CUANDO LA VERDAD DE ALGUIEN
ES LA MISMA QUE LA TUYA
ES LA MISMA QUE LA TUYA
por David González
(Prólogo para el libro No hay camino al paraíso, formado por los poemarios Sin frío en las manos, de Javier Das, y Le aplastaré con mis versos, de José Ángel Barrueco).
He de empezar confesando, no vaya a ser que luego se me olvide, que, por la calidad de los poemas, por el mensaje ético, moral y vital que de ellos se desprende, y por la fuerza y valentía de sus versos, hubiese dado algo, casi cualquier cosa, por haber escrito yo los dos poemarios con que ha sido concebido y creado este singular libro por parte de la joven y prometedora editorial madrileña Ya lo dijo Casimiro Parker.
He de empezar confesando, no vaya a ser que luego se me olvide, que, por la calidad de los poemas, por el mensaje ético, moral y vital que de ellos se desprende, y por la fuerza y valentía de sus versos, hubiese dado algo, casi cualquier cosa, por haber escrito yo los dos poemarios con que ha sido concebido y creado este singular libro por parte de la joven y prometedora editorial madrileña Ya lo dijo Casimiro Parker.
Estos dos poemarios se mueven a caballo (como antes los guerreros) entre lo que se ha dado en llamar poesía de ficción autobiográfica y poesía de no ficción; una poética del testimonio, confesional: una poesía, en definitiva, que emparenta a estos dos poetas, Javier Das y José Ángel Barrueco, con gente de la talla de Charles Bukowski, Raymond Carver, Sharon Olds, Arthur Rimbaud, Denise Duhamel, Déborah Vukušić, Tobías Wolff, Barry Gifford o Mohamed Chukri.[1]
Durante la lectura y relectura de estos admirables poemarios recordé a mi propio padre. Me vinieron a la mente, como analepsis en literatura o flahsback en cine, recuerdos sobre hechos que yo ni siquiera sospechaba que aún pudieran permanecer, e imborrables además, en mi cada vez más frágil y maltrecha memoria. Mientras leía Sin frío en las manos, de Das, recordé consejos y enseñanzas de mi padre sobre, por ejemplo, como plantar árboles, manzanos en concreto. En cambio, mientras hacía lo propio con Le aplastaré con mis versos, de Barrueco, sentí el mal genio y el veneno que mi padre descargaba sobre nosotros cada vez que venía de visitar a su madre, mi abuela, como si ella se lo hubiera inoculado.
Si cuento todo esto es porque, a mi modo de ver las cosas, el tema central, el protagonista principal de estos dos libros, aunque por motivos bien distintos, no es otro que El Padre; el padre de los dos poetas; pero también el nuestro, el de cualquiera que haya leído o lea estos poemas, ya que, para bien o para mal, nuestros padres llevan nuestra propia sangre; y porque, asimismo, tanto para lo malo como para lo bueno, guardan parecidos razonables tanto con el padre de Das como con el de Barrueco.
Antes de continuar con la figura del padre, permíteme una pequeña digresión que no quiero que se me pase por alto. Me refiero a la contundencia, por parte de ambos poetas, en el impecable cierre final de la mayoría de sus poemas. Valga como ejemplo, si hablamos de Das, el cierre de un texto que denuncia a un tiempo la prostitución infantil y el turismo sexual asociado a ella: un hombre que compre/las naranjas/acabará por sacarle/todo el jugo a la niña. Y si lo hacemos, si hablamos de Barrueco, la estrofa final de su poema El rey de la esquiva habla por sí sola: el rey de la esquiva/ya no es el mismo/hoy planta cara/devuelve los golpes/aprendió a combatir/en el cuadrilátero de nuestro hogar.
