martes, 25 de junio de 2013

MI PAPÁ ME MIMA

A LA VENTA EL DÍA 3 DE JULIO (EDICIONES B)




LA VÍA LÁCTEA

¡Ay, ahora sé qué debe de sentir un bebé cuando tiene hambre, por qué llora como si el fin del mundo fuera a llegar! Aquella mañana yo necesitaba, con urgencia, una teta. Bueno, que nadie me malinterprete, no la necesitaba yo, sino mi hija M; y no se trataba de una teta cualquiera, necesitaba la teta de su madre, me daba igual la derecha o la izquierda. La que estuviera más llena.

—¿Cuál me ves más gorda?—suele preguntarme A a veces, mostrándome sus pechos como cántaros de miel, que es como deben saberle a M, porque es enchufárselos y ahogar dulcemente esos lloros apocalípticos.


A y yo hemos perdido todo el pudor, con el tema de los pechos. Aquella mañana, por ejemplo, había descargado en el ordenador las fotos de estas últimas semanas y ahí estábamos los cinco, los dos niños, yo, A… y la teta de A, que ya es como de la familia: los cinco en una excursión a Donosti, mirando el mar desde la cafetería del Kursaal, las olas de quince metros al fondo y en primer plano ella —la teta de A— tratando de emular el temporal, con un chorrito de leche que se eleva hasta salirse del ángulo; la teta de A, blanca y rotunda, en el cuarto cumpleaños de los gemelos de mi amigo Juantxo el jipi, que la observan entre divertidos y nostálgicos, añorando un paraíso perdido en el que no existían las lentejas; otra foto, en casa de la superabuela: en esta, al menos, la teta de A no chupa cámara, está convenientemente cubierta, pero en la camiseta de A se ha dibujado un corroncho a la altura del pezón izquierdo que me río yo de los sobacos de Camacho (a esta foto le he puesto de nombre “El día que se nos olvidaron los discos protectores en casa”).


El caso es que, aquella mañana, yo –y sobre todo M— necesitábamos una teta. Había probado a enseñarle todas esas fotos, pero no era lo mismo, no había manera, M no dejaba de llorar. Estaba con ella en casa, solitos los dos. A se había reincorporado al trabajo esa semana y yo disfrutaba de un permiso de unos días, por lactancia. Por supuesto, yo no tengo pechos, así que intentaba arreglármelas con el biberón, pero la niña lo rechazaba. Una y otra vez. Una y otra vez. Y cada vez más ruidosamente que la anterior. La única solución que se me ocurrió, por fin, fue meterla en el cuco e ir a buscar a mi mujer al trabajo, para que le diera una toma en el descanso para comer. El coche nunca falla, no conozco ninguno que venga sin ese dispositivo de serie, para dormir a los niños o calmar su llanto. De hecho, fue montarla y M cayó como una ceporra. Después, esperé a A en una cafetería junto a su oficina, tan cerca que si la niña se despertara antes de tiempo su madre podría asomarse por la ventana y alimentarla a distancia con su chorro a propulsión. Por suerte no hizo falta dar ese espectáculo (nuestra falta de pudor tiene un límite). Justo cuando la fiera que M tiene en el estómago se desperezó y los camareros se acercaron para invitarme a salir y evitar de ese modo una multa por contaminación acústica, apareció la superteta, el pecho redentor y rebosante de su madre…


—He salido un poco antes porque me van a reventar; se me ha olvidado el sacaleches en casa—dijo.


—Pues aquí tienes este de carne y hueso — le pasé, aliviado, al altavoz humano.


—¡Mira, mira, qué barbaridad!—dijo después A, cuando desenfundó uno de sus pechos, mostrándome el hilito blanco que brotó, y con el que le dibujó a la pobre M en la cara el mapa de la vía láctea. La niña, entonces, dejó de llorar, se quedó estupefacta, y con el ceño fruncido (yo imaginé que ese sería el mismo gesto que se dibujaría en nuestra cara si el camarero apareciera con nuestro chuletón colgando de una caña de pescar y lo balanceara sobre nuestra cabeza). Después, A introdujo el pezón mágico en la boca de la niña y, chup, chup, todos nos quedamos tranquilos.


—¿Ves qué fácil? —dijo A.


Y la verdad era que sí, eso parecía, pero yo no podía dejar de pensar que solo quedaban tres o cuatro horas para el próximo fin del mundo.



PATXI IRURZUN


La vía láctea pertenece al libro 'Mi papá me mima', que editará el próximo día 3 de julio Ediciones B y que ya está en preventa en Amazon, Fnac, Casa del libro, Prometeo... 

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