viernes, 29 de junio de 2018

ES UN ESQUELETO FEROZ Y ENORME ESA MIRADA por PATRICIA FERNÁNDEZ




Es un esqueleto feroz y enorme esa mirada
Viento por rendijas panteón
a proa. Reina de los sapos, te encomiendo a un niño más albino que la muerte. 
Coge la barca llena de agujeros nocturnos y navega ensoñacion, navega hasta 
que el hielo 
sea tu manta.

*

Envejecer como una rata que vendió su magia en las colonias, cualquier indio tendría absoluta indiferencia ante el diamante. No temas pues ya condenado la hora está más prieta que el sostén de una vieja. Ilumina ardilla de trigo esta primavera. No es simple caer fluorescente o sacar raíz de las palomas. Decir tonterías morir como todo el mundo con los ojos abiertos cuál sapo. Tengo las terrazas de cuarzo repletas 
y envoltorios.

*

Tienes gesto de bosque fluorescente 
río boca abajo 
ciruela mágica
Tienes manos de 
hay lobos sueltos por el patio, un hombre alcantarillado , bofetadas viento en la noche 
de tus pestañas quiero escupir un cielo.

*

Quiero escribir un himno algo hermoso decir, la estrella planeta traga nieve esta madrugada.
Contar los perros abrazados del mundo pero solo hay uno que llora frente a mí.
Quiero susurrar, mira el sol hoy es una madre, la venita pájaro del amor no se rompió, el sol hoy es una madre.
Quiero recordar que soñé q me salvaba el que me había matado porque no quería ver que solo yo me salvo frente a todo si tengo zapatos y un móvil roto para escribir himnos 
A las ratas a los hombres alcantarilla a los vómitos enamorados a las moscas ahogadas a los padres que beben y gritan no te quiero a los zorros atropellados con todo el bosque aún en los ojos. 
Por cada humano asustado ante el espejo por cada zapato de boda embarrado hasta ser nido de urraca por cada mañana de mierda que transformamos en pan.


