sábado, 29 de diciembre de 2007

CON HANK...¡ EN EL INFIERNO ! Por Ginés Torres García.


Era un domingo por la tarde. Ya sabéis, me debatía entre la indolencia resacosa y esa tristeza insondable tan habitual... Un domingo por la tarde, esa gravedad existencial de tintes solemnes que se instala en la boca de tu estómago y de la que sólo puedes librarte privando sin descanso.
Además, no sabía dónde coño estaba.
Bueno, sí. Era un bar, de eso no cabía duda, y estar en uno de ellos también era algo muy normal en mí. Mi trasero pedorro descansaba sobre un hostil y reducido taburete rompehuevos. Y mis codos se hallaban adheridos a una pringosa barra repleta de botellas y copas. Todo en el maldito garito parecía estar derritiéndose de tanto sudar. Vasos, sillas, paredes, botellas, personas, bombillas, éramos un todo que transpiraba y transpiraba. Una suerte de esponja cósmica que por mucho que abrevaba, no dejaba de expulsar líquidos al exterior.
El calor era insoportable.
Desde luego no parecía un lugar de mucha clase, que digamos.
Mi mirada se encontraba fija en un punto, como intentando adivinar vastos e inexplorados confines entre la botella de Bacardí y la de Anís del Mono. Sacudí la cabeza. ¿ Cómo había llegado hasta semejante antro?
Eso sí, aquello estaba repleto, en especial las mesas dispersas por el local. Rudos motoristas, tipos solitarios de aspecto taciturno, viejos que hurgaban en sus narices mientras libaban, rockeros de todo pelaje
Y yo.
Ahora bien, ni una sola tía a la vista. Ni una mujer entre tanto pelo, tatuaje y testosterona. Ni un triste par de tetas al que aferrarse en la caída
¿Un garito de ambiente, tal vez?
Lo que llamó mi atención fue la palidez de los rostros. Parecían jetas de cera a punto de fundirse bajo el sofocante bochorno. Eché un vistazo a la decoración, en busca de pistas Amenazantes llamas anaranjadas, ribeteadas con amarillos ardientes, se dibujaban sobre las paredes, realzando e intensificando la sensación de ígneo agobio que allí reinaba.
De repente, apareció. Pálido y sudoroso como los demás. Era el bendito camarero.
-¿Qué te pongo?- me preguntó. Parecía cansado, sus ojos se escondían tras unas enormes y anticuadas gafas.
-Vodka seven, por favor. Bien mezclado. Se os ha jodido el aire acondicionado, ¿no? Estoy achicharrándome vivo- pedí y puntualicé. Empezaba a salir de mi extraño letargo.
El tipo combinó con rapidez y habilidad. Depositó el vaso frente a mí dando un golpe.
-Ahí tienes, chico, y no lo derrames sobre tu amigo muerto. Hace siglos que nadie limpia esta barra- el acento del menda delataba su origen. Argentino, fijo. La permanente transpiración provocaba un deslizamiento de sus gafas tocha abajo. Un empujoncito con su dedo índice volvía a auparlas. Entonces reparé seriamente en su frondoso mostacho y su mirada, tierna y lánguida a la vez. Mecagüen, aquel tipo era Raúl Núñez. O su doble calcado. Sólo un gay biker muy pasado se atrevería a ir por ahí con semejante bigotazo. Un gay biker o, claro, Raúl Núñez.
-Coño, tío, eres clavado a un escritor fiambre hace ya mucho. Un argentino que se llamaba Raúl Núñez, no creo que te suene. Nadie se acuerda ya del gran Raúl. – le expliqué.
-No sé de quién me hablas. Yo soy Sinatra, chaval. Hoy no parece ser tu día- me largó antes de ir a atender a otro sediento.
-¡ Pss!¡ Eh, tú, chico!-, alguien me llamaba- ¿ No tendrás un pitillo por ahí, verdad? Me dejé el paquete y el encendedor sobre la mesilla, en la habitación del hospital- no había reparado en él. Se sentaba en el taburete a mi derecha. Un viejo pedo con aspecto de vagabundo. Una poblada barba enmarcaba su rostro, hipnóticamente feo y pálido, asaeteado de cicatrices y perforado por diminutos cráteres. Una jeta de las que no se olvidan. Debía de haber recibido lo suyo. También habría repartido unas cuantas, seguro. Como todos allí, sudaba copiosamente.
Bufé, fingiendo fastidio, luego extraje el paquete y se lo lancé a lo largo de la barra. Pero la abundante y pegajosa porquería lo frenó a escasos centímetros de mí. Me levanté, y fue todo un trabajo con aquel calor del demonio, tiré del paquete hacia arriba y se lo ofrecí en mano al carcamal.
-Gracias- me soltó, tras pillar tres cigarrillos. Se guardó dos en el bolsillo del pantalón y se llevó el tercero hasta la boca- Dame fuego, chico, ya sabes, el hospital- se lo encendí. Dio una ansiosa calada y exhaló un penacho de humo que se diluyó rápidamente en la densa atmósfera del tugurio- Me gusta fumar, el trago y el cigarrillo se equilibran- sentenció. Mientras hablaba, sus ojos permanecían entrecerrados, pero, aún así, su mirada parecía taladrarme en todo momento. Volvió a su copa.
