sábado, 10 de mayo de 2008

PÉGAME, por Pepe Pereza


Ella montaba sobre él desbocada, echándose hacia atrás, gimiendo y gritando. Él se dejaba hacer, disfrutando del momento. Con la pasión que ella estaba poniendo, aquello no iba a durar mucho. Ambos estaban preparados y dispuestos para el tramo final. Entonces ocurrió algo que le dejó desconcertado.

-Hazme daño, por favor. Insúltame.

Era la primera vez que ella le pedía una cosa así. ¿Hacerle daño? ¿Cómo? ¿Por qué? Decenas de preguntas se atascaron en su cabeza. Él era incapaz de hacerle ningún tipo de daño. Se sintió como un niño que no sabe el camino de vuelta a casa.

-Hazme daño.
-¿Cómo?
-Pégame.
-¿Dónde?
-En el culo.

Extendió su mano y golpeó sus nalgas.

-Más fuerte.

Golpeó con más fuerza. Aquello empezaba a no gustarle. Cualquier otro estaría encantado con una petición así, pero a él le había pillado por sorpresa y estaba confuso.

-Más fuerte.
-Por favor, no me pidas eso.
-(Rogándoselo) Pégame, pégame.

Parecía que se hubiese vuelto loca, movía la pelvis como si fuera un tren de alta velocidad. Le clavó las uñas en el pecho y echó la cabeza hacia atrás.

-Joder, tía. Eso duele.
-Fóllame como a una puta.
-Nunca he follado con ninguna.
-No hables, solo pégame.

Él extendió su mano, otra vez, y golpeó con fuerza sus nalgas. Por fin, ella llegó al orgasmo y se le desplomó encima. Sudaba por todos sus poros, su pelo estaba mojado y tenía una sonrisa exagerada.

-Ha sido genial. De los mejores.

Él no supo muy bien qué contestar. Por un lado se alegraba de que aquello hubiese acabado y por otro se sentía insatisfecho y confundido, muy confundido. Tuvo ganas de preguntarle cosas, pero en su cabeza todo era un lío. Ella se echó a un lado, cogió el paquete de cigarros, se encendió uno y cuando le hubo dado unas caladas se lo paso a él. Entonces, ella vio los arañazos.

-Cariño, si estás sangrando.
-No es nada, sólo unos arañazos.
-Ya lo siento, pero es que cuando me follas así, me vuelvo loca...

¿Qué era lo que realmente le asustaba? ¿La desbordada sexualidad de ella? ¿Acaso no depositaba toda su confianza en él, abriéndole sus más íntimos deseos? Eso quería decir, al menos, dos cosas: Una, que disfrutaba haciendo el amor con él, y la segunda, que realmente le quería.
De pronto, el humo del cigarro empezó a saberle mejor y se sintió a gusto.
La primavera acababa de entrar por la ventana.

Pepe Pereza, del libro inédito Amores breves.

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