Este texto forma parte del prólogo que el argentino Enrique Symns escribió para el libro "100 poemas de Charles Bukowski", editado por emptybeercan ediciones.
Es de buitre o de chacal escribir sobre literatura, sobre lo que otros escriben o sobre la vida de los escritores. No escribas nada si no te arrastró la vida con su peso muerto, si no tienes cicatrices del tiempo que te fueron dejando todos esos días vagabundeados sin ton ni son por los pabellones del gran shopping que es el mundo o si de casualidad o por que estabas distraído no fuiste testigo de cuando a otros los arrasaban, los labraban con todos esos aparatos del demonio que la tecnología cría y seguirá criando hasta completar los objetivos del siniestro plan que algún día sabré exactamente quién diseño.
Hay una excepción, claro. Puedes escribir sobre esos escritores cuyas vidas y sus historias y sus mitologías te hayan modificado la carretera por donde caminan tus senderos. No te propusiste contar las 2000 pelotudeces que le pasaron al tipo en su historia tal como te pasan a ti y a cualquier hijo de cualquier rutinario coño. Nada de eso. Estás inevitablemente reencarnado por ese tipo y por sus personajes, que se parecen a ti hasta en la manera de lavarse los calzoncillos. El tipo te inoculó su veneno y ahora eres él. Además de ocupar este incómodo metro cuadrado en el espacio, este metro cuadrado de masa física, desplazamientos y de gestos, ese espacio que dado en denominar "YO" y que otros llaman "Enrique", porque "YO" les pasó el dato, además soy todos esos héroes inventados por mis amigos desconocidos: no me cansó de ver los films de Martin Scorsese que cuentan la historia que yo hubiera contado y soy Joe Pesci pateando la cabeza de quién me faltó el respeto en "Buenos Muchachos", estoy gatillando mis pistolas en "Taxi Driver" sobre los proxenetas porq ué fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, soy el boxeador rebelde y traicionado de "El Toro Salvaje", el burguesito perdido en el desopilante laberinto de "After Hours" el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole en la boca en "Cabo de Miedo", y también soy cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en"Calles Asesinas". Soy el río primaverante que fluye torrentoso por las páginas de "Primavera Negra" de Henry Miller, quizá la obra poética más contundente de todo el siglo, ese río que entró a mi vida a los 16 años inundando mis prejuicios, aliviando mis sufrimientos, proponiéndome nuevas aventuras y viejas humillaciones.
Y también soy, lamentablemente William Burroughs, que se introdujo como una jeringa en mi mente inyectando la sutil paranoia de los fantasmas alienígenas que nos habitan, esa búsqueda imposible del proyector de imágenes que estructuran esta pesadilla convivencial del mercado común familiar societario. No tengo una verga que ver con maricones psicoanalizados como Woddy Allen. Porque soy ese borracho, ese tipo que parece un mono, que se emborracha todos los días y de vez en cuando se coje una nena.
SOY BUKOWSKI. Desde los 20 años que leí todas sus obras, y sin embargo nunca lo leí. No sé si sabés a qué me refiero, con leer sin leer, como tragar sin masticar. Fue debido a una maléfica casualidad, en una noche de caravana acorralado por Vera Land, que lo leí. Leer a Burroughs:
sumergirse en un remolino hambriento que te arrastra hacia los abismos de la locura. Leerlo, ponerse a trabajar con sus propuestas. Fue hace apenas cuatro años. También fue apenas hace siete años que leí por primera vez a Bukowski: "Cartero". El periodista Claudio Kleiman fue el primero que me lo mencionó: "¿Tío, leiste a Bukowski?" - "¡Pero claro! - le respondí, con la misma pasión con que a veces respondo cuando me preguntan si vi "Batman" o "La Nave Va", films que jamás vería. Pero fue otro periodista quien prácticamente me obligó a leerlo. Carlos Polimeni, en un memorable viaje de cobertura periodística al festival de rock de La Falda, me pidió que hiciera un monólogo en el pasillo del ómnibus: "Che, Bukowski... hacéte un monólogo". Fue una pesadilla. a partir de ese momento, amigos y desconocidos, lectores y parientes me llamaban, "Chinaski" o "Bukowski".
