El Comisario Pedernal era un hombre de unos cincuenta años, de estatura media, con barriga y algo calvo. Era como cualquier hombre de cincuenta años; no había en su rostro una cicatriz, una mueca característica, nada, que lo singularizara. Tal vez sus ojos y eso porque tenían un color indefinido, como el agua sucia de un río. En ellos no se distinguía el fondo, los posos de una infancia feliz, o atormentada, los escombros de un viejo amor perdido... Tampoco reaccionó de ninguna manera cuando examinó el cuerpo sin vida de Gloria. Llevaba veinte años desempeñando aquel trabajo y las atrocidades que veía casi a diario habían capado sus sentimientos. Un cadáver descosido por medio centenar de puñaladas, un cráneo hundido por una barra de hierro o un riachuelo de sangre seca serpenteando entre los muslos de una adolescente significaban para él lo mismo que un bollo de nata para un maestro pastelero. Al Comisario Pedernal su trabajo le había convertido en un saco de huesos y tendones, en un ordenador con caspa, y él ni siquiera se daba cuenta. Pero no importaba. Si lo hiciera, si le importara, no podría suicidarse, de la misma manera que un maestro pastelero no se comería un bollo de nata al salir del trabajo.
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BSO: En comisaría (Cicatriz)
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