lunes, 30 de septiembre de 2013

LA SERPIENTE ROJA: Pedro Juan Gutiérrez & Carles Mercader.


Pedro Juan Gutiérrez (poemas) y Carles Mercader Fulquet (fotografías)

Video promocional


Editores: La cicatriz de fuego Producciones y El color de las vocales Publicaciones
Con la colaboración de Broccoli
Fecha de Publicación: 2012 
Encuadernación: Plaquette (pliego de ocho cuadrantes) 

Proyecto autoral que posee ocho poemas e igual número de fotografías,
 y tienen como nexo el tema de la mujer.

Pedidos:

carlesmercader@hotmail.com 

o en las librerías Antonio Machado y Arrebato de Madrid 
o La Central y Laie de Barcelona.

*

HOMBRE QUE OLFATEA A SU MUJER

Yo estoy construido con los colmillos
de la serpiente
y el aullido del lobo
y el brillo del pez
y la astucia del tigre
y la potencia del toro
Yo soy un relincho salvaje
de los dioses
y un corazón de cordero
de donde mana sangre roja y caliente
Yo soy ese hombre que atraviesa
la ciudad para mirarte a los ojos
y oler tu piel y respirar profundamente
y meterse dentro de ti
hasta tocar tus huesos
y decirte
esto es todo lo que puedo hacer


EN LA BOCA DEL LOBO

Algunos de mis amigos mejores
los más honrados y honestos
se suicidaron
No resistieron la avalancha
Algunas de mis mujeres
las más dulces y suaves
ahora son ácidas y corrosivas
Estoy en la boca del lobo
y no sé qué hacer
intento ganar tiempo
Será el instinto de conservación
El fantasma de Kavafis
Los influjos de la luna
Escucho los cantos gregorianos
en el crepúsculo
con un vaso de ron en la mano
y un tabaco / y miro al mar
El asco y la mierda se disuelven
en la luz dorada
Y mi mujer / que limpia la casa
alejada de todo
me dice no bebas solo
prepárame un trago
ponle limón y miel de abeja.


Pedro Juan Gutiérrez, de La serpiente roja.

CORRUPCIÓN DEL ARTISTA por Isla Correyero.


Cuando percibáis, que un Artista comienza a destacar, a tener relevancia, a obtener un posible triunfo entre los Medios y la Sociedad... 

Dejadlo Libre, no pongáis objeciones a su obra, no lo derribéis, no sintáis envidia ni malignidad. 
Dejarle abiertos todos los caminos. 
Dejarlo que llegue hasta donde soñó. Pronto, los poderes más rancios y corruptos, llegarán a él. Lo succionarán, lo ensuciarán, lo someterán. 
Y, en unos pocos años, su obra, igual que él, descenderán, al charco de la amnesia. 

Su Persona, que comenzó siendo inocente, generosa y magnífica, se mutará en solemne egoísmo narcisista, mezquindad, ceguera, y un rigor cruel para con otros. Ni amigos ni enemigos. 
El Artista encumbrado, no ve nada. Se ha quedado sólo en su torreta. La vanidad eterna de los Hombres, le ha invadido. Y, poco a poco, caerá sobre él y lo creado, el manto insoportable del dolor y el olvido. 

Vendrán la enfermedad, la pobreza y la aflicción, adueñandose de él y su familia. Este es el negrísimo paisaje en el que estamos. Pido, ruego, que No Contribuyamos -por la salud mental,social, de todos los Artistas Verdaderos- que No Colaboremos con los mercaderes de modas o de ideas, con los circuitos cerrados de las bandas, con los políticos necios, depravados, con los pesebres astutos de unos días. 

Dejemos que el Creador se caiga o se levanté por sí mismo. El Talento sobrevive en los desiertos, en el Trabajo tenaz y minucioso, en la honestidad con uno mismo, en la Incertidumbre, sin apenas Esperanza. 

En la impopular y potente Desesperación.


Isla Correyero

viernes, 27 de septiembre de 2013

VINALIA en MADRID: Let's Go.


Sábado, 28 de septiembre,19,30 h

Ana Curra presenta

El Ángel: Yo no existo.

César Scappa, Dogo, Enrique Kabezón, Gsús Bonilla, José Ángel Barrueco, Vicente Muñóz Álvarez, Silvia D Chica y Xen Rabanal

Casa del Reloj
Madrid
entrada 0 euros



Sábado, 28 de septiembre, 22.30 h

Vinalia Trippers presenta

Spanish Quinqui
& Poemash Especial El Ángel

Ana Curra, César Scappa, El Dogo, Toño Benavides, Felipe Zapico, Gsús Bonilla, José Naveiras, Enrique Cabezón, Ángel Muñoz, Juanjo Ramírez, José G. Cordonié, David Vázquez, Xen Rabanal, Silvia D Chica & Vicente Muñoz Álvarez

Los Turrones
& Mario Boville

Calvario Bar, Madrid

Let's Go

jueves, 26 de septiembre de 2013

RESACA/HANKOVER

Population: 540.000

DIVAGACIONES DE VIERNES POR LA NOCHE by Carla Badillo Coronado.


Pensar en que no tengo tiempo para dormir es lo que me produce sueño. Entonces dejo de pensar y me despierto. Maniática, inocente, tranquila. ¿Es posible tanta contradicción? Es posible. Abro la ventana y me encuentro con Tokio, completamente encendido, pero los pitos de los autos son quiteños, inconfundibles. Hay formitas de pitar que, en efecto, no dejan que viajemos mas allá de nuestro territorio. ¿Pero cuál es nuestro territorio? El mío, en este instante, un bar con botellas vacías en este balcón imaginario, y un artículo por escribir. No alcanza para más. Bebo un vaso de leche, coloco a John Zorn y me relajo. Entonces van saliendo, poco a poco, de las esquinas de mi cuarto, bufones y arlequines. Me dan ánimo. Hacen malabares con las letras y luego me las lanzan. Con ellas formo este párrafo; el inicio de algún relato que quizá alguien lea, por error, un viernes por la noche, en la soledad de su cuarto, sin bufones ni arlequines. O quizá el arlequín sea yo, haciendo malabares con su Tiempo.

Carla Badillo Coronado, del blog Mujer en Tierra Firme.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

DAVID BENEDCITE & SARA HERRERA PERALTA


DAVID BENEDICTE (Santa Claus va a Rehab) y SARA HERRERA PERALTA (Cuando mire hacia abajo pierde) presentan sus poemarios.

SÁBADO 28 DE SEPTIEMBRE 19: 30 EN 'LA MARABUNTA'
Torrecilla del Leal 32, MADRID

GALERÍA OPIÓMANOS & SOÑADORES

Frida Kahlo

ANTISISTEMA por Alfredo López (MINE).


Cada día pienso
ser antisistema

¿ser antisistema es
protestar?
¿rebelde al poder?
¿escapar de la codicia?
¿de mí codicia?
¿la de los poderosos?
¿toda en general?

¿salir a las calles
con los tambores?

¿cacerolas?
o

¿es sacrificio
ayuda
empatía
revolución?

¿Unión popular
contra el poder?

Cada día pienso
ser antisistema

pero en él nací
en su uso vivo

me gusta el coche
que compré al sistema
me lleva
a la playa y a la montaña

disfruto del pantalón nuevo
y el dictamen sobre su estreno
ciño colonia al cuello
para adornar los besos
libero sonrisas en piscinas
de burbujas

olvido el odio al sistema
cuando gasto lo que no tengo
por no tener más

Cada día pienso
ser antisistema

nada detiene
su rotación translación
me atrae hacia su holgura
un error de cálculo

una víctima más.