No era muy afecto a leer. Hay pocos libros para leer. Me refiero a los pocos libros que contienen las instrucciones que dejaron escritas algunos pilotos expertos, para navegar en este miserable planeta. Pero si algún día alguien empieza a llamarte Dostoievski, vas a tener que leerlo, solo para verificar si es porque eres epiléptico o un buen narrador. Después de "Cartero", siguió todo el resto: "Mujeres", "Eyaculaciones...", "Música de Cañerías", "Hollywood", "Factotum", "La Senda del Perdedor". Y también algunas pocas poesías que se publicaron en Buenos Aires, que alcanzaron para intuir la dimensión del gran poeta.
Bukowski es como el Corto Maltés, o las actuaciones de Robert De Niro o Michael Rourke: todo lo que lees es lo mismo, huele al mismo sudor, te deja el sabor amargo de un antiguo chiste contado para distraer a la muerte, te envicia Bukowski porque las palabras tienen su aliento y podés sentir la saliva que escupen, y sus historias de bares y pensiones son las mismas que tu vives en los mismos bares y las mismas pensiones. Todavía me dan ganas de cortarles la cara a ésos que consideran a Bukowski un escritor menor. "Es fácil escribir así", "No agrega nada", Mierda, prueba, cornudo, prueba. Es casi imposible escribir tal cual, tal cual el mundo se chorrea sobre tu percepción. Sin inventos, sin hiperbaton, sin grandes espectáculos ni resplandores gramaticales. Nunca los hay en la vida. Esas tremendas cosas sin importancia, esas son tu vida.
Bukowski escribe para los que habitamos en el sotano oscuro de ese edificio abandonado que es este tiempo. Para nosotros, que no tenemos un pedo de ganas de que nos lo cuente Joyce, con sus 2600000 detalles, para nosotros, que se nos ha roto la silla en donde estábamos sentados frente a las puertas de la eternidad, esperando jugarnos el tiempo y lo perdimos, ya no nos queda tiempo para apostar en entretenimientos literarios, no queremos que nos distraigan mientras miramos y estudiamos este siglo de aburrimiento que han empezado a proyectar en las pantallas de todo el mundo, no nos distraigan con chorradas y pájerías literarias. Leemos a Bukowski que nos lo cuenta en el tiempo en que tardás en echarte un mal polvo y volvemos a mirar sobre la ligustrina podada del mundo, mirándolo todo, sintiendo nada. Sentado sobre una insegura incomodidad que es este lugar, este sitio que probablemente ya no exista más en el diseño del plan. Pero no es tan jodido. Nada duele demasiado, ni te acongoja casi todo lo que ves y casi todo lo que pasa te importa tres pitos.
¿Y ENTONCES PORQUÉ ESCRIBES? Por que no queda otra. Hay que tener un insano prejuicio para creer que la literatura es importante, que la poesía es trascendente, que un artista es algo que no salió por el mismo ojete donde salieron las albondigas y los tornillos. Escribir es pura mierda. Y encima todo escritor sabe que te tiene que ir muy mal en la vida para poder escribir más o menos bien. Cuanto más mal, mejor lo harás. Y eso es el escritor. Un puñetero desgraciado que le reza a sus entrañas para que hagan fracasar a la bestia, para que cojamos mal, para que no tengamos dinero, para que los pulmones se acostumbren a respirar con dolor (éso que los maricones llaman angustia). Te adiccionás a la desgracia, te acostumbrás al rito de sentarte frente a este animal viscoso y repugnante que estoy tecleando ahora mismo y esperar pacientemente que las palabras se hablen entre ellas, que se olviden que las estás escuchando o que te olvides tu de escucharlas, que los dioses o el vago de la esquina de la nada duerman tu conciencia y todo sea escrito como si fueras una mina cojida mientras duerme. Y después acostumbrarte a todos los días o noches en donde los vagos de los dioses están estreñidos y ni siquiera sale olor del culo de tu creatividad.
¿Nunca caminaste por LA SENDA DEL PERDEDOR? Esa senda por la que se trasladan, caminando o arrastrándose, ansioso como niños o desencantados como ancianos, todos los seres que perdieron el rumbo, la cacería, la nostalgia y la alegría. Todos marcados por la misma cicatriz, el estigma de haber tocado los cables pelados que produjeron un pequeño cortocircuito en la farsa humana. Es todo un pueblo, una raza raigal atravesando los siglos de este instante arrastrados por el viento del fracaso, nacidos bajo la determinación de un calendario maldito construido por una casta de agricultores que le cantan a la muerte. Malos boxeadores, ladrones y ladronzuelos, vagos, orgullosos sin armas, ayudantes de cualquier oficio, vocacionados que vomitaron su destino, tipos que nunca aprendieron a limpiarse el culo, tipos útiles para nada porque son como dioses que no pueden hundir sus manos mentales sobre la arcilla de sensaciones del teatrillo que sueñan.