Patricia Fernández


jueves, 28 de junio de 2018

DEJANDO QUE EL TIEMPO PASE por PEPE PEREZA



Dedicado a Maica Bermejo Miranda

Cuatro euros con treinta y seis céntimos. Es el saldo que le queda. Ni siquiera da para sacar un billete de cinco. Leo deja atrás el cajero automático y camina sin rumbo bajo la lluvia. Nota los calcetines mojados. Tiene las suelas desgastadas y cada vez que pisa un charco se filtra el agua. Tendrá que esperar a que las cosas mejoren para comprase unas botas nuevas. Saca el paquete de tabaco, pero ve que le quedan pocos cigarros y se lo vuelve a guardar en el bolsillo. Son las nueve menos cuarto de la noche y no quiere llegar tan pronto a la pensión. Debe dos meses de alquiler y ya no sabe qué excusas ponerle a la casera. Aunque hace frío, seguirá dando vueltas por ahí para hacer tiempo, así cuando llegue, con suerte, esa vieja gruñona estará durmiendo la mona. Últimamente todo le sale mal. Es como si ignorase algo que todos los demás saben de antemano. Puede que se deba a su falta de confianza o a la mala racha que está pasando. En cualquier caso, es una sensación que le acompaña desde hace lustros. Estamos a finales de enero y las calles del centro siguen con el alumbrado de navidad, apagado, pero ahí está. A él no le gustan las navidades. Su padre murió en esas fechas cuando él tenía trece años y desde entonces las detesta. Debido a la pérdida de su padre, Leo tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar de aprendiz en una obra. Todo el día cargando ladrillos en la carretilla. Ladrillos y más ladrillos. Llegaba a casa reventado, con los músculos doloridos. Apenas le quedaban fuerzas para cenar y meterse en la cama. Mientras dormía soñaba que cargaba montañas de ladrillos y una vez en el trabajo continuaba cargando las mismas montañas de ladrillos. Sin descanso, un día y otro. Hasta los dieciséis que cambió la obra por un matadero. Otro trabajo de mierda con otro sueldo de mierda. Una de sus tareas consistía en manejar una pequeña grúa para cargar con los cerdos sacrificados y meterlos en una especie de piscina llena de agua hirviendo. Se les escaldaba para facilitar el rasurado de los cuerpos. Para algunos cerdos no era suficiente con la descarga eléctrica que les daban para ejecutarlos, tan solo quedaban atontados. Al meterlos en la piscina recobraban la consciencia e intentaban salir por todos los medios posibles. Pataleaban y berreaban desquiciados, salpicando agua hirviente por todas partes. Aún recuerda aquellos horribles chillidos. Estuvo trabajando en aquel matadero hasta los veinte, que fue cuando le llamaron para cumplir con el servicio militar. Le destinaron a Barcelona. La Ciudad Condal se estaba preparando para los Juegos Olímpicos y en el ambiente se respiraba optimismo y jovialidad. Allí perdió la virginidad con una puta del barrio chino, allí fumó los primeros canutos, se cogió las primeras borracheras e hizo amistades que aún le duran. Quitando el coñazo de la vida castrense, todo lo demás era una gozada. Pasa por debajo del toldo de una frutería regentada por un chino. Hay varias cajas de fruta expuestas en el exterior, unas pocas quedan fuera del campo de visión del interior de la tienda. Leo aprovecha y coge un par de manzanas. Entonces se da cuenta de que le han visto. Unos metros por delante hay dos mujeres hablando, una de ellas sostiene de la mano a su hija pequeña. Es la niña quien le mira con los ojos muy abiertos. Leo se siente avergonzado. Para evitar a la cría, cruza de acera y sigue caminando. Al acabar la mili tuvo que volver a vivir otra vez con su madre. En esa etapa no consiguió encontrar trabajo y como alternativa empezó a vender hachís. Al principio a un pequeño grupo de amigos y conocidos, luego la clientela fue ampliándose. La cosa se complicó y un día estuvo a punto de caer en una redada de la policía. Pudo librarse de milagro, pero el susto que se llevó le bastó para cambiar radicalmente de vida. Poco después se colocó de reponedor en unos grandes almacenes. No ganaba mucho, pero el trabajo era sencillo y a fin de mes podía aportar algo de dinero para pagar las facturas que llegaban a casa. Ahora llueve con más fuerza. Con gusto volvería a su habitación, pero aún es pronto. Seguro que en esos momentos la casera está con la oreja pegada a la puerta por si le escucha llegar. Mejor seguir andando, que pase el tiempo, que se duerma. Mientras trabajaba en los grandes almacenes conoció a Lara, una de las cajeras. No era demasiado guapa, pero tenía carisma y un cuerpo que quitaba el sentido. A las pocas semanas de conocerse decidieron vivir juntos. Él hizo las maletas y se trasladó a una buhardilla a vivir con su nueva novia. La relación duró casi dos años. Hasta que la cosa se enfrió y cada uno siguió por su camino. Ella continuó viviendo en la buhardilla y él, como no tenía donde ir, volvió con su madre. Recientemente, un conocido le contó que Lara había muerto en un accidente de tráfico. Por lo visto el coche se salió de la carretera y cayó por un barranco. Una pena. Aunque, así es la vida. Unos tienen que irse para dejar espacio a los que vienen. Sigue lloviendo. Tiene los calcetines empapados y los pies congelados. Además, está harto de ir de un lado a otro como un alma en pena. Cuando no se tiene dinero poco más se puede hacer. A lo sumo mirar cómo gastan el suyo los demás. Maldita casera. Si no fuera por ella ahora estaría tumbado en la cama escuchando la radio y fumando un cigarro. Basta que se haya acordado del tabaco para que le entre mono de nicotina. Solo le quedan tres cigarros. Necesita uno para antes de dormir. Ese es primordial o no podrá pegar ojo en toda la noche. También tiene que reservar otro para la mañana siguiente cuando se levante. Después de echar sus cálculos decide encenderse el que sobra. Justo cuando se lleva el pitillo a la boca se le acerca una jovencita.
-¿Me das uno?
Leo no tiene valor para negarse.
-¿Y fuego? –pide la chica.
Se lo da. Después de encenderse el cigarro la joven da las gracias y va a reunirse con una amiga, que la espera unos metros más adelante protegida bajo un paraguas. Leo mete en el paquete el cigarro que tenía pensado fumarse y sigue andando. Al pasar por delante de una hamburguesería se fija en un letrero que está pegado en el escaparate: Se necesita personal. Leo echa un vistazo a través del cristal. Dentro del local hay bastante ajetreo. Decide entrar y probar suerte. Se acerca a uno de los camareros y pregunta por el encargado. El encargado es un jovenzuelo con la cara llena de acné.
