martes, 31 de julio de 2012

THE WRONG SIDE OF THE RAILROAD BLUES


...

existen noches con demasiadas aristas. Noches en las que el silencio que precede a la tormenta hace casa en tu pecho.
Noches de piedras afiladas que laceran tus pasos.
Noches en las que ya no tienes nada dentro... y, aún así, algo te succiona hasta que te arrugas... y te repliegas y reduces mientras a lo lejos, muy a lo lejos la tormenta retumba, y es obertura de una tragedia donde personajes sin rostro desfilan, marcando el paso, sobre tu pecho que quiere romperse.
Existen noches en las que mis pasos desaparecen, confundidos por la reverberación de sonidos de odio que ya no puedo, ni quiero absorber. Y mi corazón busca desesperado una salida que no se la dan mis ojos, que quietos, escudriñan los meatos de una persiana rota, a la espera de que una chispa de luz todo lo haga estallar.
Existen noches que no tienen más sentido que pasar como pasa una riada que arrastra todas las piedras del camino hasta que se atascan a la altura de tus ojos y, cuando todo se apantana, empieza a llover, algo cruje en la oscuridad y la vida que pierdes se escurre por los laterales y anega el desierto... el del alma.
Noches de dolor que no sepelio en las que sabes, ya lo sabes demasiado bien, que cada vez que algo muere en ti es un paso que pierdes en este viaje a ningún sitio, sin horizonte. Paso que nunca has de recuperar, pues en cada caída se borra el sendero. Y si tienes la suerte de que llegue una nueva luz, tan sólo queda levantarse y reinventar el camino, recoger lo poco que de ti quede... y partir, partir de nuevo.
Cada vez más solo, más cansado, más triste.
Pero cada vez más seguro de que es el único camino que me ha de llevar...
¿hacia dónde?
hacia donde yo quiera en mí.
Aunque los que se quedan detrás
griten
que voy del lado equivocado de la vía
del tren social
(Suena el Duque Ellintong en el cruce de caminos)

TAG: Escritores Sucios, Antólogo: Carlos Salcedo Odklas. A Daniel Romero y Javier y su fanzine: Cruce de caminos
...

Alfonso Xen Rabanal, de El tiempo del hombre muerto (Origami, 2012).

domingo, 29 de julio de 2012

MADRUGADA: Prólogo.




DEJAR EL INCENDIO ATRÁS

El tiempo nos va desnudando (2009), la primera novela de Julio César Álvarez, fue la carta de presentación de un escritor ingenioso, al tiempo que incisivo y profundo, que con una prosa colorista y pop diseccionaba su entorno y su tiempo, la frivolidad y el vacío existencial de su generación, su falta de valores y estímulos, y el extrañamiento de las sociedades capitalistas modernas. Un primer libro valiente y sincero, sobre todo, o entre otras cosas, por desmarcarse de los tópicos literarios leoneses, ruralistas y regionalistas e históricos, tan rentables por estos lares, y abordar frontalmente y sin tapujos, de tú a tú, la realidad y el mundo que nos rodea, el suyo y el mío y el de esta ciudad, y por extensión el de otras muchas.


Aunque Julio, todo hay que decirlo, no era un recién llegado al mundo de la literatura. Durante años pudimos disfrutar de sus jugosas crónicas sobre música, cine o tendencias en la revista que coordinaba, Azul Eléctrico: Cultura Subterránea (una de las publicaciones leonesas independientes más destacables de los últimos tiempos, punto de encuentro de jóvenes creadores), así como de su presencia y apoyo en muchas lecturas y actos colectivos.

Posteriormente a esta novela, y antes de escribir la que el lector tiene ahora en sus manos, Julio César Álvarez publicó, como una especie de anexo o colofón a Azul Eléctrico, otro libro realmente curioso, Mientras el mundo cae: 50 nombres de la nueva escena cultural leonesa (2010), una serie de retratos subjetivos de varios de los creadores más activos de la ciudad, que nuevamente puso de manifiesto la fluidez de su prosa y sus dotes de observación.

Por todo ello, muchos esperábamos ya impacientes su nuevo libro, aunque ni los más cercanos teníamos noticia de por dónde irían los tiros. Y aquí está, al fin, el resultado: Madrugada, su segunda novela, de la mano de la Editorial Eutelequia.

Lo primero que se me ocurre destacar al respecto, para centrar un poco al lector, es la diversidad de lecturas y capas que nos ofrece este libro: documento escalofriante sobre las dependencias y la drogadicción, crónica de la movida madrileña de los años 80 y diario íntimo de un escritor, pero también (y esto es lo que a mi juicio lo hace más atractivo), viaje de iniciación y búsqueda y descenso a los abismos del yo. Un viaje cuya meta, por supuesto, no desvelaré en este prólogo, pero que nos enfrenta a nuestros miedos más profundos y a fantasmas que todos conocemos bien: el desaliento, la soledad, la cotidianeidad y el vacío.

Todas estas variantes y capas argumentales, y la intensidad dramática con que el autor las traslada al papel, hacen de Madrugada una novela dinámica y reflexiva, filosófica y existencial, que engancha y hace pensar al lector por encima de lo meramente testimonial: compartamos o no la forma de proceder del protagonista, no podemos evitar en más de un aspecto identificarnos con él y, al mismo tiempo, asustarnos de los paralelismos. Porque lo cierto es que Julio no habla solo desde la piel de un drogadicto, sino desde la de cualquier persona que busca sentido a sus días y orientación para recorrer el camino, y eso es algo que, en mayor o menor medida, nos toca y afecta a todos.

También me parece importante señalar alguna de las (a mi juicio) influencias básicas del libro: el continuo deambular sin rumbo, el desear estar siempre en otro lado, la rutina de estar vivo y la evasión mediante el artificio, la búsqueda de nuestro yo escindido, el oficio de la escritura, el tono coloquial y la descripción de ambientes sórdidos, lo emparentan directamente con la literatura beat norteamericana, en especial con William Burroughs (Yonki y El almuerzo desnudo), pero también con Jack Kerouac (En el camino) y el resto de artífices del movimiento.

