viernes, 31 de julio de 2009

UN DÍA EN LA VIDA DE IKER JIMÉNEZ by Javier Esteban.


Una turba radical de catedráticos de Semiótica —una minoría, por lo demás, no representativa de ese colectivo que tanto se caracteriza por su afición a autoinmolarse en prodigiosas ceremonias que apestan a pólvora china— quiso boicotear mi primera conferencia en el Paraninfo de la Complutense. Y eso que la organización trató de maquillar el acto sucesivamente con carteles de ‘recital poiético’, ‘presentación de la colección otoño/verano’ u ‘horario de recogida de basuras’. Mas ni por esas: según llegamos, ahí los teníamos. Apenas veinte o treinta, contando a los alumnos, estos los mas peligrosos de todos: los jóvenes no son otra cosa que una entusiasta calaña de alimañas que siembra de trincheras y de esvásticas los siglos que se llaman XX. Para la ocasión no se les ocurrió nada mejor que recurrir a los mordiscos. Así, sus mandíbulas se estamparon despiadadamente contra las cocorotas de los securatas y las gorras de una heroica pareja de policías nacionales que habían aparecido al minuto y medio de llamar mi representante y quienes fueron finalmente los que nos abrieron paso. A tiro limpio, como debe ser. En la sala sólo había seis personas. Sin problema: con toda seguridad yo no hubiera tolerado ni uno más. Es una verdad probada para mis innumerables seguidores que sólo confío en los vídeos del youtube y en el marketing viral para la difusión del Mensaje —y ‘predicar’, aunque pueda parecer lo contrario, es un verbo que se pega como el culo con mayúsculas. Tras un leve y cauto gruñido a modo de saludo, coloqué mi fiel bolsa de lona sobre la tarima y de ella extraje las cabezas de María Magdalena y de Ron L. Hubbard. Pulsé sus respectivos botones de play entonces y asistí con los brazos cruzados a un debate teológico trufado de intrincadas sutilezas, sinopsis de la última película de John Travolta y, sobre todo, el anecdotario completo del que acostumbra a rodearse cada uno los días en la vida de Iker Jiménez. De esta guisa pasaron las horas, los minutos, las eras geológicas —este reloj delató que estaba definitivamente en mi contra— y aún no habíamos llegado al momento del afeitado matutino, cuando las fotos de los niños muertos salen de sus marcos para darle el coñazo al buen Iker, cambiando la marca de su exfoliante y el adaptador de corriente por uno de Reino Unido... Salí fuera, ya aburrido. A mi audiencia no le molestó: me supongo que estaban, más que muertos, muy dormidos, como en el final de El Lago Azul. En el pasillo todavía me esperaban los semióticos. Les invité a todos a un café, me dije “les vendrá bien, después de haberse entretenido durante este lapso en devorar las cachas de los revólveres a los pobres agentes indigestos”. Pero invité también a los policías y a los securatas, y puedo dar mi palabra de que jamás hubo un séquito de esqueletos tan agradecidos en toda la historia reciente de la Universidad española.

Javier Esteban, inédito.

http://noblearte.blogspot.com/

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