Cada día pienso
ser antisistema

por lo menos
cinco o seis veces

las mismas
cinco o seis veces
que pregunto por una isla
que admita aislados

No hay paraíso
ni isla sin sistema
ni sistema que expire

Cada día pienso
ser antisistema

viendo una sola alternativa
al futuro pasivo
del pueblo desunido
desarmado

persistir de cómplice
intentando salvar mi culo


Alfredo López (MINE)


martes, 24 de septiembre de 2013

RESACA


Biblioteca General de Navarra

Resaca / Hank over. Un homenaje a Charles Bukowski (Caballo de Troya, 2008)

Eva Vaz, Hernán Migoya, Miquel Silvestre, Raúl Núñez, Vicente Luis Mora, David González, Sergi Puertas,Alfonso Xen Rabanal, Karmelo Iribarren, José Angel Barrueco, José Daniel Espejo Balanza, Vicente Muñoz Alvarez, Lluís Pons Mora,Javier Marroquín, Agustín Fernández Mallo, Josu Arteaga, Pablo Casares,Kike Babas, Kike Turrón, Pablo G. Bao, Ignacio Escuín Borao, Ana Pérez Cañamares, Kutxi Romero,José Manuel Vara, Lucas Rodríguez Luis, David Murders, Manuel Vilas,Roxana Popelka, Sofía Castañón,Sor Kampana, Angel Petisme,Salvador Gutierrez Solís, Nacho Abad, Safrika, Patxi Irurzun, Abel Debritto, Eloy Fernández Porta.


1 POEMA de Javier Gm.


En el mar hay más lágrimas,
allí se hacen ausencias y olvidos,
y por la noche
desde la orilla,
se ve todo negro.

No te cuento
si estás en medio
del océano.

Lo negro es más oscuro aún.

Ya puedes llorar...ya.


Javier Gm, del blog Sin continente ni contenido.

A LA QUE FALTA en MADRID

lunes, 23 de septiembre de 2013

EL DESCRÉDITO: Prólogos.


EL DESCRÉDITO

por Vicente Muñoz Álvarez

Si existe un novelista, por encima de cualquier otro, que haya marcado a los escritores de mi generación y se merezca hoy en día por méritos propios un homenaje, ese es Louis-Ferdinand Céline, autor, entre otras, de dos de las novelas más importantes del pasado siglo, Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, maldito entre los malditos, estigmatizado por sus panfletos antisemitas y su colaboracionismo con el régimen de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial, vilipendiado, ninguneado y odiado, pero también idolatrado, admirado e imitado hasta la saciedad. Un homenaje que incluso en su país natal, Francia, le ha sido denegado por motivos de oportunismo político, y que hoy, en España, aquí y ahora, en plena debacle económica y social (y en un contexto muy semejante al que él denunció en su día), un grupo de narradores nos hemos decidido a brindarle.

Porque creemos, en primer lugar (y en eso coincidimos prácticamente todos), que su obra lo merece, por encima de cualquier consideración biográfica, histórica o política. Porque para nosotros es un indiscutible referente y maestro, quizás el más grande de todos, y desde nuestra posición de escritores nos sentimos obligados a hacerle justicia. Porque, hoy más que nunca, desencantados de la política y el sistema imperante, el mensaje anarquista de sus novelas sigue más vigente que ayer. Porque no queremos seguir siendo cómplices de su linchamiento y de tanta hipocresía. Porque sus palabras nos agujerean el corazón y enseñan gigantescas verdades, gusten o no, duelan o no, escandalicen o no, hieran a quien hieran. Porque de su nihilismo aprendemos, gracias a él somos individuos pensantes, no marionetas, y debido a él nos liberamos de velos y ataduras y contemplamos objetivamente el mundo. Porque si hubiera que juzgar (como se le ha juzgado a él y a su obra) la literatura y el arte por la catadura moral de sus artífices, las bibliotecas y museos se vaciarían…

Por todo ello y mucho más, esta antología, nuestro sentido homenaje. 

“Ya de puestos, hasta cuello”, afirmaba a menudo Ferdinand, y hasta el cuello nos hemos metido en su obra y hasta el fondo hemos querido llegar. Sin complejos ni prejuicios, sin filtros morales ni consideraciones éticas, por el mero hecho de admirar su prosa y reconocer su maestría, por el puro placer de hacerle (nuestra) justicia.

Cuando uno lee Viaje al fin de la noche o Muerte a crédito o Norte o Rigodón, tiene que ser objetivo, lo primero. Tiene que reconocer, por encima incluso de la Historia, que lo que el viejo y resentido Céline afirmaba categóricamente desde su derrota: “Soy el escritor más grande de este siglo”, tiene en parte su fundamento. Es una fanfarronada celiniana, indudablemente, pero, en cualquier caso, una indiscutible verdad. Lo que él hizo con el lenguaje, con las palabras, lo que descubrió al fondo de nuestras atormentadas mentes, lo que intentó plasmar, lo que gritó, lo que cantó, fue la gesta de nuestra desolación, el espectáculo dantesco de nuestro destino. Algo que, al fin y al cabo, a todos nos da miedo: como ver nuestro cadáver pudriéndose y contemplar atónitos nuestros gusanos.

Maurice Bardeche, en su biografía sobre LFC, afirma: “Hay algo que siempre resultará ingrato, que siempre espantará a los espíritus timoratos, y es la no esperanza de Céline, el precipicio que nos fuerza a contemplar, el abismo que no deja otro futuro salvo el caos. Céline lo había dicho en una ocasión en una de sus entrevistas: no se permite dudar de los hombres, y esa es una blasfemia para la que no hay absolución.”

Nuestro miedo, nuestra misantropía, nuestro espanto… Si la literatura refleja (directa o indirectamente) nuestra experiencia, ¿cómo no va a reflejar nuestra desgracia?

Ese fue Céline, y ese, asimismo, su genio y maestría, su ominoso e iluminado talento: cantarle al horror y desnudar por dentro nuestra mentira.

Su primera novela, Viaje al fin de la noche, abre la puerta al carnaval: ahí está Bardumu, su alter ego, denunciando el sistema de ser hombre, el mero hecho de estar vivo. La farsa de la colonización, de la guerra, de la política, de la medicina, del orgullo, de la dignidad… Primer aviso.

Luego, Muerte a crédito. Aquí lo grotesco se erige ya sobre lo ideológico o lo racional, se olvidan los contextos, las excusas, para ir directamente al grano: nuestra infancia, los primeros pasos, el principio del fin, el aprendizaje de la miseria y la muerte, el despertar… Céline ya no es Bardamu, ahora es él mismo, Ferdinand, y lo será ya en el resto de sus novelas. Ya no hay más lepras que ocultar. Perdida la esperanza, sólo queda ya el resentimiento. Comienza la función, el espectáculo. La humanidad al completo es una mentira, una farsa, una invocación de muerte. Y es precisamente esta revelación, la total sinrazón, la absoluta desesperanza, la que le lleva a la exaltación final y la que justifica, al menos de algún modo, su desafortunado error político.

Y entonces llega el odio, el aullido de la fiera herida, acorralada, perseguida y demonizada: Fantasía para otra ocasión, De un castillo a otro, Norte, Rigodón, etc.

Céline fue sin duda el perdedor del juego y él mismo se regocijó en su derrota, se la sirvió en bandeja a la posteridad.

Aunque no pretendemos disculparle, exactamente. Lo que más bien intentamos es mostrar cómo la experiencia influye a veces de manera trágica y extraña en la literatura, cómo en ocasiones el dolor engendra monstruos, para poder desglosar con tino de su obra su inigualable estilo, su lenguaje emotivo grandioso, de los hechos dramáticos que lo originaron.

¿Fue Céline un escritor en esencia fascista o le llevó su desengaño a serlo? ¿Fue realmente el más grande o fraguó deliberadamente su imagen desde su escritura? ¿Fueron, en suma, sus panfletos antisemitas fruto de su desencanto, o más bien el reflejo de un sentimiento, “la tentativa de un sendero” (parafraseando a Herman Hesse)?

