lunes, 4 de junio de 2012

RELATOS DEL HUMO (Y HACHÍS): Fragmentos.


…Salí del despacho y cerré la puerta. Noté la mirada de los oficinitas y clavé la mía en el suelo. La vergüenza que sentía era de tal magnitud que me arrepentí de no haberme arrojado a las vías del tren. Ahí, en la oficina, todo el mundo era consciente de que yo había intentado robar a la empresa. Seguí mirando al suelo, deseando que éste se abriese, me tragara y ser digerido a las profundidades del infierno. Seguro que aquello no es peor que esto, pensé. Con agrado le hubiera dado mi alma al diablo si a cambio me hubiese sacado de aquella oficina. Deseé esfumarme, convertirme en polvo y volar lejos de allí. ¿Por qué cuando tuve ocasión no me arrojé a las ruedas del tren? ¿Por qué?... De pronto escuché una voz familiar, era la de mi padre. Alguien lo había avisado por megafonía para que se presentase en las oficinas. Mi primer pensamiento fue el de saltar por una de las ventanas, atravesar el cristal, caer al vacío y romperme el cuello contra el asfalto. Antes de que pudiera dar el primer paso, mi padre extrañado de verme allí se dirigió a mí.

- ¿Qué haces aquí?

Bajé la cabeza y me quedé mirando la punta de mis botas. Gracias a mi silencio intuyó que algo malo había pasado. Levantó el tono de su voz y me preguntó de nuevo.

- ¿Qué coño haces aquí?

¿Por qué no me arrojé al tren? Si lo hubiera hecho ahora no tendría que estar pasando por esto, de haberlo hecho ahora sería carne picada, la carne picada no siente miedo ni vergüenza…

(Fragmento del relato “El robo”)


… Me dirigí hasta el individuo, me acuclillé junto a él y le susurré al oído.

- Con que quieres jugar. Muy bien, juguemos.

El enfado y la droga soltaron a la bestia oculta. Noté la adrenalina fluyendo por mis venas y un reconfortante instinto malsano se fue apoderando de mí. Acumulé saliva dentro de la boca, después dejé caer el espumarajo sobre sus parpados cerrados. Le estaba poniendo a prueba pero no se movió. Volví a susurrarle.

- Esto es sólo el principio.

Era fácil ser malvado. Le abrí la boca y escupí dentro. El hombre siguió sin moverse.

- ¿Sigues fingiendo, eh?... No pasa nada, continuemos. Yo me estoy divirtiendo.

Sacar la parte oscura era liberador y me hacía sentir bien. Además, la droga potenciaba mi sed de mal.

- Me voy a mear en tu cara… no, mejor aún, te voy a reventar los huevos.

Le cogí de una pierna y la aparté, hice lo mismo con la otra, es decir, se las abrí para que sus genitales quedasen al descubierto y sin protección. Volví a acuclillarme junto a él y le dije al oído:

- Despídete de tus pelotas.

Examiné su cara por si se le escapaba un mínimo gesto que lo delatase. No fue el caso.

- Tú lo has querido.

Me incorporé y le rodeé colocándome frente a sus genitales. Me lo tomé con calma. Si el tipo estaba fingiendo, y yo sabía que sí, intuiría que de un momento a otro le iba a reventar el escroto, y quería ver su reacción.

(Fragmento del relato”LSD”)


…El sol se perfilaba en las siluetas de los edificios y la luz cambiante del alba teñía de ámbar y grana el conjunto de nubes que flotaban por encima de los tejados. Las cigüeñas volaban hacia los basureros y los aviones dejaban líneas blancas en el cielo como si fueran rayas de cocaína sobre un espejo. Yo disfrutaba del espectáculo desde mi ventana, sujetando con ambas manos una taza de café y un porro en la comisura de los labios. Desde la ventana tenía una amplia panorámica de la ciudad. Cuando el sol se asomó por encima de los tejados percibí en la cara una caricia de luz y calor que me hizo estremecer. Las semanas anteriores habían sido una retahíla de días grises y lluviosos, por eso la presencia de un sol primaveral era tan de agradecer. Expulsé el humo y contemplé anonadado la simbiosis de las volutas y los fotones de luz. Ver amanecer era de mis espectáculos preferidos y siempre que podía desayunaba delante de la ventana admirando el acontecimiento. Sin duda era la mejor manera de empezar el día. Estuve así hasta que llegó la hora de ir a trabajar...

(Fragmento del relato “Un día cualquiera”)


…En la playa no había demasiada gente. Busqué un sitio en la arena y me senté frente a la orilla. El olor a salitre fue el bálsamo que necesitaba para sentirme en paz. El calor del sol y la brisa marina me fueron sumiendo en un agradable sopor. Tuve la necesidad de fumar pero preferí seguir aspirando el perfume del mar. Hundí las manos en la arena, profundizando con los dedos cual raíces que tratasen de anclarme a aquel lugar. Según removía la arena noté cómo algo se colaba en mi dedo anular. Desenterré la mano y vi que llevaba un anillo de oro. Aquello no dejaba de ser un hecho extraño y maravilloso. Algo así como si la ciudad y yo nos hubiésemos prometido, y ella, para sellar nuestro compromiso me hubiera desposado ajustándome el anillo en el dedo…

(Fragmento del relato “Últimas escenas en Barcelona”)


…Cada vez hace más frío. Gotas de rocío se condensan en las carcasas de las farolas, lágrimas de oro que caen a mis pies. Oigo un batir de alas y levanto la cabeza para ver la majestuosa silueta de un búho buceando bajo las estrellas. Toda esa belleza esconde una mortal estrategia de caza. El depredador exhibiendo maestría, a la espera de que la presa quede subyugada por su embrujo. Finalmente me enciendo el cigarro y dejo que el humo y la nicotina se mezclen con el vapor de mis pulmones. El viento golpea las copas de los chopos al llegar a lo alto de la colina. Quiero apretar los dientes con fuerza, hacerlos rechinar, pero me conformo con un escalofrío cobarde. Paso por debajo del puente de hierro y de inmediato recuerdo cuando era un niño y cruzaba este mismo puente para acudir a las piscinas municipales. Amparado por la nostalgia del momento lanzo la colilla al suelo, con rabia, y la pisoteo como si fuera un gusano inmundo…

(Fragmento del relato “Frío”)

Prólogo: David González
Fotografía cubierta: Capear
Figura Origami: Óscar Cardeñosa
Correctoras: Adriana Bañares Camacho & MJ Romero
Editorial: Origami

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