miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA MOVIDA LUMPEN DE LOS ANGELES por Bukowski.


FEOS, SUCIOS Y RAROS

En mayo de 1972, Charles Bukowski escribió para el glorioso LA Free Press un ensayo en el que retrata la escena de marginales, putas, borrachos y poetas de Los Angeles que tanto conoció y tan bien pintó. Inédito en castellano y reeditado este mes por primera vez en Portions From a Wine-Stained Notebook: Uncollected Stories and Essays, 1944-1990 por la mítica City Lights Books, es una radiografía emotiva y lúcida de ese mundo de gente extraña, quebrada y sin embargo luminosa.

Por Charles Bukowski

Nací en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920, hijo bastardo de un soldado norteamericano del Ejército de Ocupación. A los dos años fui traído a los Estados Unidos, y después de dos meses en Baltimore me llevaron a Los Angeles, y después de la madurez (?) vagabundeé por el país al azar, ida y vuelta, arriba y abajo, adentro y afuera, pero siempre volví a Los Angeles y aquí estoy hoy, viviendo en un departamento que se derrumba a la vuelta del Sunset Strip pobretón. Si alguien es una autoridad sobre la escena, yo debo serlo, aunque, claro, la escena se ha filtrado en días y noches de vino y cerveza y whisky, y quizás una desesperación que ha torcido mi perspectiva un poco, pero estuve aquí, estoy aquí, y hablo de ella...

La escena de la calle de Alvarado merece ser contada por sí sola, aun cuando mi material date de quince años atrás. Imagino que debe haber habido cambios, pero esos cambios no han sido rápidos. ¿O sí? Hace sólo una semana estuve sentado por la noche en un bar de strippers de Sunset, con las chicas frotando sus cajetas para mí. Pero esa área entre la 3ª y la 8ª de Alvarado y los bares que las recorren difícilmente hayan cambiado tanto. Es un área de hombres pobres, ahí del otro lado del parque, donde se sientan a esperar la suerte, a esperar la muerte. Es el segundo callejón sin salida de Los Angeles.

Yo abrí esos bares y los cerré, ahí adentro me peleé, conocí a mujeres, terminé en la vieja cárcel de Lincoln Heights una docena de veces. Hay una sección completa de gente ahí que vive del aire y la esperanza y las botellas retornables y la gracia de sus hermanos y hermanas. Viven en cuartos pequeños, siempre están retrasados con el alquiler, soñando con la próxima botella de vino, el próximo trago gratis en el bar. Pasan hambre, enloquecen, son asesinados y mutilados. Hasta que uno no vive y bebe entre ellos, no conoce a los abandonados de Estados Unidos. Son abandonados y se han abandonado a sí mismos. Y entre ellos hay mujeres, la mayoría arpías, pero aquí y allá hay mujeres de cuerpo y mente, alcohólicas, locas. Viví con una de ellas, con idas y vueltas, durante siete años. Con otras viví períodos más cortos. El sexo era bueno; no eran prostitutas, pero algo se les había caído, algo en la vida las había hecho incapaces de amar o cuidar. Que la policía irrumpiera en nuestros cuartos era común. Me volví tan violento y podía insultar tan bien como cualquiera de esas mujeres. A algunas las enterré, a algunas las odié, a algunas las amé, pero todas me dieron acción para llenar la vida de veinte hombres, aunque la mayor parte fuera de la mala. Esas damas del infierno finalmente me llevaron al Hospital General de Los Angeles y hasta en estado crítico, y cuando salí me retiré de la calle Alvarado, pero si la quieren probar, me imagino que la misma especie sigue alimentando los deseos de muerte ahí abajo.

Después de un mal matrimonio decidí “bueno, maldición, puedo probar ser escritor, parece más fácil, decís cualquier cosa que querés y ellos dicen ‘ey, eso es bueno, sos un genio’”. ¿Por qué no ser un genio? Hay tantos genios mediocres. Así que me convertí en un genio.