Sea cual fuere la respuesta, creo que lo más oportuno, por encima de cualquier prejuicio e ideología, de cualquier sentencia apresurada, es leer inteligentemente sus novelas, con la venia de los timoratos.

Y eso es lo que hemos hecho exactamente en esta antología, Julio César Álvarez y yo como antólogos, y otros veinticinco autores españoles contemporáneos, algunos más y otros menos conocidos, antes de escribir sobre el tema: leer imparcial y desprejuiciadamente a Céline, primero, para poder hablar con fundamento de su legado y obra después. Algo que muchos de sus verdugos y detractores, me temo, no se han ni si quiera dignado a hacer, al menos con la debida objetividad de espíritu.

Este es, pues, nuestro homenaje y tributo, Maestro, para ti nuestra ofrenda.


NO MIREN ABAJO, UNA TENTATIVA DE PRÓLOGO CELINIANO

por Julio César Álvarez

Céline sigue en movimiento, todavía hoy. Crece y decrece, palpita y se apaga a intervalos, dejando siempre tras de sí cientos o miles de heridos por su lectura y la ingenua pretensión de hallar esa extraña fórmula que parece esconder. Prosa auténtica, estilo auténtico, sin más. Algo en principio sencillo, pero que todo autor sabe sumamente difícil. Por eso estas páginas no iban a ser una excepción. Decía Enrique Vila-Matas en aquel libro de reflexiones que fue El viajero más lento. El arte de no terminar nada (Seix Barral, 2011), que “nuevamente renace esa casi inconfesable e incómoda atracción que sentimos hacia las cosas de Céline” y que indefectiblemente nos obliga “a tomar partido”. Tal vez por eso, en esta antología no duda en definirle como un “hombre un poco pesado” (incluido en el propio título) o esa otra en que lo puntualiza como “autor de un solo libro, el primero (…) y que lo otro fue pura cháchara y aullido”, amén de “cerdo repugnante” y demás parabienes. Y así se cruza uno siempre con Céline, con pasión y odio encontrados, con admiración y deseo de colgarlo en la plaza pública, o como poco esconderlo en un rincón, en ese cuarto oscuro que es la sombra más negra de la humanidad. Características de tal calibre, evidentemente, sólo las tiene un padre o un maestro, y puede que Louis-Ferdinand Céline sea, ni más ni menos, ambas cosas. El padre y maestro de la literatura contemporáneas, al menos de cierta literatura, ésa que persigue coger del cuello la verdad y crear belleza extrema de lo más terrible de nuestro ser.

Es por ello que Vicente Muñoz y yo decidimos acercarnos a la figura del francés, levantar una antología con autores de muy distinto tipo y ver qué nos encontrábamos al final del trayecto. Y sucedió lo esperable. Cada autor interpretó al autor de Muerte a Crédito de un modo muy distinto, cada uno forzó más si cabe su propia sintaxis (la sombra de Céline es alargada) en un intento de homenajear al desagradable maestro y hacer ver las consecuencias de una filosofía celiniana, si eso es posible y aconsejable. No debemos olvidar que Céline en algunas cuestiones era un amargado nihilista, pero un nihilista que no podía dejar de escribir, quizá porque el resto de aspectos de la propia existencia eran mucho más detestables.

Así, la selección de autores (unos más consagrados, otros más prometedores), ha descendido por su particular abismo para responder al enigma Céline. El conjunto es sumamente interesante, porque además de desentrañar parte de ese enigma, también se produce el voluntario o involuntario desnudo que aquel Viaje al fin de la noche les causó. Digo esto, porque es probablemente, junto con Muerte a crédito, la obra que más veces se menciona. Una especie de espejo en el que muchos se han querido ver reflejados nuevamente. Lo que convierte en un alivio encontrarse con ese cinismo vitalista que para Bruno Marcos atesora el gran maldito, o su contrapeso inevitable, la asfixia y enormidad celiniana de Miguel Sánchez Ostiz. Sin olvidar el discutido tema del antisemitismo, en ello profundizan a pleno pulmón y sin ayuda de oxígeno, por ejemplo, José Ángel Barrueco o Juan Carlos Vicente; aunque también hay ficciones de muy distinto tipo que encierran indirectamente parte de esa fascinación inagotable, y pienso en Patxi Irurzun o en Pepe Pereza, o ese otro retazo de autobiografía, con tintes militares y descreimiento precoz que es el relato de Carlos Salcedo. Sin olvidar, ya digo, el juego con la sintaxis, como en Alfonso Xen Rabanal, o esa otra conversación extraída de lo digital, por Joaquín Piqueras, que lo que logra, sobre todo, es acercar a Céline con naturalidad al desmoronamiento de este nuevo siglo.

Luego están la las recreaciones de hechos sintomáticos en la frágil existencia del autor, como aquella visita fugaz que hicieran Burroughs y Ginsberg, y que ahora nos acerca Mario Crespo, que junto con esa otra dramática travesía en barco de Celia Novis, humanizan y dan cabida a personalísimos retratos, tan posibles o más que aquellos otros autorretratos escondidos en sus libros. Siempre, eso sí, con un instintivo sentido de tensa admiración.

Estos son algunos de los elementos y artefactos que el lector encontrará de aquí en adelante. Se cruzará con lo mejor y peor de aquel huraño ser que destapo para siempre la caja de los truenos, la que supone ir de frente, sin titubeos y medias tintas, perdigones de más o menos calibre que se instalarán infecciosamente en lo más profundo de nuestro cerebro y que plantearán sin demora una nueva lectura o relectura del fenómeno Céline y su infinito legado.

No podrán evitar chocar indirectamente con sus contradicciones, su visceralidad más profunda, hurgar en esos recodos que parecen esconder algún tipo de respuesta, la que sólo aparece en los peores momentos, en las guerras o en el choque frontal entre los seres humanos más desesperados (tal vez esta crisis económica que se alarga sin fin, no sea más que un conflicto bélico sin armas y el mejor momento posible para llevar a cabo esta antología). Aunque la respuesta que pueda ofrecer el “viejo rabioso”, si es que ofrece alguna, es el poderoso atractivo de su estilo, ese sempiterno estilo fragmentado y su genial abismo que nos mira directamente a los ojos (ya decía Buffon aquello de que “el estilo es el hombre”). Vivimos tiempos confusos, no hay duda, eso convierte y convertirá a Céline en el perfecto guía por el desfiladero. Eso sí, miren con cuidado hacia abajo. Queda en sus manos.


Prólogos de 
El descrédito: Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline.


En octubre en las librerías.

1 POEMA de Eusebio Priego.


La puerta está abierta
formando el ángulo
que es la noche

las pisadas tienen nombres
que estudias meticulosamente
mientras das sorbos
a la penúltima cerveza

palpas
el fondo
de la imagen
como un buzo en prácticas
que se aferra a la vida
en el último segundo del poema.


Eusebio Priego, del blog Sangro luego existo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

LOS DIABLOS DE ORIGAMI

Mañana en Madrid

ESA DULCE SONRISA QUE TE DEJAN LOS GUSANOS

Alberto García-Teresa

DEL RUIDO MÚSICA por Iván Rojo.


