Para celebrar sus más de 50.000 visitas, aquí va la última entrada (se hacen de rogar) del antiblog La polla más grande del mundo. Las increíbles peripecias del actor de porno amateur Dick Grande. P.
Sorprendentemente pasaron varios autos sin detenerse e incluso ni inmutarse (tan solo, se vio un camión de la policía, con varios presos en el remolque trasero, que una vez que rebasaban a Janis, gritaban como desesperados y se bajaban la bragueta, sacando sus pollas prisioneras, y agitándolas, mientras el vehículo se perdía en el horizonte y en la pantalla se difuminaba aquel muestrario de vergas de todos los colores y tamaños, tratando de empalmarse a toda velocidad, toda una metáfora de la libertad -yo no tardaría en darme cuenta de que el alemán de las sandalias y los calcetines de monte y su mujer la de pechos como cántaros de cerveza, además de unos salidos, eran unos románticos suicidas que buscaban expresar su visión del mundo con sus películas, y elegían para ello en el terreno más arriesgado, el porno, es decir, un cine para pajilleros para los que en el 99% de los casos el arte consistía en lograr alcanzar más de tres eyaculaciones por película, sin ensuciarse la camiseta ni que el papel higiénico se quedara acartonado en los pliegues del prepucio.
El caso es que finalmente, en la película, el culito como un pastel de Janis conseguía detener a una pick-up, una ranchera, que frenaba bruscamente. El chirrido de los neumáticos coincidía con la aparición en pantalla, tras una palmera al lado de la carretera, de Kenia, la muda, ejercitándo su lengua con el tal Macpolla (bueno, más bien con su salchicha), que al oír aquello se incorporaban precipitadamente y corrían hasta la parte trasera de la ranchera, a la que subían de un salto, tras colocar en ella su carrito para vender perritos calientes. Mientras tanto, Janis se había sentado en la cabina del conductor entre un tipo gigantesco, de aspecto mongoloide, una auténtica fábrica de babas, y un mulato que mediría unos 80 centímetros. Era él el que conducía, y a juzgar por el tamaño de su minga, que desenfundó solo unos segundos después, podría pisar con ella perfectamente los pedales, aunque también se magnificaba mucho al lado de sus extremidades jibarizadas, pensé yo, en un arrebato de envidia, también de competencia profesional y sobre todo de celos, porque por supuesto aquella polla desproporcionada era el taxímetro que el enano había puesto en marcha para cobrarle la carrera a mi negrita, quien tuvo que empezar a acariciarla y a darle lametones mientras, cada vez que levantaba el trasero del asiento, el retrasado que viajaba como copiloto, aprovechaba para hurgarle con el dedo índice en el ojete y llevárselo después a la nariz, a la vez que se frotaba un pene ridículo, que asomaba como un botón entre los pliegues de grasa de su barriga, todo ello mientras en la parte trasera Kenia y Macpolla continuaban con lo suyo, embardurnados ahora de arriba a abajo en mostaza y ketchup y devorándose el uno al otro los pezones, las nalgas, la bolsa de los huevos, con aunténtica hambre canina.
Tengo que confesar que todo aquello me provocó cierta repugnancia, pero al notar entre mis piernas la blakandeker taladrándome la bragueta, supe que en realidad se trataba de algo más piscológico que otra cosa: no podía soportar la visión de Janis con aquel enano, y lo que me ponía de peor humor era que mientras él parecía tranquilo, conduciendo concentrado, como si no Janis en vez de hacerle una mamada le estuviera indicando "a la derecha, a la izquierda, todo recto", ella daba grititos, abría los ojos, parecía fascinada por aquellos caprichos de la anatomía humana, y a veces de vez en cuando a veces hasta se volvía para mirar al gorila pichicorto que le hurgaba en el culo y le dedicaba una de suis sonrisas de perra en celo.
Avancé malhumorado la película unas escenas hasta que, por fin, aparecí yo con Janis en el Malecón y unos cuantos mirahuecos a nuestro alrededor apuntándonos con sus fusiles, mientras en la retaguardia la teutona conspiraba para conseguir la paz en el mundo con una orgía de seismil millones de personas felices y cachondas.
