Ahora que el volcán se apagó ya para siempre
y su humo fue tragado por la tierra del descanso eterno.
Ahora, ¿me pides palabras?, padre.
Furia es la primera que podría darte, aquella que sentí
al oír los golpes que soltabas en el rostro de mi madre.
Sigo oyendo los golpes aunque no estoy en la madriguera
en la que yo y mis hermanos nos refugiábamos.
Ya sé que el mundo espera una elegía cuando el poeta
habla de su padre, pero suplico al lector que me comprenda.
Mi padre no estuvo en la cárcel por ser un héroe clandestino
en tiempos de injusta dictadura. No sufrió explotación
ni fue víctima de la política. Fue un preso común, un desalmado.
El ser más despiadado que jamás he conocido. Sobre una silla de ruedas
quizás viva aún la prostituta de la que un día creyó enamorarse.
¿La cultura para qué te sirve?, niño, me decía. ¿Para qué te pago el colegio?
Si aún no sabes que hay que respetar a un padre. Que te di la vida
y por tus venas fluye mi sangre. Que los dos somos el mismo fuego.
La misma raíz del árbol milenario tras el que se ocultan los depredadores.
No, padre, no. Tú escogiste el camino del machete y de la piedra. Apresar el río,
obligarle a desviarse. Yo me zambullí en el agua surcando nuevos horizontes.
Amaneceres donde las manos sólo recuerden cómo acariciar la piel desamparada.
No te echo de menos, padre, en absoluto, y nada te perdono.
Aprendí a odiarte cada día. Y ahora, después de tanto tiempo
ni sé qué siento. Te recuerdo como un dolor de muelas, como la extracción
de un diente sin anestesia, pero olvidé ya, posiblemente, odiarte.
A veces, en la penumbra de la rabia, deseé asesinarte. Confieso
que mil veces troceé tu cuerpo y alimenté con tu carne a los cerdos.
Y los vi tan felices que, antes de huir, les prometí no volver jamás.
Hoy en día, padre, ni sé dónde yaces enterrado.
Espero que en las tierras más profundas del olvido.
y su humo fue tragado por la tierra del descanso eterno.
Ahora, ¿me pides palabras?, padre.
Furia es la primera que podría darte, aquella que sentí
al oír los golpes que soltabas en el rostro de mi madre.
Sigo oyendo los golpes aunque no estoy en la madriguera
en la que yo y mis hermanos nos refugiábamos.
Ya sé que el mundo espera una elegía cuando el poeta
habla de su padre, pero suplico al lector que me comprenda.
Mi padre no estuvo en la cárcel por ser un héroe clandestino
en tiempos de injusta dictadura. No sufrió explotación
ni fue víctima de la política. Fue un preso común, un desalmado.
El ser más despiadado que jamás he conocido. Sobre una silla de ruedas
quizás viva aún la prostituta de la que un día creyó enamorarse.
¿La cultura para qué te sirve?, niño, me decía. ¿Para qué te pago el colegio?
Si aún no sabes que hay que respetar a un padre. Que te di la vida
y por tus venas fluye mi sangre. Que los dos somos el mismo fuego.
La misma raíz del árbol milenario tras el que se ocultan los depredadores.
No, padre, no. Tú escogiste el camino del machete y de la piedra. Apresar el río,
obligarle a desviarse. Yo me zambullí en el agua surcando nuevos horizontes.
Amaneceres donde las manos sólo recuerden cómo acariciar la piel desamparada.
No te echo de menos, padre, en absoluto, y nada te perdono.
Aprendí a odiarte cada día. Y ahora, después de tanto tiempo
ni sé qué siento. Te recuerdo como un dolor de muelas, como la extracción
de un diente sin anestesia, pero olvidé ya, posiblemente, odiarte.
A veces, en la penumbra de la rabia, deseé asesinarte. Confieso
que mil veces troceé tu cuerpo y alimenté con tu carne a los cerdos.
Y los vi tan felices que, antes de huir, les prometí no volver jamás.
Hoy en día, padre, ni sé dónde yaces enterrado.
Espero que en las tierras más profundas del olvido.
Francis Vaz,
inédito.
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Ilustración by Velpister
Bestial.
ResponderEliminarCrudo.
Rotundo.
Gracias.
No debería estar inédito.
ResponderEliminarCreo que podría convertirse en el himno del día del padre de muchos españoles nacidos tras la resaca de la guerra, que duró hasta los setenta.