-¿En qué puedo ayudarle? –pregunta el chaval.
-He visto el cartel del escaparate y quiero solicitar un puesto de trabajo.
-Pero, usted no da el perfil.
-¿Qué perfil?
-La política de la empresa es la de contratar a gente joven, usted nos saca más de veinte años a cualquiera de los que estamos aquí.
Leo mira alrededor. El chaval tiene razón, tanto los clientes como el personal son adolescentes, pocos de ellos pasan de los veinte. Sin duda, está fuera de lugar. Se disculpa por las molestias y sale del local. Un día que estaba trabajando en los grandes almacenes recibió una llamada de teléfono. Era una vecina, le dijo que su madre acababa de morir de un ataque al corazón. Si la muerte de su padre fue un duro golpe, la pérdida de su madre lo fue aún más. Con su desaparición él se quedaba sin vínculos de sangre, estaba solo en el mundo. Al entierro acudieron un centenar de personas. Leo no tenía ni idea de lo querida y apreciada que era su madre en el barrio, ese detalle le conmovió profundamente. Poco después vendió la casa que había heredado, la misma en la que había vivido con su madre durante toda su vida. Con el dinero que obtuvo regresó a Barcelona. Se trasladó allí con la intención de abrir un negocio, un bar o una tienda de ropa, algo con lo que poder ganarse el pan sin tener que acatar las órdenes de nadie. Antes quiso tomarse unas vacaciones y disfrutar de un tiempo de sosiego. Llevaba trabajando desde hacía años y necesitaba un descanso. De primeras se instaló en un hotel de tres estrellas en la zona de La Barceloneta. Casi de inmediato empezó a hacer vida nocturna: pubs, bares, discotecas, prostíbulos… no hubo local que no pisara, ni droga o bebida que no probase. Donde hubiera juerga allí estaba él, derrochando su dinero a manos abiertas. Fue entonces cuando conoció a Carol, una estudiante de arquitectura catorce años menor que él. Juntos viajaron a París, Londres, Venecia, Roma, Praga, Ámsterdam… Después de recorrer media Europa, cogieron un avión y una calurosa mañana de agosto aterrizaron en el aeropuerto de Nueva York. La ciudad que nunca duerme superó todas las expectativas. Allí pasaron cerca de un mes, visitando los típicos lugares que visitan los turistas, sacando miles de fotografías y comprando todo lo que se les antojaba. Entonces, sucedió el atentado contra Las Torres Gemelas. Con el caos y el miedo reinante no era cuestión de quedarse, así que hicieron las maletas y regresaron a Barcelona. Era hora de establecerse y sentar la cabeza, de echar raíces. Alquilaron un piso e iniciaron una vida en común. No funcionó. Una cosa era estar viajando y pasándolo bien y otra muy distinta convivir juntos en una casa asumiendo responsabilidades. Carol no estaba por la labor y un día cogió sus cosas y se marchó. Leo mira la hora en el reloj de la plaza. Las diez y seis minutos. A la casera le gusta empinar el codo y normalmente para eso de las once suele caer grogui. Tendrá que esperar como mínimo otra hora más para regresar a la pensión. Lleva todo el día con la ropa y el calzado empapados, sin comer, yendo de un sitio a otro, sin rumbo, con el único propósito de que pasen las horas, que las agujas de los relojes giren lo más deprisa posible para que él pueda volver cuanto antes a su habitación, quitarse la ropa mojada, el calzado empapado y meterse en la cama para cerrar los ojos a esa vida miserable que le está tocando vivir. Al pasar por encima de una rejilla nota el aire caliente que sale del interior. Le sube por los pies hasta llegar a la barbilla. Se detiene un momento para disfrutar de la agradable temperatura. Cierra los ojos y retrocede en el tiempo, se imagina en la vieja casa de su madre, al calor de la estufa mientras le llega el aroma de la cena que ella guisa en la cocina. Cómo añora aquellos días. Al abrir los ojos la realidad le golpea con el ruido del tráfico, la lluvia, el frío, el hambre, las ganas de fumar y esa sensación de fracaso que no se le va. Permanece al calor de la rejilla un rato más, luego sigue andando. En las traseras del teatro hay un grupo de personas cargando unos decorados en un tráiler. Se acerca y pregunta por el responsable. Le remiten a un tipo calvo y delgado. Leo se ofrece para trabajar con ellos. El calvo le dice que en esos momentos tiene la plantilla cubierta, pero que le deje sus datos porque la próxima semana está programado un musical y que es posible que necesite gente extra para el montaje. Se dan la mano y Leo sale de allí con un atisbo de esperanza en el cuerpo. De pronto, ha dejado de tener frío y se siente ligero y ágil como el cachorro de un galgo. Ahora ya puede ir a la pensión y meterse en su cama sin cargos de conciencia. Después de que Carol se fuera, él pensó que era hora de hacer algo con los ahorros que le quedaban. Junto a un amigo montó una empresa de marcos de aluminio para puertas y ventanas. El boom de la construcción estaba en pleno apogeo y enseguida el negocio empezó a funcionar. Tenían tantos pedidos que no daban abasto, tuvieron que hacer ampliaciones tanto en la plantilla como el taller. Fueron los tiempos de las vacas gordas, años de bonanza que no iban a acabar nunca. Pero la burbuja inmobiliaria explotó. De pronto, los pedidos dejaron de llegar y algunos clientes no hicieron frente a los pagos. Las cosas fueron a peor y las facturas empezaron a acumularse. Finalmente tuvieron que despedir a los empleados y cerrar la empresa. Los bancos embargaron la propiedad y de la noche a la mañana, tanto su socio como él estaban en la calle, arruinados y con el culo al aire. Leo vendió las pocas pertenencias que le quedaban, dejó el piso donde vivía y regresó a su ciudad natal. Pensó que allí le sería más sencillo empezar desde cero. Nada más llegar alquiló una habitación en una pensión de mala muerte. La misma a la que se dirige en esos momentos. De eso hace más de siete años. Siete años viviendo en una pocilga con baño y cocina compartidos, siete años de trabajos eventuales mal pagados, de paro, de ayudas del estado, de sacrificio y privación. A veces tiene la impresión de que las horas se ralentizan, como ha sido el caso, pero si echa la vista atrás se da cuenta de que es todo lo contrario; el tiempo vuela, los años pasan rápidos y la vida se consume como un pedazo de papel en la hoguera.