Al principio pensé que eso me ayudaría, me traería buenos recuerdos, sería como mirar fotos viejas (por aquel entonces las videocámaras no eran de uso común y nunca me había visto en una pantalla), y de hecho en primer lugar, me sorprendió efectivamente el tamaño y el grosor de mi herramienta, pero después, cuando Janis la atrapó entre sus muslos y empezó a menearse, me fijé en el resto de mi cuerpo, y descubrí que conmigo pasaba algo parecido a lo del enano del pollón, la blakandeker resaltaba más porque yo era un enclenque, las costillas marcadas, el pecho hundido, los brazos y las piernas largos y peludos, casi simiescos, la barriga abombada... Todo mi cuerpo era bastante birrioso, incluso daba cierta grima penetrando a una mujer con formas tan contundentes como la de Janis, era como si algo no cuadrara, ella negra casi azul y llena de curvas yo blancucho y hecho un tirillas. Y sin embargo, había a la vez algo que desprendía un morbo irresistible, creo que era la forma en que yo me esforzaba por dejar satisfecha a esa mujer, la incredulidad que se adivinaba en mi rostro. Era como estar viviendo un sueño y exprimiéndolo a conciencia antes de despertar y volver a la triste realidad de las pajillas, las pelis porno, las calabazas que me daban en los baretos tías que eran auténticos cardos y que no sabían que lo que necesitaban era un buen polvo, aunque fuera con otro cardo como yo... En aquella película parecía que yo no estuviera actuando (de hecho, no lo estaba haciendo) y eso era lo que molaba a los guarros y frustrados que se las compraban, les creaba la ilusión de que tíos feos como ellos, pelmas, borrachuzos, que se tiraban pedos, a los que les olían los pies y el aliento, que se corrían al segundo empujón, a los que las mujeres miraban como si fueran cucarachas, o ni siquiera eso, les miraban y nos los veían, que tipos corrientes como ellos, en definitiva, podían acostarse un día con una auténtica tía buena, y que ella se la chupara y no tuviera arcadas, al contrario, levantara sus ojos angelicales y les mirara a la cara, y que en ellos se leyera, "me gusta chuparte los cojones, me saben a gloria, eres todo un macho", y después agarrarla por el pelo, tumbarla sobre su cama a cuatro patas, y metérsela por el culo mientras ella gritaba sus nombres, y que después, a la mañana siguiente, cuando despertaran esa mujer siguiera ahí tumbada a su lado y dijera algo como "¿por qué no me follas otra vez, campeón?" o "llámame siempre que quieras" o tal vez, simplemente,"te quiero".
Ví algunas escenas más, y en todas ellas descubrí que no se trataba simplemente de que en la primera de ellas los cabrones de los alemanes me habían grabado sin mi permiso, allá en el malecón, sino que cuando ellos también estaban presentes, yo hacía el amor, delante de la super ocho, con el mismo ímpetu e ilusión, nada que ver con la indiferencia del enano mulato, por ejemplo, o la mecánica de otros artistas porno, como el propio Macpolla, que parecían máquinitas, lo reducían todo a una cuestión física. Y supe, en aquel momento, que ese era mi llave maestra para triunfar en el mundo del porno, mi espontaneidad era la que abría todas las puertas, levantaba el ánimo a cualquiera, yo mismo me sorprendí a mí mismo haciéndome una macuca, era algo realmente raro, excitarse viéndose a uno mismo, pero no podía evitarlo, nadie se resistía a Dick Grande, el gran Dick Grande, ah, sí, sí ¡sí!
Había nacido una estrella del porno (amateur).