Y luego están Knut Hansum (Hambre) y Cesare Pavese, a los que el autor cita en más de una ocasión, Artaud y Henry Miller (Trópico de Cáncer), Lou Reed, Led Zeppelin, los Who y los Rolling Stones, la película Drugstore Cowboy, de Gus Van Sant, y planeando (aunque no los mencione explícitamente) sobre toda la novela, como una especie de ángeles (o demonios) tutelares, Albert Camus y Sartre, El extranjero y La náusea y el existencialismo francés, que parecen guiar fatídicamente los pasos del protagonista.

Todo ello con el telón de fondo de la movida madrileña y el SIDA, los punks y los rockers y mods (animales que se saben hermosos y diferentes), el mundo de la bohemia literaria y artística, las servidumbres y dependencias (no solo de las drogas), el amor a los veinte y el amor más tarde en fuga (muy al estilo nouvelle vague), la atracción por el abismo (desde niño me ha apasionado lo que está mal), las relaciones interpersonales (Es fácil medir a los demás. No tanto a uno mismo) y la tristeza adulta (si nadie en cree en ti, tú también dejas de creer en ti), el espíritu de cambio de la Transición, el hundimiento y la catarsis, el crimen y el castigo y, en última instancia, metafóricamente, el incendio y la madrugada, susceptibles de interpretar (como todo el libro) de varias maneras.

En cualquier caso, al margen de la lectura y conclusiones de cada lector, esta novela no aburrirá ni dejará indiferente a nadie: suceden muchas cosas, hay muchos personajes, se tocan muchas fibras, se analizan muchos sentimientos, se describen muchas situaciones y la acción discurre en muchos lugares.

Con su prosa brillante y concisa y su capacidad incisiva de análisis, Julio César Álvarez nos conduce sin estridencias ni sensacionalismos a los paraísos e infiernos del alma (el placer y el dolor, el amor y el odio, la dicha y la desdicha, el ying y el yang), y retrata de manera convincente la sociedad de hastío e incomunicación en que vivimos.

Damas y caballeros, apaguen los móviles y acomódense en sus asientos: la función va a comenzar.


Vicente Muñoz Álvarez, prólogo de Madrugada, de Julio César Álvarez (Eutelequia, 2012).

viernes, 27 de julio de 2012

¡VUELVE, ROBESPIERRE! Patxi Irurzun


Una facción del Partido de la Gente del Bar sumándose al  Ejército Unificado de Liberación Indigente,  sedientos de cerveza y sangre de yugular


Mike Tyson es un sol. El sol de un julio herido de muerte que golpea sobre mi cabeza y me hace caer K.O. sobre la acera. Diez, nueve, ocho. Oigo la cuenta atrás. La voz llega desde muy lejos,  desde una sala de cine vacía en la que se proyectan las imágenes de mi vida y mi vida es una mala película.  Siete, seis, cinco.  Hay que levantarse, antes de que la muerte se ponga el cinturón de campeona del mundo. Cuatro, tres, dos, uno. Estoy de pie y el árbitro me guiña un ojo, algo mosqueado. El combate está amañado, pero yo no me voy a rendir. Morderé a la muerte en la oreja y escupiré el lóbulo sobre la lona y el árbitro resbalará con ella como si fuera el payaso de un circo. Diez, nueve, ocho. Ahora soy yo el que cuenta. Esta película (este artículo) puede que sea un bodrio, pero aún no ha llegado el The End. Ahora la pantalla se ilumina, es la luz al final del túnel y yo voy hacia ella y hacia mí también viene gente, gente sonriendo, y su risa es revolucionaria, su risa es contagiosa, es gente de puta madre, que transmite las consignas para la revuelta como si me contara un chiste, mientras a lo lejos, sobre sus cabezas, entre los bloques de VPO, una columna de polvo, humo y destrucción se eleva y avanza y comienza a envolvernos, como la capa de un superhéroe monumental e invencible que acabará de una vez por todas con todos los malos y se meará de la risa mientras lo hace.
—Es el EULI, el Ejército Unificado de Liberación  Indigente—me susurran alborozados los vecinos que me cruzo en la acera—. Cada vez están más cerca. Cada vez somos más, compañero —me guiñan también los ojos, y yo les creo, quiero creer que este combate no es un tongo, lo compruebo cuando veo aparecer a los primeros milicianos, con sus camisetas en las que se leen lemas como “Nosotros sí que estamos a favor de los recortes”, y veo también sus armas,  las guillotinas, los cuchillos de cocina aburridos de no poder cortar filetes, sedientos de sangre de yugular,  las hoces que enarbolan sacudiendo el óxido,  las recortadas que han apañado con tubos de escape arrancados de los coches que quedan ardiendo a sus espaldas... Un ejército de andarines que avanza imparable y zumbón al grito de “¡Robespierre, vuelve!” y que me devuelve la esperanza: ya no soy el último peatón, de hecho ahora soy yo quien encabeza a esta horda de desahuciados, y nos abrimos paso a sangre y fuego, dejamos atrás los barrios dormitorios, ya nadie duerme en ellos, ni grita a sus televisores, en cada portal van sumándose nuevos combatientes, que entran a los bancos con las huchas de sus hijos y revientan las cajas fuertes  y vuelven a llenar los cerditos, a los que metieron el cuchillo una tarde de lluvia y lágrimas, de rabia y rabietas, y siguen, seguimos adelante, ahora estamos  en los bares de lo viejo y en ellos se suma a la revuelta el Partido de la Gente del Bar, “Bebe y lucha”, recuerdan los viejos militantes sus gritos de guerra, y sus corazones desgarrados y macerados en alcohol de garrafa ahora son granadas de mano, y cuando retiran la espoleta los televisores de los bares estallan, y desde ellos saltan todos los parias de la tierra, los niños de las ciudades miserias y los de los campos de refugiados, todos los que han muerto esa mañana por culpa de una diarrea salen enarbolando sus pañales, como si fueran hondas, y las mujeres violadas y asesinadas, ellas también están aquí, vivas, con los labios y las yemas de los dedos intactos, con su arsenal de besos y caricias preparado para prender fuego, todas juntas, los mendigos, los parados, los sinpapeles, seguimos avanzando,  dejamos abiertas las puertas de los calabozos, atrancamos las de los cuarteles y las de las autoescuelas, ocupamos los palacios, y cuando salen a recibirnos presidentas, alcaldes, jueces, príncipes, tertulianas, nos reímos más alto que ellos, nos reímos de verdad, y eso sí que no,  eso no lo pueden soportar, se defenestran desde los alto de sus tronos y escaños y consejos de administración, ahora somos nosotros, los peatones, la escoria de la tierra, los últimos de la fila, los que los ocupamos y nos partimos el culo, ¡ja, ja, ja!, oigo mi propia carcajada, y siento como Mike Tyson se agacha y besa mi rostro, y el sol de julio acariciando mi frente, y a lo lejos las sirenas de una ambulancia, y algo más cerca, la voz de mi vecino diciendo: “Y ahora una insolación. Lo que le faltaba a este hombre. ¡Qué calamidad!”, pero yo no le hago caso, es solo un desertor del EULI, un amargado, alguien al que no he visto reírse en toda su miserable vida.

