jueves, 13 de octubre de 2011

¡Twitterlinchamiento!, por KIKO AMAT

 

Cyberbullying coral El progromo enmascarado desde Twitter y foros, una popular comodidad para los más oprobiosos trolls.

1. Cuando yo era joven, hace 10.000 años luz en una galaxia muy lejana, los litigios se saldaban presentándote llave inglesa en mano en el bar habitual del contrincante, habiendo o no presentado antes el listado de agravios (“¿Así que mi Gladys la chupa en los vestuarios, eh?”). Era eso o atrapar al enemigo en algún instante desprevenido y arrearle con una tochana en la nuca. En ambos casos, la presencia física de uno se consideraba indispensable para llevar la justicia a buen puerto. A no ser, por supuesto, que uno fuese una miserable rata de cloaca. Entonces podía vengarse la afrenta desde el anonimato, depositando un zurullo de mastín en el buzón del otro, o espolvoreando el depósito de su TZR con sidral. Huelga decir que nadie respetaba esta forma de revancha, y esa era una razón añadida (a la cobardía) para que el vengador enmascarado permaneciera oculto en la infamia. Un atacante anónimo no es un héroe, por mucho que su víctima se lo andara buscando: sigue siendo una basura a la que todos escupen, como un delator carcelario. El código no escrito de la raza humana es, y siempre será: da la cara, canalla.
2. Uno de los motivos que han hecho tan popular a internet es que, como Chile con los nazis tras la IIª Guerra Mundial, cobija al linchador en su escondrijo. Hay algo inherentemente aborrecible en los linchamientos, incluso si su gérmen es más o menos legítimo. Observar a una masa enfebrecida ejecutando sumariamente a un tipo nunca es bonito, sean sans-culottes o el Ku-Klux-Klan. Se trata del lado más feo de la condición humana, su trocito peor. El fenómeno actual del cyberbullying en red, o twitterlynching, brota de una fosa séptica similar a la del espíritu KKK y, si bien sus manifestaciones físicas son disimilares, su esencia es la misma: muchos matones con la cara cubierta amedrentando a un solo pringado.
La naturaleza vírica de redes sociales como Twitter ha contribuido a que, en ellas, el linchamiento colectivo de alguien, el mob rule de incógnito, sea pan comido. Uno de los últimos casos célebres ha sido el de Rebecca Black, una adolescente americana a quien sus padres regalaron 2000$ para realizar un video musical. Tras obtener éste más de 40 millones de visitas en YouTube, miles de miserables inundaron su cuenta de Twitter como un Katrina de mezquindad, llamándola “puta” y amenazándola de muerte. Independientemente de lo espantoso de su canción (la infame “Friday”), nadie merece tal reacción. Una campaña de linchamiento cibernético sólo sería justificable contra tiranos genocidas o violadores reincidentes: Eichmann, Bundy, Pol Pot. Meses atrás, Jan Muir -columnista del tabloide Daily Mail- vilipendió al fallecido Stephen Gatley (del grupo pop juvenil Boyzone), y unos cuantos trolls onanistas con ínfulas justicieras y graves carencias afectivas respondieron publicando en la red la dirección real de la periodista, sin duda esperando que alguien con similar catadura moral a la suya le mandara el inevitable cagarro perruno. Un acto, qué quieren que les diga, harto ruin; por odiosa que sea la mujer.
3. Enfrentado a los recientes ejemplos españoles de twitterlinchamiento, mi primer instinto fue sentir compasión por el incauto que había soltado alguna burrada ante el cybercomité de higiene pública: David Bisbal farfullando lo de la revolución egipcia (“Las pirámides están más vacías que nunca”), el siempre justito Alejandro Sanz cometiendo un error ortográfico (“buestra”) o dejando escapar una necedad cósmica de rockstar majara (comparó los derechos de los niños africanos con la propiedad intelectual), o un tal Vigalondo –cineasta, me cuentan- prorrumpiendo en una flatulencia verbal sobre el holocausto. Pero luego razoné que los patinazos arrogantes –por no decir ofensivos- de estas celebridades no guardaban parecido alguno con el caso Rebecca Black; que una cosa era el inofensivo capricho de una púber yanki, otra el delirio antisocial de una celebridad endiosada (lo de Alejandro Sanz debería estar tipificado como delito). En resumen: que se lo tenían un poco merecido.  Por añadidura, en estas ocasiones la turba fue bastante comedida en su reacción a las barbaridades de los mediáticos, limitándose en el caso Bisbal –por ejemplo- a idear chistecitos ingeniosísimos sobre el tema.
Otro cantar es el linchamiento procaz y alevoso, cuando empiezan a nevarle a algun inocente miles de mensajes colgados por (me invento) Runtothehills327, Mordor209, Angelofdeath54 y otros necios; entonces la reacción instintiva es el asco hacia la conjura. No quiero que se me acuse de dar ideas funestas, pero sin duda debe existir una forma más noble de litigar que postear una diatriba llena de Ks y sin rúbrica en algún páramo de cyberdiscusión, como fomenta internet. Qué se yo: citarse con lanzallamas en la plaza del pueblo, o abofetear la mejilla del adversario con un guantelete de cabritilla. Cualquier acto de desquite, en suma, que no se base en ser un cagallón rastrero que tira la piedra y esconde la mano.
Por desgracia, todo apunta a que las redes y foros fueron fundadas precisamente por el tipo de psicópata en ciernes que no ve nada sucio en el hatemail anónimo, y en algunos casos la existencia de tales plataformas parece estar afianzada únicamente en su calidad de cadalso para ejecuciones públicas, un lugar desde donde difamar sin retribución punitiva. Dios nos coja confesados. Kiko Amat

(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 30 de septiembre de 2011)

Extraido de la página de Kiko Amat BENDITO ATRASO

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