viernes, 27 de noviembre de 2009

JUBILADO by Castorín.


Al fin llegaba al parque de al lado de mi casa que divide y diferencia las dos partes del barrio: la parte noble y la parte humilde y desamparada.
Me dirigía hacia la segunda cargado de dos bolsas de supermercado llenas a rebosar, suspendidas una de cada mano y esquivando hábilmente los excrementos de perro espaciados cada pocos metros.

Estaba próximo a mi calle cuando percibo una música salida de una caja de zapatos, oteo a mis flancos y atisbo a un señor de avanzada edad sentado en un banco rascándose furiosamente la entrepierna.
Conforme se acercaba la radio a su oído izquierdo, con su mano derecha se frotaba vigorosamente sus partes.

Poco a poco pero con paso firme y decidido me acerco más a aquel sujeto. Cuando de repente, veo a una mujer alta, de tez negra y cabello recogido doblando la esquina y yendo en dirección hacia aquel jubilado. Parece africana.

Cada vez comprendía menos la situación, era un tanto dantesca.

Me detengo cerca del umbral de un portal, dejo las bolsas en el suelo y simulo que estoy hablando por teléfono móvil. Nadie parece percatarse de mi presencia.

El señor le hace un sitio a su derecha como buen caballero y la señorita le corresponde con un beso en los labios.

- ¡Hija de puta, llevo media hora esperándote!- le abronca el viejo.
- Lo siento, cariño.
- Cariño y una mierda, vete a tomar por el culo.
- Discúlpame.
- Vete descontando...

La joven le coge sutilmente la radio y se la apaga. Se saca un pequeño peine del escote y le empieza a peinar las pocas canas que le quedan al señor.

Comienzan a hablar en un tono alto sin llegar a discutir, y cuando el viejo comienza a alterarse, la morena entrelaza su pierna con la del anciano y éste le empieza a sobar la cara interna del muslo.

No doy crédito a lo que está ocurriendo, me pellizco el lóbulo de la oreja derecha para comprobar si estoy sufriendo algún tipo de paranoia (por otra parte habitual en mí) o estoy siendo testigo directo de la escena.

Se percatan de que ya tienen a un grupo disimulado de mirones alrededor de ellos y una legión de voyeurs apuntalados en las ventanas contemplando atónitos el espectáculo. Dejo de parecer un gilipollas y cierro la tapa del móvil, poniendo fin a la conversación ficticia que iba prolongando en el tiempo.

Vámonos de aquí- le exige el viejo.
No cariño, aquí se está bien.
He dicho que nos vamos.

El señor le coge de la mano a la mulata y le hace una seña indicándole la parada de autobús que se encuentra situada en la acera de enfrente.

Se dirigen hacia ella, y sentados en el asiento de la marquesina siguen dándose muestras de cariño; besos con lengua, toqueteos varios, etc.

El autobús no demora mucho en llegar, el viejo caduco le deja pasar delante de él para no perderse la panorámica de ese culo moldeado.

-¡Zas!.

Le pega un cachete en su trasero que retumba en toda la manzana. La negra ni se inmuta.

Ambos enseñan sus respectivas tarjetas al conductor, una de extranjera y otra de jubilado. Se acomodan en las poltronas traseras del autobús y el chófer cierra las puertas.

Toda la muchedumbre comienza a disgregarse; meto la llave en la cerradura de la puerta de mi portal y logro alcanzar a ver a la negra obsequiándonos con el dedo corazón en un gesto obsceno.


Castorín, relato inédito.


Ilustración by Robert Crumb.

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