Alguno de los muchachos empezó a golpear suavemente el parabrisas con sus tentáculos rematados por glandes verdosos, como frutos no suficientemente maduros. Ahí los tenía, balanceándose a la altura de mi cara, buscando las ranuras entre el vidrio y el metal, derramando una viscosidad transparente... En ese momento conseguí desatascar la palanca de cambios para arrancar. Sé que arrollé un bulto flácido y quejumbroso; ni me molesté en comprobar de qué se trataba por el retrovisor. Aceleré. La luna y los faros iluminaban lo bastante de la carretera para marcar las sombras que se agitaba en los arcenes. Ninguno se atrevió a cruzarse. La radio seguía transmitiendo sus alarmas entrecortadas. Un escuadrón acababa de despegar de la base de Okinawa para limpiar la zona. No lo decía explícitamente, pero di por sentado que recurrirían al napalm: la Fuerza de Autodefensa se toma estas cosas muy en serio, así que cuando distinguí las primeras luces de los controles de los militares tras la colina me giré durante un segundo por encima del asiento. Era lo menos que podía hacer, lanzarles un beso de despedida a todos mis estupefactos pretendientes.
Javier Esteban, inédito.
Qué gusto poder comentar un relato tuyo Javier, en El Noble Arte...me tienes a pan y agua.
ResponderEliminarMe ha encantado este cuentito como todo lo que escribes. Me he sentido La Novia yo misma, por unos instantes...justo al final del cuento jeje. Tienes un estilo muy peculiar, personal, único. Una gran capacidad para absorber al lector e introducirlo en tu mundo creado a partir de cuatro líneas.
Te descubrí hace poco pero aún así te leo con avidez.
No dejes de escribir y sepas que en el Noble Arte..me dejas con las ganas.
Besos.