martes, 28 de julio de 2009

CUANDO VOLVAMOS A TRANSILVANIA. Nacho Abad.


Olía a lluvia seca y a incienso, que es como huele la tierra cuando llegan las primeras nubes de la tormenta. Y a lóbulo, a promontorio, a final de concierto. Ella olía un poco como el cierzo, a genocidio de dientes de león y gramíneas. A champú, a chicle de clorofila, a taquicardia postcoital. Y sin embargo no podíamos contar los miles de pájaros que volaban en su cabeza. No, no nos podíamos apiadar de todas las aristócratas de la carretera. No, pequeña. no, no podíamos ocuparnos de ti. No teníamos ni dinero, ni tiempo, ni ganas. Ella nunca besaba en la boca a sus clientes, pero conmigo, me dijo, haría una excepción. Luego le miré a los ojos, y eran unos ojos realmente bonitos. Sobre su ceja izquierda dibujé con el dedo una sonrisa. Y ella me preguntó si era gilipollas o es que quería enamorarme. Soy de Rumania. Soy de Transilvania. Como el conde Drácula. Él chupa sangre. Yo chupo pollas.

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