Pepe Pereza, del blog Asperezas.


miércoles, 27 de junio de 2018

EL BUQUE MALDITO 29



ENTREVISTAS

Helga Liné: Desde su debut en el cine en Portugal en 1946 con La mantilla de Beatriz, dirigida por Eduardo G. Maroto, la actividad cinematográfica de la actriz alemana ha sido un ciclón; prácticamente sesenta años entregada a la interpretación. En la siguiente entrevista en exclusiva, realizada en Buenos Aires, nos adentramos en su trabajo dentro del fantástico. ¡Figura vital del Fantaterror!

José Luis Garci: Ganador de un Oscar en 1983 gracias a su película Volver a empezar; artífice de todo un clásico de nuestra cinematografía, El crack (1981); presentador del mítico programa de televisión ¡Qué grande es el cine!; y, a su vez, un apasionado del fantástico, que dejó su huella en diversos guiones y en una serie para La 2, Historias del otro lado, que analizamos en la interviú. 

Ramiro Oliveros: Actor de teatro y galán en la gran pantalla, en la década de los setenta y ochenta se convirtió en un rostro habitual del cine de género, trabajando a las órdenes, entre otros, de Jesús Franco, Javier Aguirre, Antonio Margheriti o Manuel Caño. 

Jesús Garay: Activista del underground cinematográfico, en la década de los ochenta firma el díptico Pasión lejana (1986) y La bañera (1989). Conversamos con el realizador cántabro acerca de sus dos cintas. 

Juan José Porto: Productor, guionista y director, en la década de los setenta escribe diversos libretos conectados al fantástico para John Gilling, León Klimovsky o Ramón Barco. En su faceta de realizador, deja para la posteridad dos obras anexadas a los fenómenos sobrenaturales: Morir de miedo (1980) y Regreso del más allá (1982). 

ARTÍCULOS

Jesús Garay, Barcelona Fantastique: Analizamos sus obras Pasión lejana y La bañera. Dos films oníricos a redescubrir donde aglutina sus obsesiones desde una perspectiva fantástica, autoral y experimental; y con la ciudad de Barcelona como telón de fondo. 

Helga Liné: la señora del Fantaterror: Para comprender los caminos del cine de género, y el Fantaterror en concreto, es indispensable adentrarse en la carrera de Liné. A lo largo de seis décadas en activo en el Séptimo Arte el terror, sin duda, ha sido su motor. 

Por último, el sábado 7 de julio a las 12h, y dentro del marco del Cryptshow Festival 2018, vamos a estar presentando este nuevo número del fanzine en el Espai Betúlia, situado en la calle Enric Borràs, número 43-47, de la ciudad de Badalona. 

PVP: 4€ + gastos de envío. 36 páginas. 

Pedidos y más información: elbuquemaldito_zine@hotmail.com


martes, 26 de junio de 2018

CÍRCULOS por PABLO MALMIERCA



La poesía se compone de palabras,
las palabras aportan cadencia,
la cadencia el ritmo del cuerpo,
el cuerpo su experiencia.

Sin embargo,
hay cadenas que lastran,
hay metales que arruinan,
hay círculos que oprimen.

Escribir es demostrar la libertad,
arañar el papel que flagela el espíritu,
acabar disolviendo las anclas en fonemas,
percutir sobre el acento que se estanca,
abolir la necesidad de pertenencia,
respirar sobre la superficie
turgente de las olas,
abrir la belleza
inaprensible de tus manos,
escuchar, cohibido, tus lamentos
marchitos en mi tacto,
reflejar el oscuro de mi mundo,
contemplar la luz de tus secuelas.

Vivir libre del óxido
marcado en tus tobillos.


Pablo Malmierca


lunes, 25 de junio de 2018

PARA QUE EL PIANO SUENE ALGUIEN TIENE QUE MATAR AL ELEFANTE: Tres poemas.