Pero a veces sucede que los perdedores consiguen triunfar. Tipos como Charles Bukowski, mal nacidos de la mala hora, un granuliento inmundo, hijo de un hijo de puta que lo revienta a palos, un vago inservible que observa la maldad del mundo mientras se endurece. Trabaja en el correo y juega a los burros. Es uno de esos a los que no les queda más que ser escritor. Pero no es un tipo sutil como Pessoa, que usaba el mundo como ventana, que le daba lo mismo mirar por el periscópio de una oficina 8 horas por día de todos los días de todas las semanas o desde la puerta entreabierta de una gran aventura, porque todo momento y todo lugar le eran óptimos para describir la miseria perceptiva de ese animal usurpado que es el hombre. No, este tipo no es un poeta sutil. Es un bruto, un bravucón como tú que prometió conquistar los sueños, un hombre que se apasiona con las damas y termina tomando café con putitas de cocaína, un peleador callejero hijo de Atila que terminó leyendo a Rimbaud en la casa de su suegro y que siguió prometiéndose COJERSE UNA NENA DE 18 A LOS 80. Prométete eso a los 50 y alegrate y festejá a los 60 si estás cojiendo de 25. Pero a los 70 es tarde, ya has triunfado, has conseguido arrastrar tu bulto de boxeador callejero molido a palos por la vida hasta las puertas del mito, ahora eres famoso o bastante conocido, te saludan por la calle los hombres de barba y las chicas se humedecen con tus páginas. Hasta pasan una película de tu vida en el Space. Y escriben artículos importantes sobre lo importante que sos para la literatura contemporánea, te hacen reportajes y uno de estos días aparecerá tu cara estropeada transladada por los rayos catódicos hasta el cerebro de los consumidores, aparecerás maquillado como un maricón para decir: "Odio a la Humanidad", mientras el locutor sonríe con ternura. 20 años de emborracharte hasta los huevos, de reventarte a piñas, de ser ladrón o zopenco, todas esas docenas de bocas que besaste y que se comieron tu leche, toda esa colección de amores frustrados, y ahora no habrá para tí el sabor de esa nena de 18 años porque tendrá olor a libro viejo, esa conchita ha aprendido a hablar y te volverá loco otra vez, oh, maldito mundo de cartón.
ASI ES HOLLYWOOD, BARFLY. Así es en todas las sucursales del mundo donde Hollywood desplagó sus sets, los mismos decorados de una pasión pintada. En Roma o en Necochea, en la casa de Fito Páez o en el palacio del Ayatollah, en la cabaña del leñador y en la pieza mugrienta del soldador de filtros mecánicos. Tu vida no vale nada, sólo hay vales que te dan para que transites por los distintos pabellones, vales para que te compres esas chorradas que tanto te gustan. Y aquí estoy yo, internado en casa, se terminaron las vacaciones en el planeta, voy a tener que escribir un buen libro porque toda la gilada de losperiodistas lo está haciendo, voy a tener que demostrar que soy mejor que ellos. Corrijo: que sé escribir, simplemente.
Mientras estoy friendo unos huevos, pensando como cerrar este prólogo o como se llame, por la radio pasan un tema de Rod Stewart que quiebra la armonía de esta mortaja. Dice: "cuando estés lejos de tu casa, y nadie te ame ni te conozca, te deseo mucha suerte y que la luz te ilumine, y cuando te pierdas en los caminos y ya no puedas volver iré tras de ti para recordarte que eres joven, que siempre, siempre serás joven. Y aunque no te encuentres por esos caminos, te recordaré y estaré contigo, ganes o pierdas, alcances o no alcances tu meta, estaré contigo y te recordaré que siempre, siempre serás joven". No deja de sorprenderme comprobar que aún estoy vivo, sepultado bajo esta capa de soledad que exhalan la mayoría de los seres que conozco.
