lunes, 25 de junio de 2018

PARA QUE EL PIANO SUENE ALGUIEN TIENE QUE MATAR AL ELEFANTE: Tres poemas.




CARRETERA CORTADA

tarde de agosto
en el pantano
mis hijos chillan y juegan en el agua

los miro y me recuerdo,
me veo aquí, en este mismo lugar,
cuando venía con mis padres
y mi hermano

siempre me ha encantado este paraje,
«carretera cortada», lo llaman

hay una carretera cuyo paso interrumpe
una valla,
pero ésta continúa su trayecto bajo el agua
y emerge lejos de aquí,
en la otra orilla,
como un Guadiana asfaltado

busco una sombra para sentarme
y escribir un rato :
«este es el mar de Castilla
voz y carácter de un pueblo, de una tierra,
austero corazón y piel caliza»

miro a la otra orilla
justo por detrás, a varios kilómetros,
siguiendo el serpenteo del pantano,
el pueblo sumergido de La Muedra
—Atlántida pinariega—

cuando baja el nivel asoma el campanario,
algunos muros, arbustos y piedras
crecen regados por el sol
donde solo había agua

también asoma un grito mudo,
el grito de ese pueblo,
de esta tierra olvidada,
el mío,
el último que di cuando aún sabía
chillar y jugar en el agua

—mis hijos chillan y juegan en el agua—

míralos, me digo, lo mejor de mí
chapoteando encima de la vida
y yo me recuerdo
pero ya no estoy aquí,
tal como era
estoy aquí tal como soy,
nostálgico de mí,
convaleciente de infancia
cansado, como este sol que se desnuca
tras las sierras

dónde estás, niño gordo,
vuelve a casa
recupera tu reino
y destierra a este enjuto y triste adulto

él ya no sabe
para qué sirve chillar y jugar
en el agua


MARGARITAS

fue en plena primavera

mientras la vida eclosionaba allá afuera,
yo arrasaba su cabeza con una maquinilla
eléctrica

todo lo que pude recoger
fue apenas
una brizna de hierba seca

era como estar
frente a un bosque devastado
por las llamas
con un puñado de ceniza
en las manos

después de envolverlo
en un trozo de papel,
lo tiré a la basura

menuda compañía
para unas margaritas:
latas, servilletas pringosas,
restos de comida...

aquella foto en Cartagena,
un primer plano,
toda sonriente
y margaritas colgando
como lluvia de su pelo

bajé la tapa del cubo
y marché despacio hacia mi cuarto

nunca entenderé
por qué mueren las flores


8 Y ½

Fellini escribió antes de que yo naciera
un final muy digno
para esta extraña película

una gran fiesta
amenizada por la música de Nino Rota
trompetas,

trombones, timbales y maracas
resonando en todos mis lugares sagrados
purificados
con la sal del perdón
que concede
la inevitable asunción de uno mismo
cuando todo se acaba

todas las personas que entraron
de alguna manera
en este guion sin sentido
bailando en círculo
con las manos fuertemente agarradas

y Guido Anselmi sentado sobre mi ataúd
ajustándose las gafas de sol
con el índice
y convirtiendo cada uno de mis sueños
en perfectas volutas de humo

y la Saraghina contoneando
su espantosa figura
sobre la arena inmaculada
de mi infancia
un gran banquete
con vino y licores a raudales
drogas,
muchas drogas,
drogas de todas los efectos
y texturas
drogas para recordar todo el dolor
que ha merecido la pena
drogas para olvidar todas las penas
que no han merecido el dolor

y las mujeres que he querido
con una sonrisa cosida en la boca,
mi sonrisa,
—ese animal que raramente
saca la cabeza de su cueva—
y felices por mí,
al ver que por fin soy un globo escapando
hacia el lugar donde las cuerdas
desatan
al saber que por fin
he logrado saber
dónde estoy
y ya no soy culpable
de nada


Pedro César Alcubilla, de Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante (Canalla ediciones, 2018).


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