CARRETERA CORTADA

tarde de agosto
en el pantano
mis hijos chillan y juegan en el agua

los miro y me recuerdo,
me veo aquí, en este mismo lugar,
cuando venía con mis padres
y mi hermano

siempre me ha encantado este paraje,
«carretera cortada», lo llaman

hay una carretera cuyo paso interrumpe
una valla,
pero ésta continúa su trayecto bajo el agua
y emerge lejos de aquí,
en la otra orilla,
como un Guadiana asfaltado

busco una sombra para sentarme
y escribir un rato :
«este es el mar de Castilla
voz y carácter de un pueblo, de una tierra,
austero corazón y piel caliza»

miro a la otra orilla
justo por detrás, a varios kilómetros,
siguiendo el serpenteo del pantano,
el pueblo sumergido de La Muedra
—Atlántida pinariega—

cuando baja el nivel asoma el campanario,
algunos muros, arbustos y piedras
crecen regados por el sol
donde solo había agua

también asoma un grito mudo,
el grito de ese pueblo,
de esta tierra olvidada,
el mío,
el último que di cuando aún sabía
chillar y jugar en el agua

—mis hijos chillan y juegan en el agua—

míralos, me digo, lo mejor de mí
chapoteando encima de la vida
y yo me recuerdo
pero ya no estoy aquí,
tal como era
estoy aquí tal como soy,
nostálgico de mí,
convaleciente de infancia
cansado, como este sol que se desnuca
tras las sierras

dónde estás, niño gordo,
vuelve a casa
recupera tu reino
y destierra a este enjuto y triste adulto

él ya no sabe
para qué sirve chillar y jugar
en el agua


MARGARITAS

fue en plena primavera

mientras la vida eclosionaba allá afuera,
yo arrasaba su cabeza con una maquinilla
eléctrica

todo lo que pude recoger
fue apenas
una brizna de hierba seca

era como estar
frente a un bosque devastado
por las llamas
con un puñado de ceniza
en las manos

después de envolverlo
en un trozo de papel,
lo tiré a la basura

menuda compañía
para unas margaritas:
latas, servilletas pringosas,
restos de comida...

aquella foto en Cartagena,
un primer plano,
toda sonriente
y margaritas colgando
como lluvia de su pelo

bajé la tapa del cubo
y marché despacio hacia mi cuarto

nunca entenderé
por qué mueren las flores


8 Y ½

Fellini escribió antes de que yo naciera
un final muy digno
para esta extraña película

una gran fiesta
amenizada por la música de Nino Rota
trompetas,

trombones, timbales y maracas
resonando en todos mis lugares sagrados
purificados
con la sal del perdón
que concede
la inevitable asunción de uno mismo
cuando todo se acaba

todas las personas que entraron
de alguna manera
en este guion sin sentido
bailando en círculo
con las manos fuertemente agarradas

y Guido Anselmi sentado sobre mi ataúd
ajustándose las gafas de sol
con el índice
y convirtiendo cada uno de mis sueños
en perfectas volutas de humo

y la Saraghina contoneando
su espantosa figura
sobre la arena inmaculada
de mi infancia
un gran banquete
con vino y licores a raudales
drogas,
muchas drogas,
drogas de todas los efectos
y texturas
drogas para recordar todo el dolor
que ha merecido la pena
drogas para olvidar todas las penas
que no han merecido el dolor

y las mujeres que he querido
con una sonrisa cosida en la boca,
mi sonrisa,
—ese animal que raramente
saca la cabeza de su cueva—
y felices por mí,
al ver que por fin soy un globo escapando
hacia el lugar donde las cuerdas
desatan
al saber que por fin
he logrado saber
dónde estoy
y ya no soy culpable
de nada


Pedro César Alcubilla, de Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante (Canalla ediciones, 2018).


jueves, 21 de junio de 2018

PARA QUE EL PIANO SUENE ALGUIEN TIENE QUE MATAR AL ELEFANTE: Prólogo.



PARA QUE EL PIANO SUENE 
ALGUIEN TIENE QUE MATAR AL ELEFANTE
Pedro César Alcubilla
*
Un prólogo de Itziar Mínguez Arnáiz.


Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante es la segunda entrega poética de Pedro César Alcubilla después de su brillante debut con Retrovisor, un poemario de corte ochentero, nostálgico y emocionante, donde se adentraba en el territorio perdido de una infancia que marca de forma indefectible la madurez del poeta. La honestidad, la melancolía y la naturalidad de aquellos primeros poemas permanece en su nueva propuesta poética pero el autor lanza la mirada hacia un terreno mucho más hostil, más descarnado. 

El nombre de las cinco partes en que se divide el libro -Prelude, Gymnopédies, Rhapsodies, Nocturnos, Réquiem- nos pone en antecedentes de que nos encontramos ante una obra ambiciosa que pretende, desde su estructura, abarcar todas las formas de contar, tocar y cantar que puede tener un poeta, dotando de banda sonora a la música que ya de por sí contienen cada una de las piezas que conforman este libro. Un libro de largo recorrido que invita –también por la extensión de alguno de sus poemas- a leerlo no de tirón, sino de forma pausada y reposada, volviendo sobre los poemas, buscando muchos de los matices que pueden escaparse en una primera lectura. 