miércoles, 25 de julio de 2012

FIESTA ORIGAMI en LEÓN


Este Jueves a partir de las 21:00 Alfonso Xen Rabanal, Abel Aparicio, Toño Morala, Ángel Fernández Fernández, David González, Vicente Muñoz Álvarez & Julio Eléctrico estarán en nuestro local presentando sus libros de la Editorial Origami

Solo deciros que hemos hecho un esfuerzo titánico (en todos los sentidos del término) para que esto suceda...

martes, 24 de julio de 2012

VISIÓN DE GAZA. Un cuento de Ghassan Kanafani



Mi querido Mustafá:
Acabo de recibir la carta donde dices que arreglaste todo para mí en Sacramento.
También recibí un aviso de la Universidad de California, informando sobre mi admisión en Arquitectura. Necesito agradecerte por todo lo que hiciste, pero tengo que decir que cambié de idea. Quiero que sepas, mi querido Mustafá, que mi decisión había sido tomada cuando aún no podía ver las cosas muy claramente. Por eso, mi amigo, no te voy a hacer compañía en el “país del verde y de los bellos rostros”, que describiste. Me voy a quedar por aquí. No voy a salir más.
Lamento mucho esa decisión cuando pienso que no vamos a poder continuar más juntos. Casi puedo oírte diciendo que debemos caminar lado a lado (y aquel nuestro juramento: “nos vamos a hacer ricos”). Pero ahora no tengo elección. Estás en lo cierto, me acuerdo bien de aquel día en que te acompañé hasta el aeropuerto de El Cairo. Apretamos las manos mientras comenzaban a girar las hélices del avión. Las imágenes, allí, se confundían en un torbellino ruidoso, acompañando el movimiento de las hélices. Hasta hoy te veo parado delante de mí, con el rostro serio y silencioso. El mismo rostro que tenías en nuestro barrio de Al Shagiah, en Gaza. Con algunas arrugas de más, es verdad. Crecimos juntos y hoy no necesitamos de muchas palabras para conversar. Prometimos estar siempre juntos. Sin embargo..., “dentro de un cuarto de hora el avión despega. Deja de empujar la vida de esa manera. Mira aquí: el próximo año tú vas a Kuwait. Ahorra algún dinero, el suficiente para dejar Gaza e ir a California. Nosotros comenzamos juntos y necesitamos continuar juntos”.
Yo miraba el movimiento rápido, inquieto de tus labios. Era el mismo modo de hablar, sin puntos ni comas. Pero yo sentía, aunque de una manera medio confusa, que tú no estabas contento con ese escape. Fui incapaz de enumerarme tres motivos. Ya había sufrido mucho y tenía todas las razones para preguntarme: ¿por qué no abandonar Gaza y salir fuera? Pero tú, por el contrario, ya estabas mejorando de vida. El Ministerio de Educación de Kuwait había confirmado el empleo, mientras yo había sido rechazado. Durante aquellos años de miseria, recibí de ti algunas pequeñas cantidades de dinero, que siempre hice llamar préstamos para no humillarme. Conocías bien mi situación familiar y sabías que el pequeño salario que yo recibía en la escuela primaria no era suficiente para las necesidades de mi madre, ni de la viuda de mi hermano y sus cuatro hijos.
“Escucha bien. Escribe todos los días, todas las horas, todos los minutos. El avión va a despegar... Adiós. Mejor hasta la vista... Hasta la vista”.
Tus labios fríos tocaron mi rostro. Tú comenzaste a andar en dirección al avión. Cuando te diste la vuelta, a lo lejos, pude percibir tus ojos llenos de lágrimas.
Poco tiempo después, el Ministerio de Educación de Kuwait me ofreció un empleo. No necesito dar detalles nuevamente de mi vida cotidiana después de eso. Te he escrito sin parar. La vida era monótona y medio vacía; vivía hecho una ostra. Sofocado por una terrible soledad, luchaba todo el tiempo y veía el futuro tan oscuro como el corazón de la noche. Una rutina insoportable, arrastrada, una resistencia sin fin contra la fuerza del deterioro provocado por el pasar del tiempo. Todo a mi alrededor era vicioso, asfixiante. La vida era apenas la espera viscosa del fin de cada mes.
Hacia la mitad del año, los judíos comenzaban a levantarse contra la base de Al Shagiah, y después bombardearon Gaza. Cubrieron nuestra Gaza de bombas y fuego. Eso podría haber quebrado la rutina en que yo vivía, pero a aquella altura nada me motivaba. Estaba casi abandonando para ir a California, vivir un poco para mí después de tantos años de sufrimiento. Odiaba Gaza y a todo el mundo que vivía en ella. Todo lo que existía en esta tierra desolada me recordaba un cuadro pintado, una vez, por un compañero de cuarto en el hospital, todo en tonos grises. Siempre di el dinero suficiente para la supervivencia de mi madre, de la viuda de mi hermano y de sus hijos. Me inspiraban gran piedad, pero no podían justificar que me resignase a mi tragedia y continuase vegetando, hundiéndome más y más. En California podría también librarme de esa responsabilidad. En ese verde país, lejos de los aires de la derrota que me persiguió por siete años... Era preciso huir.
Mustafá, tú comprendes esos sentimientos porque también pasaste por eso. Y, ¿de qué estará hecho ese vínculo misterioso que nos aferra, a pesar de todo, a Gaza y que frena nuestro impulso rumbo a lo desconocido? ¿Por qué no intentamos analizar ese misterio, intentando esclarecerlo? Porque en el fondo de nosotros, ¿no existía la certeza de querer olvidar la derrota y curar las heridas, de querer abrazar una nueva vida, más alegre, sin preocupaciones? ¿Por qué? A esa pregunta nunca osamos responder. Por lo menos, hasta hoy...