Lo primero que pensé fue mantenerme lejos de los escritores, los artistas, los creadores, porque sentía que la dirección equivocada de sus ambiciones podían desviarme de mi camino. Después de todo, un buen escritor sólo tiene que hacer bien dos cosas: vivir y escribir, y el trabajo está hecho. En Los Angeles es posible vivir en aislamiento total hasta que te encuentran, y te van a encontrar. Y van a beber con vos días y noches, hablar con vos días y noches. Y cuando se vayan, van a llegar otros. A uno no le importa que sean mujeres, por supuesto, pero los otros son definitivamente consumidores del alma.

Uno de los primeros en encontrarme fue MJ, el muy conocido poeta beat de los años ’50, sobre en todo en Nueva York o, mejor dicho, en Brooklyn. M vino a golpearme la puerta. Ya no era un joven y hacía mucho que escribía. Yo era aún más viejo y recién había empezado a escribir. Yo tenía resaca.

–Bukowski, ¿tenés auto?
–Sí, pero dejame tomar una cerveza primero. ¿Querés una?
–No, me estoy limpiando.
–¿Qué pasa?
–Escuchá, me golpearon dos noches seguidas. Me pegaron en Frisco y la noche siguiente estoy en Barney’s Beanery y me meto en otra pelea. Este tipo es un profesional. Me pegó tan fuerte que me cagué. Me tuve que limpiar con papel de diario. Sin lugar dónde dormir... Quiero que me lleves hasta Venice...
–Seguro.

En el camino hacia allá, M me dijo que ellos “nos lo debían”. Pagaríamos nuestras deudas, dijo. Henry Miller solía pedir propina a estos tipos ricos cuando empezó. Todos los artistas tienen un derecho.

Yo pensé que sería bueno si todos los artistas tuvieran derecho a la supervivencia, pero en el fondo creía que todos lo tenían, y si el artista no la podía pegar, estaba en la misma posición que cualquier otro que tampoco lo había logrado. Pero no discutí con M. Ya no era joven, aunque todavía era un poeta poderoso. Pero de alguna manera había quedado fuera de los círculos poéticos. Hay política en el arte, como en todos lados. Era triste. Pero M había ido a demasiadas fiestas literarias, se había rendido a demasiados juegos de chupadas, se había arrastrado alrededor de muchos Nombres simplemente porque eran Nombres; había hecho muchos pedidos, demasiadas veces, de la manera equivocada y en el momento equivocado. Mientras íbamos en el coche, sacó su pequeño anotador rojo de propinas. Todos los nombres que había ahí eran buenos para propinas.

Llegamos a Venice y yo me bajé con M y nos acercamos a una casa de dos pisos. M tocó la puerta. Atendió un chico.

“Jimmy, necesito 20.” Jimmy se fue, volvió con los 20, cerró la puerta. Volvimos al auto, manejamos de vuelta a casa, bebimos toda la tarde y toda la noche mientras M hablaba de la escena de la poesía. Se había olvidado de que se estaba limpiando. La mañana siguiente fue cerveza para el desayuno y directo a las colinas de Hollywood. Otra casa de dos pisos. M tuvo que golpear las ventanas. Una casa llena de gatos y gatitos, dominada por el olor a mierda de gato. M consiguió otros 20 y volvimos con el auto. Y tomamos un poco más.

Veía a M de vez en cuando. A veces daba una lectura de poesía en la ciudad. Pero iba poca gente. Leía bien y la poesía era buena, pero estaba maldito. M estaba marcado. Las propinas se agotaban. Después encontró una chica que se lo llevó a casa. Me alegré por M. Pero M era como cualquier otro poeta: se enamoraba de sus mujeres, quizá demasiado. Pronto estaba en la calle otra vez, a veces se quedaba a dormir en mi sofá, puteando contra el destino. Como ya nadie quería publicar sus libros, empezó a mimeografiar sus propias copias. Tengo una aquí ahora: Todos los poetas americanos están en prisión. Me la dedicó así:

“L.A.

Feb. 1970

Para Charlie

Por la gracia de los Dioses

a veces todavía podemos conseguirla.

Mostrámela, me gritó. Mostrámela.

Hombre, estoy tratando de encontrarla.

Tomalo con calma, aquí hombre, aquí

está. En la palma de su mano había

una gota de semilla blanca. No

vienen con tanta frecuencia como las tuyas

me dijo. Aquí hombre querés ver

mi pija, aquí está parada como

un árbol desnudo en el espárrago

Sol.