Ha madurado la poética de Pedro César Alcubilla, desarrollando una propuesta formal más invasiva para el lector, menos amable que en su primer libro, hasta el endurecimiento de la temática donde la grisura del yo poético, su devenir, nos habla de la devastación y la exposición extrema a las inclemencias de la vida.

La primera parte, Prelude, contiene un único poema que da título al libro: ‘Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante’. Desde este primer poema ya sabemos que el poeta nos va a mostrar el envés, la cara oculta, la parte no iluminada del rostro desde donde un sujeto poético en tono claramente confesional, proyecta su mirada sobre el mundo. Detrás de la envolvente y sofisticada melodía de un piano perfectamente afinado hay otras cosas, más sucias, más duras, previas, necesarias, premisas, sin las cuales esa melodía no sería posible; es más, detrás de todo lo hermoso siempre hay alguien que se ha ensuciado las manos, que se ha partido el lomo, que forma parte de esa melodía que se ejecuta con éxito pero cuya aportación jamás será reconocida. Es esa la función del poeta también. Al menos es la función de un poeta que se llama Pedro César Alcubilla y que sabe que para hacer un poema hermoso muchas veces, la mayoría de las veces, hay que embarrarse hasta las orejas y después intentar contarlo. Eso hace el poeta, contar la inmundicia y extraer belleza de ella, mostrar sus cuitas en busca de un lector que se sienta reconocido en esa verdad que siempre sucede en el backstage. 

Gymnopédies es una palabra que hace referencia a las composiciones de Satie para piano y están basados en las danzas desnudas de los espartanos. Tomando esta idea la melodía de ese piano del preludio se extiende sobre esta segunda parte del poemario, la más extensa, la más compleja también, donde el tono del poema se endurece y en alguna de las piezas lo hace hasta la amargura. Una mirada sobre el mundo que muestra un apocalipsis sin grandilocuencia, como si los finales a los que estamos abocados no llegaran ni a la categoría de catástrofe, al menos, no más allá de la catástrofe como algo que altera nuestra realidad más cotidiana. Solo servimos para eso/ para mantener el equilibrio/ de una realidad que cojea, dice el autor que parece hacer encontrado su lugar en el mundo, un espacio de seguridad desde donde calibra la realidad, escondido en un búnker donde se siente aislado y protegido para poder seguir reivindicando desde ese improvisado refugio su mirada poética sobre las cosas que le rodean. Y la certeza de saber que mi lugar/ está en un cajón que alguien abre/ alguna vez/ y me encuentra siempre al fondo. Pero no todo es estar en el fondo de un cajón, el poeta también sale al mundo y se explaya, lo explora y recorre sus calles con avidez y una esperanza que va perdiendo al tiempo que avanzan el poema y la vida. Es ‘Regálame nieve’ uno de los poemas más brillantes donde el autor transita por el romanticismo de lo que sabe perdido: Regálame nieve/ y moriré por ti sin dudarlo; también en ‘Postal de metralla y luciérnagas’ hace gala de un romanticismo sui generis, un paseo por un París que no es de postal, que hierve bajo la mirada de quien recuerda lo idílico con la certeza de que ese edén se ha perdido. 

Si en Retrovisor mirar atrás era una forma de alimentar la “dulce nostalgia” que nos produce rememorar el territorio mítico de la infancia, en Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante, el poeta mira hacia atrás para salir adelante, como un animal herido, mostrando toda esa verdad de quien ha empleado mucho tiempo en recomponerse: y sigo caminando hacia atrás/ cada vez más seguro porque conozco/ de memoria todas las trampas. Esa certeza y asunción de lo perdido es también una manera de “asesinar” la inocencia, momento al que el poeta nos hace asistir en el extraordinario poema: ‘Últimas palabras de un muñeco de nieve’: nuestro muñeco/ empezó a morir/ cuando dijimos/ que su nariz/ era aquella/ larga zanahoria. Ahondando en la certeza y asunción de lo perdido, en la superación de esa tendencia a mirar atrás, es en su ‘Balada del ascensor lento’ donde se presenta con más fuerza la certeza de que ya no hay marcha atrás, la única manera de avanzar es que se abran las puertas de ese ascensor y salgamos explusados a nuestras vidas, solos, sin un nosotros. 

