Como un dandy agarrado a su bastón, cruzo la calle sujetando un libro. En realidad es el libro quien sujeta mi mano. Quizá por eso mis libros envejecen más rápido. Mark dice que no sé tratar muy bien los libros. Siempre los doblo, los mancho, los subrayo (no en todos, replico). Y él dice que está bien mientras no sean los suyos. Admiro el cuidado con que Mark los lee. Y es cierto, yo uso y re-uso mis libros. Pero prefiero leerlos, tocarlos, vivirlos, a tenerlos intactos, nítidos, pero olvidados. Necesito agarrar un libro para no agarrar un revólver. Para no disparar al cielo. Para no desplumar a nadie. Necesito caminar sujetando un libro. O mi diario. O la mano de Mark que también es un libro para mí que soy gitana. Para mí que leo destinos en lenguas arcaicas. Soy una gitana que se viste de dandy. Soy un dandy pasado de moda. Como Teresa de La Insoportable Levedad del Ser que paseaba siempre con un libro bajo el brazo, un Ana Karenina que para ella era un bastón elegante del siglo pasado. Con ese libro bajo el brazo Teresa conoció a Tomás, sustituyendo un peso por otro para cruzar la calle de la soledad. Yo cruzo calles cuyos nombres ignoro. Otras en las que busco nombres que no existen. Pero todas al final son las mismas. En todas me pierdo. En todas me encuentro. En todas necesito mi bastón.
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