sábado, 5 de mayo de 2012

PENSAMIENTOS IMPUROS, por ANTONIO YESKA




Pulsó el botón de la televisión y se sentó. La habitación solo era iluminada por luz que desprendía la pantalla, mientras los políticos prometían, y mentían, y prometían más y volvían a mentir desde sus sillones, desgastados por sus culos, en el congreso de los diputados. Asqueado con el contenido que ofrecía la caja tonta se levantÓ y anduvo hacia la cocina, abrió la nevera, con la esperanza de saciar su hambre, observó el contenido y se decidió por un trago de agua, al cerrar la puerta cayó al suelo uno de los imanes que sellaban a ella los recordatorios para pagar el gas, el agua, la luz, la basura y el piso. Era triste pensar que la nevera contenía más deudas que alimentos, así que volvió a su sillón sin darle demasiadas vueltas. El perro había ocupado su trono, lo bajó al suelo y le pasó la mano por la cabeza, el animal le devolvió la caricia pasando su lengua por los pies.  Después, cada uno siguió a su bola: el perro al rincón y él a la tele, que ya había dado paso a los deportes. Básicamente, las noticias de deportes, son como las de política: se habla de dos únicos equipos, y lo que hagan los demás… no influye, ni importa tanto. Tras los deportes llegó la hora esperada, retransmitirían el partido, jugaba el Madrid, y él era del Madrid, pero no de esos que salen a la calle a destrozar mobiliario público cuando ganan, no era tanto como para discutir con alguien de diferentes colores. Tampoco era de esos que dicen “hemos ganado” como si ellos hubieran ganado algo, detestaba ese tipo de expresiones. Él no había ganado nada, ni siquiera una milésima parte de lo que ganan cualquiera de esos extranjeros, a los que el sector fascista de sus aficiones lamen el culo. Era un seguidor sin más, que disfrutaba del espectáculo futbolístico, que no llamaba la atención en ese sentido y que pensaba que para defender a los equipos y jugadores ya estaban los abogados.
El árbitro había marcado el inicio del partido, el jugador abría juego y su estómago volvió a sonar.  El perro, ante el sonido, abrió los ojos y levanto las orejas sin moverse del sitio. Él, lo miró, dejó el mando y se volvió a levantar. Su mujer también había entrado a la cocina, y se encontraron mirando una nevera que cada vez estaba mas vacía, una nevera que no se llenaba sola, una nevera con menos futuro que un pingüino en el desierto. Cogieron una lata de sardinas, que él se negó a probar, y excusándose con un escueto “no tengo hambre”, besó en la frente a su mujer y el beso sonó a despedida… a despedida con amor.
Mientras volvía a su sillón se cruzó con el perro que se dirigía a la cocina llamado por el olor de las sardinas, se miraron como el que está a punto de recoger un resultado y el que ya lo tiene, y prosiguieron. El marcador marcaba un uno a cero con penalti claro a su favor. Los pensamientos pasaban, y lo que menos importaba ahora era el partido. Él no se daba cuenta, pero eso al sistema le preocupa: si el medio de distracción de la masa pasa desapercibido ante los propios pensamientos de esa masa, es porque tenemos un problema, un problema que ocupa el primer puesto a solucionar en el orden de prioridades del sistema. Ese sistema que había convertido su vida en una auténtica mierda. Mierda que había pringado a millones de personas de un país que se había convertido en la putita rojigualda de Europa.
Su vida era basura mientras el Madrid marcaba su segundo gol. El hambre que su mujer se llevaba a la cama era más importante que eso, mucho más importante que eso. El hambre con el que se despertarían su mujer y el perro, era más importante y prioritario que eso.
Estaba harto de buscar un trabajo precario que le diera para vivir con lo justo. Harto de buscar un puesto de esclavo, y encima, tener que dar las gracias por llenar los bolsillos de cuatro sinvergüenzas con su sudor y con su vida, con sus años concedidos al nacer, arrebatándoselos, sin disimulo alguno, sin dar las gracias… a costa de los de siempre.
El perro se merecía mucho más respeto y atención que esa gente.
Su cabeza se había llenado de odio, de ganas de acabar con todo, de letras, de facturas y de pesimismo, pero sobre todo de odio. Encendió un cigarro e intento tranquilizarse a sí mismo, pensado en que esto solo sería un momento pasajero, pero no lo consiguió. Pensó en toda esa gente que solo piensa en el bienestar propio, y se cabreó más. Esa gente que con ese pensamiento lo único que consigue es dividir al pueblo y ponerse del lado del sistema. Pensó, pensó y pensó, y apagó el cigarro y la televisión y volvió a la nevera, y volvió a beber agua sin poder calmar su sed. Y entró en el servicio y se miró al espejo, y descubrió que sus lágrimas ya habían alcanzado su cuello y su camiseta. Volvió a la cocina, para prepararse un café, pero tampoco había café, no había nada que lo pudiera evadir en ese momento de su propia vida, bueno… si, algo había. Volvió al salón, la segunda parte ya había empezado pero él no se dio cuenta, no le prestó atención. La decisión estaba tomada, se acercó a la ventana y observó el horizonte y lloró, sabía que se había rendido pero no podía soportar más esa cadena, la tantas veces cuestionada locura se había apoderado de él, y sin despedirse de nada ni de nadie… saltó.
Al día siguiente los titulares hablaban de la victoria del Madrid, porque lo demás… no influye, ni importa tanto.  

 La culpa ha sido del gobierno, si tuviera yo tu edad” Rosendo Mercado

“¿Dónde está el porvenir que crearon nuestros viejos? ¿Es acaso esta mierda en la cual vivimos?” Eskorbuto

A la memoria de Dimitri Christoulas.
                                                                                                                                                             Antonio Yeska

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