Pasamos el ecuador del libro con la tercera parte del poemario: Rhapsodies donde, haciendo honor a su título, los poemas que componen esta parte, son más heterogéneos, de distinta naturaleza. El resultado es curioso pues, paradójicamente, las piezas sueltas que componen Rhapsodies imprimen al libro una unidad en el tono, creando la atmósfera propicia para que los poemas entren con facilidad a pesar de su aparente complejidad. Recupera en algunos poemas como ‘Mi dios en un bote de hojalata’ el espíritu de Retrovisor, esa forma de echar la mirada atrás, a un pasado que nos emociona por la autenticidad, la limpidez con que lo vivimos si se compara con la artificiosidad de un presente vacío y hostil. Es en este tramo del libro donde la mirada incisiva del poeta se funde de manera más acusada con el yo poético, tal vez por eso los poemas se tornan de corte más íntimo. ‘Si has vestido un cadáver sabrás de lo que hablo’, poema escalofriante en su concepción y acongojante en su resolución, es un ejemplo de pieza sublime en su sencillez, con una verdad de la que el lector no puede sustraerse. Es algo triste pero necesario el poema para Pedro César Alcubilla, una forma de narrar el mundo aceptando que todo lo hermoso contiene una dosis de tristeza que terminará siendo la materia prima del poema. A veces, como en ‘No importa el mar’, el poeta muestra su cara más lírica, imprimiendo un aire machadiano, popular y evocador que nos serena y nos hace preguntarnos cuántas voces contiene la voz única de Pedro César Alcubilla. 

Sube el tono confesional hasta el punto de eliminar la poca distancia que ya existía entre poeta y sujeto poético en la cuarta parte del poemario: Nocturnos. Poemas como ‘Saldrás de mi boca para enredarte a la espalda de la noche y marcharte’ o ‘Star Wars’ profundizan sobre la relación paterno filial desde sus aristas más complejas. Poemas casi susurrados, personalizados, alguno de ellos con los nombres de sus hijos Hugo y Pablo, donde vemos con nitidez al poeta, sin máscaras, sin protección, sin red, al padre que pide regalos para el hijo, invirtiendo los papeles. ‘Excalibur’ donde se conquista el reino y la voz del poeta, su realidad, que lo hace indestructible. Poemas donde se establece un paralelismo entre los momentos compartidos con los hijos y, por contraste, los que él compartía con sus mayores, cerrando el círculo de la vida, transmitiendo una sensación de misión cumplida o trabajo hecho. El poeta se muestra de cuerpo entero: Estoy aquí tal como soy, / nostálgico de mí,/convaleciente de infancia porque la infancia es una enfermedad que siempre va a perseguir al poeta, a todos los poetas, esa herida que no queremos que se cierre del todo o esa cicatriz que nos gusta mostrar. Es Nocturnos la parte más emotiva del libro porque muestra El diálogo intergeneracional entre hijos, padres, abuelos. Y el diálogo entre nosotros y la tierra de la que procedemos recuperando para ello un personaje -la abuela- de hierro y miel, al que aprendimos a amar en Retrovisor y que vuelve a emocionarnos en el poema ‘Las encinas no lloran’, uno de los poemas más emotivos del libro. 

Con Réquiem entramos en la parte final de esta sinfonía poética. Está formada esta quinta parte por un díptico. Dos poemas de una épica cotidiana que apabullan dejándote un nudo en la garganta; así sabe la congoja, la emoción cuando queremos retenerla, que no se escape, que nos recuerde que estamos vivos y que la vida nos pertenece, como ese globo que no queremos soltar o esa colilla que se consume ante nuestra mirada y que no queremos pisar para no arrancarle sus últimos segundos de vida. 

En un tiempo donde es tan importante condensar una obra en una frase promocional que pueda servir de gancho comercial el propio Pedro César Alcubilla ofrece entre sus versos las palabras que podrían definir no sólo el libro que tienes entre manos, lector, podría definir la época que estamos viviendo. De eso se trata también, de que el poeta tenga las herramientas necesarias y el talento para que sus versos definan tanto su poética como el mundo en el que ésta acontece. Como ves/ esto no es Disneylandia, dice Pedro César Alcubilla. Versos así solo están al alcance de los grandes poetas. Pedro César Alcubilla es uno de ellos. 


Itziar Mínguez Arnáiz


miércoles, 20 de junio de 2018

LOS QUE NO SON DE ESTE MUNDO por ARI ZATZU



He conocido a un extraño muy cercano. Uno de esos seres que aparecen en mi vida sin encontrarle ningún sentido, porque afirmo, sin dudarlo, que sé que tengo un imán para los que no son de este mundo.

No quería desvelarlo, pero tengo un chip que capta señales para esos seres casi mitológicos que han cobrado vida y se acercan durante un breve espacio- tiempo, y cuando sueltan, o rebotan en eco el mensaje que vienen a darme, se van a la nada de donde han salido.

Y yo me quedo en ese estado como de trance, tratando de descifrar los silencios, esos que se apoyan en el plato de las sobras, empujando mis huesos con pellejo fragmentado.

En verdad, no llego a ninguna conclusión, supongo que al caer en sueño profundo, todas esas conversaciones adquieren el sentido necesario, aunque al despertar, de camino a la cocina a preparar el café, creyendo que ha sido un sueño, no acierte ni abrir la cafetera. Tan real parece su existencia, que los kuarks se hacen visibles, y por un momento lo irreal y lo real se fusionan en algún punto de la página 127 del Kybalion, mientras me quedo mirando cómo se chupa una galleta mi universo de paz alterado.