Es raro conmoverse. Fue un recuerdo electrocutante de aquella vitalidad despierta y desamparada de los 16 o 17 años, ese amor que estaba bajo mi ropa, el recuerdo fulminante atravesó la coraza de anestesia dentro de la cual me voy congelando a medida que me aproximo al océano de la eternidad. Soy un buen emparedado de nervios pelados y cemento armado. Lo experimento ese congelamiento. Lo veo. Esa mezcla de fluido geométrico de naturaleza óptica que veo cuando me friego los párpados con los ojos cerrados. ¿Ese plasma de melaza existe debido a la permanente invasión visual edilicia y catódica o por las propias características del fotómetro instalado en el cráneo de un mono estúpido y curioso hace miles de años? ¿Y esta anestesia, es uno de los síntomas del obturamiento del aparato perceptivo que se va desgastando a medida que la geometría gramatical lo va moldeando? ¿Los poros perceptivos del miedo, del peligro, del amor se ensucian y por tanto el amor y el peligro y el miedo dejan de acecharnos en las puertas de nuestras vesículas receptoras o ese embotamiento que se incorpora poco después de la adolescencia a nuestra conducta es una enfermedad generada por las excreciones del reptil dorsal que duerme en tu espalda? ¿A ti te importan un carajo estas preguntas?
A mí no. Yo me pongo a llorar como un viejo niño tonto cuando pienso cosas como esas.
Mientras como mi huevo frito y al mismo fumo mi cigarro y comprendo porque me dicen Bukowski: no porque escriba bien, sino porque estoy con mi copa en la mano, siempre, llueva o truene, me la estés chupando o me quieras pelear, en el escenario o en el bosque. Lo que me queda con vida levanta la copa, como un ser enterrado vivo que perfora el ataúd para respirar. Y todos lo bebedores, apuéstalo, están vivos en parte. Sed del alma, llanto o risa del alma, todas mis emociones son grandes alientos, grandes inspiraciones de aire que realizo para después seguir aguantando la respiración bajo la mortaja de la vida social. Apago el pucho sobre el huevo y te cuento la fantasía que bailaba en los pasadizos de mi mente mientras la canción de Rod Stewart me bañaba de sol y eternidad.
Estoy un día muy borracho y están a punto de reportearme en un programa de tv o de radio o dando una conferencia en un bar, prefiero que sea la TV, porque soy tan exhibicionista como Bukowski y tal como le paso a él, estaría ahí entre el panel de reporteados o lo que mierda se trate, muy borracho y el locutor diría: "Aquí también se encuentra con nosotros el Licenciado Vidal..." y yo no entendería nada, o sí entendería pero para el culo, escucharía otra voz, una voz más remota como si hubiera dicho, "Con ustedes, un psiquiatra de Rodez...", me acordaría de ese psiquiatra que destruyó la vida de un gran amigo, no sé qué pesadilla tendría cuando todos me vieran levantarme con la botella de ginebra en una mano y la navaja en la otra. Buscaría la cara del licenciado Vidal y capaz que vería el rostro del putañero tipo del noticiero, o el curita del Proyecto Andrés, o el comisario Mendizábal, y le partiría la botella de ginebra en la cara al licenciado y una escupida de sangre saltaría hacia las cámaras. Un poco de refrescante sangre que corra por los rayos catódicos de este perverso complot y te moje los ojos.
Tu lo sabés como yo. La sangre es la única poesía que fluye como un río y por donde alguna vez nos escaparemos de noche, navegando alborozados, hasta perdernos para siempre.
Enrique Symns no proviene del ámbito literario, sino del periodístico. Trabajó en las revistas El Porteño, Satiricón, Eroticón; dirigió en distintas épocas Cerdos y Peces y El Cazador. Además fue monologuista de Los Redonditos de Ricota, la Bersuit Vergarabat y Los Piojos y, entre otros libros, escribió una biografía de Fito Páez. Su trayectoria vital delimita un territorio inevitablemente osmótico que bien podría resumirse con las palabras sexo, drogas y rock and roll, pero también con muchas otras. Fue una figura de cierta versión del underground porteño de los años ’80 y principios de los ’90, ese laboratorio de experimentaciones y conductas alternativas que reunió desde artistas, escritores y periodistas geniales e irreverentes hasta traficantes y estafadores, pasando por drogones, manyines y vividores. Symns no arremete contra esas definiciones, más bien las asimila y desde esa zona de permanente sospecha cuenta su experiencia.