Es sábado. Quizá incluso domingo. No tengo ni idea. Mi habitual estado de confusión se ha agravado notablemente desde que firmara ese puto contrato. Bueno, el caso es que son las ocho de la mañana y la mayor parte de la gente duerme en sus camas o hace lo que le apetece. Yo, por mi parte, intento dar conmigo mismo mientras me tomo un café pre-trabajo. No sé si me explico. Intento saber cómo me he metido en esta, y saber cómo puedo escapar. A mi derecha en la barra del bar un gordo lee el Marca. Atisbo un titular: “Ahora tenemos que ser fuertes”, declara el capitán de un equipo de media tabla. Han perdido tres partidos consecutivos, y es momento de ser fuertes. Dios, pienso, ¿qué sabrá él? Ojalá el tipo entrara ahora mismo en el bar. Le partiría los dientes y le explicaría en qué consiste eso de ser fuerte. Me giro hacia la puerta en busca de mi deseo pero no aparece por ella ninguna estrella del fútbol. Quien entra, en cambio, es un viejo de piel palidísima. Lleva una pequeña bombona de oxígeno en un bolsito que cuelga de su hombro derecho. Una cánula asciende por su pecho hasta desembocar en las gafas de plástico incrustadas en sus fosas nasales. El viejo se acerca a la barra y le pide algo al camarero. Su voz es un susurro exánime, casi inaudible. No le oigo, abuelo, dice el camata de malos modos. El hombre intenta hacerse oír de nuevo. Desde mi sitio puedo leerle los labios. Carajillo, Terry. El camarero sin embargo sigue sin entenderlo. Joder con el viejo, dice. ¿Qué coño quiere, abuelo?, grita. Es un hombrecillo enjuto el que se amarga detrás de la barra, con un bigotito ridículo, teñido de marrón chocolate, y las ojeras llenas de cansancio, de derrota y de frustración. Sigue ahí frente al viejo, con las palmas de las manos apoyadas en la barra y el mentón alto apuntando hacia el pobre viejo. Va a volver a increparle cuando le digo: Un carajillo de Terry, hostia, quiere un puto carajillo. El abuelo sonríe entonces y asiente con efusividad y vuelve a sonreír. Pero el camarero no parece feliz con mi imprevista intervención. Oye tú, me suelta, al último que me habló en ese tono lo saqué del bar a base de patadas en los huevos. Para ser tan pequeño, pienso, los tienes bien puestos. Pero le falta presencia. No impone respeto. Por mucha labia que se tenga hay ciertas cosas que uno no puede permitirse si no llega al uno sesenta. Así que hago oídos sordos a las amenazas del capullo y le devuelvo la sonrisa al abuelete, que sigue ahí sonriendo, tosiendo y sonriendo mientras intenta en vano encaramarse a un taburete. El hombre del Marca, a todo esto, no ha levantado la vista del periódico. Y confieso que se me cae un poco más el alma a los pies cuando el abuelo se le acerca y le pide más con gestos que con palabras que se lo preste cuando acabe de leerlo. Después sale a la puerta del bar con su bombona a cuestas, y se enciende un Ducados que saca del bolsillo de su camisa. No hay esperanza, me digo. No para ellos. No aquí. En algún momento debió de dárseles una oportunidad a estos tres cretinos, pero es obvio que la desperdiciaron. Miro la calle desperezándose al otro lado de la cristalera. Pasa un grupo de chicas. Jóvenes. ¿Dónde irán? O, por las horas que son, ¿de dónde vendrán? Bueno, no: la pregunta siempre es adónde se irán. Todas ellas color, perfume. Un auténtico ramillete. Como ver andar a las flores. En fin, pongo el euro diez en la barra. Y me voy. No sé adónde. Pero me voy. El trabajo me espera ahí mismo, a la vuelta de la esquina. Pero así a bote pronto me apetece más irme a cualquier otro sitio. Al zoo, por ejemplo. Sentarme frente al foso de los leones. Oír atronar bajo el sol turbio su rugido pestilente en medio del rugido de esta ciudad sucia en medio del rugido de las tripas podridas de un mundo famélico, malherido, moribundo. Sacar el boli y un papel. Escribir algo rápido, por inercia, sin pensar. Solamente por escribir algo. Solamente por hacer de los rugidos palabras. Del ruido música.

Iván Rojo


jueves, 19 de septiembre de 2013

JUAN LUIS PANERO

MANIFIESTO DEL METAVERSO EN MI INCONSCIENTE by José G.Cordonié.


Metaverso:

Un verso es una soledad callada,
una imagen revelada en lo más blanco del papel
donde arden las palabras hasta desvanecerse
en lo más involuntario de mi alma.

Un poema es la escena de un crimen
donde quedan cercados los restos de un pensamiento
que, sin duda, fue más amplio, más certero, más callado.

... la sombra en tiza de la silueta de una luz del inconsciente
que queda marcada en la página.

Metaverso:

Un verso es un minuto canalla
que llega atropellado en más de cien imágenes
concentradas en cada palabra,

un placer envenenado,
la condensación deshilvanada de sentimientos,
pensamientos y recuerdos en el malabar sentido de la voz
dictada por lo más abstracto de la mente excitada.

Un poema es una mano que tapa la sombra
que entra por la ventana de las emociones,

es la penumbra y la soledad
en la transpiración de los sueños inquietos.

Metaverso:

Un verso es sólo un momento.
Un momento vivido por quien lo escribe,
por quien lo inventa. Sólo un momento.
Nada más que un momento.

El Inconsciente manifestó:

Me siento cualquier cosa menos poeta.


José G.Cordonié, del blog La Hermética Furibunda.

VALIENTE INVERSO 2013

miércoles, 18 de septiembre de 2013

ANA CURRA EN MÉXICO

POETAS Y ESTRELLAS DEL PORNO. Mikel García






Ya eran más de las doce de la noche y la música seguía a todo volumen, así que empecé a preocuparme ante la posibilidad de que los vecinos llamasen a la policía. Era música electrónica, de esa que ponen en las discotecas o en las tiendas de ropa. Nunca me ha gustado ese tipo de música; me provoca dolor de cabeza. Pero qué le voy a hacer, había prometido a Juan que podía dar la fiesta en nuestro piso y, al fin y al cabo, una promesa es una promesa, ¿no?

Juan era mi compañero de piso y escribía poesía, de hecho, era poeta. O eso decía él. Acababan de publicarle su primer libro de poemas en una editorial pequeña y estaba de celebración, de ahí la fiesta. Lo que el muy hijo de perra no me advirtió fue que todos sus invitados serían supuestos poetas de medio pelo y estrellas del porno mediocres. Vale, bien, entendía su relación con los poetas, pero, ¿a qué coño venía lo de los actores porno?

En cualquier caso, a mí me parecían más interesantes estos últimos, así que me uní a un grupo de ellos que estaban sentados en el sofá del salón esnifando cocaína. Ese era otro asunto del que Juan no me había advertido: la enorme montaña de cocaína que había sobre la mesa de té de la sala de estar. La gente se acercaba a la mesa y se metía una raya como si aquello fuera un puto buffet chino. Temía que cuando los policías municipales llegasen alarmados por las quejas de los vecinos, nos encerrasen en un calabozo maloliente y se esnifasen toda nuestra coca. Así de cabrones son los municipales en esta ciudad.

Cuando uno de los actores porno, fornido y calvo como un huevo cocido, se enteró de que yo no pertenecía a su mismo gremio, empezó a retarme.

—Vamos, sácatela —me decía visiblemente embriagado—.

No hay huevos a sacársela.

—Tal vez otro día —dije.

—¿Qué pasa, es que la tienes pequeña? ¿Es eso? ¿La tienes pequeñita?

—No es eso. Es que no me va el rollo exhibicionista. Soy un chico tímido.

En ese momento, el tío se levantó del sofá y se la sacó. Un bicho enorme y circuncidado asomó de entre sus piernas. Parecía la tranca de un caballo adulto. O una pitón. La gente de alrededor empezó a aplaudirle y a vitorearle. Es lo que tiene este maravilloso mundo en el que vivimos, que idolatramos a auténticos subnormales.