La metafísica me interesó mucho durante un tiempo de mi vida, y creo que lo más probable, es que esos seres sin nombre, o esas almas, llegan a olisquearme un poco el fondo de las afinidades, para luego a una hora incierta decir: -lo siento, no sé cómo he llegado hasta aquí, porque en verdad, yo no quería-....

Y esto es todo lo que tengo que decir,
a las 22:33...


Ari Zatzu


martes, 19 de junio de 2018

ESTALLIDO EN EL SILO: Manuel Onetti.




SOLO CON EL BÚHO


La lechuza me hizo la pregunta,

busqué la respuesta
corriendo en el bosque
con los hombres originales

pero eran demasiado rápidos

los días me cegaron
oscurecieron el pensamiento primogénito
y el bosque era una masa interdimensional
que aprisionaba mi cabeza
y estrujaba mi colon

mis gritos se perdían entre los sonidos de los árboles
el aullido de los polos

la sed era la palabra

todo explotó en blanco helado y roto
sólo con el búho
oyendo el principio y el fin
con el canto de mi voz
sólo con el búho
y

lo simple de la respuesta.

*

El OESTE DEL ESTE

1

Aquí no hay vaqueros. Sólo piedras y jornaleros.

2

Invernaderos conquistados por la bandera nacional sobre
cabezas de rumanos y moros.

3

Moros, sí, porque aquí todo negro es un moro;
moros en bicicletas por el arcén de las carreteras.

4

Casas regentadas por agentes de los Cuerpos de Represión del Estado no declaradas a Hacienda.
El dinero de un hippie es tan bueno como cualquier otro.

5

Jarapas un 80% más baratas dependiendo de lo que te alejes de la costa colgadas en las fachadas.

6

Una era de cal sustituida por una de pintura plástica.

7

Bautizos y comuniones de sangre en chabolas con paredes de piedra.

8

Un virus que nace bajo una solanera.

9

Un acantilado sin quitamiedos. 
Un tipo con un BMW intentando tirarme por él.
Un duelo de clases.

10

El hombre paja intentando que el mar no lo venza en una playa nudista.

11

La Palabra Legión sobre un pequeño monte. 
Nuevo modelo de valla publicitaria.

12

Derrotado por una escalera de caracol y mi sistema nervioso.

13

La analepsis me sabe a tabaco. 
El tamaño medio del autóctono es antiguo.
Las bicicletas les quedan grandes.

14

No pasaré mis días en un desierto. Ni aún teniendo cuarenta días.


Manuel Onetti,
de Estallido en el Silo
(Ed. en Huída, 2018)


DÓNDE ESTÁ LA HEROÍNA: Tomás Carrión Vidal.




¿Dónde quedaron las crestas
y la rabia?
¿Dónde la mala hostia
y las ganas de cambiar?
¿Dónde están las voces rotas
gritando por la libertad?
Armando las botas
de rebeldía
con sueños que otros tacharon
de utopía.
Aquellas miradas
están ahora frías
cambiaron la rabia
por montar un caballo
que ni siquiera tiene patas,
los sueños utópicos
son ahora sudores fríos,
dormido entre vómitos
espera
que sea esta
la última vez que atraviese
su vena.
Pero no es así,
tan sólo acaba de comenzar
su condena
y su madre llora
viendo como los ojitos de su niño
se pierden entre las ojeras.
Hacen relieve en su piel
las costillas
y los dientes putrefactos
abandonan su boca,
busca ahora una solitaria esquina
sin saber que va a meterse
su última papelina,
bradicardias,
arcadas,
temblores,
esta vez el vómito no sale,
estancado en su garganta,
lo asfixia.
¿Dónde están los sueños,
dónde está la utopía?
¿Dónde está la lucha,
dónde está la vida?
Dónde está.
¿Dónde
está la heroína?

*

Darse de bruces.
El momento en el que descubres
que la coca no era un refresco.
Comprender aún sin pelo en las pelotas
que no es por anciana nostálgica
por lo que tu abuela llora sola,
y los vanos intentos de sonrisas
que a tu pueril mirada dedican
esta vez no lo consiguen, no lo evitan.
No evitan que repares
en el incesante carmín goteando
contra el suelo.
que viene de una mano,
a la que no miras por miedo.
Entonces, sólo entonces,
sólo en ese preciso momento en
el que se estanca indefinido el tiempo
comprendes.
Que las constantes ambulancias
no eran para la vecina.
Que los frascos vacíos,
no eran de medicinas,
y que mamá.
nunca se caía.


Tomás Carrión Vidal, de Dónde está la heroína (Boria Ediciones, 2018).