Gustavo Pablos.
Hay una excepción, claro. Puedes escribir sobre esos escritores cuyas vidas y sus historias y sus mitologías te hayan modificado la carretera por donde caminan tus senderos. No te propusiste contar las 2000 pelotudeces que le pasaron al tipo en su historia tal como te pasan a ti y a cualquier hijo de cualquier rutinario coño. Nada de eso. Estás inevitablemente reencarnado por ese tipo y por sus personajes, que se parecen a ti hasta en la manera de lavarse los calzoncillos. El tipo te inoculó su veneno y ahora eres él. Además de ocupar este incómodo metro cuadrado en el espacio, este metro cuadrado de masa física, desplazamientos y de gestos, ese espacio que dado en denominar "YO" y que otros llaman "Enrique", porque "YO" les pasó el dato, además soy todos esos héroes inventados por mis amigos desconocidos: no me cansó de ver los films de Martin Scorsese que cuentan la historia que yo hubiera contado y soy Joe Pesci pateando la cabeza de quién me faltó el respeto en "Buenos Muchachos", estoy gatillando mis pistolas en "Taxi Driver" sobre los proxenetas porq ué fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, soy el boxeador rebelde y traicionado de "El Toro Salvaje", el burguesito perdido en el desopilante laberinto de "After Hours" el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole en la boca en "Cabo de Miedo", y también soy cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en"Calles Asesinas". Soy el río primaverante que fluye torrentoso por las páginas de "Primavera Negra" de Henry Miller, quizá la obra poética más contundente de todo el siglo, ese río que entró a mi vida a los 16 años inundando mis prejuicios, aliviando mis sufrimientos, proponiéndome nuevas aventuras y viejas humillaciones.
Y también soy, lamentablemente William Burroughs, que se introdujo como una jeringa en mi mente inyectando la sutil paranoia de los fantasmas alienígenas que nos habitan, esa búsqueda imposible del proyector de imágenes que estructuran esta pesadilla convivencial del mercado común familiar societario. No tengo una verga que ver con maricones psicoanalizados como Woddy Allen. Porque soy ese borracho, ese tipo que parece un mono, que se emborracha todos los días y de vez en cuando se coje una nena.
SOY BUKOWSKI. Desde los 20 años que leí todas sus obras, y sin embargo nunca lo leí. No sé si sabés a qué me refiero, con leer sin leer, como tragar sin masticar. Fue debido a una maléfica casualidad, en una noche de caravana acorralado por Vera Land, que lo leí. Leer a Burroughs:
sumergirse en un remolino hambriento que te arrastra hacia los abismos de la locura. Leerlo, ponerse a trabajar con sus propuestas. Fue hace apenas cuatro años. También fue apenas hace siete años que leí por primera vez a Bukowski: "Cartero". El periodista Claudio Kleiman fue el primero que me lo mencionó: "¿Tío, leiste a Bukowski?" - "¡Pero claro! - le respondí, con la misma pasión con que a veces respondo cuando me preguntan si vi "Batman" o "La Nave Va", films que jamás vería. Pero fue otro periodista quien prácticamente me obligó a leerlo. Carlos Polimeni, en un memorable viaje de cobertura periodística al festival de rock de La Falda, me pidió que hiciera un monólogo en el pasillo del ómnibus: "Che, Bukowski... hacéte un monólogo". Fue una pesadilla. a partir de ese momento, amigos y desconocidos, lectores y parientes me llamaban, "Chinaski" o "Bukowski".
No era muy afecto a leer. Hay pocos libros para leer. Me refiero a los pocos libros que contienen las instrucciones que dejaron escritas algunos pilotos expertos, para navegar en este miserable planeta. Pero si algún día alguien empieza a llamarte Dostoievski, vas a tener que leerlo, solo para verificar si es porque eres epiléptico o un buen narrador. Después de "Cartero", siguió todo el resto: "Mujeres", "Eyaculaciones...", "Música de Cañerías", "Hollywood", "Factotum", "La Senda del Perdedor". Y también algunas pocas poesías que se publicaron en Buenos Aires, que alcanzaron para intuir la dimensión del gran poeta.
