Como uno está ya muy mayor y la resaca dura dura (una resaca que parece más forjada con Viagra que con cerveza y gin-tonic), todavía hoy me encuentro algo espeso, así que me voy a autocanibalizar y repetir a propósito de Hank over , la segunda edición y la fiesta, lo que ya dije en esta, en Gruta 77.
Hace ya muuuuuuuchos años, cuando escribí uno de los primeros cuentos que me publicaron, Parpadeos, me pagaron por él en la revista El Europeo, que dirigía Alberto García-Alix, 50.000 pelas, es decir, casi lo que yo ganaba por entonces en todo un mes en la fábrica. Así que pensaba que, en esto de la literatura, todo iba a ser coser y cantar. Después ha resultado que no, que nunca –o muy pocas veces-me han vuelto a pagar semejante cantidad por un cuento, pero, desde luego, lo que sí me ha dado la literatura han sido tesoros que no se pueden comprar con dinero, empezando por mi propia compañera, Anabel, y en consecuencia, nuestros dos pequeñajos, Hugo y Malen, o todos los amigos que a lo largo de estos años he ido haciendo. Hank over ha sido una de esas tesoros: gracias a esta antología he conocido a un montón de personas maravillosas, muchos de ellos estuvieron el domingo en la fiesta -y otros no, y los eché de menos-, con muchos que aún no había hablado en persona, tuve tiempo de compartir cervezas y conversaciones, siempre un poco a salto de mata (Esteban Gutiérrez, Iñaki Estévez, Javier Das, Deborah Vukusik, Franco di Merda –te tuviste que haber quedado a ver a La Banda del abuelo, compañero, el ruido llegó con ellos -, los otros pieles rojas de La banda del abuelo, David Refoyo y Mario Crespo, el chico de Ekintza Zuzena y el de Lima (no recuerdo vuestros nombres. es culpa mía, soy un melón), Angel González Glez, el Kebran... Seguro que me dejo gente, perdón... Y los reencuentros, Lukas, el gran Lukas, ese pedazo poeta y animal de escenario, JAB y Marta, recién llegados de Londres –seguro que JAB escribe un montón de historias suculentas en su blog-, Sofía, expuesta a las balas con un vestido rojo sangre, Nacho Abad y sus increíbles historias en habitaciones de hotel, Petisme, huracán humano, Iñaki Echarte y sus casi dos metros de piel, Kike Suárez (si hubiera que encarcelar a alguien como culpable de toda esta movida él merecería cadena perpetua), Josu Arteaga, con la cara pintada y sin ella, y su chica y su pequeño Jerónimo ya preparado para la batalla, dentro de la tripa de su madre… Y, por supuesto, Vicente, mi hermano Vicente…
¿Que qué tal estuvo la fiesta? Hasta donde yo recuerdo, bien, muy bien, pero los recuerdos me vienen en flasazos, como fotos, así que lo mejor será que sean ellas las que hablen por sí solas.Y yo, ahora, sigo curándome la resaca, creo que esta vez tendré para largo, necesito un tiempo, descansar y volver a ponerme con mis cosas, mis libros, los niños… Escribir. Un abrazo a todos y gracias, hijos e hijas de Satanás.
Hace ya muuuuuuuchos años, cuando escribí uno de los primeros cuentos que me publicaron, Parpadeos, me pagaron por él en la revista El Europeo, que dirigía Alberto García-Alix, 50.000 pelas, es decir, casi lo que yo ganaba por entonces en todo un mes en la fábrica. Así que pensaba que, en esto de la literatura, todo iba a ser coser y cantar. Después ha resultado que no, que nunca –o muy pocas veces-me han vuelto a pagar semejante cantidad por un cuento, pero, desde luego, lo que sí me ha dado la literatura han sido tesoros que no se pueden comprar con dinero, empezando por mi propia compañera, Anabel, y en consecuencia, nuestros dos pequeñajos, Hugo y Malen, o todos los amigos que a lo largo de estos años he ido haciendo. Hank over ha sido una de esas tesoros: gracias a esta antología he conocido a un montón de personas maravillosas, muchos de ellos estuvieron el domingo en la fiesta -y otros no, y los eché de menos-, con muchos que aún no había hablado en persona, tuve tiempo de compartir cervezas y conversaciones, siempre un poco a salto de mata (Esteban Gutiérrez, Iñaki Estévez, Javier Das, Deborah Vukusik, Franco di Merda –te tuviste que haber quedado a ver a La Banda del abuelo, compañero, el ruido llegó con ellos -, los otros pieles rojas de La banda del abuelo, David Refoyo y Mario Crespo, el chico de Ekintza Zuzena y el de Lima (no recuerdo vuestros nombres. es culpa mía, soy un melón), Angel González Glez, el Kebran... Seguro que me dejo gente, perdón... Y los reencuentros, Lukas, el gran Lukas, ese pedazo poeta y animal de escenario, JAB y Marta, recién llegados de Londres –seguro que JAB escribe un montón de historias suculentas en su blog-, Sofía, expuesta a las balas con un vestido rojo sangre, Nacho Abad y sus increíbles historias en habitaciones de hotel, Petisme, huracán humano, Iñaki Echarte y sus casi dos metros de piel, Kike Suárez (si hubiera que encarcelar a alguien como culpable de toda esta movida él merecería cadena perpetua), Josu Arteaga, con la cara pintada y sin ella, y su chica y su pequeño Jerónimo ya preparado para la batalla, dentro de la tripa de su madre… Y, por supuesto, Vicente, mi hermano Vicente…
¿Que qué tal estuvo la fiesta? Hasta donde yo recuerdo, bien, muy bien, pero los recuerdos me vienen en flasazos, como fotos, así que lo mejor será que sean ellas las que hablen por sí solas.Y yo, ahora, sigo curándome la resaca, creo que esta vez tendré para largo, necesito un tiempo, descansar y volver a ponerme con mis cosas, mis libros, los niños… Escribir. Un abrazo a todos y gracias, hijos e hijas de Satanás.
Patxi
Vicente & Patxi, sus caras lo dicen todo
Angel González Glez condujo desde Extremadura solo para conocer a los hijos de Satanás e invitarnos a participar en un proyecto de lucha contra el cáncer de mama. Ël acabó bastante mamado. Parece ser, sin embargo, que encontró su coche, porque a la vuelta había un correo suyo. Un gran tipo.
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La muchachada se lo pasó en grande, bailó pogo, saltó, se embriagó... Aquí jaleando un tema de La banda del abuelo con letra de Sor Kampana.
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La banda del abuelo vino desde Arrasate a cortar caballeras, y fueron unos salvajes, muchos se fueron antes de que comenzara la danza de la muerte, acojonados. Ellos creyeron todo el rato que estaban en Bilbao.
Los bárbaros del norte tienen su corazoncito: Patxi Irurzun y Josu Arteaga demostrándose su amor.
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