martes, 30 de diciembre de 2008

Jean Genet, la voz poética de la marginalidad


Antonio J. Martínez en el diario Público.


Rey y mendigo de los bajos fondos, paria portuario, homosexual y chapero libertino, ladrón consumado y presidiario reincidente. Toda una enciclopedia de la marginalidad. Y fruto de toda esa mezcla, un escritor. Además, voz y protector de los desfavorecidos. El cronista de lo soterrado, de lo oscuro, de lo que nadie quiere conocer. Delo que el resto de la sociedad se empeñaen esconder, en censurar para no tener que asumir la provocación. "La bomba Genet", como lo definió Jean Cocteau, se transformó en la pluma más difícil de leer, una que se atrevió a sacar belleza de la oscuridad. La voz más desgarradora de toda la literatura francesa moderna. El nuevo maldito que impuso, a través de su literatura, una visión del mundo que todos querían negarle, la del mal como destino inevitable. Como elemento vertebrador de la vida, como un instrumento explosivo que lanzar contra la estructura social convencional.
Pese a los inicios oscuros hijo de padre desconocido y de una prostituta, la infancia de Genet no tendría por qué haber sido difícil. Pero ni su rápida adopción ni sus excelentes resultados académicos en la escuela impidieron su querencia por la vida marginal.
En la cárcel como en casa
De los pequeños hurtos a la prostitución masculina y, desde allí, directamente a los reformatorios, uno tras otro. Hasta que decidió huir, enrolándose en la Legión Extranjera. Allí, una nueva acusación por su condición de homosexual le llevó a desertar, iniciando una vida de mendicidad, delincuencia y prostitución por varios países europeos (incluida la Barcelona de la Segunda República y que después plasmaría en su obra Diario de un ladrón).
Genet empezó a escribir sus primeras obras en la cárcel
De nuevo en Francia y convertido en delincuente habitual, Genet empezó a escribir sus primeras obras en la cárcel, a donde había llegado acusado de robo, mendicidad, falsificación de documentos, y conducta impúdica y obscena. Girando siempre en torno a la delincuencia, la homosexualidad y la soledad, imprime a sus historias una extraña poesía de la marginalidad. Bajo la etiqueta de impublicables en la Francia de postguerra,novelas como Santa María de la Flores, El milagro de la rosa, Pompas fúnebres o Querelle de Brest le garantizaron la admiración de los principales intelectuales del momento.
En 1948, la amenaza de cadena perpetua comienza a pender sobre su cabeza. Sin embargo, un movimiento abanderado por Cocteau y Jean Paul Sartre pidió su liberación y finalmente, en mayo de 1951, Vicent Auriol, presidente de la República, concedió a Genet el indulto por sus delitos pasados. No volvería a ser encarcelado.
Giro al teatro y actividad política
Ubicado ya como hombre de letras, una fuerte depresión le llevó a abandonar sus escritos tras la publicación del ensayo Saint Genet comédien et martyr, en el que Sartre disecciona su personalidad. "Me vi desnudado. El libro de Sartre creó un vacío que me produjo una especie de deterioro psicológico", dijo Genet en una controvertida entrevista a Playboy en 1964. Tras el bache, comenzó una fructífera etapa, esta vez como dramaturgo, y creó algunas de las piezas más emblemáticas del existencialismo teatral como Las criadas o Los biombos.
En los años sesenta, tras el suicidio de su compañero sentimental y un posterior intento de acabar con su vida, Genet abandona prácticamente la literatura. Comienza entonces a desarrollar un fuerte compromiso político que él mismo definió como "la causa de los proscritos y oprimidos".
Allí donde su nombre podía de nuevo evocar el escándalo aparecía Genet. Apoyando esa "mezcla de exaltación de la juventud y de rechazo a la autoridad y a la jerarquía" que para él supuso el Mayo francés, defendió los derechos de los inmigrantes en Francia junto a Marguerite Duras, viajó a Estados Unidos de forma ilegal tenía prohibida la entrada para luchar junto a los Panteras Negras y entró en Sabra y Chatila para ver con sus propios ojos la masacre de palestinos en Líbano (germen de su libro Cuatro horas en Chatila).
Pocos años después llegaría el cáncer de garganta, el olvido y el descanso definitivo en un arrecife del cementerio español de Larache en Marruecos. Terminaba así la vida del hombre que, según Cocteau, "llegaba con ligeros pies de escándalo" para perturbar a la sociedad con un único objetivo: obligar al mundo a convertirse en lo que describe en sus páginas. Probablemente no lo consiguió, pero en el intento dibujó el mejor cuadro posible del fango.
El diario Público, en el que apareció este artículo, ha destacado entre los libros del 2009 a uno de los hijos de Satanás, Manuel Vilas, en la categoría de novela, por España, y en la de ensayo a nuestro editor Constantino Bértolo por La cena de los notables. Enhorabuena a los dos.

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