—Vaya —dije sorprendido—, veo que no pierdes el tiempo. Pensé que serías un poco más caballeroso y me invitarías a una cena antes. Ya sabes, un buen restaurante, unas velitas, un poco de música blues… Ese rollo.

—Vamos, déjate de gilipolleces y sácatela de una vez. ¿Es que acaso tienes miedo?

Entonces, me levanté. La gente empezó a aplaudir mi valor; estaban entusiasmados. Por alguna razón, el ser humano tiende a alabar esta clase de bravuconerías sin sentido entre gallos de corral imbéciles. Es por ello que programas como Mujeres, Hombres y Viceversa o Gran Hermano tienen un éxito tan arrollador.

—Te ha costado, macho. Pensé que no tendrías huevos —dijo el actor porno.

Me acerqué a él y posé mi mano derecha sobre su hombro.

—Tío —le dije—, ¿no te das cuenta de que todo este rollo es un poco gay?

El hombre se empezó a rascar su calva cabeza y se quedó pensativo un rato con el nabo fuera.

—¿Tú crees? —me preguntó al final, con un tono de preocupación en su voz.

—Un poco sí —contesté, asintiendo con la cabeza.

—Joder, no me había dado cuenta. Es que cuando bebo se me va la cabeza y no sé ni qué cojones hago.

—Suele pasar. Anda, métete otra raya de coca, a ver si así te despejas un poco.

—Buen consejo, tío. Eso haré.

Le di unas palmaditas en la espalda y se fue a la mesa de té con la intención de meterse una raya. Yo, por mi parte, me fui a la cocina a por una cerveza. Necesitaba una cerveza, y más valía que estuviese fría, si no llegaría la sangre al río.

En la cocina me encontré a Juan, mi compañero de piso, que estaba hablando con un tipo que se parecía a Allen Ginsberg. Quiero decir que se le parecía físicamente, no intelectualmente. Lo conocía. Había leído algún que otro poema suyo. No me gustaban. No, a aquel tipo se le habían pegado el peinado y las gafas de culo de vaso de Ginsberg, pero no el talento. Traté de llegar hasta la nevera sin que advirtieran mi presencia. Juan estaba de lo más insoportable desde que le habían publicado su libro de poemas y no quería pararme a hablar con él y con su colega sin talento. Pero me vio.

—Hey, Marcos, ven aquí. Ven, hay alguien a quien te quiero presentar —me dijo mientras me hacía una seña con la mano.

Me acerqué a regañadientes.

—Marcos, este es Julián, un amigo mío —dijo, señalando al falso Ginsberg—. Es un poeta magnifico.

—Seguro que sí.

—Por cierto, Marcos, leí el último relato de tu blog —me dijo Juan, mientras Julio, Julián o como coño se llamase me miraba atentamente. No decía nada, simplemente se dedicaba a mirarme con unos ojillos de ratoncito asustadizo.

—¿Ah, sí?

—Sí, no estaba mal.

—¿No estaba mal? —pregunté, tratando de no parecer irritado.

—Bueno, estaba muy lejos de ser perfecto, pero se podía leer.

—Ya veo.

—Creo que te falta ser más visceral, o sea, como yo con mis poemas.

—Ajam.

—Y tampoco tienes la fluidez que tengo yo, pero bueno, ya

mejorarás.

—Oye, Juan —le corté, a punto de estallar—, ¿me disculpáis un segundo? Creo que necesito una cerveza.

Y, antes de que le diese tiempo a contestar nada, me alejé y caminé hasta la nevera. La abrí y cogí una cerveza. Me bebí medio botellín de un trago. Estaba fría. Por fin algo positivo en aquella fiesta.

Me bebí la otra mitad de otro trago y cogí otra. Después, divisé mis opciones: Juan y el doble de Ginsberg seguían hablando de sus cosas de poetas. Los actores porno seguían sentados en el sofá del salón esnifando y charlando de Jenna Jameson. Sentada en la mesa de la cocina había una chica rubia que, a juzgar por su enorme delantera de silicona, no pertenecía al bando de los poetas. Me senté a su lado y empecé a beberme mi cerveza sin decir nada. La verdad era que no

sabía cómo entrarle. ¿Cómo se le entra a una actriz porno? ¿Se les entra igual que a las demás chicas?

Al cabo de un rato, ella misma se presentó:

—Hola, me llamo Cristi y soy actriz porno.

—Hola, Cristi. Me llamo Marcos y tan solo soy un aspirante a escritor.

—Ji, ji, ji, bueno, por algo se empieza.

—Sí, por algo se empieza.

Hubo unos segundos de silencio. Bebí de mi cerveza. Al final, decidí intervenir:

—Y dime, Cristi, ¿es un trabajo muy duro?

Se quedó pensativa un rato.

—¿Eso es una broma?

—No, creo que no. Me ha salido sin querer —dije.

—Bueno, pues tiene sus momentos. Momentos buenos y momentos malos. Lo que más odio son los besos negros. Sobre todo si son a gordos y a viejos. Es asqueroso.

—A mí me lo vas a contar.

—Ji, ji, ji.

En ese instante, se me ocurrió un poema, uno ideal para el siguiente libro de poemas de Juan:

No hay luz al final del túnel.
Es una mentira,
Un mito,
Una fantasía,
Una utopía.
La luz al final del túnel es
Un ojete lleno de pelos
Y una lengua húmeda
Que lame con fuerza
Las rugosidades.

Había que pulirlo un poco, pero por lo demás era perfecto, muy del estilo de Juan.

Me quedé un momento pensando en el poema y en si Cristi me haría un beso negro a mí también. No me convencía mucho la idea. No sé, no me iba ese rollo. O eso creo, vaya. Estaba meditando sobre todo esto cuando Cristi me devolvió a la realidad.

—Oye —me dijo señalando a Juan, que seguía hablando con Ginsberg—, ¿no te parece que es un tío muy profundo?

Muy profundo debe de ser tu coño, pensé, para poder albergar descomunales penes de treinta centímetros. Pero me limité a asentir con la cabeza y a beber un trago. No siempre es bueno ser

sincero.

—Y se ve que es muy sensible —añadió.

—Claro, claro —esta tía no ha visto los pedazo zurullos que deja el señor sensible en el inodoro todas las mañanas. Joder, ni siquiera es capaz de darle a la cisterna, el muy cerdo.

—Y me encanta su poesía.

Entonces, empecé a comprenderlo todo. No se trataba de mí, sino de Juan. Él era el verdadero protagonista de la noche, el auténtico héroe. Yo solo era el pringado que tenía el privilegio de

compartir piso con el gran poeta. Para ellos, solo era un «don nadie» que no había conseguido publicar nada en su vida. Y para Cristi era más de lo mismo. No era a mí a quien quería follarse, sino a Juan.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dije.

—Dime.

—¿De qué diablos conocéis a Juan? Entiendo su relación con los poetas, pero ¿con vosotros, los actores porno? No sé, no veo la conexión.

—Ah, eso. Es que Juan hacía porno antes de dedicarse a la poesía.

—¿Cómo dices? Qué coño, ¿me estás diciendo que Juan hacía

porno? —insistí. No podía salir de mi asombro. Estaba estupefacto.

—Durante un par de años. Después lo dejó. Sadomaso, bondage… ese tipo de cosas.

—Así que a Juan le gustaba azotar a las nenas….

—Bueno, no exactamente. Más bien le gustaba que le azotaran a él.

—Joder, joder, joder. ¿Te estás quedando conmigo, tía?

—Cómo me gustaría azotarle su culito. O que me azote él a mí, lo que prefiera. ¿Sabes si le gustan los besos negros?

—Hay que joderse.

—Hago unos besos negros de fábula. ¿Podrías preguntárselo por mí?

—¿No decías que odiabas los besos negros?

—Ya, pero con él podría hacer una excepción.

—Manda huevos —dije, y me levanté de la mesa.

