Cruzando el Liffey hablaban de Wilde.
Ella le explicaba algunas cosas de las que él no había
Oído nunca hablar
Oído nunca hablar
también de Beckett
Esperando a Godot
y el purgatorio.
Fue cuando él pasó el brazo sobre sus hombros
y ella lloró, lloró durante cuarenta minutos. Sin poder parar.
Por el tímpano acabado, por la malicia del sucedáneo de amor
que creía estaba viviendo y la poca pasión que había en su vida
y por el aire frío en Dublín. Y
porque la poesía no es nada, no es más que mierda
hay que estar loco o lanzarse al vacío, suicidarse
o caer en una espiral demente de drogas y abusos familiares.
-¿Sabes? Yo no sé hacer otra cosa- le decía ella-
sé hacer eso y sé amar.
Y ninguna de las dos cosas se me da del todo bien.
No tengo suerte.
Él sonrió (sabía ser muy adulador y miraba muy fijamente)
y dijo-
A mí me parece que eres maravillosa.
Ella bajó la vista y lloró más.
Safrika, de Pills ( Fácil ). Poemas de la última semana en casa ( Baile del sol, en prensa ).
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