martes, 29 de abril de 2008

HIJOS DE SATANÁS

Psicotic Reaction

1 comentario:

  1. Esta foto (con su título) le faltó a este aporte de mi blog.

    Domingo 20 de abril 2008

    Ha sido una noche dura.
    Llevaba bien la tarde, hasta que mi más atenta lectora me advirtió de un error pueril cometido por mi persona escribiente, nunca mejor dicho, en uno de mis últimos aportes al blog ("el más mayor" de 3. La última noche en el parque, ya corregido, mira que he buscado justificación a semejante error, pero la RAE dicta sentencia).
    Y a partir de ahí cuesta abajo.
    Llego al hotel tarde. Mis compañeros huyen sin apenas pasarme el turno, y según me quedo a cargo, primera vicisitud: una señora dice necesitar como el comer una impresora para imprimir unos documentos que no pueden esperar a mañana para ser imprimidos.
    Sin preveer lo que se avecinaba di mi conformidad a que usara un equipo de los nuestros.
    Craso error. "Un par de copias y ya está", me había dicho la pequeña y rechoncha euro-asiática, aprovechada que era. Cinco minuto, diez minutos, y mi paciencia que se iba agotando.
    Y el teléfono que no paraba de sonar.
    Cuando ya estaba a punto de mandarla educadamente a la porra, un impresentable caballero inglés que de lo borracho que iba había querido romper el asfalto golpeándolo con su propia cara, se presenta en la recepción ensangrentado hasta su ropa interior, requiriendo atenciones médicas para dos considerables brechas en nariz y frente.
    La que se estaba aprovechando no dudó en malmeter, recomendándonos obviedades como ponerle hielo al herido, llamar al médico, curar la herida con alcohol, etc.
    Ahí ya exploté y le dije: "¿le queda mucho para terminar?". No captó el mensaje y siguió a lo suyo.
    El abuelete inglés cuando le habíamos curado profilácticamente y estábamos haciendo tiempo hasta que llegara el médico, en un descuido, desapareció sin más.
    La que imprimía se partía la caja torácica al verme desorientado buscando al accidentado. Ahí sí. Me dirigí a ella y la miré profundamente y tratando de ser lo más intimidatorio posible le espeté: "ha terminado ya, ¿verdad?".
    Su hilaridad aumentó al instante, y recogiendo sus dichosos papeles me contestó: "sí, sí (jajaja). Muchas gracias".
    Yo en ese momento estaba fuera de mí, pero por dentro, no sé cómo explicarlo, nunca he sabido explicarlo. La impotencia, en su máxima expresión, me subía por las entrañas.
    Noté cómo se me erizaba el vello de mi lomo.
    Mis músculos se tensaban y retensaban.
    Empecé a retorcer el cuello y por extensión toda la columna vertebral, encorvando visiblemente mi cuerpo. Tuve que poner una excusa barata a mi compañero y me dirigí afuera, hacia el campo de golf.
    La cara empezó a picar.
    Era inevitable, ya me daba cuenta de que no iba a poder reprimirlo. Quedé fuera del alcance de las cámaras que vigilan los accesos al golf, en el momento justo en que la fuerza del magnetismo de la tierra me obligó a posar las extremidades superiores en el verde del hoyo 18.
    La camisa reventó violentamente por los botones al primer salto que di en pos de ese plato de blanco fulguroso que atraía con su ancho haz de luz a todo mi ser hacia sí.
    Oí un aullido como nunca había oído antes.
    La esfera de mi reloj de pulsera, ante mis ojos, con la correa rota, marcaba las seis y cuarto de la mañana cuando me desperté en un lodazal muy húmedo, aún refresca por las noches, incluso aquí, colindante a la entrada de personal.
    Conozco este hotel como la palma de mi mano y todas sus entradas escondidas, al cobijo de objetivos delatadores. Me colé hasta los vestuarios a través de la cocina sin ser visto por nadie más que los gatos que esperan limosna en forma de carnes o pescados de mis compañeros, aunque huyeron de mí como de la peste, y logré asearme lo justo y necesario, y ponerme la camisa de repuesto que guardo escrupulosamente en mi taquilla.
    Mis compis de turno no se extrañaron en demasía al verme aparecer, están acostumbrados a mis largos paseos, aunque noté como unas miradas y risitas cómplice entre ellos, imaginaciones mías supongo, cuando me comentaron que habían llamado varios clientes aterrorizados por los aullidos de un supuesto lobo.

    Al inglés le pusieron siete puntos y a la tipa espero no volverla a ver.
    Y, si no es mucho pedir, por favor avísenme la próxima vez que vayamos a tener luna llena.

    Buenos días.

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