Anteriores capítulos:
Una polla como una blakandeker
Orgasmo universal
Como tomarse un café con leche a lengüetazos
Polvo en el espejo
Perlas eyaculadas
Flor de esperma
HACIENDO DEDO
Lo primero que me soprendió fue verme a mi mismo todo palote en la portada de la cinta de vídeo. Se suponía que solo era un secundario, pero aparecía en una esquinita, solo un poco más pequeño que el protagonista y a pesar de ello mi polla era considerablemente más grande que la del tal Mcpolla. Fue también la primera vez que leí escrito mi nombre de guerra: Dick Grande. Y, lo mejor de todo, arrodillada entre mis piernas, aparecía Janis, con sus labios como dos fresones entreabiertos y mirándome a los ojos con cara de puta pero a la vez sin poder ocultar un destello arrobado, casi virginal de complicidad . El corazón me dio un brinco, mordisqueado por la pitón que se me había desenroscado desde la raíz de los testículos al centro del pecho. Rápidamente desenvolví la cinta y la metí en el vídeo. Avancé los créditos con el mando a distancia y en la primera escena apareció Janis haciendo dedo (auto-stop, quiero decir), en mitad de la autopista que une La Habana con Santiago. Pasaban algunos coches y cuando los veía acercarse, Janis se daba la vuelta, se subía la minifalda y sus dos nalgas se presentaban a los conductores como tentadores flanes de chocolate, temblonas (la muy guarra sabía como menearlas y que a la vez pareciera que tenían vida propia, como animalitos) y con su guinda adivinada en el centro, cubierta por el triángulo de su tanguita blanca, en la que se dibujaban algunas gotitas de gotas de sudor tropical y la mermelada de sus jugos vaginalesSorprendentemente pasaron varios autos sin detenerse e incluso ni inmutarse (tan solo, se vio un camión de la policía, con varios presos en el remolque trasero, que una vez que rebasaban a Janis, gritaban como desesperados y se bajaban la bragueta, sacando sus pollas prisioneras, y agitándolas, mientras el vehículo se perdía en el horizonte y en la pantalla se difuminaba aquel muestrario de vergas de todos los colores y tamaños, tratando de empalmarse a toda velocidad, toda una metáfora de la libertad -yo no tardaría en darme cuenta de que el alemán de las sandalias y los calcetines de monte y su mujer la de pechos como cántaros de cerveza, además de unos salidos, eran unos románticos suicidas que buscaban expresar su visión del mundo con sus películas, y elegían para ello en el terreno más arriesgado, el porno, es decir, un cine para pajilleros para los que en el 99% de los casos el arte consistía en lograr alcanzar más de tres eyaculaciones por película, sin ensuciarse la camiseta ni que el papel higiénico se quedara acartonado en los pliegues del prepucio.
El caso es que finalmente, en la película, el culito como un pastel de Janis conseguía detener a una pick-up, una ranchera, que frenaba bruscamente. El chirrido de los neumáticos coincidía con la aparición en pantalla, tras una palmera al lado de la carretera, de Kenia, la muda, ejercitándo su lengua con el tal Macpolla (bueno, más bien con su salchicha), que al oír aquello se incorporaban precipitadamente y corrían hasta la parte trasera de la ranchera, a la que subían de un salto, tras colocar en ella su carrito para vender perritos calientes. Mientras tanto, Janis se había sentado en la cabina del conductor entre un tipo gigantesco, de aspecto mongoloide, una auténtica fábrica de babas, y un mulato que mediría unos 80 centímetros. Era él el que conducía, y a juzgar por el tamaño de su minga, que desenfundó solo unos segundos después, podría pisar con ella perfectamente los pedales, aunque también se magnificaba mucho al lado de sus extremidades jibarizadas, pensé yo, en un arrebato de envidia, también de competencia profesional y sobre todo de celos, porque por supuesto aquella polla desproporcionada era el taxímetro que el enano había puesto en marcha para cobrarle la carrera a mi negrita, quien tuvo que empezar a acariciarla y a darle lametones mientras, cada vez que levantaba el trasero del asiento, el retrasado que viajaba como copiloto, aprovechaba para hurgarle con el dedo índice en el ojete y llevárselo después a la nariz, a la vez que se frotaba un pene ridículo, que asomaba como un botón entre los pliegues de grasa de su barriga, todo ello mientras en la parte trasera Kenia y Macpolla continuaban con lo suyo, embardurnados ahora de arriba a abajo en mostaza y ketchup y devorándose el uno al otro los pezones, las nalgas, la bolsa de los huevos, con aunténtica hambre canina.
Tengo que confesar que todo aquello me provocó cierta repugnancia, pero al notar entre mis piernas la blakandeker taladrándome la bragueta, supe que en realidad se trataba de algo más piscológico que otra cosa: no podía soportar la visión de Janis con aquel enano, y lo que me ponía de peor humor era que mientras él parecía tranquilo, conduciendo concentrado, como si no Janis en vez de hacerle una mamada le estuviera indicando "a la derecha, a la izquierda, todo recto", ella daba grititos, abría los ojos, parecía fascinada por aquellos caprichos de la anatomía humana, y a veces de vez en cuando a veces hasta se volvía para mirar al gorila pichicorto que le hurgaba en el culo y le dedicaba una de suis sonrisas de perra en celo.