Con amor

M.”

Después M empezó a escribir canciones. Tengo un libro de sus canciones por alguna parte.

“Voy a ver a Janis Joplin para mostrarle mis canciones”, me dijo.

Sentí que no iba a funcionar, pero no se lo podía decir a M. Era un romántico, tenía tantas esperanzas. Volvió.

“No me quiere ver”, dijo.

Ahora Janis está muerta y M, la última vez que supe de él, estaba dándole a la escoba en Brooklyn, trabajando –al fin– para su hermano. Espero que M vuelva al principio. A pesar de todos sus cuelgues con los Nombres y su mendigar, era mejor que muchos poetas que están en la cima hoy. A lo mejor todos los poetas americanos están en prisión. O la mayoría de ellos.

Después estaba NH de la escena de los beats parisinos, la escena de Tánger, Grecia y Suiza, la pandilla de Burroughs. N apareció conmigo y con otro poeta en una reciente serie de Penguin Modern Poets. De pronto estaba en Venice Beach, pudriéndose en la orilla, ya no escribía; se quejaba de su hígado deteriorado y de ser vigilado por una madre anciana que mantenía bien escondida. Muchas veces, cuando iba a ver a N, hombres jóvenes venían a golpear a su puerta. Aunque su hígado estaba en decadencia, era evidente que su pajarito estaba en buena forma. Supuestamente N era bi, pero nunca vi mujeres cerca de él.

“Bukowski, ya no puedo escribir. Burroughs ya no me habla, nadie me quiere ver. Me dejaron de lado. Estoy acabado. Ya tengo seis libros terminados, y nadie los quiere tocar.”

N dijo más tarde que yo le había cortado las piernas con los de Black Sparrow Press. No era cierto, pero así era el estado mental de N. Visitarlo era escucharlo rezongar sobre cómo lo habían sacado de la escena. La verdad era que yo le había pedido a Black Sparrow que lo publicara, porque se lo merecía.

“Nunca hiciste nada por mí, Bukowski.”

NH todavía era un muy buen poeta. Pero era triste la forma en que parloteaba. Supongo que nos va a pasar a todos, parlotear. La poesía, la prosa trepando las paredes como serpientes; nuestros espejos suicidas mostrando cabellos grises y costumbres grises y talentos grises. N había perdido su respaldo europeo. Las cosas no iban demasiado bien. Los poetas lo visitaban una vez y después no volvían. The Free Press le ofreció un trabajo escribiendo reseñas, pero N no podía seguirlo. Educado, talentoso, conocedor, se estaba pudriendo. Lo admitía. Yo le dije que podía encontrarse otra vez.

Una vez, otro poeta y yo lo visitamos y sugerimos una ronda de bebida, pero N dijo que había sido invitado a una fiesta, una invitación especial. ¿Nos gustaría ir? ¿Por qué no? Tenía una dirección. Cuando llegamos, era una gala a beneficio de alguien, precio de entrada un dólar. Entramos por la puerta de atrás y nos quedamos parados escuchando a la banda. Encontré un galón de vino y me puse a tomarlo. Le hablé a un par de mujeres, besé a una, caminé por ahí.

Después, el poeta que estaba conmigo me preguntó: “¿Creés que alguien por aquí sabe que sos Charles Bukowski?”. Era un pensamiento interesante. Me acerqué a una chica: “Escuchá, soy Charles Bukowski”. “¿Charles qué?”, me preguntó. El poeta que estaba conmigo se rió. Le pregunté a mucha gente si sabían que yo era Charles Bukowski. “Nunca escuché acerca de él. ¿Quién es?”

Me tomé el resto del vino y, cuando la gala de beneficencia se terminó, corrí al final de las escaleras y bloqueé la salida. “Ahora, gente, esto es para hacerles saber que soy Charles Bukowski. Antes de dejarlos salir, quiero que digan: ‘Lo conocemos. Usted es Charles Bukowski. ¡Ahora díganlo!”

“¡Dale, dejanos salir!”
“Mierda, hombre, dejanos salir!
“Vamos, Charles, no seas pelotudo”, me dijo N.
“Vamos, díganlo”, grité. “Digan que soy Charles Bukowski y que me conocen. ¡Díganlo ahora!”

