domingo, 20 de junio de 2010

LO.LI.TA by Adriana Bañares.


Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes.
Lo.Li.Ta.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre
Lolita.

¿De verdad no lo notas?, cada vez que viene a mí sólo tú estás presente. De hecho, si no fuera por ti, nunca llegaría.
Sueño con ser aún aquella niñata de quince para que te folles colérico los más de veinte años que nos diferencian. Aún, con veintiuno, deseo que me castigues por haber sido tan descarada, por gritarte, por insultarte, por no dejar de insinuarme y provocarte.

No notas cómo pido a gritos que hundas tu experiencia en mi joven coño, y tus dedos en mi boca. Que me hagas sentir tan sucia e impura que no pueda hacer más que abandonarme, derretirme, ser sólo carne, tuya, despreciable.

No sabes que quisiera tanto como lo deseas tú, arrodillarme despeinada y desnuda, atragantarme con tu sexo y arder en deseos de alimentarme del culmen de tu deseo. Notar tus yemas maduras, desgastadas, bordear mis labios y limpiarme, y entrar, y compadecernos mutuamente de nuestra perversión incomprendida, en un orgasmo de rubor que aniquile nuestros cuerpos.

Recordar la época en que más me deseaste. Mi virginal descaro, y el narcisismo que aún conservo, cuando me probé aquel tanga tan hortera que regalaba la Ragazza cuando tenía catorce años. En silencio, en penumbra, observando mi cuerpo, mis tiernas curvas, un coñito que abultaba tímidamente y se humedecía apenas se encontraba con su reflejo.

Mis ganas irresistibles, tu entereza para frenar las tuyas, y las que ahora vuelven a aflorar en mí, se apoderan de mí en cada encuentro desechable, insustancial, frío y decadente, patético, que tengo con niñatos de corrida fácil.

Necesito saciar mi sed.


Adriana Bañares, de Las muertes de Katriuska.

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