Todavía está oscuro. Hace frío y no llevo puesto mi abrigo. Creo que lo perdí en alguno de los bares que concurrí por la noche. No fueron muchos: con simpleza intento engañarme. Me cuesta caminar; sin embargo, estoy seguro de llegar a destino. Aunque eso no tenga ninguna importancia. ¿Qué lo tiene en este momento? Son las siete y cuarto de la mañana de un lunes de Junio. Intento recordar los argumentos que exponía la persona que me estaba hablando hace veinte minutos. Hablaba sobre el optimismo, las bondades de la vida y otras mentiras similares. No puedo recordar ni sus palabras ni su rostro. Sí el tono de su voz. El tono de un farsante: de un comediante barato.
A esta misma hora tendría que estar saliendo de mi pesadilla nocturna rumbo a la morgue cotidiana que llamamos trabajo. Pero no, recién estoy volviendo a la maldita choza donde vivo: esa que denomino hogar. La realidad parece haber devenido una siniestra parodia incomprensible. Imágenes que se cruzan en nuestra mente, como torbellinos, pero que no nos dicen absolutamente nada. A veces, la mayoría de las vivencias cotidianas son absurdas o impotentes. Por la avenida, los coches transitan normalmente: las luces rojas de los semáforos se repiten en un horizonte desconsolador. Las madres llevan a sus hijos a las escuelas. Los trabajadores juntan fuerzas en las esquinas para comenzar otra semana. Me cuesta mantenerme en pie y no mirar a mi alrededor con desprecio. Hace tiempo que veo al mundo como un cúmulo de basura que deberíamos botar de manera definitiva.
La sorpresa de mi portero al verme tan demacrado. Un saludo de rutina que apenas sí puedo pronunciar. Quitarme la ropa puede llegar a ser una odisea. Me tiro en el colchón como si fuera un peso muerto. Antes de dormirme lo único que pienso es que al despertarme espero que el universo entero sea diferente conmigo. Si pudiera escuchar mi propia voz diría que tengo el tono de un farsante.
A esta misma hora tendría que estar saliendo de mi pesadilla nocturna rumbo a la morgue cotidiana que llamamos trabajo. Pero no, recién estoy volviendo a la maldita choza donde vivo: esa que denomino hogar. La realidad parece haber devenido una siniestra parodia incomprensible. Imágenes que se cruzan en nuestra mente, como torbellinos, pero que no nos dicen absolutamente nada. A veces, la mayoría de las vivencias cotidianas son absurdas o impotentes. Por la avenida, los coches transitan normalmente: las luces rojas de los semáforos se repiten en un horizonte desconsolador. Las madres llevan a sus hijos a las escuelas. Los trabajadores juntan fuerzas en las esquinas para comenzar otra semana. Me cuesta mantenerme en pie y no mirar a mi alrededor con desprecio. Hace tiempo que veo al mundo como un cúmulo de basura que deberíamos botar de manera definitiva.
La sorpresa de mi portero al verme tan demacrado. Un saludo de rutina que apenas sí puedo pronunciar. Quitarme la ropa puede llegar a ser una odisea. Me tiro en el colchón como si fuera un peso muerto. Antes de dormirme lo único que pienso es que al despertarme espero que el universo entero sea diferente conmigo. Si pudiera escuchar mi propia voz diría que tengo el tono de un farsante.
Andrés Tejada Gómez, del blog Arremangame el canelón, por ahora nos revolcamos en el fango.
Siguen llegándonos a diario colaboraciones y propuestas resacosas de muchos lugares del Planeta Tierra, y muy en especial de nuestros drugos hispanoparlantes de la otra orilla: México, Perú, Colombia, Chile, Ecuador o Argentina, desde donde Andrés Manuel Tejada dispara cada noche sus balas contra Babilonia... Happy hollidays from hell, hermanitos: up !!! v.
metrópolis... del banco de imágenes eliges las mismas fotos para tus cosas que yo para las mías, v. por qué será? vasos invisibles comunicantes?
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