Tenía a 150 personas bloqueadas en la escalera y dentro del lugar. Entonces, el poeta que estaba a mi lado me dijo: “¡Bukowski, viene la policía!”.

Salí rápido, corriendo por las calles de Venice West, con N y el poeta corriendo detrás de mí. Sí, N y yo estábamos teniendo malos días y malas noches. Pero la última vez que escuché de él estaba haciendo un buen regreso, yendo a San Francisco y editando una revista, y perdí el flyer, pero creo que está editando a Ginsberg, Ferlinghetti, McClure, Burroughs, todos ellos. Finalmente se alejó de Rose Ave, allí abajo, cerca del estacionamiento, los hippies sin alma sentados en los bancos de cemento, muriéndose de hambre, tratando de robar del almacén judío y esperando que Tim Leary les dijera: “Abandonar, ¿hacia dónde?”. Pero Leary no está ahí. Sólo las gaviotas y el esperar y la esterilidad.

Los raros seguían viniendo. Todos querían beber conmigo. No puedo vivir con todos ellos, ni ser amable con todos ellos, ni siquiera encontrar a todos ellos interesantes. Pero los tipos son todos iguales en un aspecto: están disgustados con nuestro estilo de vida actual, y hablan de eso, a veces violentamente, pero es refrescante que no todo Estados Unidos se haya tragado la carnada.

No todos los que vienen son artistas, gracias a Dios, pero algunos son sencillamente raros. LW hace cinco o seis años que es un linyera, vivió en hoteles baratos, misiones, hizo dedo y tenía algunas historias interesantes de la ruta.

Apareció. Y era un buen actor. Actuaba sus experiencias pasadas, haciendo diferentes personajes. Era intenso y serio, pero bastante gracioso, porque la verdad suele ser más cómica que seria. LW venía a las 4 de la tarde y se quedaba hasta la medianoche. Una vez hablamos 13 horas y desayunamos en Norms a las cinco de la mañana.

LW era un artista que no tenía forma de expresar su arte más que por la expulsión vocal. Tomé algunas historias de LW que usé para mi propio beneficio. No demasiadas. Una o dos. Pero empezó a repetirse, especialmente cuando había otra gente alrededor. Yo tenía que escuchar las mismas historias por segunda vez, por tercera vez. Los otros se reían, como lo hice yo la primera vez. Creían que LW era grandioso.

Lo que me atrapó fue que LW contaba las mismas historias palabra por palabra, nunca las alteraba. Todos lo hacemos, ¿o no? Me empecé a cansar de LW y lo sentí. Hace mucho que no lo veo. Dudo que lo haga. Ya nos fuimos útiles mutuamente.

Hay otros. Siguen viniendo. Todos con su forma especial de hablar o vivir. Retraté a algunos bien, y supongo que van a seguir viniendo. No sé por qué atraigo a la gente. Yo nunca voy a ningún lado. Los que llegan que no son interesantes, de esos dispongo rápidamente. Si no lo hiciera, sería poco amable conmigo mismo. Mi teoría es que si uno es amable con uno mismo, será verdadero y amable con los demás, de alguna manera.

Los Angeles está llena de gente muy extraña, créanme. Hay muchos ahí afuera que nunca estuvieron en una autopista a las 7.30 de la mañana, ni le dieron un puñetazo a un despertador, o siquiera tuvieron un trabajo, y no intentan tenerlo, o no pueden, o no quieren, o se morirían antes de vivir de una manera común. En algún sentido, todos son genios a su manera, peleando contra lo obvio, nadando contra la corriente, volviéndose locos, fumando porro, tomando whisky, arte, suicidio, cualquier cosa menos la ecuación común. Va a pasar mucho tiempo antes de que nos borren o de que acaben con nosotros.

Cuando vean el City Hall en el centro, y a toda esa gente preciosa y adecuada, no sientan melancolía. Hay toda una marejada, una raza de gente loca, muerta de hambre, borracha, graciosa y milagrosa. He visto a muchos. Yo soy uno de ellos. Habrá más. Esta ciudad todavía no ha sido tomada. La muerte antes de la muerte es nauseabunda.

Los raros van a aguantar, la guerra continuará. Gracias.

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