martes, 5 de agosto de 2008

LAS CENIZAS by Pepe Pereza.


Santiago tenía una urna donde guardaba las cenizas de su fallecida esposa. Cada vez que la echaba de menos cogía la urna, la abría y con la tarjeta de crédito extraía un pequeño montoncito que después machacaba y trituraba con la ayuda de la tarjeta, finalmente distribuía el montoncito en un fina línea y a través de un cilindro de titanio esnifaba por sus conductos nasales las cenizas de su mujer. Esto le ayudaba a seguir adelante, aliviaba sus penas y añoranza. Santiago lo consideraba, no como un hecho extraño, sino como una íntima y estrecha comunión entre su esposa y él. Sólo era un acto de amor, uno más de los tantos con los que se habían recompensado y correspondido a lo largo de su relación. La muerte prematura de ella los había separado para siempre, pero mientras le quedasen las cenizas seguirían comulgando. Todos sus amigos le disculpaban, sabiendo que lo suyo era un vano intento de acercamiento a su difunta mujer producido por el dolor y la añoranza. Pero no hay posibles acercamientos después de la muerte, la muerte no deja fronteras que se puedan cruzar, sólo deja un vacío inmenso e infinito y ahí no hay posibles acercamientos, lo mires como lo mires. Aún con eso, Santiago aseguraba que cuando esnifaba las cenizas de su mujer la sentía dentro de él, que escuchaba su voz y que notaba sus caricias. Ante tales afirmaciones, sus amigos y familiares no pudieron hacer nada. Santiago fue abusando cada vez más de su "vicio" como un drogadicto que cada día está más enganchado a la droga, consumiéndola con más frecuencia y en mayores dosis. Según pasaba el tiempo las cenizas eran cada vez más escasas, Santiago, angustiado, calculaba mentalmente las dosis que le quedaban, cual yonki atormentado por el mono y las deudas, contemplando atónito como la papelina se le vaciaba a un ritmo vertiginoso. Como era de esperar, un día las cenizas se terminaron y la urna quedó completamente vacía. Ése día Santiago dejó de sentir a su mujer. Sin dudarlo un momento, cogió una cuchilla de afeitar y llenó de agua caliente la bañera...

Pepe Pereza, de Momentos extraños ( inédito ).

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