En las vacaciones de junio, cuando ya estaba arreglando todo para partir, cuando mi imaginación se zambullía en las primeras y pequeñas cosas que dan a la vida sabor y placer, descubrí en Gaza cosas que nunca había visto antes, como un viejo marisco pegado a su concha que el mar había botado, por ahí, en la arena. Más doblado sobre sí mismo que el alma de quien duerme en plena pesadilla. En las minúsculas calles y pasajes, siempre el aroma hecho de la mezcla de derrota y pobreza, las casas con sus balcones somnolientos. Era Gaza... Una red de ríos inexplicablemente enlazados que nos unía a nuestras familias, nuestras casas, nuestros recuerdos, como una fuente que atrae hacia ella al viajante perdido.
No sé exactamente lo que pasó conmigo. Todo lo que sé es que fui a visitar a mi madre un día, bien temprano. Allí, encontré a la viuda de mi hermano, que me pidió, llorando, que atendiese al pedido de su hija Nadia, para verla en la misma noche en el hospital de Gaza. ¿Tú conociste a Nadia, la hija de mi hermano, tan bonita ya con sus trece años de edad?
Al final de la tarde, compré una libra de manzanas y fui al hospital. Yo sabía que mi madre y la viuda de mi hermano me habían escondido alguna cosa con respecto a Nadia, algo que no podían decir frente a mí. Sentí, pero no podía adivinar. Me gustaba Nadia como me gustaban todos los niños de esa generación. Niños que habían bebido la leche de la derrota y que se habían acostumbrado a la vida errante; al punto de que una vida sedentaria, tranquila, les parecía una especie de anomalía social.
¿Qué ocurrió en el hospital? Entré tranquilamente en el cuarto blanco. Un niño enfermo tiene algo de santo. Pero, ¿a qué se parece un niño marcado por las crueles y dolorosas heridas? Nadia estaba acostada en la cama, sobre una sábana muy blanca. Sus cabellos despeinados hacían al rostro parecer una joya en una caja de pelos blancos. Había un profundo silencio en los ojos, y noté las lágrimas en el fondo de ellos. Pero tenía la mirada serena, como la de un profeta atormentado. Era aún una niña, pero había crecido mucho en poco tiempo, se podía percibir.
— Nadia...
No sé si fui yo u otra persona quien pronunció su nombre. Ella levantó los ojos hacia mí. Cuando vi aquellos ojos negros sentí derretirme como un pedazo de azúcar metido en una cucharada de té hirviendo. Vi su sonrisa transparente y oí su voz:
— ¡Tío! ¿Viniste de Kuwait?
Su voz parecía quebrarse dentro de la garganta. Necesitó apoyarse sobre las manos para levantar el cuello en mi dirección. Coloqué la mano en su espalda y me senté en la orilla del colchón:
—Traje unos presentes de Kuwait. Muchos presentes, pero voy a esperar hasta que te levantes, que te mejores y vuelvas a casa. Compré un pantalón, aquel pantalón rojo que me pediste, ¿recuerdas?
Fue un error que la tensión que venía creciendo sin parar dentro de mí acabó por provocar. Nadia tiritó, como si un escalofrío recorriera su cuerpo. Agachó la cabeza, guardando una calma espantosa. Sentí sus lágrimas en las palmas de la mano.
— ¿Qué ocurrió Nadia? ¿No quieres el pantalón rojo?
Ella me miró como si fuese a decir algo, pero continuó en silencio. Después de un momento, oí su voz, que parecía venir de muy lejos:
—Tío...
Retiró la colcha blanca para mostrarme la pierna, amputada a la altura del fémur.
Mustafá, ya nunca más voy a poder olvidar eso. No voy a poder olvidar la tristeza que a partir de entonces marca todos los trazos del rostro de ella. Dejé el hospital al final de la tarde para salir andando por los barrios de la ciudad, con las manos crispadas sobre el paquete de manzanas. Con la luz del sol que caía, las calles me parecieron bañadas en sangre. Gaza me pareció enteramente diferente de la ciudad que tú y yo conocimos. Las piedras amontonadas a la entrada del barrio de Shagiah daban la impresión de transmitir algo que se me escapaba. La Gaza en que pasamos siete años de tristeza y frustración no estaba ya allí. En su lugar, había una especie de inicio, de muestra de algo que venía desde el frente.
La calle principal, que tomé para volver a casa parecía el primer techo de una carretera, más larga que aquella que va hasta Safad. Gaza, y todo lo que había en ella, se estremecía alrededor de la pierna amputada de Nadia, gritaba una petición que era más que una petición, era el deseo delirante de dar de vuelta a Nadia la pierna cortada.
Caminé por las calles que el sol aún bañaba. Supe que Nadia había perdido la pierna al intentar proteger a los hermanos cuando su casa se incendió durante el bombardeo. Ella podría haber huido y escapado ilesa. Pero no fue así. ¿Tú sabes por qué?
No, Mustafá. No voy a Sacramento. No lamento eso. No voy a poder ir hasta el fin de los sueños que tuvimos juntos desde la infancia. Es preciso que dejemos crecer este extraño sentimiento, que ciertamente tuve, como una herida, al dejar Gaza.
Tenemos que hacer que él supere a todos los otros. Busca dentro de ti mismo hasta encontrarlo. Pero creo que tú no podrás reencontrarlo a no ser que lo hagas aquí, en medio de las ruinas de nuestra tragedia.
No voy a partir más. Tú eres quien debe volver. Volver para aprender, delante de la pierna amputada de Nadia, lo que vale la vida, nuestra vida.
Vuelve, nosotros te esperamos.