Como iba diciendo, la figura paterna es, en ambos casos, el eje central alrededor del cual giran los demás sub-temas y temas que adquieren vida propia en las páginas que siguen a éstas, incluidos los temas que ambos poetas comparten, a saber: la importancia del resto de la familia, su fijación por los animales (perros y gatos), la escritura, como tabla a la que agarrarse, pero también como una manera de limpiarse por dentro, tanto de la propia suciedad como de la que nos salpica, lo queramos o no, cada vez que nos da por poner los pies en la calle; pero, sobre todo, por encima de todo, ya digo, la figura paterna, o por decirlo con otras palabras: lo que ambos poetas aprendieron de sus respectivos padres. Das, por ejemplo, aprendió de su padre el arte de la pesca y en consecuencia, la paciencia. Barrueco, sin embargo, aprendió del suyo a odiar, pero también a oponer a la maldad en estado puro de su padre su bondad en estado puro, demostrando así el triunfo final, como ser humano, sobre el padre; y asimismo, creo, su padre, aunque no fuera esa su intención, despertó en él una temprana vocación por el séptimo arte. Pero lo que es todavía más importante: los dos poetas aprendieron de sus padres, aunque por motivos bien distintos repito, a resistir ante las adversidades de la vida, a luchar contra ellas y a sobrevivir a ellas.
He advertido, sin embargo, dos diferencias significativas entre estos dos rotundos y redondos poemarios.
Una. El alter ego de Das en su poemario continúa todavía, en mi opinión, con su labor de aprendizaje vital y aún no parece tener del todo claro (dejando al margen su dedicación a la escritura) qué va a hacer con su vida (lo que, dicho sea de paso, para nosotros, como lectores suyos, es una suerte, ya que es de suponer que esta incógnita quizá nos la despeje en el poemario en que actualmente está trabajando). El de Barrueco, su alter ego, por el contrario, y a causa en gran medida del amor que le esperaba al final del duro aprendizaje (algo que bien puede sucederle a Das), sí sabe ya qué hacer con la suya, con su vida, lo que en realidad ya está haciendo: un hogar.
Dos. Me remito de nuevo a la figura paterna. El padre de Das, aunque muerto físicamente hablando, sigue viviendo. Vive en la memoria del poeta. Y así seguirá, viviendo, para siempre, al menos hasta que el poeta, Das, escriba su último verso. En cambio, el padre de Barrueco, aunque vivo físicamente hablando, está muerto, ha muerto, y también para siempre, en el corazón y en la memoria del poeta, y uno, cuando pasa la última página del poemario de Barrueco tiene la sensación, al menos yo la tengo, de estar cerrando la tapa de un ataúd.
Dos padres, el de Das, el de Barrueco, que como consecuencia del talento poético de sus hijos, y aunque por motivos bien distintos vuelvo a repetir, entran a formar parte, desde ya, de la historia de la poesía.
Dos poemarios ante los que uno solo puede hacer una cosa: aprender, pues no todos los días se asiste no ya a una, sino a dos, a dos clases magistrales de poesía española contemporánea.
[1] Y no he citado a estos autores en concreto al azar o porque sean más o menos conocidos para el lector español, sino porque las figuras paternas de todos estos escritores guardan ciertas semejanzas con las figuras paternas de Javier Das y de José Ángel Barrueco, a saber: Das (Raymond Carver, Arthur Rimbaud, Denise Duhamel y Barry Gifford) y Barrueco (Charles Bukowski, Sharon Olds, Déborah Vukušić, Tobías Wolff y Mohamed Chukri).
[1] Y no he citado a estos autores en concreto al azar o porque sean más o menos conocidos para el lector español, sino porque las figuras paternas de todos estos escritores guardan ciertas semejanzas con las figuras paternas de Javier Das y de José Ángel Barrueco, a saber: Das (Raymond Carver, Arthur Rimbaud, Denise Duhamel y Barry Gifford) y Barrueco (Charles Bukowski, Sharon Olds, Déborah Vukušić, Tobías Wolff y Mohamed Chukri).
Estoy deseando leer estos poemarios. Espero que salgan pronto.
ResponderEliminarSaludos.