jueves, 6 de mayo de 2010

PALABRAS DESDE UN PSIQUIÁTRICO. Odón Serón Zabala


Desde hace algún tiempo voy coleccionando cubiertos. No lo sabe casi nadie. Berto alguna vez me trae material nuevo de forma clandestina, porque de lo contrario, si Silvia y las demás auxiliares se enterasen me requisarían todo ipso facto. Silvia está muy buena y la he visto las bragas varias veces, seguro que muchos estarán deseando vérselas pero cualquiera que lo intente puede sufrir un bofetón con un alto grado de escozor; yo, sin embargo, cuando se las veo no se mosquea. Silvia es muy buena pero no sabe nada de mi cubertería. La escondo en una caja de puros que va pegada debajo de la cama. Hasta hoy nadie se ha dado cuenta. Tengo tenedores de plástico, de metal y con pequeños dibujos grabados, tengo cuchillos redondos y con punta, cucharas de café e incluso unos palillos chinos que me dio una señora que al principio parecía amable pero luego me llamó «cablón». La vida en este hotelillo de paso es muy monótona, y una distracción como coleccionar cubiertos resulta, cuando menos, gratificante. Saúl, mi compañero de habitación, me pidió hace una semana uno de mis mejores cuchillos, con la punta afilada y el mango de madera. Tres días después, intentó fugarse amenazando a todo el mundo con que se iba a suicidar con mi cuchillo. A mi me daba la risa cuando le veía empuñándolo por el mango de madera y gritando: "Como os acerquéis alguno me lo clavo, abridme todas las puertas que me voy a Casalarreina, mis vacaciones en esta mierda de sitio han terminado. Quiero terminar de envejecer en mi pueblo, además, también quiero un taxi u os juro que me lo clavo". La gente le miraba entusiasmada, resultaba una escena intrigante, nadie sabía el final pero todos presumían que dentro de poco aparecería una ambulancia. Saúl siempre era muy callado, sólo hablaba conmigo y lo hacía en raras ocasiones. Ya me había contado alguna vez que quería irse de aquí, y había pensado muchas veces en como construir un globo, en como levantar baldosas hasta encontrar un pasadizo secreto o en como se podría vestir de seguridad para escapar en un cambio de guardia. Lo que más me gustaba de Saúl era su tenacidaz para hacer las cosas, un día construyó un puzzle de mil piezas en apenas una tarde. Aprendí mucho con él, y por eso en el entierro tiré a su fosa el mejor cuchillo de punta redonda que tenía, por si le daba en la No-Vida por volverse a suicidar.

Extraído del ciberfanzine de literatura subterránea Borraska (número 10).


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