El 8 de julio de 1972 un coche bomba en Beirut hacía volar por los aires al escritor Ghassan Kanafani y su sobrina de 12 años. Los autores del atentado fueron los servicios secretos israelís. Kanafani tenía 36 años y unas cuantos libros y novelas publicados a sus espaldas, como la maravillosa y emocionante novela corta Hombres al sol, que editó hace años la editorial navarra Pamiela, y que se puede descargar en el enlace de abajo Le  acompaña un pequeño estudio sobre la vida y obra de este autor palestino. P.


HOMBRES AL SOL

EL BLUES DE LOS CÓDIGOS DE BARRAS. Patxi Irurzun


Los ojos de la cajera tenían el color de los caramelos de café “7 de julio”. Su mirada era, en aquel súper superdesangelado,  un tropezón entre los dientes, el único con sabor a algo dulce y humano. Fuera de eso, solo quedaban el frío del pasillo de los congelados, de las voces metálicas (“Vanessa acuda a caja”) y de las sonrisas cicatrizadas por los sueldos miserables de otras chicas, que ofrecían sus bandejas de promoción con croquetas de la abuela amasadas por máquinas industriales, batidos con bichos, hamburguesas vegetarianas de soja transgénica…   
—54 con cinco —dijo después ella, señalando la máquina registradora, y fue como si escupiera los caramelos de sus ojos en un cenicero.
Solo había sido un espejismo y cuando se desvaneció la realidad se impuso, me vi, como tantas otras veces, sacando la cartera, mientras se amontonaba la compra sin recoger y en la cola las miradas de los clientes que venían detrás me encañonaban, amenazaban con fusilarme si no me daba prisa, si no mantenía el ritmo, si no me comportaba como un consumidor diligente, como un pizpireto despegabolsas.
Las cajas de los supermercados son el resumen perfecto del capitalismo,  nosotros haciendo cola en ellas, colocando sobre la cinta las pechugas de pollo, los preservativos,  las latas de cerveza, no hay tiempo que perder, nosotros sacando las tarjetas de crédito, el DNI,  el carnet de cliente fidelizado,  y la máquina registradora haciendo clin, clin, que pase el siguiente, que no pare la fiesta, el blues de los códigos de barras, ey, chica, vamos, mírame otra vez, déjame otra vez morder tu mirada con olor a cafetera, ey, chica, dime al menos que tengo más de dos minutos para despegar estas puñeteras bolsas y poner los congelados donde no abollen el pan de molde…
—Póngase a un lado caballero, por favor…
Bueno, buen intento, pero no me voy a conformar con eso, chica, esta vez no, estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo, yo ya no soy un hombre con prisas, yo ahora soy un peatón, el corazón de mi coche ha reventado y ahora el mío late más despacio, más tranquilo, más dulce, más humano, así que, chica,  recogeré mis bolsas sin prisa, me tomaré el tiempo que haga falta, no el que decidan con un cronómetro en un consejo de administración los dueños de este garito y del mundo, ni el que me impongáis vosotros, los que esperáis detrás, en la cola, y sentís ganas de cortarme el cuello con el tíquet del parking, no os preocupéis, por ahí viene Vanessa, moved los carritos, corred, a ver quién llega antes a la otra caja, vended vuestras almas al diablo en un cruce de caminos, todos ellos llevan al mismo lugar, todos acaban haciéndoos volver al súper, y solo yo, el último peatón, conozco la salida a este matadero, eso fue lo que pensé,  ya en la calle, con mis bolsas de la compra en las manos, los congelados juntos, el pan de molde intacto, mientras los monovolúmenes pasaban ante mis ojos, y los conductores volvían a encañonarme con sus miradas, y ante mí se extendían las aceras vacías, y las grúas paradas, y un sol con hambre de sangre y vino pastando y engordando entre los descampados, entre los esqueletos de las VPO, entre los escombros del capitalismo, un sol enorme y rojo hacia el que yo, el último peatón, o puede que el primero,  eché a andar, deshaciendo entre los dientes miradas con sabor a café, masticando espejismos, tarareando para espantar la madre de todas las resacas, la del 7 de julio, este blues, el blues de los códigos de barras, oh yeah!
Colaboración  en  'El último peatón' de Udate (Gara).  8 de julio de 2012
 http://gara.net/paperezkoa/20120708/350935/es/El-blues-codigos-barras

Un comentario a cuenta de Raúl Nuñez


Aquí va un comentario anónimo recibido en un viejo post (este) de este blog que no merece la pena que pase desapercibido. Un comentario, pues, con galones (ascendido de comentario a post) y con historia: 

Buenas noches a todos lo que la quieran tener, y a los que no, pues también. Voy a contaros un episodio real que me pasó en mi tierra: Zamora (España), con referencia al primer libro de Raúl.
Conseguí ese libro como regalo de un colega alcohólico, que me recomendó que lo leyera entre trago y trago de vino guarro, y además, escribía también, sí le invitabas a un tubo, te regalaba un poema. Leí el libro y me encantó, lo tuve como un tesoro. Con el paso del tiempo conocí por medio de una yonqui que curraba conmigo en una fábrica de congelados, a otra yonqui amiga suya. Cuando le hablé a las dos de la existencia del libro con el único propósito de follármelas, se mostraron muy atentas, y me rogaron que les dejara tal ejemplar para disfrutarlo, qué no tardarían en devolverlo. Conociendo el tema, le pase la joya a la que veía con más frecuencia, y a la que más me moría por tirármela. El maestro siempre dijo en sus libros, que los polvos estaban por encima de la literatura; o por lo menos, deberían estarlo.
Para dar un final a todo este acontecimiento, les diré que ni volví a recuperar el libro, ni me tiré a ninguna de las dos. Una de ellas se juntó con un jeringa y tuvieron un crio en buena o mala hora... a saberse. Y la otra no volví a saber ni una sola palabra de su ruina existencia.
Yo perdí la virginidad a los ventitantos, y siempre me acordaré de ese libro, y por las míseras manos que fue pasando. Las más miserables las mias.

jueves, 19 de julio de 2012

LOS CUADERNOS DEL HAFA: Página 52.