Avancé malhumorado la película unas escenas hasta que, por fin, aparecí yo con Janis en el Malecón y unos cuantos mirahuecos a nuestro alrededor apuntándonos con sus fusiles, mientras en la retaguardia la teutona conspiraba para conseguir la paz en el mundo con una orgía de seismil millones de personas felices y cachondas.
Al principio pensé que eso me ayudaría, me traería buenos recuerdos, sería como mirar fotos viejas (por aquel entonces las videocámaras no eran de uso común y nunca me había visto en una pantalla), y de hecho en primer lugar, me sorprendió efectivamente el tamaño y el grosor de mi herramienta, pero después, cuando Janis la atrapó entre sus muslos y empezó a menearse, me fijé en el resto de mi cuerpo, y descubrí que conmigo pasaba algo parecido a lo del enano del pollón, la blakandeker resaltaba más porque yo era un enclenque, las costillas marcadas, el pecho hundido, los brazos y las piernas largos y peludos, casi simiescos, la barriga abombada... Todo mi cuerpo era bastante birrioso, incluso daba cierta grima penetrando a una mujer con formas tan contundentes como la de Janis, era como si algo no cuadrara, ella negra casi azul y llena de curvas yo blancucho y hecho un tirillas. Y sin embargo, había a la vez algo que desprendía un morbo irresistible, creo que era la forma en que yo me esforzaba por dejar satisfecha a esa mujer, la incredulidad que se adivinaba en mi rostro. Era como estar viviendo un sueño y exprimiéndolo a conciencia antes de despertar y volver a la triste realidad de las pajillas, las pelis porno, las calabazas que me daban en los baretos tías que eran auténticos cardos y que no sabían que lo que necesitaban era un buen polvo, aunque fuera con otro cardo como yo... En aquella película parecía que yo no estuviera actuando (de hecho, no lo estaba haciendo) y eso era lo que molaba a los guarros y frustrados que se las compraban, les creaba la ilusión de que tíos feos como ellos, pelmas, borrachuzos, que se tiraban pedos, a los que les olían los pies y el aliento, que se corrían al segundo empujón, a los que las mujeres miraban como si fueran cucarachas, o ni siquiera eso, les miraban y nos los veían, que tipos corrientes como ellos, en definitiva, podían acostarse un día con una auténtica tía buena, y que ella se la chupara y no tuviera arcadas, al contrario, levantara sus ojos angelicales y les mirara a la cara, y que en ellos se leyera, "me gusta chuparte los cojones, me saben a gloria, eres todo un macho", y después agarrarla por el pelo, tumbarla sobre su cama a cuatro patas, y metérsela por el culo mientras ella gritaba sus nombres, y que después, a la mañana siguiente, cuando despertaran esa mujer siguiera ahí tumbada a su lado y dijera algo como "¿por qué no me follas otra vez, campeón?" o "llámame siempre que quieras" o tal vez, simplemente,"te quiero".
Ví algunas escenas más, y en todas ellas descubrí que no se trataba simplemente de que en la primera de ellas los cabrones de los alemanes me habían grabado sin mi permiso, allá en el malecón, sino que cuando ellos también estaban presentes, yo hacía el amor, delante de la super ocho, con el mismo ímpetu e ilusión, nada que ver con la indiferencia del enano mulato, por ejemplo, o la mecánica de otros artistas porno, como el propio Macpolla, que parecían máquinitas, lo reducían todo a una cuestión física. Y supe, en aquel momento, que ese era mi llave maestra para triunfar en el mundo del porno, mi espontaneidad era la que abría todas las puertas, levantaba el ánimo a cualquiera, yo mismo me sorprendí a mí mismo haciéndome una macuca, era algo realmente raro, excitarse viéndose a uno mismo, pero no podía evitarlo, nadie se resistía a Dick Grande, el gran Dick Grande, ah, sí, sí ¡sí!
Había nacido una estrella del porno (amateur).
Anteriores capítulos:
Una polla como una blakandeker
Orgasmo universal
Como tomarse un café con leche a lengüetazos
Polvo en el espejo
Perlas eyaculadas
Flor de esperma
pues enhorabuena, socio, y a por las 100.000... !!! v.
ResponderEliminarComo ya dije anteriormente en tu antiblog, el chino yo estamos más que impacientes por seguir disfrutando de las aventuras de tu personaje.
ResponderEliminarun abrazo, Patxi.
pepe