miércoles, 9 de abril de 2008

1 poema de Nacho Abad


CEGUERA

Siempre estamos bailando al otro lado de la canción
y la lluvia no nos permite ver lo que sucede.
No parece que vaya a escampar.
Me duele la piel y me entretengo con los abalorios del agua.
Tú dices que esta música melancólica se toca con las manos frías.
Hemos perdido el tiempo y la paciencia diciendo
alguien debería hacer algo, venga, a qué esperamos, llenemos los pulmones de
aire y la
[boca de ruido,
pero hoy me siento triste y cansado.
Durante toda la noche hemos hablado, hemos estado hablando mucho, hemos
fumado
[hasta la quemadura la flor azul de Novalis,
y ahora un silencio azul, un mutismo perfecto que se parece a una tregua,
se insinúa por las comisuras de la mañana. Luego
un coche patrulla, como un bisturí
lo desgarra lentamente con su brillo metálico:
ya habrán encontrado el cadáver, envuelto en un chubasquero
o quizás desnudo y radiante. Tenía nombre extranjero y siempre los ojos muy
abiertos
y oscuros. Quizás esperaba constantemente que fuera a pasar algo.
Nos hubiera encantado amarla en secreto,
nos habría hecho felices fumar muy despacio al verla pasar, como
impresionándola,
dejar escapar el humo denso de una calada, igual que un pañuelo que vuela
tras el tren en la estación.
Nunca supe cómo sonaba su voz: como una melodía
que una vez escuché
y no he podido recordar ya, como un adiós
incapaz de salir de la caja torácica, o tal vez
como suenan todas las voces cuando se alejan demasiado
o están demasiado cerca.
Ya da igual. No nos queda de ella
más que de cualquier rostro casual,
la tentación de cederlo al recuerdo
como una traición más,
y esa medicina húmeda
que empeña los cristales de las gafas,
y por algo menos de lo que cuestan las besos,
nos da consuelo.


[Foto y poema extraídos de Las afinidades electivas]

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