Cuando el humo de hachís ha violentado definitivamente tu cauce respiratorio. Es cuando olvidas que los pulmones funcionan asediados por miríadas de conductos venosos ávidos de recoger y distribuir los efectos narcóticos por tu sistema nervioso.

Estar bajo los efectos del hachís y ver cómo el tiempo se derrama entre tus manos, cual desértico residuo de sílice o húmedo jugo de aguacero tropical. Hacer un último esfuerzo por recordar el último esfuerzo que hiciste y, después, olvidarlo todo al vaivén lujurioso de tus más recónditas reflexiones, regodearte en éstas sabiendo que, cuando abandones el estado de lúcida ebriedad inducido por la droga, no podrás recordar nada. Sólo quedarán en tu paladar reminiscencias de un exquisito sabor agridulce camuflado en un plato que no recuerdas y que posiblemente no vuelvas a poder degustar. Al final del viaje, vuelves a ser hombre y te duele la certeza de haber abandonado, en algún punto onconcreto de la travesía, el disfraz de dios que tanto placer te ha proporcionado.

Degustar un buen hachís es un acto merecedor del emplazamiento acorde. Para disfrutar un buen porro es preciso hallarse en el lugar adecuado, que no te engañen con eso de que “lo importante es la compañía”: lo primordial es la soledad, la inmunda covacha de tu propia soledad. Tu clausura interior y un entorno acorde a la promesa de embeleso agazapada en los bordes geométricamente irregulares de la piedra marrón.

El Hafa es un buen sitio para fumar hachís, uno de los mejores que conozco. No me preguntéis por qué, no consigo acordarme. Sólo conservo fogonazos de recuerdos, brochazos de reminiscencias, y una indefinible fragancia jugueteando en mi paladar: el persistente aroma de un delicioso manjar que, ya lo he dicho, posiblemente jamás vuelva a saborear.


Pablo Cerezal, de Los cuadernos del Hafa (Ediciones Carena, 2012).

CONTRA LAS CUERDAS por David González.


no

arrojes

nunca

la toalla:



no la arrojes nunca:



luego

tendrás

que agacharte

a recogerla:


David González, de No hay tiempo para libros (Nadie a salvo).Ed.Origami, 2012.

miércoles, 18 de julio de 2012

EL MAR EN EL BUZÓN, de Ramiro Gairín



Y sin embargo somos los últimos de un clan. Guardianes de sus ritos.

         Utilizo el olor de tu cabello para cebar al tiempo. Huele tu pelo a nombre con enigma. Empapo en su perfume las sombras del domingo y el tiempo lo olisquea, afila sus diamantes y viene envuelto en polvo con afán de embestirnos. Derrama la semana laborable cegado por el vaho de la hierba en mis uñas, briznas recién cortadas que atascan la bañera.

         También cito a la piedra, también cito a la niebla, todo lo que no tiene que saber de nosotros. Embadurno mis manos en champú, en pez de tu desnudo. Acuden como ratas al canto de una flauta el cristal, los metales, las tormentas. Todo lo inerte danza en torno a ti. Todos los materiales te traspasan la piel, entran en combustión sin perturbarte.

         Estás creando vida. Cuando salgas del agua -cómo me gusta el ruido que haces al levantarte- se desparramará.

De EL MAR EN EL BUZÓN (Ramiro Gairín)
Ediciones Vitruvio, Madrid 2012

domingo, 15 de julio de 2012

VORÁGINE by Alexander Drake.

Vorágine 

Vorágine (obra ganadora del VII Premio Internacional Vivendia-Villiers de Relato) es una recopilación de ochenta y cinco relatos cortos cuyo objetivo es explorar en el sexo compulsivo, la violencia, la naturaleza humana, el lado más oscuro del subconsciente y las vivencias que oculta la gran ciudad tras la capa de lo políticamente correcto, incluyendo grandes dosis de crítica social corrosiva. Son relatos escritos desde un planteamiento tragicómico y salvaje, desde el punto de vista de quien ha asumido que las buenas palabras de la sociedad son mentira. Con un estilo que se puede considerar influenciado por Bukowski (principalmente), de quien beben sus hombres sin futuro, aunque también por Chuck Palahniuk, Richard Ford y el primer Martin Amis; entre otros autores que han optado por el lado más crudo y visceral de la literatura. Éste es un libro de realismo sucio que juega a fundirse entre el psicoanálisis y la violencia urbana de su entorno. Resulta excitante en su violencia sexual en una primera lectura, pero deja una mueca que no sabemos si es una sonrisa o el rictus de quien ha comprendido el profundo terror de las cosas. 

Alexander Drake 

Alexander Drake (San Sebastián, 1974) es el seudónimo bajo el que se oculta el autor de Vorágine. Estudió Psicopedagogía en la Universidad del País Vasco. En 2009 publicó la novela La Transformación y en 2006 publicó el libro de fotografía e investigación Surfers, una visión antropológica de la cultura del surf.

CRÓNICA NEGRA by Miguel Ángel Martín.


Durante los meses de julio y agosto podréis ver en mi facebook las entregas del suplemento CRÓNICA NEGRA publicado en el periódico la Crónica de León entre octubre de 1986 y febrero de 1987. También algunas historietas de la serie FALLEN ANGELS que dibujo actualmente para la revista Primera Línea.

Qué paséis un buen verano.


MASIVA by Felipe Zapico.


Masiva

Valentía mas IVA
protesta mas IVA
arrojo más IVA
desobediencia mas IVA
algarada mas IVA
cacerolada mas IVA
revuelta mas IVA
colarse mas IVA
sabotaje mas IVA
huelga mas IVA
dejación de funciones mas IVA
revolución mas IVA.

