sábado, 15 de marzo de 2008

1 RELATO de Lucas Rodríguez.


UNA LARGA TEMPORADA EN UNA FRACCIÓN DE SEGUNDO Y EL ALMA INPOLUTA DEL NIÑO MARSUPIO.

El niño Marsupio está sobre un pedacito del archipiélago de las Canarias. El niño Marsupio ha desembarcado días antes con su macuto desordenado y roto y sus bártulos delicados. Y ahora sonríe al sol, y es un poco menos triste mirar después, el resto de las cosas. Y Marsupio, el niño que antes era un hombre. piensa que tal vez se acostumbre al tacto de la piel sobre la arena y a esquivar las olas que intentan cazarlo. Todo era amor en aquellas calles repletas de aire denso y caliente y el niño Marsupio con sus comprimidos bajo la lengua, navegando los adoquines del pasero de las canteras, donde la gente enfila el borde del mar en silencio, con cautela. Y todo parecía la misma cosa, todo parecía un conjunto indivisible otras veces ya vivido, degustado, presa de un olvido teledirigido. El niño Marsupio con sus comprimidos de color atardecer y los hombros caídos, y la mirada de un animal de presa enjaulado ante la cobardía de los que le observan. Ante un mar enrabietado que se consume contra la barra y llega igual siempre a la orilla y Marsupio con sus raíces colgando de ninguna parte escupiendo cuando llega el abrazo de la espuma. Con su forma de atravesar las avenidas y el corazón con sabor a aspirina. Y piensa que todo está bien como el tranvía que se encaja en los surcos cicatrizados de la calzada, y alza la mirada de nuevo hacia el sol y le hace reverencia y después un corte de mangas en la terraza de un bar con sillas de plástico blanco. Y corta las papas con mojo y las degusta casi como una venganza ante los demás planetas picantes y salados, bebe de la cerveza del dios Baco, desprecia su vino de cantaras de barro, asiste a sus fiestas y desea a sus mujeres, a todas, porque sabe que no tiene tiempo para amarlas. Sabe que no las ama. Pero degusta el dulce y dorado fermento con avaricia, compulsivo como el abrazo de un pulpo in love. Y el niño Marsupio no se lo piensa dos veces, se lo piensa un millón y se adecua a cada cama que le prestan y se abriga el cuello con lo que sobra de sábana. Y sabe que cuando sube la marea las rocas se preparan para recibir las ansiosas palmaditas húmedas de la mar salada. Igual que el niño Marsupio sobre el monte de Venus y Venus abriéndole su monte y sus piernas sin corazón, y el niño Marsupio lameteando sin pensar en nada, un buda, un buda del sexo y del temblor de manos. Con sus comprimidos de sabor a hospital como un garbancito grande dejando sus burbujas mentales por el camino para no perderse. Y el niño Marsupio se perderá porque sabe que siempre es de esta forma. Se perderá porque le gusta encontrarse, encontrarse perdido y volverse de nuevo baliza luminosa y descender despacio por el cielo oscuro de la noche en Las Palmas, silenciosa como la retracción del mar sobre la arena. Silenciosa como el niño Marsupio. Silenciosa como su alma impoluta.

Lucas Rodríguez, relato inédito.
Através del espejo: el Koala vestido de pastor: up !!!

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