Bukowski es como el Corto Maltés, o las actuaciones de Robert De Niro o Michael Rourke: todo lo que lees es lo mismo, huele al mismo sudor, te deja el sabor amargo de un antiguo chiste contado para distraer a la muerte, te envicia Bukowski porque las palabras tienen su aliento y podés sentir la saliva que escupen, y sus historias de bares y pensiones son las mismas que tu vives en los mismos bares y las mismas pensiones. Todavía me dan ganas de cortarles la cara a ésos que consideran a Bukowski un escritor menor. "Es fácil escribir así", "No agrega nada", Mierda, prueba, cornudo, prueba. Es casi imposible escribir tal cual, tal cual el mundo se chorrea sobre tu percepción. Sin inventos, sin hiperbaton, sin grandes espectáculos ni resplandores gramaticales. Nunca los hay en la vida. Esas tremendas cosas sin importancia, esas son tu vida.
Bukowski escribe para los que habitamos en el sotano oscuro de ese edificio abandonado que es este tiempo. Para nosotros, que no tenemos un pedo de ganas de que nos lo cuente Joyce, con sus 2600000 detalles, para nosotros, que se nos ha roto la silla en donde estábamos sentados frente a las puertas de la eternidad, esperando jugarnos el tiempo y lo perdimos, ya no nos queda tiempo para apostar en entretenimientos literarios, no queremos que nos distraigan mientras miramos y estudiamos este siglo de aburrimiento que han empezado a proyectar en las pantallas de todo el mundo, no nos distraigan con chorradas y pájerías literarias. Leemos a Bukowski que nos lo cuenta en el tiempo en que tardás en echarte un mal polvo y volvemos a mirar sobre la ligustrina podada del mundo, mirándolo todo, sintiendo nada. Sentado sobre una insegura incomodidad que es este lugar, este sitio que probablemente ya no exista más en el diseño del plan. Pero no es tan jodido. Nada duele demasiado, ni te acongoja casi todo lo que ves y casi todo lo que pasa te importa tres pitos.
¿Y ENTONCES PORQUÉ ESCRIBES? Por que no queda otra. Hay que tener un insano prejuicio para creer que la literatura es importante, que la poesía es trascendente, que un artista es algo que no salió por el mismo ojete donde salieron las albondigas y los tornillos. Escribir es pura mierda. Y encima todo escritor sabe que te tiene que ir muy mal en la vida para poder escribir más o menos bien. Cuanto más mal, mejor lo harás. Y eso es el escritor. Un puñetero desgraciado que le reza a sus entrañas para que hagan fracasar a la bestia, para que cojamos mal, para que no tengamos dinero, para que los pulmones se acostumbren a respirar con dolor (éso que los maricones llaman angustia). Te adiccionás a la desgracia, te acostumbrás al rito de sentarte frente a este animal viscoso y repugnante que estoy tecleando ahora mismo y esperar pacientemente que las palabras se hablen entre ellas, que se olviden que las estás escuchando o que te olvides tu de escucharlas, que los dioses o el vago de la esquina de la nada duerman tu conciencia y todo sea escrito como si fueras una mina cojida mientras duerme. Y después acostumbrarte a todos los días o noches en donde los vagos de los dioses están estreñidos y ni siquiera sale olor del culo de tu creatividad.
¿Nunca caminaste por LA SENDA DEL PERDEDOR? Esa senda por la que se trasladan, caminando o arrastrándose, ansioso como niños o desencantados como ancianos, todos los seres que perdieron el rumbo, la cacería, la nostalgia y la alegría. Todos marcados por la misma cicatriz, el estigma de haber tocado los cables pelados que produjeron un pequeño cortocircuito en la farsa humana. Es todo un pueblo, una raza raigal atravesando los siglos de este instante arrastrados por el viento del fracaso, nacidos bajo la determinación de un calendario maldito construido por una casta de agricultores que le cantan a la muerte. Malos boxeadores, ladrones y ladronzuelos, vagos, orgullosos sin armas, ayudantes de cualquier oficio, vocacionados que vomitaron su destino, tipos que nunca aprendieron a limpiarse el culo, tipos útiles para nada porque son como dioses que no pueden hundir sus manos mentales sobre la arcilla de sensaciones del teatrillo que sueñan.
