lunes, 7 de enero de 2008

LA HIJA, un relato de Pepe Pereza.

Ella era el único motivo de su existencia, sólo por ella se levantaba por las mañanas.
Él estaba allí por ella. Eso lo tenía claro. A nadie le gusta que le machaquen el cuerpo a puñetazos por nada. Necesitaba ganar la pelea, necesitaba el bote del ganador para enviárselo a su exmujer y así poder atender a las necesidades de la hija de ambos. Aquella niña se merecía lo mejor y él estaba dispuesto a aguantar los golpes que hiciera falta para proporcionárselo. Esa niña era lo único bueno que le había sucedido y aunque no la veía mucho, se conformaba con saber que estaba por allí, en el otro extremo del país. Sabía que ella formaba parte de él y eso le bastaba. Un directo de izquierda llegó a su costado cortándole la respiración. Retrocedió intentando alejarse del flujo de golpes. En un último instante consiguió esquivar un gancho que venía directo a su barbilla, aun así le rozó la oreja derecha. Esto le provocó un dolor eléctrico en el tímpano. El cartílago retorcido comenzó de inmediato a hincharse y a emitir calor. Seguía sin aire en sus pulmones y los golpes le venían por todas partes. Intentó cubrirse la cabeza con los brazos, dejando al descubierto sus riñones, ocasión que no desperdicio su rival. El dolor era insoportable. La falta de aire estaba a punto asfixiarle. Recogió su estomago, quedando casi en posición fetal, quería cubrirse los riñones con los codos, sin dejar al descubierto la cabeza. Un tremendo mazazo aterrizó en su sien. Vio puntos de colores antes de que todo se apagara. En su trayecto hacia el suelo logró agarrarse a las cuerdas y se mantuvo en pie. - Aguanta, ella te necesita. Esta pelea pagará sus estudios ¿vas a dejar a tu hija sin Universidad? Lucha, es por ella. No la defraudes -. Sus ojos todavía estaban borrosos, logró distinguir cómo se le aproximaba una gran sombra que lo cubría todo. Sacó la derecha con todas las fuerzas que le quedaban y notó con agrado que su puño topaba con algo. La gran sombra se detuvo por un momento y luego se tambaleó. –Le has dado. Aprovecha y ataca. Un golpe más y estará acabado –. No pudo, la falta de oxigeno en sus pulmones se lo impidió. Sonó la campana. Dentro del ring uno se olvida del dolor más fácilmente que sentado en el rincón. Sobre el cuadrilátero uno esta más alerta, preocupado de no recibir golpes, con la adrenalina al máximo. En cambio, en el rincón todos los golpes recibidos hacen acto de presencia. Intentó evadirse imaginando el regalo que le compraría a su hija. Pensando en cómo ser el mejor padre del mundo. Su entrenador escurrió una esponja encima de su cabeza a la vez que le aconsejaba sobre la táctica a seguir. Él no pudo escucharle porque se encontraba muy lejos de allí. Paseaba por un mundo más claro, más luminoso, con su hija agarrada de su mano. Allí no había dolor, todo era apacible y tranquilo. Su hija le expresaba todo el amor que por él sentía, haciéndole el hombre más feliz del planeta... Sonó la campana. De nuevo en medio de los golpes. La realidad siempre es cruel. Ahí estaba otra vez el dolor, la ausencia de aire en los pulmones, la adrenalina, el cansancio, la sangre, el sudor frío, el miedo a la derrota y el omnipresente recuerdo de su hija como único escudo protector de todas las embestidas. El combate siguió hasta que de pronto fue alcanzado y todo se volvió negro.

Pepe Pereza, del libro inédito Amores breves.

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