Felipe Zapico,

martes, 10 de julio de 2012

EN LOS ANTÍPODAS DEL DÍA, de Gonzalo Aróstegui



"Madrid. Finales del siglo XX. Rafael Hernández es un joven recién licenciado en Filosofía que —obviamente— no encuentra trabajo relacionado con sus estudios. Cansado de pedir dinero a sus padres, decide ponerse a trabajar como teleoperador para ir tirando, y lo que, en principio, parece ser una escapatoria temporal, se convierte en más de cuatro años trabajando en el turno de noche contratado consecutivamente por tres empresas diferentes para atender a los clientes de una misma televisión digital de pago. Conocerá así Rafael los contratos temporales, los fatídicos cargos intermedios, la lucha sindical y todo tipo de miserias (y glorias) laborales que se puedan imaginar relacionadas con el telemarketing, en concreto, y con la precariedad en la empresas, en general. El trabajo nocturno le absorberá hasta tal punto que afectará a sus relaciones íntimas y dejará apartada la tesis sobre el nacionalismo que pretende desarrollar. Rafael se hará mayor, pero no perderá la pasión por la música rock que le une a sus amigos, aunque al crecer e incorporarse al mercado laboral se dará cuenta de la complejidad de la realidad, de lo fácil que es hablar y lo difícil que es actuar y tomar decisiones. Narrada en primera persona con dureza, ironía y mucho sentido del humor, la historia de Rafael es, tan patética como divertida, la de tantos jóvenes (y no tan jóvenes) explotados por un salario miserable que creen en un futuro mejor que no acaba de llegar. Una historia normalmente silenciada que aquí se revela en toda su cruel extensión, sin olvidar los matices y contradicciones que marcan cualquier actividad humana".

Blog del autor (o banda sonora para el libro): 
http://raggedglory.blogspot.com.es/http://raggedglory.blogspot.com.es/

domingo, 8 de julio de 2012

MADRUGADA (Capítulo 1)


1

Todos lo hemos visto. Una y mil veces. Cuando el dolor se detiene en alguien, comienza inmediatamente en otro. Nunca ha dejado de ocurrir. No lo hará. Todo nace y muere con cada nueva MADRUGADA.


Tengo una capa de sudor infinita y fría por la piel. Noto un temblor profundo por todo el cuerpo. Va de los dedos de los pies a los párpados tensos y palpitantes. Es la heroína, que está haciendo su trabajo de demolición. Nunca me había sentido así. Es como si algo crujiese dentro y tuviera que abrazarme con fuerza a mí mismo para detenerlo. Como si todo el mecanismo de mi cuerpo se hubiese estropeado para siempre. Intento no pensar en ello pero me resulta imposible. Se oye una melodía fácil de tararear que sale de la ventana de la vecina de al lado y que ahora martillea con fuerza mi cabeza. Las sábanas están empapadas, un poco sucias y con un olor ácido característico que comienza a resultarme familiar. La persiana está a medio bajar y las ventanas abiertas. Hay un pantalón y dos camisetas blancas un poco gastadas y rotas por las mangas y el cuello. Está todo amontonado en el suelo. Me duelen especialmente las cervicales y la espalda. Intento levantarme. No puedo. Me duele todavía más. Sonrío, aunque no sé muy bien por qué. No se puede estar más jodido. Al lado, en la mesita, tengo un paquete de Fortuna con un par de cigarrillos doblados y húmedos. Me cuesta respirar por una presión aguda en el pecho. Aun estando así, decido encender uno de los cigarrillos. Lo aspiro con un lado de la boca. Me tiemblan las manos. Al poco, la ceniza se me cae sobre el pecho y la miro derretirse por la humedad y el sudor de la piel. Echo un vistazo a mis brazos. Están llenos de picaduras como de insecto en la misma zona. Es 1983. Eso dice el calendario instalado, parece que eternamente, en la pared agrietada y con manchas de pisadas. Parece que el mundo fuera a durar una eternidad. Ahora mismo soy un adicto a la heroína. A veces también a las ampollas de morfina, los tranquilizantes de distinto tipo y varias sustancias más que tomo con facilidad si pasan por delante de mis ojos miopes (a modo de pequeños pedazos de cielo negro).

Tengo veinticuatro años. Estoy con una chica delgada y huesuda que está ingresada en uno de los hospitales psiquiátricos de la ciudad. Cuando voy en taxi a verla, pocas veces ya, suelo ir pensando en canciones de los Rolling Stones, igual que hace tiempo. Lo bueno de los Stones es que resultan una perfecta banda sonora para casi cualquier cosa.

Aunque, a decir verdad, ahora mismo me cuesta pensar en algo que no sea yo mismo, en este inmenso dolor que lo abarca todo y en una parte de mi espíritu nulo. Mucha gente a mi alrededor consume drogas. En algunos lugares por donde me muevo desconfiarían si no tomara nada. Sería un extraño. Estamos nosotros y ellos. Es buena esa diferencia. Ayuda. Está abierta una especie de puerta de par en par. Y yo siempre he querido ver qué hay detrás. Lo que no se puede ver me interesa más. Siempre he sido de ese tipo de personas. Desde niño me ha apasionado lo que está mal. Es más divertido. Pero hoy estoy asustado. No se lo reconocería a nadie. Por primera vez tengo un miedo voraz que lo devora absolutamente todo. Veo con claridad en el lío en el que me he metido. Dentro únicamente siento eso, miedo. Nada más.


Julio César Álvarez, de Madrugada (Eutelequia, 2012).

EL SER Y LAS MOSCAS by Julia D.Velázquez.



Mientras la espuma iba retirando la arena de mi cuerpo creí ser y no fui, y otra vez sentada frente al libro creo ser y no soy, creo ser y no soy cuando aparto de un manotazo a la mosca que una y otra vez se posa en mi nariz que creía ser y no era, mirando la misma palabra, fija, sin parpadeo, y recordando la llamada que hice cuando creí ser y no soy, y lamentando mi error una y otra vez cometido, como el refrán del hombre que tropieza una y otra vez y creía ser y no era, y de nuevo la misma sensación cuando imagino que soy y vuelvo y no era, y de nuevo a la tierra y de nuevo al no ser y de nuevo a quitarme la mosca que se posa una y otra vez en mi nariz y que supongo que crea que soy pero no lo soy o no lo era o era otra o deseo serlo, y quiero que la mosca se retire y deje de incordiar y me permita de una vez sumergirme en la quimera de creer ser y despertar y no serlo.

