactado. Ya saben, el tráfico, Castañeda, y todo eso. Tal vez Lima pensó que para Bukowski el tiempo era, es y será (y sobretodo será) infinito. Él también había bebido algunas botellas antes.
Apenas entré al Cordano, ese bar limeño de pasado dulce y presente amargo, me dijo tibiamente sin mirarme.
- Me dan ganas de estamparte esta botella en la cabeza.
Me allanó en una.
- Pero Hank, ¿Por qué? Apenas me tardé unos minutos. Discúlpame.
- Unos minutos, dices. ¿Sabes? Todo, en algún momento de mi vida, ha llegado tarde. Los tipos como tú, desfilando ante mi con sus cámaras y sus grabadoras y toda esa mierda. Las jovencitas rubias de coños firmes han llegado muy tarde. Las cámaras han llegado muy tarde.
- Pero los disfrutas, lo importante es que lo disfrutes.
- Un día dirán “Bukowski ha muerto” y entonces seré descubierto de verdad, y me colgarán de brillantes farolas apestosas ¿Y qué? La inmortalidad es el estúpido invento de los vivos.
- ¿Y la fama?
- La fama no significa nada. No hace el trabajo por ti....
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Extraido del blog CON EL CAÑÓN EN LA BOCA
Ya lo había leido antes, alucinante entrevistas!!!... hasta me imaginaba a hank no solo en os bares de Lima, entrevistado por Ricardo, sino tambien perseguido por Los Poetas del Asfalto, jajaja... Tuve la suerte de conocer a Ricardo el jueves último en el bar de una amiga, aunque ya sabía de él, porque tenemos amigos en común que me habían hablado de su blog...me alegra que salga en el de hijos de satanas.
ResponderEliminarSaludos Patxi!!!!