Pero a veces sucede que los perdedores consiguen triunfar. Tipos como Charles Bukowski, mal nacidos de la mala hora, un granuliento inmundo, hijo de un hijo de puta que lo revienta a palos, un vago inservible que observa la maldad del mundo mientras se endurece. Trabaja en el correo y juega a los burros. Es uno de esos a los que no les queda más que ser escritor. Pero no es un tipo sutil como Pessoa, que usaba el mundo como ventana, que le daba lo mismo mirar por el periscópio de una oficina 8 horas por día de todos los días de todas las semanas o desde la puerta entreabierta de una gran aventura, porque todo momento y todo lugar le eran óptimos para describir la miseria perceptiva de ese animal usurpado que es el hombre. No, este tipo no es un poeta sutil. Es un bruto, un bravucón como tú que prometió conquistar los sueños, un hombre que se apasiona con las damas y termina tomando café con putitas de cocaína, un peleador callejero hijo de Atila que terminó leyendo a Rimbaud en la casa de su suegro y que siguió prometiéndose COJERSE UNA NENA DE 18 A LOS 80. Prométete eso a los 50 y alegrate y festejá a los 60 si estás cojiendo de 25. Pero a los 70 es tarde, ya has triunfado, has conseguido arrastrar tu bulto de boxeador callejero molido a palos por la vida hasta las puertas del mito, ahora eres famoso o bastante conocido, te saludan por la calle los hombres de barba y las chicas se humedecen con tus páginas. Hasta pasan una película de tu vida en el Space. Y escriben artículos importantes sobre lo importante que sos para la literatura contemporánea, te hacen reportajes y uno de estos días aparecerá tu cara estropeada transladada por los rayos catódicos hasta el cerebro de los consumidores, aparecerás maquillado como un maricón para decir: "Odio a la Humanidad", mientras el locutor sonríe con ternura. 20 años de emborracharte hasta los huevos, de reventarte a piñas, de ser ladrón o zopenco, todas esas docenas de bocas que besaste y que se comieron tu leche, toda esa colección de amores frustrados, y ahora no habrá para tí el sabor de esa nena de 18 años porque tendrá olor a libro viejo, esa conchita ha aprendido a hablar y te volverá loco otra vez, oh, maldito mundo de cartón.
ASI ES HOLLYWOOD, BARFLY. Así es en todas las sucursales del mundo donde Hollywood desplagó sus sets, los mismos decorados de una pasión pintada. En Roma o en Necochea, en la casa de Fito Páez o en el palacio del Ayatollah, en la cabaña del leñador y en la pieza mugrienta del soldador de filtros mecánicos. Tu vida no vale nada, sólo hay vales que te dan para que transites por los distintos pabellones, vales para que te compres esas chorradas que tanto te gustan. Y aquí estoy yo, internado en casa, se terminaron las vacaciones en el planeta, voy a tener que escribir un buen libro porque toda la gilada de losperiodistas lo está haciendo, voy a tener que demostrar que soy mejor que ellos. Corrijo: que sé escribir, simplemente.
Mientras estoy friendo unos huevos, pensando como cerrar este prólogo o como se llame, por la radio pasan un tema de Rod Stewart que quiebra la armonía de esta mortaja. Dice: "cuando estés lejos de tu casa, y nadie te ame ni te conozca, te deseo mucha suerte y que la luz te ilumine, y cuando te pierdas en los caminos y ya no puedas volver iré tras de ti para recordarte que eres joven, que siempre, siempre serás joven. Y aunque no te encuentres por esos caminos, te recordaré y estaré contigo, ganes o pierdas, alcances o no alcances tu meta, estaré contigo y te recordaré que siempre, siempre serás joven". No deja de sorprenderme comprobar que aún estoy vivo, sepultado bajo esta capa de soledad que exhalan la mayoría de los seres que conozco.
Es raro conmoverse. Fue un recuerdo electrocutante de aquella vitalidad despierta y desamparada de los 16 o 17 años, ese amor que estaba bajo mi ropa, el recuerdo fulminante atravesó la coraza de anestesia dentro de la cual me voy congelando a medida que me aproximo al océano de la eternidad. Soy un buen emparedado de nervios pelados y cemento armado. Lo experimento ese congelamiento. Lo veo. Esa mezcla de fluido geométrico de naturaleza óptica que veo cuando me friego los párpados con los ojos cerrados. ¿Ese plasma de melaza existe debido a la permanente invasión visual edilicia y catódica o por las propias características del fotómetro instalado en el cráneo de un mono estúpido y curioso hace miles de años? ¿Y esta anestesia, es uno de los síntomas del obturamiento del aparato perceptivo que se va desgastando a medida que la geometría gramatical lo va moldeando? ¿Los poros perceptivos del miedo, del peligro, del amor se ensucian y por tanto el amor y el peligro y el miedo dejan de acecharnos en las puertas de nuestras vesículas receptoras o ese embotamiento que se incorpora poco después de la adolescencia a nuestra conducta es una enfermedad generada por las excreciones del reptil dorsal que duerme en tu espalda? ¿A ti te importan un carajo estas preguntas?
