jueves, 22 de noviembre de 2007

UN INDIO EJEMPLAR, por Ángel Petisme.

Gerónimo, el gran jefe apache que se enfrentó al hombre blanco, acabó sus días en una reserva de Oklahoma vendiendo souvenirs a los turistas: joyas, casitas de barro, atrapasueños.
Su nombre indio era Gokhlayeh, el que bosteza. Cuando las tropas mejicanas de Sonora asesinaron en una incursión a su mujer, su madre y sus tres hijos, dejó de bostezar. Tanta sangre le quemaba en las manos, la tierra bramaba como un bisonte en sus ojos insomnes y negros. Prendió fuego a su tipi y la ropa de su familia y partió en busca de Cochise, jefe de los chiricahuas. Atacaron en los años siguientes ciudades mexicanas y pasaron a cuchillo a los enemigos. El sol de la memoria dejaba de ser suyo, hervían las praderas, hervía la Sierra Madre.

-¡Buen día para morir!- exclaman los indios al levantarse, cuando luce el sol y el tiempo aclara. Y su tribu fue masacrada, expulsada de Arizona confinada en reservas. Los rostros hieráticos y surcados de arrugas veían cómo el mundo dejaba de ser suyo. Más de cinco mil soldados y quinientos exploradores, apaches la mayoría, persiguieron durante años a sus doscientos guerreros. Malaria y tuberculosis, hambre y agotamiento diezmaron su ejército de sombras y rebeldía.
Cuando Gerónimo se rindió el 9 de septiembre de 1.886 y aceptó su traslado a la prisión de St. Auguste, Florida, quedaban 16 chiricahuas, 6 niños, 14 mujeres. Arrancó a los mandos la promesa de devolverlos pasado un tiempo a Arizona. Pero como la lengua de los reptiles así es la palabra bífida del poder y la piedra con que sellaron el tratado nunca se hizo polvo.

Cinco años antes de morir la Oficina de Asuntos indios lo llevó a la Feria de San Luis y el viejo jefe ganó algo de dinero vendiendo sus autógrafos. Jamás volvió a la tierra donde creció, a las grandes praderas de los atrapasueños; el hijo de muchas nubes no tocó el arco iris de sus antepasados.

El 15 de febrero de 1909 hallaron al gran caudillo de la resistencia contra Estados Unidos en el agua, borracho y con pulmonía. El güisqui, el virus más persistente de los blancos, llevó a la muerte dos noches después a Gokhlayeh, el último apache. ¡Buen día para morir! Souvenirs, casitas de barro, atrapasueños.

Era un indio ejemplar según los mandos de Fort Still. Hoy quedan en los Estados Unidos 900.000 indios distribuidos en reservas.
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Ángel Petisme, del poemario Demolición del arco iris ( Baile del sol, 2007 ).

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