—¿Qué haces?

—Me voy. Necesito tomar un poco de aire.

Cogí otra cerveza de la nevera y salí de aquella casa. Bajé las escaleras hasta llegar al portal y salí a la calle. Era de noche y hacía frío. Joder con Juan, pensé. No podía creerme que llevase viviendo un año y pico con un ex-actor porno al que le gustaba que lo azotasen y lo humillasen delante de una cámara. Seguro que es de esos a los que les gusta que los meen encima, me dije. No es que tuviese nada contra ello, pero chocaba bastante. Además, en esos momentos estaba bastante enfadado con él, puede que por celos. A él le reconocían su trabajo, le habían publicado un libro, y yo no tenía nada.

Destapé la cerveza y empecé a caminar calle abajo cuando un coche patrulla de la policía municipal pasó zumbando a mi lado.Se paró frente a nuestro portal y se apearon dos agentes uniformados. Pensé en llamar a Juan y advertirle, para que le diese tiempo a esconder la cocaína o a echarla por el inodoro.

Que les den, me dije al final. Que les den a él y a sus amigos.

No los necesito, no necesito a nadie. Y seguí caminando calle abajo con el botellín de cerveza como único compañero.




Relato incluido en 'Poetas, estrellas del porno y otros relatos indecentes' (Mikel García), de Ediciones Lupercalia

martes, 17 de septiembre de 2013

LOS DIABLOS DE ORIGAMI

DESILUSIÓN por Andrés Mauricio Cabrera.



Creí
Creí cuando no tenía nada
Y me fui aferrando a ello.
Creí sin más en la sonrisa
Que veía con los días.

Creí
Creí al ver sus ojos,
Al verme reflejado en ellos
Creí cuando todo estaba oscuro
Y yo estaba muy sobrio,
Cuando la risa se secaba tras los escupitajos
De una noche enlagunada.

Creí, bajo el vodka y el baccardí
Creí tras el aguardiente
Creí bajo la lluvia
Creí mirando al sol
A veces sonriente,
Otras veces,
Con el dolor, entre los dientes.

Creí cuando no tenía nada más
La vi, sí, la vi,
Ahí, alegre
Pendiente de mí.

La vi deslizarse por mi vida
Aferrarse a mi espalda
Besarme las orejas
Y arrancarme la vida
Con cada roce,
Con cada palabra.

La vi,
Hoy no está aquí.
Si el amor no es estar borracho
Y sentirse satisfecho,
No sé qué es,
Nunca lo sabré.

Si amar no es vomitar para querer besar
Y escupir las cenizas en los orinales,
En las cornisas, de la vida,
Beberse las tristezas y arrancarse los labios
En los cortes de las esquinas,
En los lugares de cuatro paredes,
Cuatro cornisas,
En las celdas de la vida,

No lo sé.

El hombre, como los vasos,
Como las piedras,
Como los pájaros,
Se quiebra,
Estalla,
Relampaguea
Hiede
Duele.

Creeré que esto no fue cierto,
Seguiré bebiendo,
Bebiendo,
Existiendo,
Hasta que los gatos chillen
Y la vida se me acabe.

Hasta que las cicatrices se marquen,
Y el cuerpo no sienta el desgaste.

Hasta que la luna me vea,
Y no se ría,
Antes me tema.

Creeré que se habrá ido,
Y me compraré otra botella.

No hay tiempo para mí,
Menos para ella.
Miro hacia el suelo,
Queda poco espacio
Entre la carne y la madera.

Andrés Mauricio Cabrera, del blog Navigatorghost.

ESQUINAS

by Pepe Pereza

lunes, 16 de septiembre de 2013

PERSONAS TAN PODRIDAS POR DENTRO por José Manuel Vara.


Había personas tan podridas por dentro
que sólo pensaban en causar daño,
un dolor atroz e inimaginable
como el que tiempo atrás
habían sufrido en sus propias carnes.
Quizá fuera la política del trauma por el trauma,
pero lo cierto es que venía sucediendo así
desde el mismo inicio de los viejos tiempos.

La podredumbre espiritual como norma
en un circo de buitres carroñeros
sobrevolando almas
amamantadas por error.
Emponzoñamiento sanguíneo
y cáncer neuronal
a partes iguales
en las entrañas hediondas del Mundo Matadero,
donde había personas tan podridas por dentro
que sólo pensaban en hacerse el mayor daño a sí mismas
para provocar la mayor culpabilidad en los demás.
Mundo que agonizaba al compás de la química bastarda
diagnosticada por psiquiatras disfrazados
de malabaristas de sueños,
sueños como pesadillas violentas,
ennegrecidas por el sinsentido de miles de vidas vacías,
donde había personas tan jodidamente podridas por dentro
que no sabían ni tan siquiera quererse a sí mismas.

José Manuel Vara, de Daño Selectivo (Excodra Editorial, 2013).


sábado, 14 de septiembre de 2013

INCENDIO por Ricardo Moreno Mira.


Cuando alguien, una tía o un marica normalmente, critica un texto por su falta de autenticidad (impostado?), es que no puedo evitar partirme el culo. Es normal, para gente q se pasa tres horas delante de un espejo, es normal, digo, la preocupación por la impostura. Mira, yo voy a explicártelo, los sentimientos y tus chorradas son para tu mama y el psiquiatra. Lo auténtico y otras paridas, para las portadas del Hola y el Superpop. La literatura no va de eso, es otra cosa. Tiene q ver con las palabras, gilipollas… Esa cosa q usas cuando escribes, el material con el q trabajas. La mayoría de los oficios conocen bien el material con el q trabajan, pero no parece q eso suceda con los escritores. Habría q entender esto bien, repetirlo una y otra vez, simplemente se trata de construir cosas con ellas, con las palabras, lo q hagas con tu vida y tu intimidad es para los reportajes de las revistas del corazón. Simplemente, hay que levantar una farsa creíble, una tramoya, un juego. Hacer que encajen las piezas. Montar un decorado. Alimentar una hoguera. Pero lo entiendo, muchos acabamos atrapados, como un auténtico retrasado mental, en un bucle, repitiendo una y otra vez lo mismo, como un autómata al que se le ha fundido algún plomo, dándonos cabezazos contra una pared, creyéndonos nuestras propias mentiras y chorradas (y las de otros). Es normal cuando tratas con un material inestable y crítico como este. Al final, acaban escribiendo tontadas, con cara de estar de vuelta de todo, como si pensar fuese estar estreñido, soltando pajas mentales y echando mierda. 10 miligramos de heroína, o no, me importa una mierda, bastan para comprender que una grieta en la pared de tu casa, una mancha de humedad, son suficientes para agotar tu mente y tu cuerpo. Pero eso no tiene nada q ver con las palabras, a no ser q seas capaz de reproducir eso con ellas. Estos y estas son los mismos que se asombran de q William Blake no hubiese salido jamás de la ciudad de Londres, que el imbécil de Walt Whitman fuese un tipo sin cojones, que T.S. Elliot fuese un banquero cabrón, Bukowski no se pasase todo el día borracho, Kafka, un niño de papá traumatizado... No se trata de q, sino de cómo, gilipollas. Y ni siquiera se trata de eso, del cómo... Ni siquiera tiene nada q ver con eso. Se trata de tu pericia para hacerlo a través de las palabras, de tu pericia con el material. El facebook y el blogueo parecen un nuevo vertedero donde acabamos casi todos nosotros, los perdedores. Empujándonos y escribiendo nuestras paridas y gilipolleces. Pero es q este es el camino de trueno, nene, y aquí se suda, se sufre, se deja uno la piel y el alma. No se puede ser una nenaza. Hay que hacer el payaso, como cualquier imbécil q trata de ganarse el pan. Se pierde la dignidad, si alguna vez la tuviste. La cabeza. La calma. Se aguantan las paridas de los idiotas y las idiotas, las bobadas de pastorcitas q alucinan y fardan aquí, como si fuese el descubrimiento del siglo, de su propia intrascendencia chorra, sin dejar de escribir sus cursiladas y paridas al mismo tiempo. Aquí se cacarea como una gallina. Y también hacen falta cojones, a la vez, ser un hombre, un gallo, bien hinchando de testosterona, sobre tu pequeño montón de estiércol, echarle huevos, sobreponerte a la náusea, el vértigo, la rabia, la vergüenza y seguir riendo, partiéndote el culo. Desinflarse en el camino. Alimentar la hoguera. El Incendio. Al final, eso es lo q cuenta. La hoguera… y reírte, todo lo q puedas, mientras puedas, aguantar el máximo tiempo posible en pie, en medio de tanta mierda, tanta chusma y tanto gilipollas.

