Repetidamente las tinieblas convidan a estremecer la ternura, ya que no la dicha que se disfrazó de pordiosera. Luz que es nítida de tanto parecerse a aquella luz, la del estrago que va y viene por doquier a través de nuestra sangre como guerrero extenuado; luz que ignora cuál es la hora óptima para que un hombre, a solas con su precipitada inmundicia, abandone su piel áspera y se afane en escrutar en otra estatura distinta su parte de verdad y dentro de ella, como una cometa errante que no se detiene ante la lluvia, se acomode cabalmente renovado y miserable. Felicia no lo supondrá. Que después de su sueño interrumpido hay un muchacho tierno besando su cintura que llora amargamente por su culpa. Ella nada dice, no alcanzaría ni a señalar sus labios que son espuma desatada en su recuerdo. Se deja hacer y se derrama su sexo, el reclamo para que los héroes, pero también y muy a menudo los tullidos, se obstinen en su carne lechosa, como la luminosidad en negativo e inusitada de la noche que con creces ha soñado soñar.
Luis Miguel Rabanal, del blog Elogio del Proxeneta.
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