miércoles, 24 de febrero de 2010

LA PARADA DE LOS MONSTRUOS. Miguel Sánchez-Ostiz



CUANDO se rebelan, se salen de guión, los domadores se quejan, no son maneras, dicen, no saben estar, lo que hacen no tiene nombre, pero los contratan para eso, los sacan de las sentinas de los castings de los falsos votos populares. Los ojean los buscadores de audiencia. Los contratan y exhiben para que no sepan estar, para que exhiban sus lacras, sus deficiencias culturales, para que el público se ría, se escandalice en falso, se cuelgue del monstruo de turno, hable, largue. Si no fueran como son, no los contratarían. Los barriobajeros, los marginales, los llamados frikis, les sirven para ponerse dignos con ellos, mientras fuera, lejos, en la calle, entre sus iguales, que los tienen, y aun muy lejos de su barrio, donde hierva el potaje de la insatisfacción social, sus actuaciones son juzgadas como picas en Flandes y aún dignas. En actuaciones como la del Cobra ven una fe de vida, un existimos rabioso y desesperado. Les conceden un aplauso feroz. Sus iguales están ahí y poco importa que les abucheen, cuando el abucheo es más leve que el golpe, el empujón, la puerta cerrada o las cargas de las cañadas reales o sus aledaños, los barrios calientes los llaman, ahí dónde la ciudad va perdiendo poco a poco su nombre, hasta perderlo por completo, y es hormiguero de hormigas rojas y voraces, termitero.... Dónde la ciudad pierde su nombre: aquel estupendo libro de Francisco Candel, marginado entre los marginados, ¿quién se acuerda? No daba cámara.
La cañada, el aliviadero del país real, donde tiene trono la princesa del pueblo boca enferma y el Cobra hace de centurión, de fiera de circo, de monstruo casero, en la corte de los milagros que no cesan. En la pantalla, bien, en el evento cutre incluso, en las calles de la urbanización, ay, les echan a los matones.

Del blog Vivir de buena gana

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