Ricardo Moreno Mira


LA POSESIÓN DEL HUMO

TEDIO por Marcos Matacana.


"El tedio... Sufrir sin sufrimiento, querer sin voluntad, pensar sin raciocinio."
(F. Pessoa)

Lentitud
            Cansada y rosa
En las tardes de verano
De septiembre
En la oscuridad calurosa
De las noches
De sudor y sueño
Qué nostalgia de aquellas horas
Cuadro estático
O confiado estanque
En el fluir violento
                  del tiempo en la memoria

Marcos Matacana Martín, del blog Ínfula Barataria.

viernes, 13 de septiembre de 2013

CUBIL DE BRUJAS by Ricard Millàs.



María está enamorada de ti y lo sabes por la forma en que te mira. Esta mañana se ha cruzado dos veces contigo, justo en el mismo momento en el que abandonabas de un portazo la casa de Aurora. En realidad has estado haciendo el amor con ella. Has penetrado una vagina de alquiler mientras las dos hogueras de sus ojos se han materializado delante de los tuyos. Sus pechos se movían al son de tus embestidas, pero en realidad no eran los de ella. Tus manos han tocado la piel de una hechicera; las yemas de tus dedos en contacto con la carcasa usada por la peor de las brujas. A decir verdad ha sido un polvo fantástico. Durante un par de horas has podido olvidarte de los muertos y del amargo recuerdo de tu actual situación. La intensidad y la energía que has sentido han sido totalmente distintas a las de tu supuesta pareja.

Esta noche pasada ha habido alboroto en la calle. Los muertos han estado divirtiéndose con el pobre perro de Narval. El único que quedaba con vida. Su sangre forma un reguero que baja hasta la fuente de las crías de rana. La fuente en la que de pequeño cometías atrocidades contra la naturaleza. Practicaste el Medievo con algunos de aquellos seres hasta que creciste y entonces te fijaste en que la gente también puede ser herida sin necesidad de hacerles sangre. Acosaste al joven Roberto, nieto de Ramón de Cabilas, cuando aun no contaba con siete años. Le llenaste las zapatillas con heces frescas de perro y luego le obligabas a calzárselas. Le decías que subiera a su casa e insultara a sus padres cuando aún no sabía el significado de la habitual jerga portuaria. Lo tiraste repetidas veces a la negruzca agua de la fuente de las crías de rana y le metiste sapos por dentro de la camiseta; el escozor del ácido de un sapo enfadado la sonrojó la piel y estuviste un mes entero encerrado en casa, prisionero de tu propia maldad.

Te acuerdas de tu pasado como veraneante mientras María se sienta en un banco de piedra y enciende con su particular hacer un cigarrillo. Te sientes tentado a pedirle uno para acompañar la poca hierba que te queda en casa. Un Marlboro te sentaría genial. Un cigarrillo para triunfadores en una tierra de outsiders. Pasas por su lado y la miras. Su mirada entra dentro de tu cuerpo y te hiela la sangre. María es hermosa y terrorífica a la vez. Un escalofrío te recorre el espinazo y aprietas el paso hasta llegar a la puerta del caserón. Sientes su presencia justo detrás de ti pero cuando te giras ella sigue exhalando muerte y girando la cabeza como una paloma. Te mira de reojo como si no supieras que la miras. Estás a punto de provocarla desde tu posición y entrar en casa cerrando la puerta a cal y canto. De pequeño lo hacías con los perros, provocando su ira y corriendo hasta un lugar seguro. Decides no importunarla con la realización de tu deseo infantil y subes las escaleras que te llevan al salón de tu vivienda.

Te sientas en el sillón y piensas en Aurora. La has dejado en su casa, totalmente desconcertada, llorando, sin atreverse a contarte lo que ya sabes. Hace tres años que has sido espectador de demasiadas excentricidades por parte de los lugareños. La sorpresa no entra en la lista de emociones a sentir bajo los tenues rayos de un sol que se esfuerza demasiado por atravesar la nube que cubre la aldea. Decides volver a su casa más tarde; abres una lata de judías que has cogido de su despensa y comes con fruición, engullendo el contenido como si fuera caviar iraní. El exceso de sexo ha despertado al gusano del hambre.

Eructas mirando hacia la calle mientras lías un cigarrillo de THC. María te mira desde abajo. Se saca el paquete de Marlboro y te ofrece uno. Aceptas. Te agachas y con la mano temblorosa alcanzas como puedes el cilindro. Cruzas su mirada con la tuya y vuelves a sentir la misma sensación de antes. Tienes miedo pero por otro lado, le arrancarías la ropa para descubrir la voluptuosidad del cuerpo de Rosella. Te extraña ver a la hechicera en la calle de día. Te extraña su modo de mirarte y de seguirte; el acoso se torna un deporte demasiado peligroso en la atmosfera de cacareos y heces de vaca secas como los huesos de un cadáver abandonado. Lías el cigarrillo buscando la perfección mientras ella mira a ambos lados de la calle. Por un momento tratas de salir de la excitación que te provoca su presencia cuando saltan las alarmas del sentido común; María es una hechicera. María es la culpable de que no puedas salir de este pueblo. Cierras la puerta del compartimento de la cordura y te acomodas en él para cavilar un rato. Es altamente recomendable no incluir el contenido del Marlboro en el cigarrillo de THC que estás a punto de saborear frente a los gigantes de roca del ‘Cap del camp’. Los buitres te miran desde lo alto como si fueran conscientes del engaño, porque lo que está ocurriendo entre tú y ella es lo que algunos literatos llamarían un embeleco.

Simulas tirar el contenido en el piso del balcón. Pones cara de circunstancias y te agachas, recogiendo solo las brizas verdes esparcidas en la dureza de la piedra. María te mira como si pudiera leerte el pensamiento. Brotan chispas de deseo cuando se acerca a tu persona y te muestra los dientes a modo de sonrisa. Sus pestañas casi rozan tu entereza, fragmentada por la excitación del sistema nervioso; tiemblas como un cachorro de perro perdido en el bosque.

-Puedo darte otro-. Su voz es una cabra luchado contra el cuchillo de un matarife.

-No quiero abusar de tu generosidad-.

Entras en el salón y cierras la puerta con suma rapidez. Tu corazón bombea sangre al ritmo de los pistones de una locomotora del antiguo oeste. Por un momento piensas en tu infancia, cuando torturabas animales y a niños indefensos sintiéndote superior. Una superioridad otorgada por el vacío existente que trataba de suplir una comunicación sana con tus congéneres. Eras incapaz de mantener ningún tipo de relación con los niños de tu edad. Buscabas la exaltación de sus miedos para suplir el constante deseo de interiorizar con ellos; cualquier tipo de sentimiento hacia ti, era suficiente para hacerte sentir un ser humano. Ahora María busca algo en tu persona, algo que se asemejaba demasiado a un acercamiento amoroso. Algo que te asusta demasiado. Sólo eres capaz de acercarte a Aurora.