A mí no. Yo me pongo a llorar como un viejo niño tonto cuando pienso cosas como esas.
Mientras como mi huevo frito y al mismo fumo mi cigarro y comprendo porque me dicen Bukowski: no porque escriba bien, sino porque estoy con mi copa en la mano, siempre, llueva o truene, me la estés chupando o me quieras pelear, en el escenario o en el bosque. Lo que me queda con vida levanta la copa, como un ser enterrado vivo que perfora el ataúd para respirar. Y todos lo bebedores, apuéstalo, están vivos en parte. Sed del alma, llanto o risa del alma, todas mis emociones son grandes alientos, grandes inspiraciones de aire que realizo para después seguir aguantando la respiración bajo la mortaja de la vida social. Apago el pucho sobre el huevo y te cuento la fantasía que bailaba en los pasadizos de mi mente mientras la canción de Rod Stewart me bañaba de sol y eternidad.
Estoy un día muy borracho y están a punto de reportearme en un programa de tv o de radio o dando una conferencia en un bar, prefiero que sea la TV, porque soy tan exhibicionista como Bukowski y tal como le paso a él, estaría ahí entre el panel de reporteados o lo que mierda se trate, muy borracho y el locutor diría: "Aquí también se encuentra con nosotros el Licenciado Vidal..." y yo no entendería nada, o sí entendería pero para el culo, escucharía otra voz, una voz más remota como si hubiera dicho, "Con ustedes, un psiquiatra de Rodez...", me acordaría de ese psiquiatra que destruyó la vida de un gran amigo, no sé qué pesadilla tendría cuando todos me vieran levantarme con la botella de ginebra en una mano y la navaja en la otra. Buscaría la cara del licenciado Vidal y capaz que vería el rostro del putañero tipo del noticiero, o el curita del Proyecto Andrés, o el comisario Mendizábal, y le partiría la botella de ginebra en la cara al licenciado y una escupida de sangre saltaría hacia las cámaras. Un poco de refrescante sangre que corra por los rayos catódicos de este perverso complot y te moje los ojos.
Tu lo sabés como yo. La sangre es la única poesía que fluye como un río y por donde alguna vez nos escaparemos de noche, navegando alborozados, hasta perdernos para siempre.
Enrique Symns no proviene del ámbito literario, sino del periodístico. Trabajó en las revistas El Porteño, Satiricón, Eroticón; dirigió en distintas épocas Cerdos y Peces y El Cazador. Además fue monologuista de Los Redonditos de Ricota, la Bersuit Vergarabat y Los Piojos y, entre otros libros, escribió una biografía de Fito Páez. Su trayectoria vital delimita un territorio inevitablemente osmótico que bien podría resumirse con las palabras sexo, drogas y rock and roll, pero también con muchas otras. Fue una figura de cierta versión del underground porteño de los años ’80 y principios de los ’90, ese laboratorio de experimentaciones y conductas alternativas que reunió desde artistas, escritores y periodistas geniales e irreverentes hasta traficantes y estafadores, pasando por drogones, manyines y vividores. Symns no arremete contra esas definiciones, más bien las asimila y desde esa zona de permanente sospecha cuenta su experiencia.
Gustavo Pablos.
GENIAL GENIAL GENIAL!!!
ResponderEliminarrecuerdo haber visto ese libro de bukowski en una librería de la terminal de tucumán (no es muy fácil conseguir esas cosas en el interior).
el libro valía 40 pesos, y a mí no me alcanzaba. y en lo que me puse a leer había un monólogo interesante, que no lo leí completo. resulta que era de este tipo (porque acabo de buscarlo).
cuando volví a la librería el libro ya no estaba, y siempre voy a lamentar no haberlo podido llevar. solo vengo a agradecerte este aporte, una genialidad lo que escribe este tipo (primera vez que lo leo)
saludos y gracias
fabrizio barrera