Y yo a mi taburete ahítepudras y a mi vodka seven. Ya no quedaba rastro de los hielos. Habían sucumbido, como todos lo haríamos pronto si alguien no reparaba el puto aire. Esa jeta, esa jeta de boxeador beodo,¡ mecagoenlaputa! ¡ Ese tipo era el doble exacto de Bukowski!
-Viejo, eres clavado a Hank, el escritor americano. Claro que él ya palmó y tal. Pero, joder, eres clavadito, ¿ no te lo había dicho nadie?
-Por qué no pruebas a bajar del taburete y darte unas patadas en el trasero. Es una forma de pasar el tiempo- me soltó, el menda, mientras con su mano derecha se rascaba las pelotas. O lo que tuviese donde debieran estar las pelotas. Del bolsillo de su chaqueta asomaba el Racing Form.
-Vale, viejo, vale. Era sólo por charlar un poco
-Yo no soy buena compañía, hablar no me sirve para nada- me escupió con desdén.
-Pues hablas como un jodido escritor, ¿ no deberías estar ya muerto, Hank? Quizá seas como Elvis...
-La muerte de la mayoría es una farsa, no queda nada que pueda morir. Lo triste no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte- siguió sentenciando quienquiera que fuese. Una mosca revoloteó alrededor de su copa y luego se posó junto al abarrotado cenicero. El tipo alargó la mano y la mosca desapareció- ¿ Abres la boca, chico?- fanfarroneó con el puño cerrado y alzado.
-Y una mierda-protesté, abrió su mano y la mosca zumbó enfurecida y se perdió en dirección a la nada. Raúl Núñez, o quienquiera que fuese, reapareció, los dos aprovechamos para demandarle bebercio.
-El alcohol es una de las mejores cosas que hay, además de un servidor- Hank rió su ocurrencia
-¿Hablas conmigo, viejo?- el tipo ya empezaba a cargarme. Pasa siempre con los escritores. Viven en el afectado convencimiento de que el mundo necesita sus soporíferas monsergas. Se equivocan, claro.
-Los hombres más fuertes son los más solitarios- la llevaba peor que yo, al parecer
-¿ Por qué hace tanto calor aquí, viejo? ¿ Y dónde coño están las tías?
-Lee, chico- me señaló un cartel sobre la nevera de los vinos. " Bar Infierno, echa un trago mientras el diablo termina con las chicas", eran unas llamativas letras doradas, salpicadas de pequeños diablillos que correteaban entre ellas.
-Muy gracioso, así que estamos en el infierno, ¿ eh?
-Sí. Y no se pagan las copas
-Coño, voy a quedarme por una temporada- asentí encantado
-Chico, nadie abandona este sitio. Nunca- Hank rompió a reír como si un resorte se hubiese soltado dentro de su cuerpo. Reía y reía, mientras su tripa cervecera se inflaba y desinflaba compulsivamente.
-Buah!!! Me aburres, tío. Voy a echar una meada.
Su escandalosa risa me acompañó por todo el antro hasta el pasillo de los retretes. Me detuve un momento. Un cartel que anunciaba un concierto llamó mi atención. El grupo se llamaba " Me Cago En Tus Muertos". El cantante semejaba el doble de Joey Ramone, la misma pose desgarbada y todo. El guitarra era el gemelo de Joe Strummer, en su época Sandinista. Al bajo, un niñato desaliñado y de aspecto estreñido. Joder, la misma cara que el difunto Sid Vicious tenía el chaval. Tocaban allí, en el Infierno, y el bolo lo organizaba un tal Kike Turmix.
La hostia, daban el pego, ya lo creo.
Localicé la puerta del cagadero. Estaba ocupado. Oí como alguien aspiraba con fuerza. Dos veces, luego moqueó estentóreamente. Al instante, la puerta se abrió. Una reluciente calva me saludó. Un hombre menudo, sonriente, ojos camuflados tras unas gafas oscuras. Su rostro parecía más encendido y empapado que el del resto, si eso era posible. Un pitllo humeaba al final de una ostentosa boquilla que colgaba de su boca.
-Todo tuyo, hermano- me fintó y desapareció pasillo adelante. Que me cuelguen si aquel elemento no era el doble exacto de Hunter S. Thompson ¿ Qué me pasaba? ¿ Había tocado fondo como aseguraban mis escasos amigos? ¿Había entrado en zona peligrosa y los deliriums amenazaban con intensificar su desasosegante presencia? ¿ Por qué todo el mundo me recordaba a algún escritor muerto en aquel bar infame?
¿ Cómo se sobrevive a un domingo por la tarde?
Entonces me vino el flash. Y quedé paralizado
El puto control de alcoholemia de improviso. El fantoche del picolo agitando frenético su siniestra varita luminosa, como un muñeco dislocado y fuera de sí.
La curva excesivamente cerrada.
El volantazo brusco. El salto al vacío...
El...¿ Infierno?.

Ginés Torres García, relato inédito.
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Hanki, Raúl Núñez, Los Ramones, Hunter S. Thompson, Kike Turmix, Sid Vicious... Todo un desinhibido homenaje al realismo sucio y la frivolidad, de la mano de Ginés Torres García, uno de los responsables de esa magnífica página llamada elgatodehank... Para chuparse los dedos... from hell !!! v.

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