Terminas de liar el cigarrillo en la cocina, atrapado entre las cuatro paredes de la habitación contigua al salón. Sabes que ella está afuera. Sabes que sus pies sucios y sus movimientos de pájaro te esperan delante del caserón. Tu tía-abuela te mira a través del cristal de la ventana y te dice no con la cabeza.

No a las relaciones con un bruja culpable de secuestro en masa y asesinato.

No a la ingesta de THC cuando un muerto podría hincarte el diente en cualquier esquina abandonada de la aldea.

Apagas el cigarrillo en la pica de la cocina y miras a través de las cortinas. La calle está vacía. El sol se está poniendo. Corres a tu habitación y coges el cuchillo de caza. Antes de que la oscuridad envuelva al pueblo estarás en casa de Aurora y tratarás de calmarla.

Antes de que los muertos den contigo y tu cuerpo se convierta en huesos y carne y sangre bajando hacia el ocaso de tu existencia.

Ricard Millás, de Cubil de brujas.

jueves, 12 de septiembre de 2013

CULT MOVIES: Edición ebook.


Como el subtítulo indica, estamos ante un catálogo de películas «para llevarse al infierno», cintas anómalas, hipnóticas, desasosegantes; films que sacuden al espectador por lo extraño, por lo insólito, por lo novedoso e incluso por lo insospechado. No se trata de un listado de los mejores títulos de la historia del cine: muchas de las películas que figuran en Cult movies seguramente no destaquen por su calidad, por su belleza, y mucho menos por su desarrollo comercial; hay, sin embargo, en todas ellas un poder de atracción incatalogable que, a lo largo de los años, las ha rodeado de admiradores fascinados, de acólitos, de fieles.

En último caso, en todas ellas se refleja, en mayor o menor grado, el underground, la contracultura, la expresión estética al margen de las normas admitidas que tan querida le es al autor. Cult movies es, en gran medida, la declaración de intenciones de un escritor inquieto que, como los hacedores de estas películas, consideran que siempre hay y siempre queda un resquicio por el que colarse y un camino que recorrer.


Cult movies. Películas para llevarse al infierno

Vicente Muñoz Álvarez

Edición ebook

Longitud 218 páginas en Adobe Digital Editions

ISBN 978-84-15414-81-0 (epub)



QUÉ por Maica Bermejo Miranda.


Qué fuego mantiene encendida la chispa que aún en la decrepitud de los años hace que la mirada bucee en la estepa blanca de la pierna que muestra sin recato la piel de nácar resbalando en la infinitud del muslo distendido sobre el asiento marrón.

Qué juego entre sombras viene a la memoria que centellea fugaz en el gesto goloso de la lengua perdida en el tiempo donde escurría su deseo en la maraña desarbolada del cuerpo rendido a su avance letal.

Qué miríadas de acometidas salvajes cabalgan en el ademán inconcluso que inadvertidamente muta la ingravidez del rostro donde vuelcan los años su esclusa de errores y hastío en la observación despierta del instante que no le pertenece.

Qué

Maica Bermejo Miranda, del blog Luces y Sombras.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

SEÑORA, SE ESTÁ USTED COLANDO

Mario Boville

13 por Javier Vayá Albert.


Se dijo a sí mismo que no había razón para ponerse nervioso. Trató en vano de ignorar el escalofrío que le recorrió la espalda como un relámpago de hielo en cuanto el botones del hotel pulsó el número 13 en el panel del ascensor. No es que fuese supersticioso, jamás lo había sido, más bien la vida, los hechos, le habían enseñado a huir de aquel número maldito como de la peste. Y ahora estaba allí, la cita era ese martes, 13 de Enero a las 13:00 horas en la planta 13 del Hotel. Una broma macabra de la que no habría participado de no verse obligado. Estaba seguro de que se trataba de una prueba absurda de su psiquiatra antes de darle el alta definitiva que pudiese reincorporarlo a la sociedad. Mientras el ascensor subía lentamente no pudo evitar rememorar lo que le había llevado a esta situación y como el número 13 había estado siempre presente en todas sus desgracias.
Tenía 13 años cuando sus padres murieron en un terrible accidente de tráfico y sus tíos tuvieron que ocuparse de él. Trece eran los miembros de la pandilla del colegio que le hicieron la vida imposible durante varios años. Trece los trabajos horribles entre los que había tenido que ganarse el pan a lo largo de su vida, trece las editoriales que habían rechazado publicar su libro, 13 el número del portal de la casa que compró y desapareció engullida entre las llamas de un terrible y extraño incendio, 13, contándole a él, los pocos supervivientes del accidente de autobús que le destrozó la pierna y trece las veces que pasó por quirófano sin que pudiesen curarle la cojera.
Los números rojos le indicaron que todavía se encontraban en la séptima planta, su angustia iba creciendo en proporción al número de pisos que iban dejando atrás, sentía un frío intenso pese a que no dejaba de sudar mientras observaba la indolente nuca del botones tan estúpidamente ajeno a lo que estaba a punto de provocar. Se aflojó el nudo de la corbata que le presionaba como una soga en el patíbulo. Si se tratara tan solo de eso, una vida más o menos igual de adversa que la de la mayoría marcada por alguna coincidencia macabra con el dichoso número, nada por lo que dejarse llevar por supercherías y maldiciones de feria. Eso pensaba, a pesar de todo, hasta aquella noche trágica de hacía ahora exactamente trece años.
Creyó haber vencido a sus miedos y a su mala suerte cuando se casó con una mujer a la que amaba y vivieron unos pocos años felices en la casa del lago que ella tenía en mitad de un encantador y apartado valle. Durante ese tiempo creyó que podría ser feliz, al menos tan feliz como una persona normal. Pero un día trece al anochecer escuchó unos ruidos extraños en el piso de abajo donde su mujer preparaba la cena mientras él escribía. Pronto aquellos ruidos como de golpes se tornaron gruñidos y alaridos sobrehumanos, presa del pánico agarró su escopeta y bajó las escaleras, tropezó cuando la luz se apagó y, entre las tinieblas pudo distinguir como su mujer estaba siendo atacada por una sombra enorme cuyas fauces brillaban en la oscuridad. Al notar su presencia aquella cosa se lanzó contra él.
Trece veces fue capaz en plena lucha desesperada de disparar la escopeta hasta que el animal dejó de atacarle y huyó tambaleándose, trece horas duró con vida su mujer una vez en el hospital en el que él tuvo que estar trece meses convaleciente de las trece heridas que en la pelea le propinó aquella bestia. Trece veces le negó la policía que hubiese rastro de animal alguno en la casa o los alrededores, trece también fueron las veces que le animaron a confesar que había intentado matar a su mujer con el machete que ella llevaba en la mano y que seguramente le había arrebatado para defenderse, trece fueron los años a los que le condenaron a pasar recluido en una institución para enfermos mentales peligrosos.
“Recluido” pensó con sorna cuando el ascensor alcanzaba la décima planta. El desasosiego que se había ido apoderando de él era ahora asfixiante, sintió que sus músculos se tensaban como si estuviesen a punto de estallar, la mirada comenzó a nublársele mientras la ropa parecía oprimirle tanto que tuvo que arrancársela a estirones. Justo cuando un timbre anunció que habían llegado al piso 13 la luz de todo el edificio se apagó.
Trece colmillos blancos brillando en la oscuridad fue lo que el botones juró a la policía haber visto justo antes de desmayarse, trece dentelladas mortales, según el forense, recibieron el psiquiatra y los otros doce miembros del tribunal médico que se encontraban en la terraza del ático del hotel. Trece testigos afirmaron que habían visto a un enorme lobo por aquellas inmediaciones.


Javier Vayá Albert, del blog Actos invisibles.