Julia D.Velázquez, del blog Gente Triste.

LA MUERTE DE LA MUERTE by Carlos Salcedo Odklas.


Nunca te creas nada.
Nunca te fíes de nadie.
Estás en una jungla,
a merced de los reptiles alimentados con la fuerza de sus propias mentiras.
Todos tenemos un precio,
de cara a los demás.
“El único culo es mi culo”
es nuestro himno nacional.
Vivimos encerrados en burbujas esclavizantes
que nos estallan en la cara.
Si tienes algo de valor
te lo querrán quitar.
Si sales con una chica guapa
se la querrán follar.
Ni siendo un mendigo pordiosero y demente evitarás que envidien
tu libertad.

¿Qué puedo pensar
si los que ayer me amaron hoy piden turno para lincharme?
¿Qué puedo hacer
si cuando intenté ser bueno me llovieron las piedras?

Escribo esto.

Y alguien sacará algo de ello.
Pero no seré yo.
He aprendido
que se benefician los terceros
mientras te odian los cuartos.
Vivo esclavizado por los que lo lograron.
Cargo sus trastos y limpio su mierda.
Y en mis manos nunca queda nada.
Nunca queda nada.

Y al mirar por la ventana siento miedo del día
porque no me he acostado aún y solo soy una sombra
a la que matará
el sol de los que duermen de noche.

Y saco de nuevo la carta número 13,
y siego la paja seca e inútil,
y corto las cabezas muertas,
y la rueda de la fortuna
al girar
me deja como al colgado
en este mundo sin justicia humana,
ni divina,
ni mucho menos

poética.


Carlos Salcedo Odklas, de La venganza de los malditos.

miércoles, 4 de julio de 2012

ALFONSO XEN RABANAL: El tiempo del hombre muerto.


PERFILES DE LA NUEVA ESCENA CULTURAL LEONESA
Por Julio César Álvarez


Este espacio quiere ser, de aquí en adelante, un reflejo lo más exacto posible de las muchas personalidades y enfoques que integran la prometedora nueva escena cultural leonesa. Intentando recoger todo lo posible su esencia para ampliar aquel visionario y siempre parcial Mientras el mundo cae. 50 nombres de la nueva escena cultural leonesa (2001-2009) (Ediciones Magnéticas, 2009). Comenzamos nuestra particular andadura con un nombre esencial, alguien que enlaza perfectamente la tradición más underground de los noventa con el impulso más visceral y crítico de este nuevo siglo. Hablamos, cómo no, de Alfonso Xen Rabanal.

Personalmente te considero uno de los padres fundacionales del underground local, junto con otros nombres clave como Vicente Muñoz, Miguel Ángel Martín y Silvia D. Chica. Con el fanzine Vinalia Trippers inaugurasteis en los noventa un modo completamente distinto de enfocar la cultura en esta ciudad. ¿Cuál es a tu juicio la herencia directa de Vinalia Trippers?

Herencia, como tal, no pienso dejar ninguna. Vinalia desenterró a la cultura, la devolvió a sus orígenes: a la calle, al bar... rescatándola de los nichos de las clasificaciones. Reivindicamos la mezcla: relatos breves con poesía, ilustraciones, cómic, música en directo, video creaciones. Seguimos más vivos que nunca y con nosotros, la literatura. El futuro siempre se encuentra en lo alternativo, en quien se cuestiona algo... primero a sí mismo. La herencia a la que te refieres es un trabajo constante de comunicación entre creadores de diferentes generaciones, no existe una ruptura, un deceso, todos aprendemos de todos y nadie necesita arrodillarse frente a los aparatos ideológicos.

¿Es cierta esa leyenda que dice que un conocido crítico literario de esta ciudad gritaba en alto después de una de vuestras presentaciones aquello de “Estáis matando la literatura”?

Sí. Aunque no se quedó a ver la presentación. Aquella diatriba me demostró que estábamos en el buen camino. La emoción, el movimiento, la ebullición... la vida, para los acostumbrados a un universo manejable, clasificado, es una especie de muerte.

Tu nuevo libro, El tiempo del hombre muerto (Origami, 2012), es también un ataque a la cultura de perfil bajo. ¿Qué más ataca o qué más defiende?

Si por perfil bajo te refieres a la cultura del silencio, ese arte del callar o táctica del avestruz que enseña el trasero y esconde sus razones, si alguna queda, pues las hemos transmutado en miedos, los que nos inoculan en la parte que claudicamos... pues sí. Aunque considero que toda cultura impuesta es de perfil bajo. Lo alternativo, quien va de cara, no es rentable para los que legislan la apariencia, el eufemismo. Ahora mismo, en esta marca españa kitsch de outlet, de chonis y canis, nuestra cultura está en consonancia con la imagen que transmitimos: cultura de saldo que nada aporta, nada remueve, tan solo disimula el silencio que nos desahucia... en ese sentido, todo es de perfil bajo si la mediocridad es el modelo a seguir: el de los clowns del sistema: los canis del mainstream.... como el Vargas.

¿Y qué amplia respecto a aquella otra obra de culto (al menos para varios autores, entre los que me encuentro) que fue La cámara de niebla (Eclipsados, 2008)?

Un poquito más de mala hostia.

¿Qué necesita Alfonso Xen Rabanal para saborear la vida? ¿Leer u olvidar?

Leer para recordar. Cito a Céline en su Viaje hacia el fin de la noche:“La gran derrota, en todo, es olvidar, y sobre todo lo que te ha matado, y diñarla sin comprender nunca hasta qué punto son hijoputas los hombres..."

¿Qué lees y escuchas últimamente por las noches?

A quien se cuestiona. Los que gritan ante el silencio.

¿Y qué creadores leoneses consideras que están ahora mismo en su mejor estado de forma?

Vicente Muñoz Álvarez, Carlos Salcedo Odklas, Gabriel Oca Fidalgo, Elías Gorostiaga, Luis Miguel Rabanal, Ángel Fernández Fernández, Felipe Zapico... un tal Julio César Álvarez.



Entrevista realizada por Julio César Álvarez para: Dale la vuelta a León

Podéis descargar el pdf aquí: Dale la vuelta a León(pdf)